lunes, 2 de junio de 2008

direis ahora a aquel yacente
que su hijo aún se encuentra con los vivos
sí, le direis al mundo las palabras de un poeta muerto hace demasiados siglos
le direis que los hijos de la tierra siguen perdidos por su superficie
creyendo que sus corazones son cometas

llegan hasta aquí las palabras de aquel verano
como olas cansadas
mi locura es un niño enfermo y yo la amamanto con cuidado
ha llegado el tiempo de los asesinos
y la gloria de quien mueve todo el mundo escribías
acordándote del único libro que leiste

(de El camino de los ingleses)


Fue en Trinidad donde lo descubrí. Que por mucho que lo intentase no iba a regresar al verano verdadero, a ese verano de mi infancia, todos los veranos el mismo verano. Largo, inacabable. Porque ese verano no es el sitio ni la libertad ni el tiempo ni nada más que mi forma de ver el mundo convirtiéndose en mi forma de ver el mundo, cambiando a cada paso. Pero aquí estaba una parte de mi verano, el único, ya sabes. En la plaza principal había gente diferente de la que hasta entonces había visto en Cuba. No querían nada de mí, por primera vez, es la triste verdad, pero me hicieron sentir bienvenido. Cantando cosas de Manu Chao, ignorando a la autoridad porque decían: ¿qué me van a hacer por tocar? Quitarte la guitarra, contesto uno. Y se acabó la música.
La chica del short con los colores de la bandera de Estados Unidos no parecía de allí, tan rubia y pálida. Se rió, se lo habrán dicho mil veces, estúpido.
Y allí estaba mi verano porque tenía los ingredientes de mi infancia. Descubrimiento, porque cada cosa era nueva. Tiempo, porque era un mes largo y parecía que no iba a terminar y que podrías disponer de él hasta para perderlo impunemente. Libertad porque yo decidía a dónde ir cada día, hacia donde dirigía mis pasos en cada calle, sin nada ni nadie que me obligara. Aprendizaje porque todos los días descubría algo más de un punto de vista sobre el mundo que no sabía ni que existía ("no es honesto, no son honestos" me dijo el hombre de Cienfuegos más preocupado por la perdida de valores de sus vecinos que por quedarse sin almorzar por culpa de la arbitraria subida de precios del comedor). También hacía amigos y enemigos, también me daba el sol hasta pelarme, también me jugaba un poco el pellejo escalando por donde no debía y también estaba en contacto con las cosas más mínimas, con los bichitos o la dirección en que cae el sol.