viernes, 31 de mayo de 2013

Tristeza post coitum



Resulta que soy negro. Soy un negro macizo, de esos de un color caoba, porque mi color se parece a un puto árbol. Y estoy aquí en una isla de las Maldivas que al final no era para tanto. Claro que tiene un montón de árboles distintos, que yo no sé cuál es cuál. He visto como tuercen con cuerdas las palmeras para que den sombra en la playa y se conviertan en hits instantáneos de Instagram, porque en Instagram triunfa un cocotero inclinado sobre la arena casi tanto como un par de tetas entrevistas o unos pezones Lo-fi debajo de una camiseta blanca. También he visto peces alargados y peces de colores, coño, que he visto un tiburoncito blanco, casi traslúcido, sólo con asomarme un poco al agua, que es tan transparente como me enseñaron en el cole que lo era: incolora e insipida, que a mí nunca me había parecido ni lo uno ni lo otro. Y aquí estoy, en mi habitación, con mi mujer para siempre, limpiándome la polla color caoba, con cuidadito, que mi polla ya es sagrada y lo que acabo de hacer ya está bendecido y ya le parece a todo el mundo bien y un respeto. La limpio una y dos y tres veces, me paseo, apago las luces, ella está tumbada, se duerme y yo me limpio la polla, del color de un árbol, exactamente con los mismos gestos con que lo haré durante los siguientes nosecuantos años. Me aparto las dudas, un poco a hostias, ella está en la cama y las dudas van a ser muy breves, en lo que aprieto los interruptores y vuelvo a abrazarla un poco, aunque quizá ya no me apetezca tanto como cuando quería follármela. Pero aquí estamos, casados, en una cabaña frente al mar y esto es lo que se supone que tenemos que hacer y esto es un rito que confirma que durante toda mi vida (quizá cinco, quizá diez años, quizá de verdad toda mi vida, prefiero no pensarlo) es lo que voy a hacer con ella, follármela, dejar que se duerma, limpiar los restos blancos que matizan de nieve fake mi semierección caoba. Puede que me consolara saber que a través de la ventana un blanco que no tiene la paz que da saber que ya está, que se ha acabado la búsqueda y se puede echar a dormir sin fantasmas caoba negra, me ha visto por la ventana. Me ha visto cuando venía de dormir la mona entre las palmeras forzadas sobre las que asomaban las estrellas, las estrellas sin la Vía láctea, que no dará señales de vida hasta las 3. Mientras yo convertía mi polla de un buen tamaño del que estoy orgulloso en un émbolo con el que hacer un experimento social muy visto, visto de cojones, él se ha quedado dormido pensando en el viejo adagio de que la ciudad te seguirá, de que no puedes escapar a lo que llevas contigo. Y yo, al menos tengo a esta chica que me ha pedido que me corra dentro, que ha esperado adormilada a que me limpie los restos nada caoba del deseo bien desarrollado, porque nosotros sí que sabemos darle un cauce al deseo, ella ya sabe cómo ponerse, cómo tocar donde hay que tocar. Y yo sé lo que tengo que hacer y que decir. Y ella sabe cómo sacar de mí lo que tiene que salir, justo eso. Y ya me he limpiado y en este follamotel de lujo, de lujo porque está lejos y es caro y está en una isla, manchamos poquito las sábanas y nos limpiamos las dudas con un kleenex y dormimos semiabrazados y dormiremos así durante años y cuando nada tenga sentido vendrán dos niños, o tres o cuatro y entonces ya no nos acordaremos de si esto tenía que tener algún sentido, ella ya ni siquiera querrá dormirse esperando a que me limpie la resina de la caoba, yo ni pensaré en que podría estar bien sentirla temblar debajo como un tsunami sólo para mí, porque tendremos un objetivo por encima de nosotros que nos obligará, gracias a Dios, a no pensar en nada más que en eso. En eso en eso en eso y en ninguna otra cosa hasta que sea demasiado tarde o los niños se vayan de casa de una puta vez.