viernes, 24 de mayo de 2002

A la manera de pezpalo, pero sin literatura:

Chakira me dijo que la boca era su parte más fea. "Qué va. En España triunfarías con esa boca". "¿Haciendo qué?". Y reímos hasta llorar.

Ana la Cocainómana me dio un beso y me susurró: "mañana te llamo". No se volvió a poner al teléfono.

Pascale, la guía turística, me enseñaba un típico bar inglés. "Ven. Aquí al fondo hay un cuarto muy importante. Aquí se sienta la gente y bebe y habla". Miré a mi alrededor. Cinco mesas y unas pocas sillas en una habitación en penumbra. La cogí de la mano y la besé por primera vez.

"¿Te acuerdas de los versos de ayer?". "No, pero me gustaron mucho", dijo Cris. "Date por muerta, amor –le susurré–. Es un atraco. Tus labios o la vida". Y casi nos damos un cabezazo cuando me acerqué a besarla.

Invité a a Ana la Multiorgásmica a cenar. Nunca nos habíamos visto. Salí al pasillo a a recibirla. No dijo ni hola. Nos besamos. "Supongo que tú eres XX". "No, soy su compañero de piso, él dice que ahora sale". Reimos. La enseñé el piso. Llegamos a mi habitación. "¿Y si nos saltamos la cena?", le pregunté.

"¿Y si me voy a dormir a tu casa?", le sugerí a Ana la Cocainómana cuando ya se iba. "Bien". "Pero en tu cama". "Vale". "Pero contigo dentro". "Sí". Y me metí en el taxi.

Elizabeth dijo que era virgen, que nunca le había pasado esto, que se había enamorado de mí y que quería que nos casaramos. Me metió las manos en los bolsillos y se las saqué despacito, asegurándome de que no había encontrado los dólares. Le contesté que estaba tan loco que, si me cambiaba el rollo y me contaba por qué quería salir de Cuba, me casaba con ella al día siguiente y la dejaba en Madrid para que se buscase la vida. Se lo pensó un segundo, se puso a llorar y repitió que era virgen y que se había enamorado de mí. Me despedí.

El fotógrafo le explicó a Gina que yo le había contado que usaba condones XL. "Es un ssorro", contestó con ese acento tan dulce.

Ana la Buena (¿la Buena? nombre provisional) negó tres veces que leyera este diario. Miente tan mal que hasta yo se lo noté. Dos minutos después me llegó su mensaje al móvil. "Lo leo, y estoy enganchadísima".

"Estoy pensando en irme a ese viaje ¿Qué te parece?". "Para lo tuyo, bien, para lo nuestro, de culo". Un escalofrío. "Voy a tener que volver con mi amante italiano", añadió. En cuanto colgué, anulé lo de Murcia.

El gordo cabrón, con el Audi que yo acababa de rayar y con su casa en la playa, había llamado para asegurarse de que no pudieramos tener siquiera la conversación de despedida. Yo, el escritor en paro, escuchaba de pie junto a ella, la treintañera que quería casarse. Lloraba. "No, por favor, te quiero a ti, y quiero que él se vaya ahora mismo de mi casa", escuchaba al otro lado del teléfono el tipo al que le había presentado a mi novia dos semanas antes. "Vete", me decía, después de casi ocho años juntos.

Trabaja en la competencia. Coincidimos en dos o tres presentaciones y le di mi teléfono. "Estoy borracha, en la habitación del hotel, con una cama tan grande... Qué pena que no estés aquí, me quedaría todo el fin de semana". Sentado frente al mar de Altea, veía el atardecer mientras el móvil me avisaba de que la batería sólo daba para dos o tres incoveniencias más

La explosiva Carmen retomó por tercera vez el tema de lo mucho que le gustaba Operación Triunfo. Se acabó, pensé, y le hice un análisis semiológico de La noche del cazador, la película que vi mientras trece millones de españoles seguían el clímax vital de una chica de Granada. A los veinte minutos se le hizo tarde. "¿Quieres que te acompañe a casa?". "No, no te molestes". "¿Qué has hecho?", preguntaba mi amigo el pajas, "si la tenías a punto". "Hay momentos en los que hay que portarse como un hombre. Estoy muy orgulloso de mí mismo". "Y no podías haber dejado la dignidad para el lunes". Lo pensé dos minutos y empecé a hacer pucheros.

Le regalé una rosa a Henar. Sentados en el cesped de la Iglesia me explicaba que siempre había estado enamorada de mí, que en el interior de los sobres que me mandaba escribía en pequeño "TQ". Se acercó y me metió la lengua hasta el fondo. Me aparté y le expliqué que no quería hacerle eso a mi novia. "Pero si hace diez minutos estabas intentando enrollarte con mi amiga". "¿Yo?". Hubo un silencio incómodo. "¿Me invitas a un bocata de lomo?", dije. Se levantó furiosa y se fue hacia su casa, creo que me llamó gilipollas o anormal. "¡Que mañana te lo devuelvo!", le grité.