“¡Mira, Dios!”, decía de pequeño
cuando me encontraba con algo así: una dramática luz de foco sentada a lomos de
una nube negra. El cielo está casi despejado y debe de ser Dios en persona quien
ha puesto la nube justo en el lugar donde yo intento ver caer el sol todas las
tardes. Ya empiezo a saber que hay una conspiración celeste para que el tiempo
que esté aquí no me depare un atardecer de los del Café del Mar, a pesar de que
mi terraza tiene las mismas hechuras cardinales que el Café del Mar. Pero no importa,
en cualquier ocaso puedes volcar tu estado de ánimo en el trozo de cielo y las
combinaciones atmosféricas que te toquen. Y éste es tan metafórico como el que
más: nubes negras blanqueadas en las puntas por un sol apenas rojizo que parece
ir a resurgir en lugar de esconderse. Un esperanzador final de día que se potencia con un mensaje que me acaba de llegar al Facebook: “escribe y déjate de
hostias”.
27 de octubre de 2012