Y ahora es demasiado tarde para todo y no es que vaya a a servir de
mucho que planee días futuros precisamente hoy que llueve tanto y ella
está tan lejos, ni siquiera sé dónde.
Adoraba sus posturas de erizo, su mirada fluvial sobre las
cosas, a veces sobre mí. Si me gustaba la manera temeraria en que encaraba el
mundo era porque así es como quiero ser. Veía todos esos obstáculos incorpóreos
que levantaba entre nosotros, pero me importaban una mierda en cuanto sonreía.
Hacía que quisiera vivir cada minuto de otra manera, como si todos, uno a uno,
contasen, porque contaban. No había días mejores que aquellos en los que
veíamos una película cuidadosamente negociada, aunque me quedase dormido. Sobre todo si me quedaba dormido. Me hubiera pasado
horas escuchándola. Yo siempre quería más. Me gustaban los besos largos y ella sólo los quería cortos.