domingo, 8 de noviembre de 2015

Las versiones y los hechos

En los últimos tiempos he tenido que oír más de lo que me gustaría lo de, “bueno, es que hay otra versión”. Yo estoy muy a favor de las versiones, las versiones son la literatura: Shapeskeare o Goethe son pura versión, la del tipo en el que el amor es homicida o suicida o la del que se transforma en el Hulk de los ojos verdes cuando se imagina cosas. Nabokov glosa bien clarito qué es lo que hace que un señor mayor pierda la cabeza por una preadolescente. Baudelaire deconstruye la receta del vino de los asesinos. Capote etcétera.
Leyendo somos más capaces de distinguir las versiones de los hechos, de evitar convertir las explicaciones en justificaciones y de poner distancia entre Ofelia o Humbert Humbert y nosotros, por muy concienzuda o certeramente explicados que estén. Pero cuando la versión novelescamente elaborada nos la dan en la vida real, moqueándonos a los ojos, es mucho más difícil sustraerse a la complicidad que nos están suplicando por el procedimiento de dónde está la bolita.
En general somos buena gente o al menos estamos programados para creer que el sicópata que siempre saludaba en el ascensor es buena gente porque siempre saludaba en el ascensor. Pero una versión es siempre una mentira. En el mejor de los casos, una que encierra una verdad poética. Ni Walter White mató a una persona menos de las que mató porque le acabáramos cogiendo cariño ni a Ruiz Mateos se le puede descontar un euro del botín de sus ingenierías financieras por lo gracioso que hablaba.

Fuera de la literatura, en la vida real, una versión es un cuento o una estafa (depende de si te la crees o no) que no debería tener ni media bofetada frente a un hecho.

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