jueves, 30 de enero de 2003

Mi vida como una gamba
Todo el día de cóctel en cóctel. Y mañana más. Mucho más. He llegado a la hora que he llegado y luego los trucos tontos de siempre que ya nadie se cree. He metido el abrigo en una bolsa de plástico para que pareciera que llevaba horas allí. Pero mi cara de culpabilidad me delata. Mi redactor jefe ha vuelto a pronunciar otra frase definitiva. Silvia me defendía. “Ay, pobrecito, que le cargais de trabajo”. “¿Este? Este
lo único que carga es el peso de la culpa. Y nada más”.

Por la tarde he tenido una llamada, justo la que quería, y me he empeñado en que me nominaran lo que yo tampoco quiero pronunciar. ¿Para qué colgué el poema, si luego soy yo mismo el que me olvido del principio número uno? Para empezar no darle nombre propio. Pero es que lo que me pide el cuerpo es oirlo. Oirlo una vez y otra vez*. Justo en el mejor momento de la conversación ha llegado Silvia y hemos caminado hacia la salida concentrados los tres en el teléfono. Me he tenido que callar, justo cuando debería haber dicho más. Pero cómo sin dar explicaciones. Luego no había saldo, no había oportunidad, no había una pequeña tregua en mi caos doméstico, un ratito en el que la ley de Murphy detuviera su paseo sobre mis cosas cotidianas para permitir que todo funcionara como debía, por una vez. No importa, todo está bien y ya sé lo que tengo que hacer: disfrutar con la intemperie, sin techo, abrirme la camisa para que el huracán o las brisas que quieran venir me traspasen.

Luego he acercado a Silvia a casa en un taxi, y en la despedida me ha abrazado y la he besado en el ojo y me ha besado cerca de los labios y la he abrazado y me ha acariciado el pecho y ha suspirado y me ha dado un beso en los morritos. Puf. Eso me pasa por jugar. Mañana le cuento a Noe que soy un trolero y que no me he liado con ella y ya está.

La cena fue orrible. Hora y media de discursos. Los de los pueblos es que no tienen medida. Vienen a Madrid a presentar no se qué y quieren hablar todos. Yo estoy a favor de que se gasten el presupuesto sin ética, pero sin educación, pues no (© bob). Había dos parejas delante de mí, la pareja cutre y la pareja notas. Los notas iban (él y ella) con rayas verticales, lo que me ha hecho plantearme el abandono de mi vestuario último. Excepto los calcetines, que seguiré lavando por las noches para ponérmelos todos los días hasta que se me salgan cuatro dedos por el agujero. Aunque no sé, porque entonces me sentiré aún más ligero con ellos. Los chistes eran del pelo “no tengo nada contra los negros, lo mismo me da un blanco que un puto negro, jajaja” o “era un poco raro, o sea que era maricón. Bueno, no he dicho nada malo, es como el que es manco, que es un poco raro porque le falta un brazo, jajaja”. Y encima me miraba como buscando aprobación. Creo que hubiera sido el momento de abordar la problemática de la coprofagía, un tema que siempre me ha hecho ilusión poner sobre la mesa pero para el que nunca había tenido un foro tan adecuado como el de hoy. Yo me he sentado ahí por la informática de mi derecha, que era distinta, tenía esa inocencia de quienes no van nunca a estos saraos y no saben que hay que ser falso o serio o profesional o profesionalmente graciosete. Me miraba para ver cómo se usaba la pala de pescado, pero a buena parte ha ido. Mira que llevo cenas y comidas a mis espaldas, pero siempre encuentro un modo nuevo y creativo de sostenerla, hoy tocaba modo puñal para picotear sobre los langostinos, ligeramente mal descongelados. Me he largado con el segundo plato a medias.

Antes había llamado a M@. “¿Qué tal estás?”, me ha preguntado. “Bien, como siempre. ¿Y tú?”. “Bien, bien, bueno, ¿qué tal?”. “Pues... ahora esperando para entrar en una cena y con mucho trabajo y eso. ¿Y tú? ¿Te ibas a dormir?”. “No, estaba viendo la tele... pero bueno, cuéntame, ¿y tú?”. “A ver, M@, que te llame no quiere decir necesariamente que me pase NADA...”. Le he dado el recado de bob y me ha convencido para ir la semana que viene a hacerme la prueba del VIH. Es que soy un vurro. Siempre que una chica me pedía que me quitara el condón pensaba: “está loca”. Hasta que me di cuenta de que el loco era yo. “Pues tengo una sustitución, y te podías pasar a hacerte un análisis”. “¿Un análisis del VIH?”. “No, si, bueno, de lo que sea, de más cosas...” “Que sí, que vale, que me escapo un rato del cole y me paso”. “No, nada de escaparse, si es a las ocho de la mañana”. “Coño, pero teniendo enchufe podré ir a la hora que quiera...”. “¡NO!. Esa es la hora de las extracciones. Mira, tú verás...” “Vaaaale, la semana que viene, un día a las ocho”.
Luego me he comprado una cocacola sin cafeína y El Víbora y he llamado a bob para decirle que ya había dado su recado. Ha cogido el teléfono preguntando algo así como que dónde estaba, qué me pasaba y en qué jaleo me había metido ahora. Últimamente me vengo sintiendo pelín quinceañero, pero es que esto empieza a recordarme a la preadolescencia, cuando tenía que explicar continuamente que YA era mayor. Mis hermanos me llamaban Calimero.


*(hay una cosa que te quiero decir
que es importante al menos para mí
toda la noche estuve sin dormir
porque una frase de tu boca quiero escuchar...
aunque parezca tonto voy a pedirte
que me lo repitas una vez y otra vez)