/////"Sigo virgen y furioso". Arthur Cravan, recién llegado a la ciudad, en una carta a un amigo/////
lunes, 7 de diciembre de 2015
Díselo con bombas
He pasado estos días con la familia, con la tele puesta a toloquedaba, y ya he entendido las cosas. Yo venía sabiendo que existen los planteamientos complejos y las explicaciones largas, pero eso son cosas largas y complicadas. Si no cabe en una frase, no sirve para la tertulia. Si no es tajante y hasta definitivo eres un moñas poco o nada ibérico. Por ejemplo, hay una respuesta para todo en una palabra: bombardeos. Gente con metralletas aquí, bombardeos allá. Separatistas: bombardeo en las Ramblas. Maltrato animal: bombardeo en Tordesillas. Violencia doméstica: bombardeo selectivo a todos los bares con expendedor de palillos. Penélope Cruz elige pareja fenomenal desde siempre: bombardeo al cine español. Niños cabrones: bombardeo a la guardería. El problema de España, al parecer, no es que no haya soluciones, es que tenemos pocas bombas.
miércoles, 11 de noviembre de 2015
Límites
"Porque lo que nos hiere no son las personas, sino ver destrozados nuestros ideales, y eso nos hace añicos"
Blitz. David Trueba.
Podría empezar esto hablando de loquemepasó. La píscina de la que no sales porque estás nadando hacia el fondo o porque ni quieres ni quieres querer, la sensación de que todo ha seguido rodando y tú te has quedado ahí, agostado, y ya no entiendes cómo se hacen las cosas, la duda razonable de si te habrás vuelto loco, la certeza falsa de que te vas a quedar así para siempre, blablablá; ya está contado. Y si nadie ha entendido loquemepasó, yo el que menos, no me voy a poner ahora a explicarlo, a hacer como que sí. Todo lo más, puedo buscar la cita de Erich Fromm sobre la necesidad de pertenecer a algo para no acabar majara. Somos raritos, de los raritos que ni siquiera tienen muy claro cuándo lo están siendo. Hacemos cosas tontas para encontrar un sitio, vosotros las vuestras, yo, por ejemplo, procurarme una tertulia literaria, querer jugar al cadáver exquisito, subirse a la mesa a recitar, hacer el poliamor cuando no existía. Hemos tenido nuestros ratos de aparentemente encontrarlo, El Primero de carrera con estrippókers en los coches y revolcones compartidos en la hierba, hasta que el suelo volcó; el del blog inicial en el que parecía que no estabas solo y podías escribir tanto como te diera la mano; el de aquella chica con la que te fuiste a vivir, la que sólo usaba tangas y se inventaba diminutivos. Pero al final te hacías a la idea de que ahí tampoco.
Y, de repente, cuando ya casi ni lo
buscas, lo encuentras, hay un huequecillo aburbujado lleno de
gente tan rara como tú a la que adoras instintivamente y donde
puedes hacer lo que siempre has querido hacer y todas las cosas
nuevas que no sabías que podías hacer.
Y, de repente, lo pierdes todo otra vez, no
hay ningún sitio para ti ni entre esa gente tan rara como tú porque no
sabes hacer lo que tendrías que estar haciendo.
Erich Fromm, puto profeta: “A menos que pertenezca a algo, a menos que su vida posea algún significado y dirección, se sentirá como una partícula de polvo y se verá aplastado por la insignificancia de su individualidad. No será capaz de relacionarse con algún sistema que proporcione significado y dirección a su vida, estará henchido de duda, y ésta, con el tiempo, llegará a paralizar su capacidad de obrar, es decir, su vida”.
Y ahí está una explicación tan
ficticia como otra cualquiera: por eso ya no quieres salir de tu pocito,
por muy idiota que te sientas con todo al alcance de la mano, por mucho que veas cómo te abandonas hasta dejar de funcionar, blablablá.
Así que, olvidémonos de este tema, archivémoslo para siempre en esta introducción de post tan larga, porque ya está
contado. El momento es ahora, cuando aparezco ya convertido en un
vagabundo que, sólo este mes, ha dormido en tres camas y un sofá.
El sofá se abría y me dejaba el culo en volandas a mitad de la noche. Las camas de
invitados ya no son tan de muelles. De las mantas ya no se me salen tanto los pies. Desde ninguna de ellas se veían las estrellas. Dos daban a
patios interiores, otra, a una terraza llena de trastos, el sofá
estaba muy lejos de una ventana con árboles. Cuando salgo a la
calle en una de esas casas, lo que hay es un barrio pijo con porteros
que preguntan a dónde vas y con señoras lacadas que compran comida
preparada al peso; en la puerta de la otra hay un parque y una cuesta
muy larga por calles que me dicen ya poco, sólo que conducen al
sitio al que parece que quiero llegar; alrededor de la otra hay un montón de
palacios y piedras y japoneses haciendo fotos; y la última está a
la orilla de un río por el que casi nunca paseo. Casi nunca paseo
por ninguna parte. Y ése es el panorama, ahora que ya no me sirve de nada tener criterio ni puntuar las vistas, ahora que como mucho arroz y mucha pasta y algunos bocadillos. Sé que
sigo distinguiendo un steak tartare bueno de uno malo y sé que sé a qué huele
cada vino y sé que eso nunca fue importante, pero ahora aún menos.
Y tampoco os quería hablar de esto,
era más bien de lo de las pastillas. He estado viendo Sin límites, la serie y la película de un
tipo que toma unas pirulas que le hacen superlisto. Me he
identificado con cada palabra del principio. El médico me dijo que como no me podía
recetar cocaína, me recetaba ESO. Y ESO aumenta mi
concentración cuando menos me lo espero. Me seca la boca y me hace
levantarme e ir de un lado para otro, como si MDMA. Así
que me hago la cama y leo cosas difíciles y pongo la lavadora y me
da por escribir. No me hace lo que me dijeron que me iba a hacer
porque no tengo esa cosa en la cabeza que me dijeron que tenía. Parece ser que sólo
soy un poco raro o que sólo me mueven cosas diferentes que a la otra gente.
Pero aún así, ESO me seca la boca y me afila los dedos y no sé
hacia dónde me lleva, pero me lleva. Están la adicción y los otros efectos colaterales, pero no voy a pensarlo todavía, voy a volver a hacer como que fuera a vivir para siempre, voy a dejarme llevar. De ESO hace sólo
dos semanas e igual es otro espejismo y nunca se van a ir del todo la piscina en la que ya no hay que pensar en nada y el nadar hacia
abajo y blablablá. Pero, si no lo es, quiere decir
que mi barba de vagabundo y yo sólo estábamos dando un rodeo y que estamos de vuelta.
que mi barba de vagabundo y yo sólo estábamos dando un rodeo y que estamos de vuelta.
que si sigo aquí después de todo es porque, aunque no sepa manejarlo, este planeta sigue siendo mi preferido.
domingo, 8 de noviembre de 2015
Bastante idiota
Corren malos tiempos para las buenas intenciones. No tengo ni idea
de cómo lo he hecho, pero he conseguido llegar hasta aquí con las
ganas intactas, con una fe previa en los humanos que no sé si veo en
los demás. Siempre ha habido un precio a pagar, siempre lo he pagado
cumplidamente. Desengaños, amor vuelto odio, chicas maquinadoras de
dramas imaginarios, rondas gratis varias. Nada que no compense el
salir a la calle un día de esos en los que notas al sol
lavándote la cara y peinándote la barba y llegas a alguna parte
donde te está esperando alguien con quien sabes que es una suerte
pasar un rato y reírse o no reírse, y beber y escuchar y contar. La
clave es fácil: te quieren (a veces) porque tú quieres
(siempre) sin esperar que te quieran. Te quieren porque te entregas y
confías. No porque sigas unas pasos o unas leyes o un programa.
Hablaba con Lía el otro día sobre esa sensación de que todo se ha acabado, de que ésta era mi última oportunidad, de que nunca nunca nunca he querido de esa manera. De que nunca volveré a sentirme así ni a encontrar a nadie como C, nadie con quien quiera tener tan abiertos los ojos, con quien estuviera tan seguro de que cada minuto eran los buenos tiempos y lo eran para siempre.
Y en lo que hago el inventario de lo que nunca tuve y, aún así, he perdido, C escribe sobre mí con la indisimulada intención de hacerme daño y habla de mi “maldad”, de mi “veneno” y de mi “sucio egoísmo”. Y de mi “torpeza”, y ahí sí que tengo que estar de acuerdo: soy bastante idiota cuando se trata de relaciones humanas, lo demuestro una y otra y otra vez, lo demuestro demasiado como para no saberlo. Porque lo hago a propósito o porque no sé hacer otra cosa.
Uno podría meterse en una cadena infinita de reproches, preguntarse qué es lo que legitima toda esa superioridad moral, cuántas veces ella se preocupó por mí en los días en que nos alegrábamos de vernos, qué gestos, qué caricias, con qué cuidados expresó esa limpia generosidad que parece oponer a mi “sucio egoísmo”. O también podría ser coherente con lo que defiendo siempre y hacerme a la idea de que un texto literario es un estado de ánimo fugaz y no se puede leer de la manera en que lees un reglamento municipal. Un texto-estado de ánimo, uno en el que donde pone “sucio egoísta” hay que leer un collage de palabras con la rabia del autor. O del lector, depende. Cuesta creerlo ¿verdad?
Si yo fuera tan egoísta, tal vez el constatar que ella lo está pasando mal no sería lo que me doliera lo primero de todo. Y tal vez no me entristecería más que ninguna otra cosa el que ésa sea la imagen de mí con la que va a quedarse para siempre, la de un mal recuerdo.
Dice Lía que esto pasa todo el rato, que uno cree que nunca va a volver a encontrar nada como eso, pero que luego pasa el tiempo y se te olvida ese sentimiento de subsuelo y lo encuentras. Me lo dice mientras nos llueve en la azotea del Círculo y alguien nos ofrece un paraguas y busco una respuesta que no está, claro, entre las gotas de la lluvia que nos asedia y nos empapa la espalda y vacía todas las camas balinesas menos la nuestra. La lluvia, dos de hidrógeno, una de oxígeno y lo que tú le pongas, Ahora todo lo que me dice mi estado de ánimo es que cada vez le pides un poquito menos a las cosas, que desciendes hasta el nivel al que te venga la vida.
Malos tiempos para los optimistas. Pero uno no puede ser otra cosa que lo que es y justo cuando está pagando lo que cuesta todo esto, que es una pasta, con la cabeza baja y todas las ganas de tirar, pisar, quemar la toalla para que quede claro, atisba algo entre las luces de la ciudad -máquina tragaperras, tele sin volumen, brillo de fluorescente-. Y escribe despacito en su móvil: “la mayoría de los chispazos se apagan en la arena, pero hay uno que incendia el bosque”. Terminará en espejismo, claro. Qué amor no lo es, en cuál la materia no será de espejismos y de espejos.
Hablaba con Lía el otro día sobre esa sensación de que todo se ha acabado, de que ésta era mi última oportunidad, de que nunca nunca nunca he querido de esa manera. De que nunca volveré a sentirme así ni a encontrar a nadie como C, nadie con quien quiera tener tan abiertos los ojos, con quien estuviera tan seguro de que cada minuto eran los buenos tiempos y lo eran para siempre.
Y en lo que hago el inventario de lo que nunca tuve y, aún así, he perdido, C escribe sobre mí con la indisimulada intención de hacerme daño y habla de mi “maldad”, de mi “veneno” y de mi “sucio egoísmo”. Y de mi “torpeza”, y ahí sí que tengo que estar de acuerdo: soy bastante idiota cuando se trata de relaciones humanas, lo demuestro una y otra y otra vez, lo demuestro demasiado como para no saberlo. Porque lo hago a propósito o porque no sé hacer otra cosa.
Uno podría meterse en una cadena infinita de reproches, preguntarse qué es lo que legitima toda esa superioridad moral, cuántas veces ella se preocupó por mí en los días en que nos alegrábamos de vernos, qué gestos, qué caricias, con qué cuidados expresó esa limpia generosidad que parece oponer a mi “sucio egoísmo”. O también podría ser coherente con lo que defiendo siempre y hacerme a la idea de que un texto literario es un estado de ánimo fugaz y no se puede leer de la manera en que lees un reglamento municipal. Un texto-estado de ánimo, uno en el que donde pone “sucio egoísta” hay que leer un collage de palabras con la rabia del autor. O del lector, depende. Cuesta creerlo ¿verdad?
Si yo fuera tan egoísta, tal vez el constatar que ella lo está pasando mal no sería lo que me doliera lo primero de todo. Y tal vez no me entristecería más que ninguna otra cosa el que ésa sea la imagen de mí con la que va a quedarse para siempre, la de un mal recuerdo.
Dice Lía que esto pasa todo el rato, que uno cree que nunca va a volver a encontrar nada como eso, pero que luego pasa el tiempo y se te olvida ese sentimiento de subsuelo y lo encuentras. Me lo dice mientras nos llueve en la azotea del Círculo y alguien nos ofrece un paraguas y busco una respuesta que no está, claro, entre las gotas de la lluvia que nos asedia y nos empapa la espalda y vacía todas las camas balinesas menos la nuestra. La lluvia, dos de hidrógeno, una de oxígeno y lo que tú le pongas, Ahora todo lo que me dice mi estado de ánimo es que cada vez le pides un poquito menos a las cosas, que desciendes hasta el nivel al que te venga la vida.
Malos tiempos para los optimistas. Pero uno no puede ser otra cosa que lo que es y justo cuando está pagando lo que cuesta todo esto, que es una pasta, con la cabeza baja y todas las ganas de tirar, pisar, quemar la toalla para que quede claro, atisba algo entre las luces de la ciudad -máquina tragaperras, tele sin volumen, brillo de fluorescente-. Y escribe despacito en su móvil: “la mayoría de los chispazos se apagan en la arena, pero hay uno que incendia el bosque”. Terminará en espejismo, claro. Qué amor no lo es, en cuál la materia no será de espejismos y de espejos.
Las versiones y los hechos
En los últimos tiempos he tenido que
oír más de lo que me gustaría lo de, “bueno, es que hay otra
versión”. Yo estoy muy a favor de las versiones, las versiones son
la literatura: Shapeskeare o Goethe son pura versión, la del tipo
en el que el amor es homicida o suicida o la del que se transforma en
el Hulk de los ojos verdes cuando se imagina cosas. Nabokov glosa bien clarito qué es lo que hace que un señor mayor pierda la cabeza
por una preadolescente. Baudelaire deconstruye la receta del vino de
los asesinos. Capote etcétera.
Leyendo somos más capaces de
distinguir las versiones de los hechos, de evitar convertir las
explicaciones en justificaciones y de poner distancia entre Ofelia o
Humbert Humbert y nosotros, por muy concienzuda o certeramente
explicados que estén. Pero cuando la versión novelescamente
elaborada nos la dan en la vida real, moqueándonos a los ojos, es
mucho más difícil sustraerse a la complicidad que nos están
suplicando por el procedimiento de dónde está la bolita.
En general somos buena gente o al menos
estamos programados para creer que el sicópata que siempre saludaba
en el ascensor es buena gente porque siempre saludaba en el ascensor.
Pero una versión es siempre una mentira. En el mejor de los casos,
una que encierra una verdad poética. Ni Walter White mató a una
persona menos de las que mató porque le acabáramos cogiendo cariño
ni a Ruiz Mateos se le puede descontar un euro del botín de sus
ingenierías financieras por lo gracioso que hablaba.
Fuera de la literatura, en la vida
real, una versión es un cuento o una estafa (depende de si te la
crees o no) que no debería tener ni media bofetada frente a un
hecho.
viernes, 2 de octubre de 2015
Escribo para entender las cosas y por
eso hace tiempo que no entiendo casi nada. La idea de que lo único que tenía sentido escribir era lo que
escribiera para conseguir cosas, preferiblemente dinero, me fue
inculcada en la cocorota con éxito hace no demasiado. Las ideas que me sacan de la
zona de desconfort habitual y las borracheras de licor café se me
quedan enseguida. Como escribir no era eso para mí, dejé
de escribir por no escribir en vano. Pero escribir es más facilito,
escribir es esto: una letra, otra, una palabra, un espacio. Mira,
estoy escribiendo. Quiero volver a entender las cosas como cuando era más listo. Mira, estoy entendiendo.
jueves, 16 de julio de 2015
"Colegas queridísimos, estetas defensores
del pájaro y la rosa y el mundo está bien hecho"
Ángela Figuera Aymerich
El universo es
salpicado de
sangre a cada rato,
un murmullo de cosas que se van,
que las mareas borran
y no importa.
Amanecer es sangre.
El movimiento es sangre,
sólo un pisotear que no mira a los lados.
miércoles, 15 de julio de 2015
Un tío normal
He pasado la tarde con mi sobrina Vega. Nos hemos tirado a bomba, hemos jugado al fútbol, hemos encontrado seis de las siete diferencias, hemos pintado bigotes y parches y colmillos y cuernos y capas a todas las chicas del periódico, nos hemos comido un helado y se ha tumbado de espaldas en mi tripa para ver los árboles del revés.
miércoles, 7 de enero de 2015
El futuro
En 2014 gané la Resaca a toda una carrera y para 2015 tenía pensado quedarme con el Disfruta de lo que sí que tienes, pero parece que me está creciendo un Acuérdate de quién eres. Muy signo de los tiempos todo.
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