miércoles, 29 de enero de 2003

(¿Cómo hablar?
Si cada parte de mi mente es tuya,
Si no encuentro la palabra exacta
¿Cómo hablar?
¿Cómo decirte?
Que me has ganado muy poquito a poco
Tú que llegaste por casualidad.)

-Tienes muy buen color.
-Pues me ha dicho Mamen que tengo mala cara. Estoy fatal, me voy a ir a casa de lo mala que estoy.
-Pero bueno, mujer, si estás morena. ¿Dónde has estado de vacaciones?
-¿Morena? Ah, sí. Es artificial.
Vaya. La cena no tenía tan mala pinta como yo sospechaba, pero eso no quería decir que prometiera otra cosa que disgustos. Todo lleno de marujas y cacatúas. Me recoge la tarjeta una chica de la oficina, lo más parecido a Ivonne Reyes que me ha rozado nunca los dedos. Y con una sonrisa de aquí a aquí. Luego, me pongo al fondo, en la penumbra, en la fila de los malos, y la veo avanzar hacia la pantalla de video con el tanga negro evidenciándose sin pudor sobre el pantalón blanco que sólo ha podido encasquetarse cuando tenía una talla (aún) menos. Es modelo, es inocente. “Te puedo presentar al director de una revista para hombres”. “¿Pero para que me van a querer a mí en una revista de hombres?”. “No es de hombres, es para hombres”. “Pues eso”. “No. A ver, la compran hombres, pero salen chicas”. “Ah, entonces sí. Bueno, no, que yo soy decente”. No es tonta, es inocente. Practicamente inconsciente.
Nos han colocado por nombres en la mesa, a mi izquierda hay uno de chica, a mi derecha otro. Voy al baño y hablo con Dios. “Ya sabes que soy ateo, pero colócame al lado de esa chica, anda”. Y pienso que, si pasa, lo tengo que contar en el blog. Voy hacia mi sitio. A mi izquierda está una veterana, a mi derecha, su abuela. Con un escotazo. Mira, ya está, tómatelo bien, no todo puede salir. Dios no existe.
Encima no me entiendo con ellas. Habría que dar un salto generacional, y llevo yo un día como para atletismos. Se acerca Mamen. “¡Hola!, no te había visto. Que Beatriz se ha ido, así que si quieres te puedes poner a mi lado antes de que quiten el cubierto”. “Oye, ¿no te pareceré muy maleducado si me voy con esta chica”. “No, no, no te preocupes”. “Pero luego te vengo a ver, ¿eh? adios, adios”.
“Siéntate aquí”, me dice Mamen. “¿Aquí?”. Sí, aquí, entre Pivonne y ella.
Cuando llegue el día de mi juicio final, Dios me colocará sobre sus rodillas.
-Tú no creías en mí, ¿verdad, hijo?
-Pueeeees.... desde los 13 años, no mucho.
-Jeje, que gracia me hace este jodío chaval.
-Sí, ya lo había notado.
-Anda, anda... pasa, y que no se entere Judas.