miércoles, 8 de enero de 2003

Delante de mí hay un inmigrante con una toalla. Pensión Serantes, 12 euros la habitación doble. Sin ventana, eso sí. Un único baño. Y como se me ha olvidado el gel, me tendré que duchar con el jabon de las manos. Y como se me ha olvidado la toalla, me tendré que secar con esa miniatura robada en un hotel de Mallorca que me ha ofrecido gentilmente el servicio de habitaciones. Las camas son plegables. No hay bombilla en el techo, pero hay una lámpara. Todo cruje. Una bonita decoración de baúles antiguos, alfombras años 50 y suelo de madera que le hace los graves a la cama. Bueno, a lo mejor no es cosa del decorador, igual es que la alfombra y los baúles y todo lo demás lleva aquí varias décadas. Cuando estuve alojado un mes en este establecimiento, mientras buscaba piso, hace cosa de 6 ó 7 años, no me pareció tan sórdido. Se me hacía divertido, con el punki alemán antifascista con el que me iba de copas, los australianos que estaban esperando sus bicicletas para empezar el Camino de Santiago, la asombrosa orquesta rusa que tocaba en el Arriaga. Habían conseguido repartirse, los quince, entre tres habitaciones. Y sobre todo, con esos gémidos nocturnos, tan intensos, tan estruendosos la noche aquélla desde la habitación de al lado... Fue fantástico ver salir a dos jovencitas inglesas con sus mochilas. Os aseguro que las de Tatu os dejarían refrigerados a su lado. Francamente, siempre me ha parecido una memez sentir morbo por las chicas a las que les gustan las chicas, tan poco práctico. Pero es inevitable después de un concierto gutural de horas y horas. Mucho mejor que los ensayos de los quince músicos. Al menos una de ellas tocaba con mucha más maestría, eso seguro.
Pero bueno, ahora ya es otra cosa, son inmigrantes negros buscándose la vida en su día libre. Y no me dan conversación y yo tengo mucha prisa. Y nadie gime. Me voy a comer un bocata. Solo. Porque he marcado tres veces mal la clave del móvil y se me ha ido al carajo. Ahora, tarde, me acuerdo del código pin, pero sólo me pide el maldito pon. Creo que Bilbao no es la ciudad ideal para que la pasee solo, hay un recuerdo traicionero agazapado en cada esquina. En los letreros de los cafés. En un jardincillo. En la orilla de la ría donde veíamos a las gaviotas sobrevolar nuestro coche mientras la leía mi último cuento. En el metro de los últimos días. En el puto Burger King. Así que me meto en el cine a ver lo que echen. Quién me lo iba a decir, vuelvo a Bilbao y me meto en el cine. ¿Dónde están mis amigos? ¿Ni siquiera me apetece pasear por la ciudad que más noches me he pateado? Echan la de 007, pero bien, porque me compro un montón de marranadas y me las como y me quedo dormido enseguida y salgo con una sensación agradable, más descansado. Preparado para la noche en la que "que sueñes con los angelitos y que no te piquen los bichitos" pasará de ser una frase tonta a lo que le he pedido a los reyes.


Por qué será que me acuerdo ahora de dónde estaba yo el año pasado, más o menos por estas fechas. Era una ciudad balneario que ya utilizaban los romanos como centro de vacaciones. Señorial, cara, pulcra. Estaba alojado en un gran hotel europeo, un cinco estrellas, supongo, y me habían dado una suite con el nombre de un lord, una cama enorme, una tele de pantalla plana, un dvd, unas vistas a un jardín inglés con una arquitectura de veinte siglos, fuentes, su pequeño laberinto. Cené en el restaurante del hotel. Cocina de autor, una torre coronada por un champiñón gigante y en cada capa una delicatessen y una salsa. Una de las noches me acompañó un ratito en mi habitación la guía turística con las (con perdón) tetas más extensas (grandes es insuficiente) que he tenido y tendré nunca en mis manitas. "Yo esto no lo hago nunca", insistía. "Mejor, porque como te venga una excursión de japoneses..." Ay, las enamoradas de Neruda, cómo son de soñadoras. Y luego a visitar palacios, mueos, termas, catedrales altas y distinguidas. A comer con los simpáticos representantes locales a los que no entendía ni jota. A mandarle mensajes a Ana la Multiorgásmica. Siempre que voy a Inglaterra me lío con una Ana. Siempre que vuelvo, me la encuentro desenamorada.

Yo el contraste lo veo con diáfana claridad, no sé vosotros. Puñetera crisis. En fin, si no quereis que esto vuelva a pasar, por favor: sed solidarios y COMPRAD REVISTAS. Cinco Estrellas, sí. Pensión Serantes, no. Nunca Mais.

(para que luego digan que mis posts no tienen moraleja)