martes, 27 de noviembre de 2007

Al hilo de un post que he leído por ahí se me ha salido para fuera por fin una teoría que tenía atragantada en forma de ideilla por aquí por allá. Que desde luego, no hay una gran conspiración para que todos los telediarios nos cuenten lo mismo. Que se trata más bien de un edificio construido a base de renuncias diarias, como ladrillos de Tetris. En tiempos poco heroicos como estos, las grandes opresiones no nos llegan en forma de latigazos verticales, sino que somos nosotros los que las afianzamos con cada rendición cotidiana. Y las grandes revoluciones llegarán, si es que llegan, en forma de negativas individuales. Por eso es tan bueno tener alrededor ejemplos de libertad porque sí, gente que nos demuestre que las cosas pueden ser de otras maneras, que casi nada es obligatorio. Cumplen una función social. Inevitablemente, sale alguien afeándole el post o la vida, perros bien adiestrados (y no sonará tan fuerte si me califico a mi mismo de perro mal adiestrado, que nacimos esclavos como Espartaco, oiga).
Todos lo hacemos, claro, todos nos tenemos que rendir varias veces al día. ¿Los periodistas más? Yo no voy a inventarme una vocación de periodista combativo que nunca tuve. Pero si incluso yo que nunca he querido ganar nada y por eso nunca he tenido nada que perder me fui rindiendo solito, sin nadie que me estoqueara… qué no habrán hecho aquellos con ambiciones. La de pagar la hipoteca o la de seguir trepando.
Por fijar dónde me rendí, me pongo a recordar algunas cosas de los comienzos. Recuerdo mi primer texto creativo. Leído en directo en la radio, escrito, de hecho, en directo, en lo que se presentaba el programa. Era la crónica del entierro de una ilustre. En lugar de contar lo típico, quién había venido al pueblo, el parte meteorológico, las declaraciones de afecto, los pésames…, relaté los codazos (literales) para salir en la foto junto a la ministra, las impúdicas carreras sobre las tumbas, el limitadísimo interés de los que allí vinieron por la muerta o su obra. Cuando terminé de leerlo, levanté la cabeza por primera vez, no sabía si lo había leído bien ni si lo había redactado para que se entendiera. Era la primera vez de muchas cosas. Hubo un silencio en el estudio de aquella cadena episcopal. Todo el mundo me miraba esperando a ver lo que pasaba ahora. Recuerdo que la crónica terminaba con la palabra “mierda”, la frase debía de ser: "y todos hemos puesto nuestro granito de mierda". Y que la presentadora se repuso para decir que el programa no compartía necesariamente la opinión de sus colaboradores. Luego a micrófono cerrado aulló que a partir de ese momento leería ella todas las crónicas de los de prácticas. Creo que empezó entonces. O con el estupor horrorizado del jefe al que le llevé la crónica de una exposición, contada desde el punto de vista de una estatua, y no tenía más opción que publicarla o dejar una página de periódico en blanco. O del que me cambió la respuesta con la que empezaba la entrevista a una azafata de la vuelta ciclista.
“-¿Te gusta el ciclismo?
-No, pero eso no lo pongas.”
O quizá todo empezó verdaderamente cuando me censuré yo por primera vez y corté una pregunta sin respuesta de un reportaje.
“-El secreto de la menestra está en rebozar las verduras una por una.
-¿Los guisantes también?
-…”
Como se ve no eran ocasiones épicas. Pero eran mis cositas, una forma marciana de hacer periodismo con la que a lo mejor sólo me reía yo. Creo que lo he ido dejando. Y eso que en ningún caso me echaron a puntapiés, ni siquiera me dieron una mísera patadita. Pero entendí que eso no se hacía, como una foca amaestrada. Qué ganas de soltar la pelotita de una puta vez. Y cuando lo haga, sin duda, algún otro galeote vendrá a hablarme del morro que tengo. Pues salte tú también de la noria, burro.

Eh… como ya tengo poca práctica en lo de los posts, creo que me he desviado del tema central. Lo que quería contar es que los males del periodismo moderno vienen de la base, que se ha quedado anticuada porque todo lo demás va a toda velocidad, de culo, cuesta abajo y sin frenos, que se decía en mi pueblo. Primero, en las facultades deberían enseñar que la autocensura está prohibida, que luego ya vendrán las empresas con la extracensura. Y que la manera de seleccionar y exponer los temas de interés está mal planteada o ya no vale. Que quizás la actualidad y la inmediatez no tengan que ser los criterios ante los que se cieguen los editores y redactores jefes. A lo mejor, la noticia no es siempre que un hombre muerda a un perro que se va a poner bien mañana sino que que hay un perro mordiendo a un hombre en China desde 1981 y, aunque parezca mentira, al que le duele la pierna es a ti..