miércoles, 22 de enero de 2003

Es probable que las brujas me hayan visto el trasero (momentos VyF)

Uno de los momentos cumbre de mi comida de hoy ha sido cuando ha llegado la hora de sentarse y nos han dado la carpeta con la información y nos han soltado el rollo a cambio del que nos daban el rancho. Todos han sacado diligentemente el boli del bolsillo, menos yo, que no había llevado. Cagada. Parece una bobada, pero si todos a tu alrededor escriben tu no sabes qué hacer con las manos. Y terminas mirando al orate cogiéndote la barbilla con la izquierda y el codo de la izquierda con la derecha. Pose de poeta. Y mientras, él se dirige sólo a ti, porque los demás han conseguido esquivar sus ojos haciendo como que se lo apuntan. Como en el cole. Parece que te agradece el interés y tú asientes, cabeceando como una vaca. En realidad estás intentando sacarle al espagueti un parecido con algún cómico italiano para concluir que se asemeja al idiota de la cena de los idiotas más que a nadie. Con perdón, claro, era un tipo diligente. La de prensa también te mira. Tus compañeros de mesa te observan de reojo, mientras escriben en sus libretas datos idénticos a los que vienen en el kit de prensa. Y yo lo que quería era hacer lo mismo que ellos, lo juro. Eso es un momento VyF.

El otro día Fer me escribió este mensaje: “Esta tarde he tenido un momento VyF cuando al sacar la cartera se m ha caído un condón delante d la gente de clase. Cuídate”.

Una semana después el redactor jefe me dijo: “el otro día me acordé mucho de ti. Tuve un momento VyF. Me pasé toda la noche llamando a la nueva novia de mi amigo N con el nombre de la antigua. Hasta que otra amiga se puso detrás de ella a hacerme todo tipo de gestos de que no”.

Cuando escribí el último post, tenía sólo esa media hora porque quería llegar al videoclub. Igual no le pasa a nadie, igual lo hacéis en la FNAC, o en el Carrefour, o en la biblioteca, pero a mí a menudo me motiva el videoclub para empezar juegos de miradas: carreritas, corre corre que te pillo, el esconderite, la oca erótica. Había una chica. Y yo me he paseado lánguidamente -aunque borracho- entre ella y los dvds, buceando disimuladamente entre su selección, coincidiendo con sus ojos fugazmente, acariciando los lomos de Kandahar, Amores Perros, sosteniendo con firmeza Alta Fidelidad (que, no obstante, sube el nivel de las últimas mierdas que he alquilado, Vanilla Sky o The Mexican). Luego he ido a pagar y he dejado sobre el mostrador la revista femenina que llevaba a casa como parte de mi campaña para congraciarme con las brujas y pasar sin demasiados contratiempos el mes y medio que me queda en el piso. El dependiente se ha quedado mirándolo para fisgar el nombre de la revista en la que trabajo, escrito junto al mío en una etiqueta sobre un anuncio de Chanel en el que salían un perro y una dama. Le he pillado.
-¡Qué perro más bonito!-ha disimulado.
-Sí bueno, pero...
-Sí, claro, la chica tampoco está mal.
-Mejor que el perro.
-Sí. La foto es bonita.
-Sí, ¡entre el perro y la perraca...! JUA, JUA.
He mirado de reojo, y un paso por detrás de mí estaba la chica del escondite, horrorizada. Daba igual lo que dijera entonces, yo que tantos hombres he sido nunca seré aquél en cuyos brazos desfallecía la chica del videoclub. He salido tapándome literalmente la cara. Lo sé, lo sé. A nadie le da tanta vergüenza que sea así como a mí.

Por fin en casa. No sé qué coño estuve haciendo durante las noches del fin de semana con mi fashionable pijama de cuadritos de Caprabo, pero me he cargado la goma del pantalón. Hoy se ha deslizado grácilmente hasta mis tobillos justo cuando atravesaba el pasillo.


NOTA: El termino perraca me lo ha contagiado el simpático de Fire, juraría. Nunca le estaré suficientemente agradecido, es un filántropo, un invaluable transmisor de cultura, la muy puta.