viernes, 21 de septiembre de 2012

Un tipo atildado en el Camino de Santiago

Tenía que llegar a la boda de mi primo al final de Camino de Santiago y no sabía cómo gestionar lo del traje. Lo metí en la mochila. Cuando el viento del sur me soplaba adecuadamente, me metía en el traje y pateaba los caminos, más bonito que un sanluis. Tuvo que ser raro ver a un tipo con americana, corbata y esa enorme mochila. Era un traje elegante, además, oscuro y con una finísima raya granate. Y la corbata era de las que no acaban en pico, le daba el toque moderno, decía, “eh, soy un tipo atildado”. Subí un puerto con ese traje. Visité las ruinas de un monasterio altísimo levantado en mitad de la nada. Recorrí una carretera arbolada como un oasis y sólo me crucé con coches glamurosos, un descapotable, un BMW macizorro, un escarabajo amarillo huevo y un coche de época, una haiga de los 50. Comí en un restaurante fino, en muchas tascas y en alguna cuneta. Sacaba la navaja, el chorizo, el queso, el pan, me atusaba la corbata y a comer. Me presenté en un albergue que llevaban unas chicas más o menos punkis, más o menos okupas y nos pasamos media noche hablando del pueblo en el que vivían y en el que plantaban los tomates y lo demás, yo con mi corbata de ganchillo, ellas con la cabeza semiafeitada.