viernes, 3 de enero de 2003

Vuelve uno de las vacaciones un poco... iba a poner deprimidillo, pero resacoso es más exacto. La nochevieja terminó a las cuatro de la tarde del uno de enero y siguió con un bonito viaje infernal en tren. Así que después de todos mis buenos propósitos, me levanto a las once y media. Coño, las once y media. Y me voy a trabajar sin ducharme ni afeitarme ni despertarme. Me han dejado una lista de tres folios con las cosas que tengo que hacer durante las vacaciones de los demás. Creo que voy a contestar el correo. Email de Ana la Cocainómana: "Del día tal al día tal no estaré en la oficina, contactar con mi compañera XX" (XX, vaya nombre que le pusieron sus papás). Mi neurona legañosa se abre paso entre toda ese material de despojo que debo de tener dentro del cráneo, y decide que eso ha sido un intento de comunicación, un año después. Contesto. "Feliz 2003 para ti también. besos". Al minuto me llega un correo de Ana que dice: "Del día tal al día tal no estaré en la oficina, contactar con mi compañera XX". Vale, era su mensajeador automático y no ella quien me escribió. Cuando llegue y encuentre mi email se reafirmará en la idea de que soy gilipollas. Encima dándole argumentos. Abro el número de este mes. Una mierda, una mierda, una mierda, una mierda. Bien, escribí cuatro mierdas una detrás de otra. Genial. Llamo a Silvia. Le había dicho que no podía comer con ella porque quería recoger mi habitación al mediodía (ja), pero creo que ahora es más urgente lo de cogerme un pedo vespertino y reirme un rato de mí mismo. Vamos al restaurante al que llevo a todas mis visitas. Con el menú del día nos ponen un Rioja reserva del 95, qué majos. Y no es vinagre. Nos ventilamos la botella. Una copita de anís del Mono. Otra de Marie Brizard en otro bar. Hablamos de amor y casi llora, hablamos de amigos y casi llora, hablamos de trabajo y casi llora. Le acompaño hasta el taxi dando tumbos. Me besa en la esquina de los labios, mala puntería, me he movido mucho. Me pillo una cerveza en la máquina. Trabajo un rato. Quedo con Z. Me despisto y en vez de esperarla en la máquina del café me quedo en mi sitio, así que todos la miran y todos cotillean. Desde que nos enrollamos ha tenido cuatro viajes y un catarro y medio, así que casi sólo nos vemos en los pasillos. Reímos. Quedamos en ir a cenar juntos cuando vuelva, para celebrar que he terminado mi libro. ¿Sigue pendiente el viaje al Caribe? Sí, claro. Ella se encarga. Le pregunto que si se ha hecho algo en el pelo, que está muy guapa. Me dice que no. Pues entonces estás tan guapa como entonces. Tú también estás guapo. Le pregunto si lleva una de sus camisetas. Se sube el jersey y me la enseña, es la de cuando la conocí, de la que hablamos en nuestra primera conversación. Entonces y ahora sigo hipnotizado, pensando en lo bien rellenada que está esa camiseta, pero sólo me atrevo a hablar del diseño. Ahora además tengo un recuerdo brutal que me tensa las manos. Mantiene el jersey alzado mucho más tiempo de lo adecuado. Mantengo las manos más inmóviles de lo que me gustaría. En la puerta del ascensor le cuento que le he hablado a un amigo de ella, y que me dice que no son normales tantos viajes, que a ver si va a ser que no me quiere ver. Hablamos luego por teléfono y me dice que le explique a mi amigo que... Vale. Me voy al cine. En ninguno echan nada bueno. Ah, sí, en el Princesa están reunidas todas las pelis que quiero ver. Me duermo en un taxi y se me pasa un poco la cogorza. Con una botella de agua en el bolsillo del pantalón y una coca cola del Mc Donalds con pajita y todo asomándome por la cazadora (hay que combatir la resaca temprana) pido una entrada para El traje.Voy a pagarla y la taquillera me dice "no, déjalo". Sin siquiera un gesto de sorpresa doy las gracias y entro.
¿Os había dicho ya que me encanta el Madrid oceánico? Semper eadem. Siempre la misma y siempre renovada.