martes, 28 de enero de 2003

Esta mañana me han tocado mucho el culo. Había que meter el archivo, que llevaba tres meses en cajas, en las estanterías nuevas. Y nos hemos puesto todos a ello con alegría. Había estiramientos, agachadas, escorzos y culos subidos en sillas, culos a la altura de la cintura, culos que se chocaban, culos por aquí y por allá. A mí también me apetecía, es más, he tenido que sujetarme la mano un par de veces, porque sólo faltaba, con la fama que tengo. A mí los culos estéticamente no me dicen nada, pero al tacto, pues sí.
-A ver, organización, es la tercera vez que me tocais el culo.
Palmadas, patadas, restriegues. Incluso una compañera me ha abrazado con la mano sostenidamente en el trasero justo cuando pasaba una de las dos chicas de la redacción de al lado con cualidades de semidiosas. Para cuando he decidido pasar al contrataque ya se había terminado la mudanza. Será que me estoy haciendo bueno. O lento. Bueno, no, que ya lo era.
Lo que ha venido luego ha sido un concierto de estornudos y una sinfonía de sarpullidos que ha demostrado que no hay nadie en esta redacción que no tenga alergia al polvo.
A las cuatro he comido con mi redactor jefe, y por fin le he pagado los padrones, los pinchos morunos y las cañas que le debía de las tres apuestas consecutivas que perdí. A que llego toda la semana antes de las diez. A que no. A que tengo los dos reportajes terminados el jueves. A que no. A que tardo hora y media en acabar esto. A que no. Dice que él sólo apuesta sobre seguro.
La tarde ha sido tranquila, el que más cajas tenía para colocar era yo, porque como soy un sentimental me traje conmigo todo lo que tenía en los dos armarios del despacho. Entrevistas que hice en la antigüedad, reportajes cercados por el tiempo amarillo, vasos con posos fosilizados, un ejemplar del fanzine “jo, tía!”, algunos Víboras, un pantalón, direcciones de gente de países lejanos a la que nunca escribí y juguetes del Burger King para mi sobrina. Ahora sólo tengo una mesa pequeñaja y un cachín de armario, pero como soy un sentimental he vuelto a dejarlo todo por ahí, en los alrededores de mi sitio, y mañana no podré poner el pie por ahí. Ni mis compañeros. Pero da tanta pena seleccionar qué tirar. Y tanto trabajo.

Al final me he ido a una rueda de prensa de una cosa oficial en la que los que la daban han dejado bien clarito que tenían menos ganas de estar ahí que nadie. Han presentado su nuevo proyecto casi sin palabras, sólo con unos vídeos con fondo de gaitas y muchas imágenes de lado, iglesias, parques, trenes. Uno de los documentales hablaba de las actividades que tenían preparadas para el 2000, el último año que trabajaron, al parecer. Al final han dicho que si alguien tenía alguna pregunta..., pero que si no, no pasaba nada, que ponían las firmitas y ya está, a casa con las dietas. El que al parecer era el único periodista que había entre los palmeros y la clá (ah, bueno, también estaba yo) ha levantado la mano para señalar que él sí que tenía muchas preguntas, todas las del mundo, pero que se conformaba con saber qué era lo que habían presentado, que presupuesto tenían para ese qué y en qué se lo iban a gastar. Detalles, detalles, qué gente tan tiquismiquis y tan desagradable.
Con el canapé he tratado de comunicarme con unas rubias que debían de ser primas de los de la presentación.
-Hola.
-Hola. Somos de la revista XX, de publicidad.
-Ah, no sé si me suena. Yo, de Tal. ¿Y vais a ir al SuperEvento?
-Sí, claro.
-Pues os pegareis una paliza.
-¿Por?
-Bueno, porque allí vosotros trabajais un montón.
-Bueno, no sé exactamente que cifras facturais vosotros, pero en nuestra revista...
(niña, relájate, que tienes veinte añitos, anda)
-No, si me refiero a los de publicidad, que trabajais más que los redactores.
-¿Por?
-Bueno, nosotros sólo cogemos folletos y vosotros vais de un lado para otro con vuestros chanchullos...
-¿Con qué?
-Que vais a hacer negocios, es otra cosa...
-Bueno, cada uno tiene su tarea...
Ay, me rindo. Desde luego ya no se me olvida: ni una rueda de prensa más. Sólo presentaciones, cenas, cócteles y verbenas.

Luego he hablado con una chica que me gusta (eufemismo). Y me he sentido aéreo, y me daba igual y le he dicho “mira, me da igual, yo te lo tengo que decir” y ella, ay, no. Y luego le he mandado un mensaje tontísimo. Voy cantando solo por la calle Y me he enterado de que, al parecer, cuando me interesa (eufemismo II) así, de esta manera nueva, una chica, lo que trato por encima de todo es de que ella se de cuenta cuanto antes no de que me motiva (eufemismo III), sino de que soy idiota. Veo muchas probabilidades de hacer el pino o cantarla una canción la próxima vez que la vea. Pero bueno, la sensación es como de mucho oxígeno. Mucho mucho.

Y para terminar el día me he comprado un libro de Noel Clarasó, el autor de Pigmalión 1950, de la que tenía tantas frases lema apuntadas en la carpeta del cole. Yo escogí la soledad de La novela del sábado. Precio de este ejemplar: ptas. 6. Era antiguo, porque está en pesetas, porque tiene las hojas amarillas y porque termina las frases con expresiones como ¡ole! Y yo que lo recordaba gracioso a la vez que profundo y dramático y vitalista. Sólo sigue siendo esto último, que tampoco está mal. Habrá que renovar lecturas. A ver cuándo meto mano por fin a la biblioteca de bob.

También he hablado con Silvia, que ha vuelto ya del desierto y me ha pedido un par de favores y me ha escrito “te lo recompensaré”. Le he dicho que iba a hacer todo lo que me ha pedido, pero porque no era tan buen chico como para olvidarme de esa línea de su email. Ha dicho que qué bien, que ya pensaremos algo. “Ya está todo pensado”. Y es que está todo pensando. La idea es enrollarme un poco con ella para arreglar la mentirijilla que le dije el otro día a Noe. Pero sólo un poquito. Suena absurdo, pero porque es absurdo.

Luego están las brujas, que siguen sorprendiéndome, eso hay que reconocérselo. Pero me da igual. Tengo muchos recursos. Puedo salir desnudo al pasillo y saludarlas con una sonrisa profidén. O cantar en la ducha. Mucho. O traerme a algún nuevo amiguito pastillero. O al perro de almu, .

almu, quien, por cierto, tiene unos ojos increiiiibles. Muy grandes. La verdad es que no puedo decir nada malo de almu. O sea, que no puedo. Porque mientras que ella me contaba las cosas de su asombrosa existencia, yo le hice una antología de las anécdotas de mi vida que más me comprometen y avergüenzan. Así que cuando se iba me prohibió hablar mal de ella en el diario (“bueno, ya veré”) y como se ve que no se fiaba me chantajeó. Pero no un chantaje emocional, anda no lo hagas, no no, un auténtico chantaje Chicago años 30. “Mira, como hables mal de mí, cuento esto, esto y esto”. Caray con almudena.
Tuvimos un par de reconocibles momentos vyf . Por ejemplo cuando en el Café Doré paró la música justo en el momento en el que yo pronunciaba la frase “¡¡¡y tuvimos un rollito sado maso!!!”. Pero berreando. Luego, en el taxi, después de haber quedado más o menos estupendamente toda la noche mientras repetía en voz baja “tengo que ser bueno, tengo que ser bueno...” tuve (¡tuvimos!) un pequeño error de coordenadas a la hora del beso de despedida. Pero que, tal como iba, lo mismo me podía haber dado de morros contra la ventanilla. Aunque claro, eso me apetecía menos.
Y le preguntamos por un bar a una chica que nos contestó con otra pregunta (“¿tú tendrías una amiga con un abrigo de foquilla?”). Pues nunca lo había pensado.
Y un tipo (¿o era una tipa?) nos traspasó su energía positiva tocándonos el hombro y luego, descalzo por el bar hacía unas bonitas figuras con los pies en alto.
-Mira –le dije a la camarera- eso es mucho más estético, y más social y más alegre, se te va a llenar el bar de alegría y la gente va a estar mucho más contenta y mucho más a gusto.
-Sí, sí, tienes razón- me contestó.
-¿De qué hablabais?- me preguntó almu.
-Nada, de que está pensando en dar chupitos.
Y luego advertí sus piernas. “No me había fijado en tus piernas”. Bueno, era mentira.
Y todas esas cosas tontas.
Así que, si después de aquélla noche vuelve a quedar conmigo, la culpa es suya.

No hay comentarios: