sábado, 4 de enero de 2003

Estaba claro que con Marta no, que un tipo con este historial, un elemento que ha bailado jotas segovianas en Coca, que ha ganado un reloj en el concurso de poesía de su pueblo, que se lo gastaba todo al póquer en la cafetería de la universidad mientras desayunaba un sol y sombra bien cargado de anís, que leía a Góngora en un pinar de su pueblo, después de bajar la cuesta de la Pio ja en una destartalada bicicleta sintiendo, feliz, el viento en la cara, un chavo que se sentaba a ver el atardecer sobre el páramo castellano mientras escuchaba a un paisano contándole lo buenas que eran las canciones de Jorge Negrete, un pollo que se pasó la pre adolescencia haciendo de acomodador en el cine de su padre, robando botellines vacíos para revenderlos, descubriendo el sexo en recortes de Interviú o en la vecina que tomaba el sol en el césped de la piscina de la urbanización, un chico que empezó a fumar hace un par de años, que descubrió las drogas en el 2001, que tiene una fijación estúpida con las peluqueras, que juega con los niños y huye de los perros, que llora con algunas poesías, un cafre que quemaba moscas en el horno de leña de la señora P atro, que le rompió la nariz al presunto rico del pueblo que le había robado al amor de sus diecisiete, que, antes de ser apaleado, insultaba a los tipos que venían en manada a provocarle porque les caía mal, un pardillo que aún se emociona cuando una chica nueva le baja los calzoncillos despacito y le pregunta ¿puedo?, que confunde el amor con cualquier otra cosa relacionada con la acumulación de sangre en un punto que no sé, que iguala unos ojos cualesquiera y su cosa blancuzca con la idea platónica de la belleza, la verdad, la virtud... alguien así, con todo su mestizaje desfasado, no tenía mucho que hacer con una enamorada de lo nuevo, siempre reiniciando desde el mismo punto. Estaba claro que ella se iba a quedar con el tipo del pendiente. Lo que no era tan evidente al principio es que fuera a preferir antes al otro y antes al otro y antes a cualquier otro. Vaya. Pintan bastos en virgenfuriosilandia.
Lo que pasa es que no sé, que soy transparente, que soy incapaz para la sofisticación y el artificio, que no debería pertenecer ni al club en el que me han admitido como miembro por error. Porque no podría ser mod, ni rocker, como quise justo cuando volví de la peluquería con ese tupé clavadito al de Elvis, justo antes de que mi madre me metiera la cabeza debajo de la ducha. Ni neoliberal, ni grunge, ni de esta tribu de periodistas, ni de los jóvenes escritores triperos (y eso que en teoría eso debería dárseme bien: congresos y subvenciones), ni de mi grupo de amigos, ordenados, reposados, cómodos, incluso los que se creen transgresores. Ni de mi casa, ni de mi cuerpo, ni de mi mente. Estoy fuera. Expulsado del paraíso. Non grato en el purgatorio. Aburrido para el infierno. También soy demasiado siglo XX y un poco siglo XIX y una pizca del XVII. Ya es tarde, ya no puedo, no puedo ser un objeto de consumo. Con lo que me gustaría. Hasta siempre Martita, no hay nada que yo pueda hacer. Me molaban tus piernas y tus medias de rejilla. Te habría mordido.
Menos mal que mañana voy a Bilbao, menos mal que he quedado con la hermana de mi amigo. No todo está perdido, quizá me pida otra vez que la atice, como cuando estábamos en la cama de la peluquería de mi ex y me daba patadas para que la sacudiera. Aunque yo me conformaría con un poco de sol o de chirimiri para hacer la fotosíntesis, con recorrerme la noche bilbaína con provecho y escribir otra vez un texto que arranque una sonrisa o boquiabra un momento a mi redactor jefe. Sólo eso. Saber que tengo la palabra exacta. Mínima, nada espectacular, pero ajustada.
O quizás me compre unos libros viejos en la Plaza Nueva de Bilbao y les pinte un ex libris con una fecha de después del 2000 y una frase que escribió Baudelaire en el 1800. Hay que ser sublime sin interrupción.

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