viernes, 9 de noviembre de 2012

Nueve atardeceres de Ibiza. SIETE.

Nueve atardeceres de Ibiza. SIETE.

El mundo que yo veo se va acercando a mí al terminar el día. La esquina del mar me está esperando para que me dé el segundo baño, el último hasta mañana. Las nubes, en esta época del año, se vuelven más posesivas y me rodean, me abrazan, me intentan engullir en cuanto pueden. Son majas, pero pegajosas, y yo prefiero que no me quieran tanto para poder miraros tranquilo. Os habéis adueñado de todo. De la tierra, claro, y la recorréis despacio las menos de las veces, fijándoos en mí por fin a estas horas, mucho más a la orilla del mar y de dos en dos. Y el mar. Paseáis por encima del Mediterráneo, paseáis como nadie lo hace, manteniéndoos secos mientras pisáis la superficie, uno de esos milagros vuestros. Mientras que los océanos, las nubes, los montes, la arena o los árboles, casi todo, son seres de un solo truco, vosotros, como yo, sois tipos ingeniosos como una navaja suiza. Uno de mis birlibirloques preferidos viene justo ahora, cuando os enseño de qué estoy hecho y pongo un poco de mí en cada una de las cosas a las que miro. Entonces, aun con la prisa de siempre, os obligo a fijaros en que estoy aquí, aunque sea un momentito. Sí, estoy, y doy colores y calor y, en fin, aunque no os quito el mérito de las energías portátiles que os habéis inventado, la energía soy yo. Cuando quiero pasar el rato con vosotros hasta os cambio la personalidad y os olvidáis de todas las normas sociales que os empeñáis en renovar cada generación. Y os hago sonreír y os desnudo y os saco a la calle y os vuelvo más sociables y folláis más. Y sois más animales. No os voy a dar la tabarra con la fotosíntesis y todo lo demás, pero sí, lo hago todo yo. Ignoradme si queréis, aun cuando me atenúo para que me podáis mirar a la cara al menos este ratito. Pero sabed que el rey de la fiesta soy yo.
Ahora me tengo que ir.  
31 de octubre de 2012

domingo, 4 de noviembre de 2012

Nueve atardeceres de Ibiza. SEIS.


Nueve atardeceres de Ibiza. SEIS.
La única nube que cubre todo el cielo me hace pensar en un atardecer del invierno castellano. Luego me doy cuenta de que no, que no es por el cielo cubierto, que lo puedes encontrar en cualquier parte, hasta en un desierto, según creo. Lo que me recuerda a mi pueblo son los tintineos de metal de los barcos del puerto, que chocan entre el viento y las olas, y se convierten en cencerros de un rebaño de ovejas cruzando el páramo a la hora de la recogida. Y, ahora lo recuerdo, hace nada también he oído el mugido de una sirena. Es en el atardecer cuando se ven a las claras las diferencias entre esto y aquello, entre una isla y una inabarcable superficie de tierra, entre la vida renovándose cada minuto entre las olas y la sucesión de un infinito tras otro, inmóviles sobre los terrones. Todo debería ser al revés. “La isla atrapa”, he oído hoy en una tienda. La isla es finita y se acaba enseguida, mientras que para cruzar la tierra firme nuestros antepasados tuvieron que usar varias vidas, todas sus vidas hasta completar su parte de la historia, la que ni siquiera sabemos y casi nunca nos paramos a imaginar. Así que, bueno, no hay rastro del sol, pero la luz se va atenuando. Las ovejas y las vacas no cruzan más que un recodo de mi subconsciente. Los barcos no se mueven. El viento parece soplar siempre en el mismo sitio y las olas rompen tan idénticas que parecen todo el rato la misma. En lo que llega una noche que ya recién nacida se parece mucho al resto del día, la isla me confirma sin hacer nada que todo ese movimiento que yo le suponía era poco más que la fantasía de una mente de secano.
30 de octubre de 2012

martes, 30 de octubre de 2012

Nueve atardeceres de Ibiza. CINCO.


Nueve atardeceres de Ibiza. CINCO.

Me llega que por allí os faltan mantas, que os calentáis con gatos, que el invierno ha caído, despiadado, sobre vuestras cabezas, siempre desprevenidas. Esta isla también se ha enfriado de golpe, al parecer. Pero durante todo el día, mientras tenemos luz, queremos ser incapaces de notarlo. Y quizás porque hoy sí que vamos a echar de menos al sol cuando se haya terminado de ir, parece que hemos salido todos a despedirlo. Tres barcos de pesca de buen tamaño que vuelven a puerto, un yate que se va, grupos arriba y abajo por el espigón, los de las bicis, los que corren, más de dos docenas de coches que tratan de aparcar, alguna moto y alguna furgoneta. Una patinadora comiendo un helado. Un avión que parece ascender desde el punto de fuga del ocaso y que deja una estela casi vertical que pisa las nubes. Y las propias nubes claro. Hoy no tienen ese aire informe de algodones de azúcar malignos, hoy son claramente cirros y cirrostratos, cada uno con su personalidad, pero todos apuntando al Oeste, como el sol, como los islotes, como el avión, como el yate. ¿Qué habrá en el Oeste?
Como era previsible, en mi quinto día aquí buscando algo que no está en ninguna parte, lo que quiero es irme un poco más lejos, a ver si lo encuentro.
29 de octubre de 2012

lunes, 29 de octubre de 2012


Nueve atardeceres de Ibiza. CUATRO.

El atardecer se entiende de verdad cuando se mira al revés. Hay que darle la espalda al sol para darse cuenta de que una verja se ha llenado de metales preciosos, dos chicas con un errado tinte zanahoria brillan como un cuadro de Klimt y la bola de helado gigante, monstruosa, la bola del cartel que parece que vaya a comerte a ti, cambia los brillos industriales por unas irisaciones que la hacen apetitosa por primera vez. Las piedras falsas del muro también me las comería, naranjas ahora como un salmorejo. Y hasta mi viejo pañuelo marinero refulge como si estuviéramos llegando a Ítaca.
La luz del atardecer miente dentro de un orden. No disfraza del todo. Durante un ratito arranca al mundo el perfil que le favorece, pero sin vestirlo de nada que no llevara dentro. Eso me queda claro al pasar delante de un solar, que se convierte ahora en un paisaje lunar por el que sólo pasea un perro marciano que parece radioactivo. O al mirar el reflejo en unos bloques de pisos con vocación de extrarradio y cuyas cristaleras no pueden evitar devolver un tono amarillo huevo e incluso un verdoso que no viene a cuento cuando todo a su alrededor es puro melocotón. Al pasar frente al Café del Mar, miro las gafas de sol de la chica del bar. Trato de dilucidar si ese brillito del fondo es un reflejo o son sus ojos. Me sonríe, saluda con la mano y comparte conmigo unos segundos de lo que bien podría ser felicidad o ebriedad. Nada que no llevara dentro.
28 de octubre de 2012

domingo, 28 de octubre de 2012

Nueve atardeceres de Ibiza. TRES.

Nueve atardeceres de Ibiza. TRES.


“¡Mira, Dios!”, decía de pequeño cuando me encontraba con algo así: una dramática luz de foco sentada a lomos de una nube negra. El cielo está casi despejado y debe de ser Dios en persona quien ha puesto la nube justo en el lugar donde yo intento ver caer el sol todas las tardes. Ya empiezo a saber que hay una conspiración celeste para que el tiempo que esté aquí no me depare un atardecer de los del Café del Mar, a pesar de que mi terraza tiene las mismas hechuras cardinales que el Café del Mar. Pero no importa, en cualquier ocaso puedes volcar tu estado de ánimo en el trozo de cielo y las combinaciones atmosféricas que te toquen. Y éste es tan metafórico como el que más: nubes negras blanqueadas en las puntas por un sol apenas rojizo que parece ir a resurgir en lugar de esconderse. Un esperanzador final de día que se potencia con un mensaje que me acaba de llegar al Facebook: “escribe y déjate de hostias”.
27 de octubre de 2012

sábado, 27 de octubre de 2012

Nueve atardeceres de Ibiza. DOS.


Nueve atardeceres de Ibiza. DOS.

El ocaso me encuentra leyendo este poema:
“Es verdad tu hermosura. Es verdad. ¡Cómo entra
la luz al corazón!”.
Y como leo lento y es un poema largo,
el sol ya no se ve para cuando he llegado.
Las nubes que lo tapan se mueven muy deprisa,
pero enseguida vienen otras a relevarlas.
Hay viento, que ahí arriba debe de soplar fuerte,
con hambre de kilómetros.
En la tierra es distinto, el viento ya no es libre
y sólo encuentra obstáculos (montañas, islas, coches),
un universo de hechos contra los que tropieza.
Y luego las personas,
que pasean deprisa por el puerto,
que no juegan con él, como las nubes,
ni tampoco resultan más que un pequeño estorbo.
La china con dos niños en un carrito doble,
los de la camiseta, que vienen del gimnasio,
el anciano que huye, ha visto tantas cosas.
O puede ser que no y sólo vea la tele.

Mientras el mar protesta y levanta sus lenguas
para decirnos algo que puede que entendamos
cada uno a su modo si es que estamos mirando,
los humanos se meten en las casas.
Y el sol, al fin, termina cayendo casi solo,
ignorado a las faldas de una nube,
releyendo en voz baja
su antigua cantinela de verdugo que hojea
una condena a muerte.


Es verdad lo que dice,
mejor no lo escuchemos.
26 de octubre de 2012

viernes, 26 de octubre de 2012


Nueve atardeceres de Ibiza. UNO.
El sol tenía sólo una línea de cielo por la que asomarse. Entre tanta nube negra, nubes camorristas y con un ego monstruoso, lo que me llegaba era una luz doméstica, hogareña, como un fogón de pueblo que se colara por la rendija de la puerta de una casa apagada. Las nubes seguían con su matonismo, engullendo la luz con su panza de burro. Había dejado de creerlas, no iban a descargar, no iban a encerrarme en casa ni a dejar las calles impracticables durante tres días, ni siquiera iban a estar ahí mañana para darme un despertar tristón. Pero yo quería que el sol venciera, aunque fuera justo al final, justo en el punto en que se despediría desde la cima del monte. Hizo un último esfuerzo, quiso decir adiós con una boquita de fuego de leña, pero se lo zamparon, desafiantes, y nos dejaron sin despedida para que todo desapareciera en la oscuridad demasiado rápido.
25 de octubre de 2012

jueves, 25 de octubre de 2012

Turnedo

“Quién no tiene el valor para marcharse, quién prefiere quedarse y aguantar, marcharse y aguantar.” Amaro Ferreiro.

 Anoche pasaba frente a un bar y oí gritos.
 -¡Todos! ¡Deberíamos hacerlo todos! –decía un anciano bronceado.
 -¿Para qué? ¿Para ser indestructibles? ¿Para ser inmortales?- le contestaba otro mucho más calmado.

 Aquí los viejos tienen esa pinta saludable que ya me gustaría a mí. Estoy en Ibiza, escribiendo en la terraza con vistas al mar que me ha dejado una amiga para encerrarme y teclear, para pasar una pájara que me viene durando demasiado. Aquí todo el mundo parece relajado, yo todavía no, y hago lo que puedo por perder la esperanza. Sí hay algo que sé hacer es relajarme, cómo se me da. Así que estoy dispuesto a pasar diez días en tensión, a ver si me sale algo que me valga la pena. Pero sólo se me ocurren ideas como describir el atardecer cada día desde esta terraza que da al oeste y quedarme con el mejor. O concentrarme fuerte en una de estas nubes que me van a encerrar más y pensar cómo será sobrepasarlas sin motor, cómo será llegar hasta allí y estar dentro y seguir subiendo, si eso te convierte en ángel o en un globo sin rumbo. O recoger todas las frases que me cruce en conversaciones al paso. O escribir una historia submarina mientras miro al mar. O un largo poema al que quitarle los puntos aparte para que se convierta en prosa, como antes. Tanto criticar y resulta que puedo ser tan cansino como cualquier novelista español con página en el Babelia.

Estoy aquí encerrado siendo libre y sufro un poco, como un tonto. Para qué, para ser inmortales.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Un tipo atildado en el Camino de Santiago

Tenía que llegar a la boda de mi primo al final de Camino de Santiago y no sabía cómo gestionar lo del traje. Lo metí en la mochila. Cuando el viento del sur me soplaba adecuadamente, me metía en el traje y pateaba los caminos, más bonito que un sanluis. Tuvo que ser raro ver a un tipo con americana, corbata y esa enorme mochila. Era un traje elegante, además, oscuro y con una finísima raya granate. Y la corbata era de las que no acaban en pico, le daba el toque moderno, decía, “eh, soy un tipo atildado”. Subí un puerto con ese traje. Visité las ruinas de un monasterio altísimo levantado en mitad de la nada. Recorrí una carretera arbolada como un oasis y sólo me crucé con coches glamurosos, un descapotable, un BMW macizorro, un escarabajo amarillo huevo y un coche de época, una haiga de los 50. Comí en un restaurante fino, en muchas tascas y en alguna cuneta. Sacaba la navaja, el chorizo, el queso, el pan, me atusaba la corbata y a comer. Me presenté en un albergue que llevaban unas chicas más o menos punkis, más o menos okupas y nos pasamos media noche hablando del pueblo en el que vivían y en el que plantaban los tomates y lo demás, yo con mi corbata de ganchillo, ellas con la cabeza semiafeitada.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Triple salto mortal

Triple salto mortal Estábamos en el futuro. Estaba empezando el año 2000. Se me ocurrió hacer una entrevista a tres de los muchos hermanos Fesser: Alberto, Guillermo y Javier, por ese orden. A cada uno le fui preguntando por los otros y por el resto de los hermanos. Nada sobre ellos mismos. Les hice unas fotos mirando a los lados, para que pareciera que se miraban unos a otros en la doble página que me habían prometido en el periódico. Conseguí cámaras aquí y allá. Para cuando llegó el turno de Javier, tuve que comprarme una de usar y tirar. Fueron tres viajes a Madrid pagados no sé cómo, pero de mi bolsillo. Entonces yo tenía una novia que trabajaba en Canal Plus y vivía en el centro. Nos habíamos conocido en unas prácticas en una ciudad castellana. Yo le llevaba los trípodes cuando salíamos de las ruedas de prensa. Un año después vino a mi ciudad, la llevé a una fiesta y le llené la copa todo el rato. Acabó potando por todos los rincones de Valladolor y continuó en mi casa. La metí en la cama, me fui al sofá y en vez de quitarle la ropa potada, le desabroché un botón. Le pareció un gesto tan rico que se quedó conmigo a la mañana siguiente. En Madrid dormía en su casa, pero no siempre en su cama. Las dos noches de las dos primeras entrevistas fueron un desastre y para el tercer Fesser me saqué un billete de ida y vuelta para el mismo día. Era Javier, que comió conmigo. Debió de darse cuenta de que pedí lo más barato de la carta y me volvió a preguntar si esa comida la pagaba mi periódico. Le dije que claro que sí. Me gasté una pasta. Pero fue una comida increíble, con muchas risas. Luego nos fuimos a dar un paseíto, entramos en el Vips y me enseñó, flipado, un libro con fotos del Madrid de los años 50. Empecé a mirar a Madrid, a las fotos de los 50 y a los mismos libros de fotos de otra manera. Fue mi mejor reportaje o la mejor entrevista o lo que fuera. No sólo es que nunca saliera publicado, es que no llegué a escribirlo. Años después, en Madrid, conseguí una entrada para el prestreno de Mortadelo. Filemón Pi ve a una chati que le gusta y la informa: “Estoy disponible, chata”. Ella contesta “Pues no me extraña, majo, con lo feo que eres”. El gag es de Atraco a las tres. Ahí lo dice, más corto, Manuel Alexandre. A ese Fesser le entusiasmaba la España de aquélla época, desde sus ingenuidades a su estética. A mí, los escorzos periodísticos. Cada vez que veo una película suya me doy cuenta de que lo sigue disfrutando. Yo en cambio me he pasado prácticamente los últimos diez años haciendo un trabajo que no. Y todavía no entiendo por qué. Pero lo acabo de dejar de hacer. Estoy disponible, chatos.

viernes, 20 de abril de 2012

El artista

El Artista estaba estancado. Claro, porque de sus manos sólo podrían salir los versos más hermosos de una lengua secreta que sólo conocían unos poquitos, todos ellos guapos, todos ellos partidarios del artista, en fin, todos ellos exitosos y follarines. Así que no era tan fácil encontrar esas Palabras, no eran las palabras vulgares habituales. Seguían una combinación excepcional que, como la de una caja fuerte, lo abría todo de golpe y sin esfuerzo. Uno las ponía en el orden correcto, clac clac clac clac y allí estaba el tesoro. El Artista las tenía en el fondo de su cabeza, no, más cerca, al alcance de la mano, claro que las tenía, pero no era cosa fácil sacarlas. Siempre había algo que se lo impedía, el mundo estaba un poco confabulado contra él. Tenía que coincidir una sinfonía de circunstancias que alguien se proponía desafinar siempre.

Se tenían que no dar las siguientes casualidades:
- Que hubiera llovido aquella noche, porque le daba alergia y le dolía la cabeza y moqueaba y se ahogaba un poco y las Palabras se quedaban ahí, enredadas entre los mocos
- Que hubiera tenido que trabajar aquel día, porque como trabajaba con las otras palabras, con las chungas, las Buenas se le contaminaban y se le constipaban y así no había manera. No, ese día no.
- Que hubiera bebido el día antes. Beber el día antes da sed al día siguiente. Las palabras se quedan un poco en el sofá del fondo de la cabeza los días de resaca, esperando que les des pistachos y cocacola y gominolas y que nos les des guerra.
- Que tuviera hambre. Si tenía hambre, el Artista tenía que usar palabras como sofrito y sartén y escabechina, llevaba las palabras a la cocina y se tiraba sus buenas dos horitas cocinando con ellas y al final ponía perdidas de grasa a las Palabras Secretas y se tenía que tumbar en el sofá a hacer la digestión mientras ellas se daban un baño.
- Que viera a una tía buena, aunque fuera de refilón. El semen empezaba a hacer ejercicios de precalentamiento justo justo en la pista de despegue de las Palabras Secretas y se les retrasaban todos los vuelos.
- Que nadie le hubiera mirado mal. Las Palabras Secretas, dada su extrema belleza, son muy susceptibles con estas cosas, y mira, para salir a un mundo en el que les miran mal a su Artista, pues no salen.
- Que no echaran nada bueno en la tele. Ay, la tele, qué risa. En la tele unos días ponen unas series buenísimas sobre la prehistoria de los animales prehistóricos y otros días sacan unos tebeos graciosísimos de zombies que comen cerebros. Además, que siempre hay alguien pegándose. Y la Santa Misa.
- Que a la tía Romualda no se le hubiera roto una uña. Las roturas de uña de la tía Romualda eran, evidentemente, una emergencia a considerar. El Artista se empezaba a preguntar qué tipo de animal mitológico sería la tía Romualda con tantas manos y tantos dedos y tantas uñas, que salía a una por noche.

Cada vez que el Artista se sentaba, dispuesto a que le diera un poco el aire a su valiosa colección de Palabras Secretas con las que lo iba a petar una y otra y otra vez, cogía aire, miraba a su alrededor y buscaba. Veía las plantas en la terraza, sin regar, los trastos sin recoger, los platos sin fregar, los libros sin leer, los malos recuerdos sin toquetear y suspiraba y daba gracias por todas esas cosas por hacer. Ensuciaban mucho menos que meterse en la carbonera para ocuparse de ese coñazo de Palabras Secretas que eran suyas y estaban al alcance de la mano y ya entraría otro día a por ellas.

viernes, 23 de marzo de 2012

Cómo follar en twitter

Pero ¿en tuiter se folla o qué?

Desde que Twitter es Twitter la pregunta que navega sus corrientes subterráneas e incluso (todo el rato) su superficie es “pero ¿en Twitter se folla o qué?”. Si tienes esa duda, es evidente que tú no. Para resolverla, vamos a dar un paseíto por las redes sociales. Y para que no se te haga muy pesado y que te puedas ir ya a tuiter si quieres, te voy a ir respondiendo a la pregunta: sí, se folla mucho, muchísimo, más que en ninguna otra parte, más que en el Huracán de Benavente y los años ochenta juntos.
En serio, TODO EL MUNDO está follando en twitter, háztelo mirar, algo estás haciendo mal. Probablemente ese tú contra el mundo no funciona. Tampoco es efectivo que las lectoras visualicen tu miembro enhiesto cada vez que te ven, ya sea entre líneas o directamente en la imagen del avatar. Recuerdo un tuit, creo que de @luna1919, que decía que para pillar era mejor ser poetuitero que sextuitero. Ésa es la clave y no el hacer como que estás de vuelta de todo. Si estás de vuelta, no llegas a ninguna parte, sólo vuelves, piénsalo. Un amigo me preguntó cómo hacerlo, le expliqué lo de la poesía y luego no me hizo ni puto caso y se hizo un tuiter sobre correr. A mí me parece que eso es subvertir el orden natural de las cosas: lo normal es que ella eche a correr hacia el final de la relación. Pero mira, hasta eso funciona. En serio. En tuiter se folla mucho. Y raro. Tuiter tiene su lesbianismo y su gente a la que le gustan los pies y cosas así. A una de tuiter le propones un trío y le parece poca gente. Eso sí, en los DMs sólo hay que hablar de amor y afinidades eternas. Si no fuera tan largo, el trending topic permanente sería “yo quedé para conocer a mi alma gemela y no me explico cómo he acabado a cuatro patas”.

TIP: Sé pulcro. Intentar ligarse a alguien con lenguaje sms, faltas de ortografía, emoticonos y mierdas es como aparecer con la chorra fuera en la primera cita. Puede que funcione, pero lo que consigues así es un saldo. Y una gonorrea.
@virgenyfurioso

Suerte, GQ

Llegué a Madrid hace unos añitos para ser el delegado de una revista potente: tenía mi despachito, mi mac y mis bolis de colorinchis. A los dos meses y medio, justo cuatro días después de la fiesta de presentación, y cuando se publicaban mis primeros textos, la revista cerró. La misma noche de la fiesta follé con una chica muy mona, me instalé en su casa y me dio drogaína por primera vez.
En marzo de 2009 escribí mi primer texto para Soitu. Cuando ya tenía el segundo a punto, Soitu se fue al carajo, perdón, al cielo con los serafines. Para el texto de Soitu no follé con nadie que recuerde, pero comí donde Santi Santamaría, que empieza a ser mejor recuerdo. Luego Santi Santamaría la palmó, a mí me dejó mi novia y, por el camino, aprendí nuevos trucos y di algunos botes divertidos.
En marzo de 2012, GQ me encarga un texto que debería suponer el comienzo de una hermosa amistad.
No les deseo ningún mal, pero el sábado celebro mi cumple y me gustaría pillar.
¡Suerte, GQ!

domingo, 22 de enero de 2012

Ojos del color del mar que pasa por Ítaca

Ojos del color del mar que pasa por Ítaca

- “Ojos del color del mar que pasa por Ítaca”. Esto que te escribí significa más cosas de las que parece.
- ¿El qué?
- Habla, claro del color del mar en la playa de piedras blancas de Ítaca, un color con la misma intención que la de tus ojos. Pero también de la Ítaca de Ulises, que corrió todos esos peligros para llegar a la isla…
- …Ulises que cuando llegó a Ítaca llegó a casa…
- Y además me recuerda el Viaje a Ítaca de Kavafis. ¿No lo conoces?

Le recito el trozo que me sé, porque nunca he encontrado una traducción mejor (ni menos fiel) que aquélla con la que me lo aprendí a medias. Busco el resto y leo: “Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje. / Sin ella jamás habrías partido”. Y recito “y siendo ya tan viejo, cargado de experiencias/ comprenderás por fin lo que significan las Ítacas”.
- Estás temblando, déjame que cierre la ventana.
- No estoy temblando de frío.
Yo estoy sentado en un sillón, ella de rodillas frente a mí, con una toalla enrollada y el pelo goteando en mi pierna. “Me veo en tus ojos, parezco la Sirenita”, me dice. “¿Estás guapa?”. Se busca, y me traspasa con su mirada oceánica. “Yo nunca me veo demasiado guapa”. “En mis ojos siempre sales bien”.
Le acaricio la cara, paseando de peca en peca. “Hueles a mandarina”, me dice. Con la otra mano le pongo una canción y me zambullo en su boca durante los 4 minutos y 8 segundos que dura. Luego se recuesta sobre mí. Le acaricio la espalda muy despacio. Sólo puedo pensar, “qué suave” y procuro corresponder y resultar tan leve como para que no sienta mis dedos, sólo la electricidad a unos milímetros de su piel. “Esto es el cielo”, me dice. “Qué pena que siempre se olviden los momentos perfectos”, le susurro al oído. “Pues escríbelo”.

viernes, 20 de enero de 2012

Un viernes 13 sumergido a medias

Un viernes 13 sumergido a medias
Encontré en internet una cubitera que, por 13 euros, congela dos cubitos distintos: uno, grande, con la forma del Titanic y otro pequeñajo que se puede parecer a un iceberg si se consigue que flote. Lo vi justo un día después de que la mitad del Costa Concordia pasara el viernes 13 debajo del agua. Las tumbonas estaban tan bien amarradas que aguantaron en vertical sobre la cubierta, lo que ha terminado demostrando que los mozos se tomaron más en serio su trabajo que el capitán, que primero se dio una vueltecita cercana de más por la costa de Giglia, y luego, cuando chocó, le dijo a todo el mundo que no pasaba nada, en lo que meditaba sobre el marrón que le había caído encima. La conclusión a la que llegó es que iba a estar mejor cuanto más lejos del barco. La ropa tendida en la isla que salía en las fotos de agosto pasado, con los barcos navegando a un ¡uy! de allí, parece al alcance de la mano. Debía de ser lo normal, pasar cerquita y saludar y quizás tratar de tocar las toallas amarillo pollo que se llevaban por allá esta temporada, en plan actividad a bordo.
Una vez estuve en la botadura de un crucero de Costa. La actividad a bordo que más recuerdo fue una carrera de coches con Paz Vega, la madrina, en la que su minifalda jugó todo el rato en mi contra. También comimos y bebimos mucho, me tiré por un tobogán acuático en espiral y bailé en una discoteca. No recuerdo todo lo que hice, pero sí recuerdo que no tuve nunca la sensación de estar flotando: las diversiones eran tan mundanas como en tierra, y para resultar divertidas o no, dependían de la compañía que llevaras, como en tierra. Sólo recordabas el mar si hacías el esfuerzo de asomarte a las barandillas. De lo que se trata en los cruceros es de introducirte en una burbuja de irrealidad en la que eres otra vez un bebé sin capacidad ni oportunidad ni ganas de decidir nada, como contaba Foster Wallace en "Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer". El efecto está tan logrado, que parece que se contagia a la tripulación. Los capitanes de ahora ya pueden no ser marinos, tengan o no el carnet. Incluso pueden dejarse el sentido común aparcado en casa. Ahora saben bien que lo que importa de verdad es salir con la gorra recta en las fotos de la cena y que si se retrasan, hay que pagar un extra a los autobuseros que esperan en el siguiente puerto para engullir al pasaje y acercarlo a los sitios más soporíferamente interesantes del centro de la ciudad. Ahora junta eso con un estúpido integral que se piensa que es el rey del mundo y nos da un viernes 13 que ni Freddy.