viernes, 17 de noviembre de 2017

Vuelvo a Madrid

Vuelvo a Madrid y cambio de barrios. Cuando empiezas la misma ciudad a partir de una casa nueva se te mueve el eje y todo el plano se balancea de un lado a otro antes de asentarse, como en el Google Maps. Un Madrid cambia mucho en dos años y pico, pero es que también cambia mi pueblo. A la gente le pone nerviosa eso, como en un memento mori. Pero yo miro la cafetería que ahora es un tex mex y me alegro de que ya no estén esas mesas en las que tuve que desayunar con aquella tipa tan gratuitamente agresiva. Me río con los camareros nuevos del bar en el que la cagué tanto. Me alegro del cartel de Se alquila en el garito de madera en el que casi le di el primer beso a esa chica que era un metro setenta de error. No me da ninguna pena ver un gastrobar de vendehummus en el bareto en el que tanto me reí con toda esa gente a la que adoraba y que luego se esfumó. El capitalismo loco del centro me ha hecho el favor de apartarme esos recuerdos con la sutileza de un típex y me ha dado otra oportunidad, otra más. Al que quiera que sea yo ahora y a los que todavía amo nos están esperando todas las nuevas viejas tascas de Madrid.

lunes, 9 de octubre de 2017

jueves, 20 de julio de 2017

Apégote leche

Tenía otro post sobre nosotros que ya no. Solo quiero recordarla cuando fue tan libre que era absolutamente bella. Ella no se acuerda. Teníamos unos valores nuestros, los aprendimos solos y a golpecitazos, pero cuándo es cómoda la libertad. Jugábamos mucho, no nos juzgábamos nada. Nos mirábamos detrás de los ojos con los que nos mirábamos. Ese corazón tremendo en el que cabía tanto seguirá ahí, aunque ahora lo use en modo zoom.
Me ha metido en una cajita estrecha en la que el amor fue apego y la mitad de nuestro tiempo fue tiempo de descuento. Vivo ahí, asediado por todas las veces en las que fui un fastidio. Soy un absurdo gato de Eschórringuer vestido con los calzones abanderado y la camiseta imperio de Alfredo Landa, dispuesto a hacer el salto del tigre cuando me abran. Estuvimos en lugares mejores.

jueves, 20 de abril de 2017

La belleza está en el interior

No sé si las cosas van así, si los chicos se identifican con Bestia y las chicas con Bella y ya. Supongo que no, que habrá un mezcladito, Bella, Bestia, cada uno un ratito, cada pibe la cosa que sea en su momento. Yo he empezado con Bella, la rarita del pueblo que leía libros, pero enseguida he sido Bestia, el que no quiere a nadie y al que nadie quiere. Los feísimos, Bestia y yo, que se me ha roto un diente y lo intento tapar con una barba desbocada y parezco un sócrates yonki. Tanto he sido Bestia, que me he pasado llorando de la mitad de la película en adelante, que dura dos horas. No sé si cuando vi la original, la de dibujos, lloré. Si lo hice me escondería, porque iba con dos amigos a los que no les pegaba nada Disney. Sólo recuerdo eso, que me preguntaba por qué mi amigo se empeñó en que fuéramos a ver esa peli. Precisamente ese amigo, que era un crío de temprana filosofía rocosa: trabajo, familia, pueblo. Creo que me pasé la película esperando que ocurriera algo que justificara el que él nos hubiera llevado. Me acuerdo sólo de eso y del baile, que era un tiovivo que te centrifugaba las emociones.
Justo esta tarde pensaba en que no es que tenga el corazón roto por las decepciones, es que he tenido un montón de corazones sucesivos. Los he roto todos y los he ido reemplazando, como los móviles. No sé de dónde sacaba los otros. Éste es del Rastro, mugriento y deshabitado. Lo pensaba porque, entre todas las cosas prosaicas y burocráticas de mis días de ahora, ha sonado la canción no tan moñas como parece que me recuerda a la Chica Confetti. Y puede que ese sea el único recuerdo en el que me detengo y está bien, el único que se salvó de la portabilidad de corazones, corazones. Ella se acuerda de mí cuando oye esta canción, aunque igual no suena muy a menudo a su lado del Atlántico.

Llevo un tiempo creyéndome todas mis objeciones contra el amor romántico, creyéndomelas de verdad, no como cuando las gritaba fuerte y con golpe en las barras de zinc malasañero. Pero se me olvida -y me lo recuerda Bestia- la función que tiene la esperanza. Tendrá que anticipar un un amor raro, vale, vale porque otro no va a valer, pero que sea esperanza. Recuerdo que entendí de verdad lo importante que era la esperanza en Cuba. En Cuba hagas lo que hagas nunca vas a mejorar, no vas a poder cambiar de vida, no vas a poder prosperar. Cuando la esperanza se te cae, o te la caen, tienes que tener muy buen conformar, quedarte con lo que hay y ya nunca –nunca- aspirar a nada más. ¿Cómo se puede vivir así? ¿Cómo he podido yo vivir así? Sobreviviendo. Me recuerda David que ya no tengo 20 años, me lo recuerda todo el rato. Que sí, claro. Pero es que no es una cuestión de edad, yo nunca he sido de otra manera, sólo cuando me he escondido. No volveré a la vida de verdad hasta que no pueda sentir alrededor la belleza, la verdad y la justicia. Verdad, justicia, belleza: yo os convoco.