miércoles, 25 de junio de 2003

Instalado en Segovia
Instalado en Segovia, la primera noche me superó. Parece ser que até mal a las niñas y Cande se tiró al suelo desde el sillón, con sillita y todo, previo rebote con la cabeza contra la mesa. Dos veces. Oli lloraba sin parar y lanzaba el chupete debajo de los muebles como una pelotari. Yo no sabía qué era lo que querían. Carolina, cinco años, decidió combatir el caos por su cuenta yéndose a la cama ella sola, a pesar de que había puesto Noche de fiesta, lo que ella quería, y salía la parte de Avelino, la que prefiere. A la una de la mañana del sábado estaban dando botes, meneando la cabeza, tirándose al suelo, llorando ahora Oli, ahora Cande, practicando el lanzamiento de objetos. Mucho mucho mucho más despiertas que yo.
Cuando llegaron mi hermano y mi cuñada se encontraron el salón como un campo de batalla, la tele a todo volumen, todos los muebles movidos, restos de la cena, juguetes dispersos por todas partes y yo dormido y vestido en su habitación, dándole la mano a Oli. Caro contaba a la mañana siguiente que se tuvo que tapar las orejas con las manos para poder dormir. Qué pulmones, dios mío. La última vez fue parecido, sólo que me encontraron con una niña berreando a cada lado y yo en medio, dormido como si hubiese extraviado el Whisper XL
.
Así que, cuando he dicho que me habían ofrecido un par de habitaciones en Madrid y que probablemente volvería la semana que viene, se han quedado un pelín desolados (“qué desastre, nadie se quiere quedar con nosotros”) y me han enumerado las ventajas de Segovia: ropa planchada, cena preparada cuando llegue, ratos con las niñas (¿y la ventaja?) y que en el autobús se puede leer bien. La Sepulvedana tiene hasta luz por la noche. Bueno, veremos qué tal se me da la semana. Hoy, además, ha venido mi hermano el de Madrid con los dos niños y mi cuñada A. Cinco niños, cuatro adultos y lo que quedaba de mí. Yo les miraba un poco alucinado, todos gritando a la vez, todos queriendo llamar la atención, uno que no quiere comer, la otra que se enfada porque no le retiran el plato inmediatamente, las pequeñas que se turnan para llorar, y el último, que ha vomitado sobre la tapicería de cuero del Jaguar justo un minuto antes de llegar a destino, parece que tiene gastroenteritis. Detrás de nosotros comía Pablo Carbonell, y he estado pensando en poner la oreja para contarlo en el blog, pero sólo oía palabras dispersas (Santiago Segura, póker, Kiko Veneno...) punteadas con berridos. La última vez que comí con tanto niño estaba Aparicio, el ex ministro, creo, y uno de mis sobrinos fue directo a meter la mano en su plato nada más llegar.

Yo no sé qué hacer para entretenerles, sobre todo cuando ya tienen en la mano unos garrotes que han sacado de nosedonde y amenazan la integridad de la vajilla y de mi cocorota alternativamente. Juntamos varias sillas y simulamos el descubrimiento de América. Utilizo lo que me queda de astucia después de la terrorífica noche del sábado y nombro a mi sobrino R, el hiperactivo, mascaron de proa, y al otro, timonel. Una tormenta, ¡¡¡tierra a la vista!!! ¡¡¡¡tierra a la vista!!! (ante el estupor del resto de los clientes), las conversaciones con los indígenas, R se pone muy serio cuando me concede una entrevista televisiva como capitán de la Santa María, les cuento la historia de nuestro tatarabuelo segoviano que viajó a América con Pizarro, motín a bordo, una visita a los vikingos, otro par de entrevistas y volvemos a España con las bodegas cargadas. ¿A que no sabeis lo que traían? Oro, plata, patatas, chocolate y tabaco, que lo descubrieron allí. Así que me voy a fumar un cigarrito. ¡¡¡No!!! Sí, piedad, merced.

La vuelta, diez en un coche, me recuerda a cuando íbamos al pueblo en verano, aunque aquello era un 600 y llegamos a caber doce, según cuentan los mayores. Luego les canto a las niñas una habanera “dulce es la caña/ pero más lo es tu voz/ que de amargura, que de amargura/ limpia mi corazón”. Antes dormía a Carolina con eso y aún antes a la innombrable, qué cosas. También tiro del romancero, con algunas canciones bastante escabrosas, sobre asesinatos pasionales y pactos con el demonio y la muerte. Me miran alucinadas, pero creo que sólo entienden que hay un tipo cantándoles, tienen ocho meses.

Caro me saca a recorrer toda la ciudad, nos sentamos a los pies del acueducto para oir a las comparsas. Hablamos de las supernenas, está aprendiendo a leer y me recita todos los letreros: telebanco, taller de joyería, restaurante Castilla. Paseamos la calle Real, el Tontódromo, la sede de la afición segoviana favorita: subir y bajar sin destino. A la mitad me doy cuenta de que mi sobrina preferida se esta restregando la cara contra la manga de mi cazadora de cuero.
-Pero nena, ¡pídeme un pañuelo! ¿Quieres uno?
-No.
No, claro, ya no.
Cada vez que ve a una niña de su clase se abre el abrigo con pretendido disimulo para que vean su traje de faralaes.
-No ha dicho nada del disfraz.
-Pues ha puesto cara de que le ha gustado.
Disfruto maleducándola y enseñándole canciones como la del pastor cabezudo que tiene las uñas negras de tanto rascarse el culo, y aliento especialmente las conductas transgresoras, pero insisto en que diga gracias y por favor, en que pida las cosas en otro tono, en que aprenda a respetar a los demás.

Nos hemos pegado una paliza, Carolina se caía cada 20 metros encima de mí y a mí sólo me sostenía en pie la ilusión de llegar a casa, comer algo y tumbarme.
-A ver quién es el primero de los dos que rueda por estas escaleras.
Y una madre jovencita, guapa y rubia se da la vuelta y me sonríe.
El sábado por la tarde mi cuñada Su me había sacado a dar una vuelta. Decía que con las mellizas en el coche doble iba a ligar mucho.
-Aunque bueno, así sobre todo vas a dar pena. “Pobre chaval, mira como está, le habrá dejado su mujer con las dos niñas”.
Y es que últimamente me he abandonado un poquito. Llevaba una semana sin afeitarme, y con la camisa por fuera, pelos de loco y el abrigo largo, parezco un naufrago. Así que me lleva de compras. Por el camino es cierto que ligo, pero sobre todo con venerables miembros de la tercera edad.
-Qué bonitas son, pero claro, me dirás que dan trabajo.
-Pues no se crea señora, de momento no me han dado mucho.
Llegamos a la tienda.
-¿Qué te parece este pantalón?
-Pues un poco putón.
Mi cuñada me mira asombrada. Es más peque que yo, y en el pueblo perteneció a la misma peña, pero no está muy acostumbrada a oirme decir esa clase de tonterías. Con la familia soy tan formalito...
-Pues es lo que se lleva -dice la dependienta-. Lo que pasa es que vosotros queréis que estén guapas primero para luego tenerlas encerradas en casa.
Así que en un ratito ya tengo señora, familia semi numerosa y soy un moro, aunque a ésto ya estoy acostumbrado.
-¿Y este jersey para ti?
-Un poco Retorno a Brideshead.
-¿?
-Es que yo lo quiero MUY Retorno a Brideshead. De pico, más tenis, más guei.
Dice mi padre que soy igual que mi cuñada, que siempre tenemos que estar comprando cosas.
-¿¡Yo!?
-Sí, tú, en la piscina del club tienes que estar pidiendo continuamente.
-Hombre, papá, pero es que es muy distinto. Lo suyo es consumismo y lo mío alcoholismo.
El caso es que ahora puedo dar un respiro a mi camiseta de Jack Daniels (dice bob que más que una camiseta de publicidad es un sponsor) y combinar mis pantalones desbotonados y mis zapatos rotos (antes tenía un gran fondo de armario de zapatos rotos, pero me he tenido que desprender de varios en la mudanza, y sólo me queda un par, snif) con una cazadora Levis con una bandera parecida a la estadounidense en una manga (“a ver si me acuerdo de no ir a las manis con esta”), una camiseta de Custo y un jersey de Moschino. Qué coño. Malos rollos fuera, como en un fin de semana pastillero, y gastándome más o menos lo mismo que en algunos de los más tontos.

-Oye, que me podrías comprar algo a mí.
-Pues mira, le debo el regalo de reyes a mi ahijada, si quieres te lo compro a ti, que total, hasta que no aprenda a hablar no se va a quejar.
-Ah, pues vale.
Somos unos desalmados.


Me decían el viernes en la redacción que iba a estar deseando que llegara el lunes para ir a trabajar. Imposible, decía yo. Ja, menudo ingenuo. Ocho horas sentado delante de un ordenador me parecen ahora el paraíso. Estoy motivadísimo. Pero para llegar hasta este infierno infantil tuvimos que pasar antes por el purgatorio de la mudanza, que ya me dejó los brazos como muertos, la espalda machacada y esos estigmas en los hombros que aparecen siempre que cargo pesos, los mismos que provocaban invariablemente las desconfianzas de mis exes.
El traslado se hizo en dos tiempos. Kike me acercó a casa de bob con unas decrépitas cajas.
-Arf, en cada mudanza los alquileres están más caros y yo en peor forma.
-Ya, y tus cajas también.
Sí, mis cajas a punto de deshacerse. Pero es tanto lo que hemos pasado juntos. Se las coje cariño. Por desgracia, al primer meneo fuera del coche una de ellas se suicidó y esparció su contenido de peines, jaboncitos y ropa de cuadros junto al portal de bob. Una vez amontonado todo, llamé a su timbre, me encendí un cigarro y un bonito chucho, hijo de cien mil perras, salió de la nada para hacer una meada relámpago sobre la más consistente de mis cajas de cartón.
Después de una breve negociación sobre a quién le molaba más lo de la lluvia dorada (“ya, pero mezclada con zoofilia, no”) decidimos unilateralmente que la parte húmeda era para mí.

Esa noche me pasé por casa de Jordi para jugar un mus y sólo apareció Q. Cuando me pidió el mechero aproveché para hacer manitas con ella, mi truco estúpido e infantil favorito del mes. Ella se quedó tensa un ratito, pero tensa bien. Puede que no, que se quedara tensa mal, pero, pensé, mientras pueda elegir entre la realidad y mis deseos porque no me iba a quedar con lo que más me convenga. Dice Jordi que la cosa fue bien, que luego ella me invitó a patinar sobre hielo al día siguiente. Es cierto, me invitó a patinar. El que sea una propuesta absurda no quiere decir que no sea una invitación. Qué miedo, podría morir degollado por mis propios patines por obseso sexual.

El caso es que Jor estuvo recordando que yo era su amigo más antiguo, desde los cinco o los seis años, así que aproveche para llevarle unas bolsitas y unas cajitas al día siguiente.
-El portero tiene que estar flipado, primero ve instalarse aquí a Silvia y hoy te ve a ti.
-Pensará que has salido del armario.
-Pensará que tú has salido del armario y te has traído todos tus trastos.
Ese humor catalán, jeje. Luego Silvia me ofreció la habitación que no usa pero paga en su casa. Sus compañeras de piso, sobre todo aquella que sorprendí en la ducha (para los que tengan memoria) (bueno, luego si me acuerdo pongo el enlace).

Justo cuando Jordi me estaba recordando (“so cabrón”) que le di plantón el día del cumpleaños de Mic y Meri, llamó M la belga, a la que no había vuelto a ver desde entonces. Percibo un pequeño cambio de actitud a partir de que le dijera que se viniera conmigo al servicio, cafre que es uno. Aunque la verdad es que con el pedo que llevábamos todos aquél día lo que me extraña es que no metiera la pata mucho más. Asistí en primera fila a la aparición del verdadero ser de los que estábamos allí. Cuando llegué, tímido y asustado, bob estaba muy militante, Mic, enigmática, y cristina, bella y distinguida. Unas horas y mucho vino después, yo estaba mucho más teletubbie exaltado y científico, abrazando y experimentando en mi estómago con la ensalada de licores, bob, divertido y enamoradizo, Mic más cercana, y cristina, bella y distinguida.

Luego me fui a Torrejón, al cumpleaños de meri maravillas. Como no tengo mucho permiso para hablar, sólo os remitiré a los relatos ajenos sobre aquella noche, que me definen como arrimacroqueta (2 de febrero) y como un guei con más pluma que los pavos reales. ¿Alguno más cerca? Fue bastante surrealista a la par que humillante oir como me llamaban cada vez que me perdía en los 30 metros cuadrados de algún bar “¡virgenyfurioso, virgenyfurioso, que nos vamos!”. La jefa de los follasteros me pareció asombrosa, y tan divertida como esperaba, y untied me metió mano unas cuantas veces (eso es que nos caímos bien) (y eso que no le gusté :P) y con Meri hablé mucho, aunque estoy seguro de que ella no se acuerda de nada. Tengo dos imágenes. La primera, cuando huyó despavorida de mí, corriendo con una pierna hacia el este y la otra hacia el oeste, sólo porque la abracé mientras caminábamos, sólo porque iba sin mangas en una noche bajo cero, ejem. Y la segunda (que es más bien una confesión pública), cuando se desmayó encima de mí. Meri: me puse tan nervioso que en vez de darte unas bofetadas como hicieron luego todos al estilo Aterriza como puedas, me incliné y te besé. ¡Lo siento!, ya sé que estabas inconsciente, no me vas a creer, pero coño, ¡estaba muy nervioso y no sabía qué hacer! Fue lo primero que se me ocurrió.

Mi último encuentro bloguero fue con betty. Para simplificar y aunque quede fatal con todas, incluida ella, es la bloguera más atractiva que he conocido (y hay nivelazo) y tiene un deportivo precioso, que nos conviene, digan lo que digan por ahí. Además aceptó ir conmigo al cine un día de resaca y eligió ella la peli con el mismo criterio con el que lo habría hecho yo: tan sólo porque nunca había oído hablar de ella y porque en la cartelera ponía bien grande bajo el título “un día sin sexo es un día perdido”. Pero sobre todo betty es un pelín alcohólica, como yo. Tanto como para ser capaz de meterse un vodka cinco minutos antes de la peli y, es más, entrar tarde porque lo primero es lo primero y había que terminárselo. Nos pasamos la proyección diciendo “oye, esta peli es muy rara” o “qué peli más rara”. Yo lo dije unas siete veces y ella sólo tres o cuatro. Al principio pensé que era porque estaba borracho, pero luego me di cuenta de que era bastante rara. Al final yo me levanté para ir a... ejem, y cuando volví me encontré con los títulos de crédito.
-¡Coño! Bueno, no habrá pasado nada, como en el resto de la peli...
-Pueees... sí. (spoiler). Le ha matado con una cámara de vídeo.
-¡No me lo puedo creer!
Lo que siguió fue también un poco penoso, un bar, sin tarjetas, sin dinero, nos fuimos por donde habíamos venido. Pero bueno, betty es un caos reconocible con el que me identifico. Así que hemos quedado para que yo le enseñe mis ambientes y ella los suyos, que no me van a parecer tan desconocidos como viceversa. Va a ser divertido.