jueves, 7 de febrero de 2013

Nueve atardeceres de Ibiza. NUEVE.



Nueve atardeceres de Ibiza. NUEVE.
Hoy no tengo nada que hacer, sólo irme de la isla. Me doy un largo paseo por la costa, triscando por las rocas. Veo algunas cosas. Una italiana baja de su chalet en albornoz y se baña casi desnuda. Una niña pasea a un cachorro con un cordel y le habla para educarle en el tono con que en casa le hablarán a ella. Hay muchos pescadores con caña y todos son árabes. Hay tantas casas lujosas encaramadas a los barrancos que enseguida dejan de tener algo de particular. Una hora antes de que se ponga el sol, busco un lugar entre las rocas para sentarme a verlo y me topo con una chica tan abrigada como el que más (que soy yo). Se ha puesto cómoda sobre una toalla de colorines y escribe un poema en un cuaderno. Se detiene a menudo y piensa cada verso como si le doliera. Me siento como el que inesperadamente tiene que pedir la vez en su charcutería secreta, como el fan solitario que un día oye su canción en los 40 principales. Miro un momento hacia el sol brumoso que hoy apenas colorea otra cosa que su contorno y me pregunto quién habrá escrito esto ya, si no habrá nada nuevo que decir sobre un atardecer.
Y es justo entonces cuando el sol termina de caer y deja tras de sí la erupción de un volcán, con las nubes disciplinadamente alineadas como volutas. En unos segundos, la intensidad de la luz baja, todo parece reubicarse en el cielo y el atardecer se transforma en una explosión nuclear con las nubes posando de hongo atómico. Y me doy cuenta de que nunca había visto a un atardecer disfrazándose de otra cosa.
2 de noviembre de 2012

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