miércoles, 19 de noviembre de 2003

QUERIDA MISS STUART:

Sólo un apunte. Recuerdo una tarde de verano en la que revolviendo entre los trastos del Brideshead de mi amigo Jorge sacamos una cesta de picnic y un gramófono. De los discos, seleccionamos uno de Carusso (¿o era una foto amarillenta?) y Reloj, no marques las horas. Quemé un corcho y me pinté unos bigotes en espiral. Cantamos a gritos, esquivando la luz oblicua del atardecer castellano en el último piso de lo que fuera el ala de la servidumbre, sobre las caballerizas. Luego hubo que aguantar preguntas sobre ese bigote toda la noche. En realidad estábamos haciendo la mudanza de aquella casa para siempre. Después de cuatro siglos. Supongo que se merecía una despedida como esa y no llantos de cerillera.
"Los días malos terminan, casi tan deprisa como los días buenos, pero de ellos, de los malos, nunca me queda recuerdo", dices. De los días malos nunca me queda recuerdo en este blog.

Para una vez que lo intento hacer sin perder la dignidad... Dejé cuidadosamente las cosas de Madame de Merteuil en el pasillo, su camisa, su jersey, su aparatosa caja de pinturas de los cincuenta, su sujetador, su cajita de música que toca As time goes by. Sobre ellas la nota: "Deja las llaves en la mesa, por favor". Supongo que cuando uno hace eso es para fastidiar, para que escueza como poco un poquito. Pero ella andaba algo ocupada esos días y mandó a su compañera de piso a por una mesita que se había dejado y no apareció a por sus cosas. Así que el que veía la nota todas las noches era yo y me sentía un poco tonto. Pero sucedió que, a la mitad de la semana, Pilar, la encantadora señora que se pelea todas las semanas contra mi ex caótica habitación, se encontró la nota y no supo si dejar las llaves, si llamarnos, si irse, si estaba despedida...

Hoy he visto una cola que daba la vuelta a la manzana para comprar lotería en Doña Manolita. Pensaba que me iba a tocar a mí, pero veo que la gente está loca y que hay demasiada competencia. De esto se puede sacar una moraleja, que siempre es bonito: si tienes que apartar tentáculos y alas para llegar hasta la chica del bar, no insistas.

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