martes, 16 de abril de 2013

La goma de borrar el amor

Si es que tenemos alma
estará hecha también
de amor que compartimos,
inmutable en el tiempo,
Eterno, allá en el fondo.
Me niego a hacer posible
reescribir lo que fuimos,
y convertir ahora
a mis besos de entonces
en un gesto de hastío
que no estaba en mis besos.
Ellos flotan allí,
no dejan de existir
si nadie los recuerda.
Son bien poco.
Fue bien poco el big bang,
la explosión creadora
y nadie estaba allí.
Es bien poco el amor.
Es bien poco este último abrazo.
Soy bien poco
con la persiana abierta
buscando no sé bien
qué en el cielo.
Somos sólo un chispazo.
Me niego a pretender
que yo no estoy en ti
que tú no estás en mí
que no estuvimos
que no estaremos siempre
donde fuimos.
En aquella minúscula
esquinita del tiempo.

lunes, 8 de abril de 2013

A coscorrones



Hace unos días nos hablábamos con cariño, ella me pedía fotos para no borrar nada, yo las ordenaba para que no se me perdieran. Era la continuidad natural de un año y medio en el que habíamos creído el uno en el otro por encima de todas las cosas, por encima, sí, de la realidad que, a coscorrones, nos iba imponiendo cada vez más límites. Es posible que ya no nos veamos mucho, es posible que ya no nos veamos más. Seguro que nos merecíamos otra despedida, la que se merecían los chicos sentados en el portal de su casa aquella noche, acariciándose con la mirada y con las palabras, abrazándose sin besarse. O sin irse tan lejos, los que se amaban hace unos meses en la cabaña entre la nieve alpina. Eran días como esos los que se alzaban brillantes y hacían que todas las dudas parecieran tan poca cosa y que valiera la pena haber llegado hasta allí.
Yo no quiero creerme que seamos estos, porque no lo somos, porque somos aquellos otros, sólo que hoy estamos abrumados y confundidos. Prefiero, cada vez que piense en ella, susurrarle desde lejos, una vez más, su frase bálsamo: "todo va a salir bien". Y que funcione como un sortilegio para que todo, algún día, acabe estando bien.

viernes, 5 de abril de 2013

EN CUALQUIER FIESTA


EN CUALQUIER FIESTA
Mucho mejor acordarse del remoto principio, del beso aquél, de las rodillas eléctricas, de algún que otro momento inmaculado, como el polvo en la playa de Cádiz. Cuando pase un tiempo, quizás seamos capaces de extrañarnos con ternura, tal vez nos encontremos en alguna fiesta y lo que reconozcamos el uno en el otro no sean los estúpidos malentendidos de los que nos alimentamos ahora, sino el brillo del deseo con el que no podíamos dejar de mirarnos, la sonrisa que te quitaba a mordiscos en cuanto bajabas del tren.
Sé que cuando nos veamos y seamos los próximos mezclados con un poco de los de entonces nos vamos a reconocer enseguida. Dejémoslo estar. Mejor nos vemos allí.

jueves, 7 de febrero de 2013

Nueve atardeceres de Ibiza. NUEVE.



Nueve atardeceres de Ibiza. NUEVE.
Hoy no tengo nada que hacer, sólo irme de la isla. Me doy un largo paseo por la costa, triscando por las rocas. Veo algunas cosas. Una italiana baja de su chalet en albornoz y se baña casi desnuda. Una niña pasea a un cachorro con un cordel y le habla para educarle en el tono con que en casa le hablarán a ella. Hay muchos pescadores con caña y todos son árabes. Hay tantas casas lujosas encaramadas a los barrancos que enseguida dejan de tener algo de particular. Una hora antes de que se ponga el sol, busco un lugar entre las rocas para sentarme a verlo y me topo con una chica tan abrigada como el que más (que soy yo). Se ha puesto cómoda sobre una toalla de colorines y escribe un poema en un cuaderno. Se detiene a menudo y piensa cada verso como si le doliera. Me siento como el que inesperadamente tiene que pedir la vez en su charcutería secreta, como el fan solitario que un día oye su canción en los 40 principales. Miro un momento hacia el sol brumoso que hoy apenas colorea otra cosa que su contorno y me pregunto quién habrá escrito esto ya, si no habrá nada nuevo que decir sobre un atardecer.
Y es justo entonces cuando el sol termina de caer y deja tras de sí la erupción de un volcán, con las nubes disciplinadamente alineadas como volutas. En unos segundos, la intensidad de la luz baja, todo parece reubicarse en el cielo y el atardecer se transforma en una explosión nuclear con las nubes posando de hongo atómico. Y me doy cuenta de que nunca había visto a un atardecer disfrazándose de otra cosa.
2 de noviembre de 2012

miércoles, 30 de enero de 2013

A las 12.30 me fui a buscar a Patricia y a Virgenyfurioso, que 
habíamos quedado en Plaza Castilla para ir al cumpleaños de Meri. De 
cumpleaños en cumpleaños y tiro porque me toca. No conocíamos a 
Virgenyfurioso, que era un chico de Internet, y allí le conocimos. Un chico muy 
majo, pero demasiado gay para mi gusto. Se supone que es hetero, pero tiene más 
pluma que los pavos reales, y eso no me mola nada. Sábado, 1 de octubre de 2.003

sábado, 26 de enero de 2013

Nadie ha vuelto para contarlo


Nadie ha vuelto para contarlo
Sólo pensar en la muerte ya es una faena. Nada que se te ocurra en esos momentos va a tener la mínima gracia. Así que lo dejas estar, haces lo que puedes por no darle vueltas y el efecto rebote te lleva a creerte inmortal. No inmortal en plan eufórico, poderoso, indestructible. Inmortal para mal, inmortal de, en fin, como esto va a durar un montón, me voy a permitir este día de papeleo y este otro de estar tristón.
Hoy me he levantado soñando con una página de El Jueves que no he leído en El Jueves. Un chiste que hablaba del más allá, pero que no era de uno de los dibujantes muertos, como debería haber sido; lo hacía uno de los vivos. En el duermevela he pensado “porque nadie vuelve para contarlo”. He pensado que mi madre nunca ha vuelto para contarlo, que si hubiera podido, habría hablado conmigo o con mis hermanos. He pensado que todo termina con un fundido en negro, como en Los Soprano. No he pensado nada que no sepa, sólo en cosas que suelo evitar.
Todo esto no es siquiera agradable de leer, lo sé.
Me ha venido a la cabeza mi amigo Javi y he pensado que él es el que tiene razón. Mi amigo Javi se va al Sudeste asiático no sabe a qué. Sabe que se va, sabe el día y sabe dónde llega ese día. El resto ya se verá. He recordado cómo era el despertarse en un lugar extraño y dirigirse, como una polilla, al lugar en donde estén la luz y la belleza, sin más objetivos. De todos nosotros, él es el que tiene la razón.
Pensar en la muerte ha estado bien esta vez. Me he dado cuenta de que me tengo que soltar, de que esto no consiste en más que amar lo que hagas cada día. En encontrar la energía para tirar todo lo que sobra en casa y abrir bien los ojos para estar atento a las oportunidades de dirigirse hacia la luz y la belleza. He recordado el verano que pasé como voluntario en el barrio más chungo de Santo Domingo y lo que aprendí. Aprendí a mirar a mi alrededor con amor y a dar lo que el mundo necesita de ti de verdad, una sonrisa, un rato de mirarles bien y escucharles y sentir tú, sentir de verdad, que tienen algo importante dentro por lo que vale la pena pararse un ratito con ellos al borde del camino.
He pensado que me voy a soltar. En todo, pero especialmente al escribir. Que no puedo esperar que una iluminación me baje del cielo el texto perfecto. Que si me siento así de bien cuando escribo, con lo que escribo, que sólo tengo que sentarme y hacerlo. Y que unos días tendré más suerte que otros. Tengo que saquear mi cabeza, como estoy haciendo ahora y confiar en que aunque no vaya a pasar a la historia con el texto de hoy, éste será un buen día gracias al texto de hoy.
Porque no tengo un día que perder.

Nueve atardeceres de Ibiza. OCHO.


Nueve atardeceres de Ibiza. OCHO.
Un dios egipcio anima el sol de hoy. Por una parte, es fácil imaginarlo dentro. Este sol brillante y puro, redondo e imparable, es la encarnación de la fuerza y está sobre todos nosotros y deja claro que es enorme y poderoso. Por otra, resulta difícil imaginar a un dios de la antigüedad redondo. Ahora, con las religiones adaptándose como el que más y con la ciencia ficción ya inventada y deconstruída, y con los dibujos japoneses y con el átomo dibujado y reventado, no resulta tan difícil imaginarse a un dios bola de energía. Pero entonces las religiones eran orgullosamente antropomórficas. Hasta para adorar a un animal. Hasta para tallar sus tótems. Cuando el sol ha caído del todo y sólo nos llega un recuerdo irreal como el del aroma de una amante en la almohada, puedes imaginar todo un reino divino al final del mar, puedes creer que es el sol el que se ha alejado y no nosotros. Es la explicación más sensata, es lo que ves: un dios cotidiano que nos perdona un día más. Y que se retira a seguir con sus cosas en otra parte. Justo después de observarnos y calentarnos y prevenirnos y convertir cada día en una oportunidad nueva, un camino sin pisar que no tiene nada que ver con el anterior, por mucho que se parezca todo lo demás alrededor.
Las diosas isleñas mayas de la fertilidad y las divinidades doradas que decoran los bares del paseo de Sant Antoni de Portmany, el hippismo y el nudismo de por aquí deben de tener algo que ver con esto, con cómo te rodean en una isla las cosas fundamentales, el mar, el sol y lo demás. Porque parecen nacer, vivir y morir sólo para ti y sólo alrededor de ti.  
1 de noviembre de 2012

viernes, 9 de noviembre de 2012

Nueve atardeceres de Ibiza. SIETE.

Nueve atardeceres de Ibiza. SIETE.

El mundo que yo veo se va acercando a mí al terminar el día. La esquina del mar me está esperando para que me dé el segundo baño, el último hasta mañana. Las nubes, en esta época del año, se vuelven más posesivas y me rodean, me abrazan, me intentan engullir en cuanto pueden. Son majas, pero pegajosas, y yo prefiero que no me quieran tanto para poder miraros tranquilo. Os habéis adueñado de todo. De la tierra, claro, y la recorréis despacio las menos de las veces, fijándoos en mí por fin a estas horas, mucho más a la orilla del mar y de dos en dos. Y el mar. Paseáis por encima del Mediterráneo, paseáis como nadie lo hace, manteniéndoos secos mientras pisáis la superficie, uno de esos milagros vuestros. Mientras que los océanos, las nubes, los montes, la arena o los árboles, casi todo, son seres de un solo truco, vosotros, como yo, sois tipos ingeniosos como una navaja suiza. Uno de mis birlibirloques preferidos viene justo ahora, cuando os enseño de qué estoy hecho y pongo un poco de mí en cada una de las cosas a las que miro. Entonces, aun con la prisa de siempre, os obligo a fijaros en que estoy aquí, aunque sea un momentito. Sí, estoy, y doy colores y calor y, en fin, aunque no os quito el mérito de las energías portátiles que os habéis inventado, la energía soy yo. Cuando quiero pasar el rato con vosotros hasta os cambio la personalidad y os olvidáis de todas las normas sociales que os empeñáis en renovar cada generación. Y os hago sonreír y os desnudo y os saco a la calle y os vuelvo más sociables y folláis más. Y sois más animales. No os voy a dar la tabarra con la fotosíntesis y todo lo demás, pero sí, lo hago todo yo. Ignoradme si queréis, aun cuando me atenúo para que me podáis mirar a la cara al menos este ratito. Pero sabed que el rey de la fiesta soy yo.
Ahora me tengo que ir.  
31 de octubre de 2012

domingo, 4 de noviembre de 2012

Nueve atardeceres de Ibiza. SEIS.


Nueve atardeceres de Ibiza. SEIS.
La única nube que cubre todo el cielo me hace pensar en un atardecer del invierno castellano. Luego me doy cuenta de que no, que no es por el cielo cubierto, que lo puedes encontrar en cualquier parte, hasta en un desierto, según creo. Lo que me recuerda a mi pueblo son los tintineos de metal de los barcos del puerto, que chocan entre el viento y las olas, y se convierten en cencerros de un rebaño de ovejas cruzando el páramo a la hora de la recogida. Y, ahora lo recuerdo, hace nada también he oído el mugido de una sirena. Es en el atardecer cuando se ven a las claras las diferencias entre esto y aquello, entre una isla y una inabarcable superficie de tierra, entre la vida renovándose cada minuto entre las olas y la sucesión de un infinito tras otro, inmóviles sobre los terrones. Todo debería ser al revés. “La isla atrapa”, he oído hoy en una tienda. La isla es finita y se acaba enseguida, mientras que para cruzar la tierra firme nuestros antepasados tuvieron que usar varias vidas, todas sus vidas hasta completar su parte de la historia, la que ni siquiera sabemos y casi nunca nos paramos a imaginar. Así que, bueno, no hay rastro del sol, pero la luz se va atenuando. Las ovejas y las vacas no cruzan más que un recodo de mi subconsciente. Los barcos no se mueven. El viento parece soplar siempre en el mismo sitio y las olas rompen tan idénticas que parecen todo el rato la misma. En lo que llega una noche que ya recién nacida se parece mucho al resto del día, la isla me confirma sin hacer nada que todo ese movimiento que yo le suponía era poco más que la fantasía de una mente de secano.
30 de octubre de 2012

martes, 30 de octubre de 2012

Nueve atardeceres de Ibiza. CINCO.


Nueve atardeceres de Ibiza. CINCO.

Me llega que por allí os faltan mantas, que os calentáis con gatos, que el invierno ha caído, despiadado, sobre vuestras cabezas, siempre desprevenidas. Esta isla también se ha enfriado de golpe, al parecer. Pero durante todo el día, mientras tenemos luz, queremos ser incapaces de notarlo. Y quizás porque hoy sí que vamos a echar de menos al sol cuando se haya terminado de ir, parece que hemos salido todos a despedirlo. Tres barcos de pesca de buen tamaño que vuelven a puerto, un yate que se va, grupos arriba y abajo por el espigón, los de las bicis, los que corren, más de dos docenas de coches que tratan de aparcar, alguna moto y alguna furgoneta. Una patinadora comiendo un helado. Un avión que parece ascender desde el punto de fuga del ocaso y que deja una estela casi vertical que pisa las nubes. Y las propias nubes claro. Hoy no tienen ese aire informe de algodones de azúcar malignos, hoy son claramente cirros y cirrostratos, cada uno con su personalidad, pero todos apuntando al Oeste, como el sol, como los islotes, como el avión, como el yate. ¿Qué habrá en el Oeste?
Como era previsible, en mi quinto día aquí buscando algo que no está en ninguna parte, lo que quiero es irme un poco más lejos, a ver si lo encuentro.
29 de octubre de 2012

lunes, 29 de octubre de 2012


Nueve atardeceres de Ibiza. CUATRO.

El atardecer se entiende de verdad cuando se mira al revés. Hay que darle la espalda al sol para darse cuenta de que una verja se ha llenado de metales preciosos, dos chicas con un errado tinte zanahoria brillan como un cuadro de Klimt y la bola de helado gigante, monstruosa, la bola del cartel que parece que vaya a comerte a ti, cambia los brillos industriales por unas irisaciones que la hacen apetitosa por primera vez. Las piedras falsas del muro también me las comería, naranjas ahora como un salmorejo. Y hasta mi viejo pañuelo marinero refulge como si estuviéramos llegando a Ítaca.
La luz del atardecer miente dentro de un orden. No disfraza del todo. Durante un ratito arranca al mundo el perfil que le favorece, pero sin vestirlo de nada que no llevara dentro. Eso me queda claro al pasar delante de un solar, que se convierte ahora en un paisaje lunar por el que sólo pasea un perro marciano que parece radioactivo. O al mirar el reflejo en unos bloques de pisos con vocación de extrarradio y cuyas cristaleras no pueden evitar devolver un tono amarillo huevo e incluso un verdoso que no viene a cuento cuando todo a su alrededor es puro melocotón. Al pasar frente al Café del Mar, miro las gafas de sol de la chica del bar. Trato de dilucidar si ese brillito del fondo es un reflejo o son sus ojos. Me sonríe, saluda con la mano y comparte conmigo unos segundos de lo que bien podría ser felicidad o ebriedad. Nada que no llevara dentro.
28 de octubre de 2012

domingo, 28 de octubre de 2012

Nueve atardeceres de Ibiza. TRES.

Nueve atardeceres de Ibiza. TRES.


“¡Mira, Dios!”, decía de pequeño cuando me encontraba con algo así: una dramática luz de foco sentada a lomos de una nube negra. El cielo está casi despejado y debe de ser Dios en persona quien ha puesto la nube justo en el lugar donde yo intento ver caer el sol todas las tardes. Ya empiezo a saber que hay una conspiración celeste para que el tiempo que esté aquí no me depare un atardecer de los del Café del Mar, a pesar de que mi terraza tiene las mismas hechuras cardinales que el Café del Mar. Pero no importa, en cualquier ocaso puedes volcar tu estado de ánimo en el trozo de cielo y las combinaciones atmosféricas que te toquen. Y éste es tan metafórico como el que más: nubes negras blanqueadas en las puntas por un sol apenas rojizo que parece ir a resurgir en lugar de esconderse. Un esperanzador final de día que se potencia con un mensaje que me acaba de llegar al Facebook: “escribe y déjate de hostias”.
27 de octubre de 2012

sábado, 27 de octubre de 2012

Nueve atardeceres de Ibiza. DOS.


Nueve atardeceres de Ibiza. DOS.

El ocaso me encuentra leyendo este poema:
“Es verdad tu hermosura. Es verdad. ¡Cómo entra
la luz al corazón!”.
Y como leo lento y es un poema largo,
el sol ya no se ve para cuando he llegado.
Las nubes que lo tapan se mueven muy deprisa,
pero enseguida vienen otras a relevarlas.
Hay viento, que ahí arriba debe de soplar fuerte,
con hambre de kilómetros.
En la tierra es distinto, el viento ya no es libre
y sólo encuentra obstáculos (montañas, islas, coches),
un universo de hechos contra los que tropieza.
Y luego las personas,
que pasean deprisa por el puerto,
que no juegan con él, como las nubes,
ni tampoco resultan más que un pequeño estorbo.
La china con dos niños en un carrito doble,
los de la camiseta, que vienen del gimnasio,
el anciano que huye, ha visto tantas cosas.
O puede ser que no y sólo vea la tele.

Mientras el mar protesta y levanta sus lenguas
para decirnos algo que puede que entendamos
cada uno a su modo si es que estamos mirando,
los humanos se meten en las casas.
Y el sol, al fin, termina cayendo casi solo,
ignorado a las faldas de una nube,
releyendo en voz baja
su antigua cantinela de verdugo que hojea
una condena a muerte.


Es verdad lo que dice,
mejor no lo escuchemos.
26 de octubre de 2012

viernes, 26 de octubre de 2012


Nueve atardeceres de Ibiza. UNO.
El sol tenía sólo una línea de cielo por la que asomarse. Entre tanta nube negra, nubes camorristas y con un ego monstruoso, lo que me llegaba era una luz doméstica, hogareña, como un fogón de pueblo que se colara por la rendija de la puerta de una casa apagada. Las nubes seguían con su matonismo, engullendo la luz con su panza de burro. Había dejado de creerlas, no iban a descargar, no iban a encerrarme en casa ni a dejar las calles impracticables durante tres días, ni siquiera iban a estar ahí mañana para darme un despertar tristón. Pero yo quería que el sol venciera, aunque fuera justo al final, justo en el punto en que se despediría desde la cima del monte. Hizo un último esfuerzo, quiso decir adiós con una boquita de fuego de leña, pero se lo zamparon, desafiantes, y nos dejaron sin despedida para que todo desapareciera en la oscuridad demasiado rápido.
25 de octubre de 2012

jueves, 25 de octubre de 2012

Turnedo

“Quién no tiene el valor para marcharse, quién prefiere quedarse y aguantar, marcharse y aguantar.” Amaro Ferreiro.

 Anoche pasaba frente a un bar y oí gritos.
 -¡Todos! ¡Deberíamos hacerlo todos! –decía un anciano bronceado.
 -¿Para qué? ¿Para ser indestructibles? ¿Para ser inmortales?- le contestaba otro mucho más calmado.

 Aquí los viejos tienen esa pinta saludable que ya me gustaría a mí. Estoy en Ibiza, escribiendo en la terraza con vistas al mar que me ha dejado una amiga para encerrarme y teclear, para pasar una pájara que me viene durando demasiado. Aquí todo el mundo parece relajado, yo todavía no, y hago lo que puedo por perder la esperanza. Sí hay algo que sé hacer es relajarme, cómo se me da. Así que estoy dispuesto a pasar diez días en tensión, a ver si me sale algo que me valga la pena. Pero sólo se me ocurren ideas como describir el atardecer cada día desde esta terraza que da al oeste y quedarme con el mejor. O concentrarme fuerte en una de estas nubes que me van a encerrar más y pensar cómo será sobrepasarlas sin motor, cómo será llegar hasta allí y estar dentro y seguir subiendo, si eso te convierte en ángel o en un globo sin rumbo. O recoger todas las frases que me cruce en conversaciones al paso. O escribir una historia submarina mientras miro al mar. O un largo poema al que quitarle los puntos aparte para que se convierta en prosa, como antes. Tanto criticar y resulta que puedo ser tan cansino como cualquier novelista español con página en el Babelia.

Estoy aquí encerrado siendo libre y sufro un poco, como un tonto. Para qué, para ser inmortales.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Un tipo atildado en el Camino de Santiago

Tenía que llegar a la boda de mi primo al final de Camino de Santiago y no sabía cómo gestionar lo del traje. Lo metí en la mochila. Cuando el viento del sur me soplaba adecuadamente, me metía en el traje y pateaba los caminos, más bonito que un sanluis. Tuvo que ser raro ver a un tipo con americana, corbata y esa enorme mochila. Era un traje elegante, además, oscuro y con una finísima raya granate. Y la corbata era de las que no acaban en pico, le daba el toque moderno, decía, “eh, soy un tipo atildado”. Subí un puerto con ese traje. Visité las ruinas de un monasterio altísimo levantado en mitad de la nada. Recorrí una carretera arbolada como un oasis y sólo me crucé con coches glamurosos, un descapotable, un BMW macizorro, un escarabajo amarillo huevo y un coche de época, una haiga de los 50. Comí en un restaurante fino, en muchas tascas y en alguna cuneta. Sacaba la navaja, el chorizo, el queso, el pan, me atusaba la corbata y a comer. Me presenté en un albergue que llevaban unas chicas más o menos punkis, más o menos okupas y nos pasamos media noche hablando del pueblo en el que vivían y en el que plantaban los tomates y lo demás, yo con mi corbata de ganchillo, ellas con la cabeza semiafeitada.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Triple salto mortal

Triple salto mortal Estábamos en el futuro. Estaba empezando el año 2000. Se me ocurrió hacer una entrevista a tres de los muchos hermanos Fesser: Alberto, Guillermo y Javier, por ese orden. A cada uno le fui preguntando por los otros y por el resto de los hermanos. Nada sobre ellos mismos. Les hice unas fotos mirando a los lados, para que pareciera que se miraban unos a otros en la doble página que me habían prometido en el periódico. Conseguí cámaras aquí y allá. Para cuando llegó el turno de Javier, tuve que comprarme una de usar y tirar. Fueron tres viajes a Madrid pagados no sé cómo, pero de mi bolsillo. Entonces yo tenía una novia que trabajaba en Canal Plus y vivía en el centro. Nos habíamos conocido en unas prácticas en una ciudad castellana. Yo le llevaba los trípodes cuando salíamos de las ruedas de prensa. Un año después vino a mi ciudad, la llevé a una fiesta y le llené la copa todo el rato. Acabó potando por todos los rincones de Valladolor y continuó en mi casa. La metí en la cama, me fui al sofá y en vez de quitarle la ropa potada, le desabroché un botón. Le pareció un gesto tan rico que se quedó conmigo a la mañana siguiente. En Madrid dormía en su casa, pero no siempre en su cama. Las dos noches de las dos primeras entrevistas fueron un desastre y para el tercer Fesser me saqué un billete de ida y vuelta para el mismo día. Era Javier, que comió conmigo. Debió de darse cuenta de que pedí lo más barato de la carta y me volvió a preguntar si esa comida la pagaba mi periódico. Le dije que claro que sí. Me gasté una pasta. Pero fue una comida increíble, con muchas risas. Luego nos fuimos a dar un paseíto, entramos en el Vips y me enseñó, flipado, un libro con fotos del Madrid de los años 50. Empecé a mirar a Madrid, a las fotos de los 50 y a los mismos libros de fotos de otra manera. Fue mi mejor reportaje o la mejor entrevista o lo que fuera. No sólo es que nunca saliera publicado, es que no llegué a escribirlo. Años después, en Madrid, conseguí una entrada para el prestreno de Mortadelo. Filemón Pi ve a una chati que le gusta y la informa: “Estoy disponible, chata”. Ella contesta “Pues no me extraña, majo, con lo feo que eres”. El gag es de Atraco a las tres. Ahí lo dice, más corto, Manuel Alexandre. A ese Fesser le entusiasmaba la España de aquélla época, desde sus ingenuidades a su estética. A mí, los escorzos periodísticos. Cada vez que veo una película suya me doy cuenta de que lo sigue disfrutando. Yo en cambio me he pasado prácticamente los últimos diez años haciendo un trabajo que no. Y todavía no entiendo por qué. Pero lo acabo de dejar de hacer. Estoy disponible, chatos.

viernes, 20 de abril de 2012

El artista

El Artista estaba estancado. Claro, porque de sus manos sólo podrían salir los versos más hermosos de una lengua secreta que sólo conocían unos poquitos, todos ellos guapos, todos ellos partidarios del artista, en fin, todos ellos exitosos y follarines. Así que no era tan fácil encontrar esas Palabras, no eran las palabras vulgares habituales. Seguían una combinación excepcional que, como la de una caja fuerte, lo abría todo de golpe y sin esfuerzo. Uno las ponía en el orden correcto, clac clac clac clac y allí estaba el tesoro. El Artista las tenía en el fondo de su cabeza, no, más cerca, al alcance de la mano, claro que las tenía, pero no era cosa fácil sacarlas. Siempre había algo que se lo impedía, el mundo estaba un poco confabulado contra él. Tenía que coincidir una sinfonía de circunstancias que alguien se proponía desafinar siempre.

Se tenían que no dar las siguientes casualidades:
- Que hubiera llovido aquella noche, porque le daba alergia y le dolía la cabeza y moqueaba y se ahogaba un poco y las Palabras se quedaban ahí, enredadas entre los mocos
- Que hubiera tenido que trabajar aquel día, porque como trabajaba con las otras palabras, con las chungas, las Buenas se le contaminaban y se le constipaban y así no había manera. No, ese día no.
- Que hubiera bebido el día antes. Beber el día antes da sed al día siguiente. Las palabras se quedan un poco en el sofá del fondo de la cabeza los días de resaca, esperando que les des pistachos y cocacola y gominolas y que nos les des guerra.
- Que tuviera hambre. Si tenía hambre, el Artista tenía que usar palabras como sofrito y sartén y escabechina, llevaba las palabras a la cocina y se tiraba sus buenas dos horitas cocinando con ellas y al final ponía perdidas de grasa a las Palabras Secretas y se tenía que tumbar en el sofá a hacer la digestión mientras ellas se daban un baño.
- Que viera a una tía buena, aunque fuera de refilón. El semen empezaba a hacer ejercicios de precalentamiento justo justo en la pista de despegue de las Palabras Secretas y se les retrasaban todos los vuelos.
- Que nadie le hubiera mirado mal. Las Palabras Secretas, dada su extrema belleza, son muy susceptibles con estas cosas, y mira, para salir a un mundo en el que les miran mal a su Artista, pues no salen.
- Que no echaran nada bueno en la tele. Ay, la tele, qué risa. En la tele unos días ponen unas series buenísimas sobre la prehistoria de los animales prehistóricos y otros días sacan unos tebeos graciosísimos de zombies que comen cerebros. Además, que siempre hay alguien pegándose. Y la Santa Misa.
- Que a la tía Romualda no se le hubiera roto una uña. Las roturas de uña de la tía Romualda eran, evidentemente, una emergencia a considerar. El Artista se empezaba a preguntar qué tipo de animal mitológico sería la tía Romualda con tantas manos y tantos dedos y tantas uñas, que salía a una por noche.

Cada vez que el Artista se sentaba, dispuesto a que le diera un poco el aire a su valiosa colección de Palabras Secretas con las que lo iba a petar una y otra y otra vez, cogía aire, miraba a su alrededor y buscaba. Veía las plantas en la terraza, sin regar, los trastos sin recoger, los platos sin fregar, los libros sin leer, los malos recuerdos sin toquetear y suspiraba y daba gracias por todas esas cosas por hacer. Ensuciaban mucho menos que meterse en la carbonera para ocuparse de ese coñazo de Palabras Secretas que eran suyas y estaban al alcance de la mano y ya entraría otro día a por ellas.

viernes, 23 de marzo de 2012

Cómo follar en twitter

Pero ¿en tuiter se folla o qué?

Desde que Twitter es Twitter la pregunta que navega sus corrientes subterráneas e incluso (todo el rato) su superficie es “pero ¿en Twitter se folla o qué?”. Si tienes esa duda, es evidente que tú no. Para resolverla, vamos a dar un paseíto por las redes sociales. Y para que no se te haga muy pesado y que te puedas ir ya a tuiter si quieres, te voy a ir respondiendo a la pregunta: sí, se folla mucho, muchísimo, más que en ninguna otra parte, más que en el Huracán de Benavente y los años ochenta juntos.
En serio, TODO EL MUNDO está follando en twitter, háztelo mirar, algo estás haciendo mal. Probablemente ese tú contra el mundo no funciona. Tampoco es efectivo que las lectoras visualicen tu miembro enhiesto cada vez que te ven, ya sea entre líneas o directamente en la imagen del avatar. Recuerdo un tuit, creo que de @luna1919, que decía que para pillar era mejor ser poetuitero que sextuitero. Ésa es la clave y no el hacer como que estás de vuelta de todo. Si estás de vuelta, no llegas a ninguna parte, sólo vuelves, piénsalo. Un amigo me preguntó cómo hacerlo, le expliqué lo de la poesía y luego no me hizo ni puto caso y se hizo un tuiter sobre correr. A mí me parece que eso es subvertir el orden natural de las cosas: lo normal es que ella eche a correr hacia el final de la relación. Pero mira, hasta eso funciona. En serio. En tuiter se folla mucho. Y raro. Tuiter tiene su lesbianismo y su gente a la que le gustan los pies y cosas así. A una de tuiter le propones un trío y le parece poca gente. Eso sí, en los DMs sólo hay que hablar de amor y afinidades eternas. Si no fuera tan largo, el trending topic permanente sería “yo quedé para conocer a mi alma gemela y no me explico cómo he acabado a cuatro patas”.

TIP: Sé pulcro. Intentar ligarse a alguien con lenguaje sms, faltas de ortografía, emoticonos y mierdas es como aparecer con la chorra fuera en la primera cita. Puede que funcione, pero lo que consigues así es un saldo. Y una gonorrea.
@virgenyfurioso

Suerte, GQ

Llegué a Madrid hace unos añitos para ser el delegado de una revista potente: tenía mi despachito, mi mac y mis bolis de colorinchis. A los dos meses y medio, justo cuatro días después de la fiesta de presentación, y cuando se publicaban mis primeros textos, la revista cerró. La misma noche de la fiesta follé con una chica muy mona, me instalé en su casa y me dio drogaína por primera vez.
En marzo de 2009 escribí mi primer texto para Soitu. Cuando ya tenía el segundo a punto, Soitu se fue al carajo, perdón, al cielo con los serafines. Para el texto de Soitu no follé con nadie que recuerde, pero comí donde Santi Santamaría, que empieza a ser mejor recuerdo. Luego Santi Santamaría la palmó, a mí me dejó mi novia y, por el camino, aprendí nuevos trucos y di algunos botes divertidos.
En marzo de 2012, GQ me encarga un texto que debería suponer el comienzo de una hermosa amistad.
No les deseo ningún mal, pero el sábado celebro mi cumple y me gustaría pillar.
¡Suerte, GQ!

domingo, 22 de enero de 2012

Ojos del color del mar que pasa por Ítaca

Ojos del color del mar que pasa por Ítaca

- “Ojos del color del mar que pasa por Ítaca”. Esto que te escribí significa más cosas de las que parece.
- ¿El qué?
- Habla, claro del color del mar en la playa de piedras blancas de Ítaca, un color con la misma intención que la de tus ojos. Pero también de la Ítaca de Ulises, que corrió todos esos peligros para llegar a la isla…
- …Ulises que cuando llegó a Ítaca llegó a casa…
- Y además me recuerda el Viaje a Ítaca de Kavafis. ¿No lo conoces?

Le recito el trozo que me sé, porque nunca he encontrado una traducción mejor (ni menos fiel) que aquélla con la que me lo aprendí a medias. Busco el resto y leo: “Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje. / Sin ella jamás habrías partido”. Y recito “y siendo ya tan viejo, cargado de experiencias/ comprenderás por fin lo que significan las Ítacas”.
- Estás temblando, déjame que cierre la ventana.
- No estoy temblando de frío.
Yo estoy sentado en un sillón, ella de rodillas frente a mí, con una toalla enrollada y el pelo goteando en mi pierna. “Me veo en tus ojos, parezco la Sirenita”, me dice. “¿Estás guapa?”. Se busca, y me traspasa con su mirada oceánica. “Yo nunca me veo demasiado guapa”. “En mis ojos siempre sales bien”.
Le acaricio la cara, paseando de peca en peca. “Hueles a mandarina”, me dice. Con la otra mano le pongo una canción y me zambullo en su boca durante los 4 minutos y 8 segundos que dura. Luego se recuesta sobre mí. Le acaricio la espalda muy despacio. Sólo puedo pensar, “qué suave” y procuro corresponder y resultar tan leve como para que no sienta mis dedos, sólo la electricidad a unos milímetros de su piel. “Esto es el cielo”, me dice. “Qué pena que siempre se olviden los momentos perfectos”, le susurro al oído. “Pues escríbelo”.

viernes, 20 de enero de 2012

Un viernes 13 sumergido a medias

Un viernes 13 sumergido a medias
Encontré en internet una cubitera que, por 13 euros, congela dos cubitos distintos: uno, grande, con la forma del Titanic y otro pequeñajo que se puede parecer a un iceberg si se consigue que flote. Lo vi justo un día después de que la mitad del Costa Concordia pasara el viernes 13 debajo del agua. Las tumbonas estaban tan bien amarradas que aguantaron en vertical sobre la cubierta, lo que ha terminado demostrando que los mozos se tomaron más en serio su trabajo que el capitán, que primero se dio una vueltecita cercana de más por la costa de Giglia, y luego, cuando chocó, le dijo a todo el mundo que no pasaba nada, en lo que meditaba sobre el marrón que le había caído encima. La conclusión a la que llegó es que iba a estar mejor cuanto más lejos del barco. La ropa tendida en la isla que salía en las fotos de agosto pasado, con los barcos navegando a un ¡uy! de allí, parece al alcance de la mano. Debía de ser lo normal, pasar cerquita y saludar y quizás tratar de tocar las toallas amarillo pollo que se llevaban por allá esta temporada, en plan actividad a bordo.
Una vez estuve en la botadura de un crucero de Costa. La actividad a bordo que más recuerdo fue una carrera de coches con Paz Vega, la madrina, en la que su minifalda jugó todo el rato en mi contra. También comimos y bebimos mucho, me tiré por un tobogán acuático en espiral y bailé en una discoteca. No recuerdo todo lo que hice, pero sí recuerdo que no tuve nunca la sensación de estar flotando: las diversiones eran tan mundanas como en tierra, y para resultar divertidas o no, dependían de la compañía que llevaras, como en tierra. Sólo recordabas el mar si hacías el esfuerzo de asomarte a las barandillas. De lo que se trata en los cruceros es de introducirte en una burbuja de irrealidad en la que eres otra vez un bebé sin capacidad ni oportunidad ni ganas de decidir nada, como contaba Foster Wallace en "Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer". El efecto está tan logrado, que parece que se contagia a la tripulación. Los capitanes de ahora ya pueden no ser marinos, tengan o no el carnet. Incluso pueden dejarse el sentido común aparcado en casa. Ahora saben bien que lo que importa de verdad es salir con la gorra recta en las fotos de la cena y que si se retrasan, hay que pagar un extra a los autobuseros que esperan en el siguiente puerto para engullir al pasaje y acercarlo a los sitios más soporíferamente interesantes del centro de la ciudad. Ahora junta eso con un estúpido integral que se piensa que es el rey del mundo y nos da un viernes 13 que ni Freddy.

sábado, 31 de diciembre de 2011

Me enamoré en un Trash entre amigos

Me enamoré en un Trash entre amigos
El beso asomó por primera vez en el último escalón de un cine lleno al que nos habíamos colado. Le agarré de la cintura, dijo "no te pases". Pero entonces apareció, brotó en el rinconcillo de mi cabeza que se ocupa de eso. Y ya no pensé en otra cosa durante los dos días siguientes. A unos pocos minutos del notepases, apoyé su cabeza en mi hombro. Vigalondo tiraba una lata de cerveza al escenario o lo intentaba quemar. El beso ya estaba poniéndose cómodo en el cubículo correspondiente, no pensaba salir de ahí. Levanté su cabeza del hombro, acerqué la boca. Me dijo nonono. Un nonono que sonó con toda claridad a “como sea sísísí, entonces qué hacemos”. Como soy un buen chico, lo tuve que dejar estar. Las siguientes peripecias de aquel día incluyeron todo el rato al beso asomando y asomando. Nonono, corrientes eléctricas que moverían un molino cada vez que nuestras rodillas se rozaban, narices juntas con beso en elipsis. Beso, beso, beso beso beso.
Para cuando terminaban las 48 horas, estábamos en mi sofá, haciendo el cíclope. Solos no habríamos podido llegar, nos había traído, claro, el fantasma del beso delincuente. Deslicé la mano por debajo de su camiseta verde. Su piel, qué sé yo porqué, tenía la suavidad delicada que se espera siempre de una chica tan pálida. Subí despacio hasta los hombros, mientras ella metía su rodilla entre las mías. Las caras estaban pegadas, no distinguía cuál de los dos era el que respiraba cada vez. Si sabía cuál era mi nariz es porque la suya seguía congelada. Cada región de su piel que pisaban mis dedos se convertía en terreno ganado para siempre, empezaba a estar seguro. Ya no hablábamos, sólo me miraba con los ojos abiertos a todo lo que daban. Me mordió el cuello. Siguió hacia los hombros. Esto no tiene ningún sentido, dije, te voy a besar, porque es como si ya te hubiera besado, qué más da. Acerqué mi boca a la suya, me sentí culpable nada más hacerlo, había prometido que esto no pasaría. Metí la lengua despacito, me choqué con la suya, quise esquivarla y recorrí su boca. Nunca había estado en un lugar como ése.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

COSAS QUE NO PONDRÉ EN MI CURRICULUM

COSAS QUE NO PONDRÉ EN MI CURRICULUM
Melonero. Acomodador, portero y taquillero de cine. Camarero en una plaza de toros. Camarero extra de comuniones. Profesor a domicilio. Profesor de literatura para adultos a cambio de la merienda. Repartidor de propaganda. Encuestador. Vendedor de ambientadores a domicilio. Bibliotecario en una Escuela de Ingeniería. Bibliotecario en una hemeroteca. Relaciones públicas de un club swinger. Gerente, camarero y el de la mopa en mi propio bar. Abre vinos en un restaurante de Londres. Mozo de almacén. Descargador de camiones de muebles. Buzoneador. Profesor de Periodismo y cuentacuentos en el barrio más chungo de Santo Domingo. Poeta.

martes, 22 de noviembre de 2011

No seas tonto

Yo digo:
ay
qué mal
pobre
¿sabes que yo no era así? nunca pensaba en el futuro

Ella dice:
pobre quién?

Yo digo:
pobre tú, que te he tocado yo

Ella dice:
jajaja

Yo digo:
en el momento en que estoy como una carraca, además

Ella dice:
yo también estoy como una carraca ahora mismo
pero te voy a decir una cosa

Yo digo:
dila

Ella dice:
soy una tía increíble
no vas a volver a conocer nunca en tu vida a nadie como yo

Yo digo:
allí en el fondo de mi estulticia, lo sé

Ella dice:
nadie que te quiera tanto como te voy a querer yo, que te trate ni la mitad de bien ni que te vaya a hacer la mitad de feliz
ni nadie que te vaya a entender tanto
ni nadie que vaya a coger tus sueños y que quiera ayudarte sinceramente a que los cumplas
no seas tonto, házte un favor
deja de comerte la cabeza
deja de decirme chorradas

miércoles, 16 de noviembre de 2011

La fiesta iba bien

La fiesta iba bien. Había conocido a Delia y a Carmen y a Mireia y a Nacho y creo que a Álvaro. Y habían venido Guillermo y Emilio y el otro Nacho y más. Estaban allí, delante de mí, hablando en la barra. Tenía enfrente a toda esa gente y estaba sujetándome las hipérboles para no decirles del todo lo que pensaba de ellos.
Y entonces se me cruzó una pelirroja. Le conté lo que a todas las pelirrojas: que mi ex lo era, que son diabólicas. Enseguida empezamos a hablar de sexo. Ella forzaba el papel de ingenua guarra. Tanto que pensé que estaba loca. Una loca ingenua guarra vitalista con la que me apetecía cada vez más dar unos saltos en la cama. En la suya, porque quería ver su habitación. Todo iba bien, María y Javi y la bici de Javi sentados en el suelo; la pelirroja concentrada en lo que yo decía. Todo iba bien, y por si acaso todo pensaba seguir yendo bien, recordé que tenía algo de coca de ayer (que no caduca) en algún bolsillo. Qué coño, sólo una, sin pasarse. Fui, volví. A la pelirroja le habían crecido las tetas y se había convertido en un incauto súcubo al que ya no entendía del todo. Javi y María estaban intentando mediar en una bronca de pareja de dos desconocidos. Las cosas no habían empeorado demasiado, todavía se podía salvar la noche si me portaba con corrección. Pórtate bien. Tetas. Concéntrate en eso. Sabes hacerlo.
Y después pensé, mejor que no, y fui a meterme un poco más, después de todo, esto no está mal. No está mal. Volví, me senté en el bordillo con Javi y María que ya habían conseguido elevar la bronca de la pareja a nivel cataclismo. Me levanté y me acerqué a la pelirroja, que para entonces era Scarlett Johanson con una toallita en la Casa de los Espejos y me dijo: se te ha debido de caer esto. Mi turulo.
- Bueno, esto no… que va, que va, si yo esto no… vamos, que no lo he visto en la vida, que a mí estas cosas no… no me van, ni me van ni me vienen, en fin, que es que no sé ni lo que es ni para qué sirve. Además, ¿que por qué va a ser eso mío? ¿eh?
La pelirroja desenrolló con dulzura o paciencia mi tarjeta de visita:
- Porque pone tú nombre.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Periodismo Ético

PERIODISMO

Estuve en Sol. Al principio me sorprendió que hubiera gente que pensara, como yo, que era una idiotez votar a dos partidos cuyo principal objetivo, casi el único, era ganar elecciones y que, para todo lo demás, a efectos prácticos, funcionan como familias mafiosas. La evolución, que siempre hace eso, hasta con las instituciones, los ha convertido en entidades cuyo objetivo es sobrevivir y tener éxito, apartando de su cuerpo a quienes tratan de inocularles otras metas que, a la larga, podrían interferir con su función principal. Como, qué sé yo, la ética o el servicio al ciudadano. Así que, como el voto es libre y gratuito, no comprendía muy bien por qué todo el mundo parece resignado a optar por uno de esos dos mutantes voraces (claro que Los Simpson lo explican http://youtu.be/sQKSPJjYkZs pero sigue sin entenderse). Y como había unos miles de personas en la calle que parecían verlo igual que yo, pero ninguna en mi entorno, pensé que estaría bien irme para allá y verles de cerca.
Lo que me encontré fue a un montón de gente hablando. Tenían ganas de hablar. Al principio uno empezaba una conversación con el de al lado y al rato se había formado un corrillo. Luego todo se organizó un poco más y se pusieron temas y horarios y nos sentamos en el suelo. Era sólo gente charlando, pero qué forma de charlar. No se parecía a la de los bares, donde alguien termina gritando. O todos. Por no hablar de las tertulias o las opiniones en los medios. Parecían querer entenderse, muchos tenían buenas ideas sobre medio ambiente, economía o periodismo, a años luz en sensatez de las que circulan -de arriba a abajo, claro- en telediarios y demás.
Me enteré de que había un pequeño grupo de periodistas que se iba a reunir en Ópera. Me senté con ellos y escuché una hora de quejas sobre contratos, derechos laborales y etcétera. Me fui a casa cabreado, pensando que no era eso, que mientras a unos metros, en Sol, se estaba propugnando una revolución ética aquí hablábamos de nuestras cositas, con la mezquindad habitual de los periodistas. Y pensé que como esto consistía en salir a la calle y hablar, yo también tenía que salir y hablar. Preparé lo que quería decir. No recordaba que lo había preparado en un documento, pero me lo acabo de encontrar. Algunas de estas ideas y otras que propuse posteriormente luego se debatieron, se ampliaron, se mejoraron y están en el manifiesto de Periodismo Ético Ya. Por una vez en mi vida, me encontré mucha gente que pensaba en la misma dirección que yo. Así que cómo no voy a estar orgulloso. Aquí os lo copio.

#spanisrevolution
Quiero empezar diciendo que no entiendo como se está hablando tanto de contratos y derechos laborales en un momento en que se están desmantelando las grandes empresas y nuestro futuro más que probable es el autoempleo. Un autoempleo que va a cambiar la forma de hacer las cosas y que si somos responsables puede conseguir la regeneración del periodismo.
Cómo podemos ayudar: señalando a las comisiones que están debatiendo sobre corrupción dónde está el despilfarro del dinero público, que nosotros conocemos muy bien. Caso de turismo: fondos públicos para campañas partidistas o personales cuyo objetivo son los medios locales/ para viajes de placer, no para promoción turística. Folletos y demás encargados a empresas con las que se pagan favores. Colocación de cargos altos y medios para agradecer servicios prestados o colocar a gente del partido. Eso también es corrupción, eso también es un robo. Cada uno podemos denunciar o mejor señalar los casos que conocemos.
En España cada semana hay miles de carísimos actos, comidas y cócteles en las que comen políticos, empresarios y periodistas. Es una sangría de dinero público. Comprometámonos aquí y ahora de una forma conjunta para negarnos a esos estúpidos sobornos y conseguir que desaparezcan. Si no hacemos nada por cambiar esto, si seguimos aceptándolos, somos cómplices.
Y estas protestas también son contra nosotros aunque nos demos igual de aludidos que políticos y banqueros. Parece que queremos hacer como que nosotros no tenemos ninguna culpa en esta situación, que son los grandes grupos o las empresas las que colaboran con este estado de cosas. No hace tanto ha surgido una iniciativa para pedir la transparencia, para pedir información sobre las cuentas de las instituciones y los políticos. Y no ha surgido de los periodistas, ha surgido de internet ¿Cuántos aquí nos hemos sumado, lo hemos apoyado y defendido, cuántos estamos luchando para que eso sea posible?
La ética en las revistas no existe, somos folletos promocionales, mentimos a los lectores a sabiendas, estamos tan corruptos como ellos. Las revistas aceptan dinero público con el acuerdo tácito de promocionar políticos o partidos o gobiernos. Quizás pensemos que no podemos hacer nada contra eso, pero yo propongo dos cosas: la primera, que nos atrevamos a resistirnos contra este estado corrupto de cosas, porque yo he visto en los medios más autocensura que censura. Dejemos que sean otros los que nos censuren, si pueden, al menos no se lo pongamos tan fácil. La segunda propuesta es que, ya que no podemos rebelarnos contra nuestros jefes, a pesar de que hay una cláusula constitucional que nos lo permite, creemos aquí y ahora un observatorio independiente y no pagado por dinero público que sirva de altavoz para denunciar las corrupciones de medios y políticos, hagamos que no queden impunes, informemos de verdad, contemos la verdad.
Nosotros somos parte del problema. Quizás si hubiéramos hecho nuestro trabajo, no estaríamos todos ahora en esta situación. Cada vez que en una revista recomendamos productos caros y malos, cada vez que silenciamos la verdad, cada uno en su parcela, y cada vez que fomentamos el consumismo o el pensamiento único estamos fomentando la injusticia, haciendo a la gente infeliz, estamos faltando a nuestro deber moral con la sociedad y estamos envileciéndonos nosotros mismos. Muchos de nosotros, cada día que nos ponemos delante del ordenador hacemos de este mundo un lugar peor. Yo ya me he cansado de eso.

martes, 8 de noviembre de 2011

A mitad de camino

Hace unos años estuve encima de una mesa de operaciones. Los médicos, supongo que mientras se partían con chistes de Arévalo, me rajaron del ombligo para abajo, me sacaron las tripas y me cortaron 20 centímetros del ilion terminal, sea lo que sea eso. Tras un mes en el hospital, salí con un cosquilleo que sólo puedo calificar como “ganas de vivir”. Pero estaba flojito, apenas me atrevía a andar, temía que alguien me golpeara la tripa. Tenía que irme a casa y convalecer. En lugar de eso pedí que me llevaran al pueblo con la señora Patro. La llamé para decirle que estaba a punto de llegar. Durante la convalecencia ella me hizo pisto, algún guiso de patata y quizás me diera el chopped con chocolate que me solía preparar a diario la primera vez que me llevaron con ella, lo que me convirtió en el gourmet delirante que ahora soy (ser o no ser). Paseábamos del brazo hasta la fuente de La Pioja, quizás hasta la zona donde su marido llenaba carretillos de hierbas para sus conejos.
La casa de la señora Patro tenía conejos, pollos, un cerdo, un caballo, un perro, gatos. Una vez intentó tener patos. Cuando estaban casi incubados, a punto de nacer, fui agujereando los huevos, uno por uno, supongo que rápido para que no me pillaran, aunque me pillaron. Me escondí detrás de la falda de la señora Patro mientras todos en la casa intentaban lincharme. “Pobrecito, no lo habrá hecho adrede”, decía ella junto a los huevos concienzudamente agujereados y los patos, casi vivos. No era mi primer linchamiento. Unos meses antes había tratado de coger en brazos a mi hermano pequeño. Se me escurrió y así me encontraron, sujetándolo por una pierna, junto a la cuna, a punto de que se me resbalara de las manos e hiciera catacroc y rompiera una baldosa con la cabeza. Y ésa sí que me la iban a cobrar. Entonces no estaba acostumbrado a linchamientos domésticos, aún no sabía que iba a ser así siempre, el mundo contra mí, y me puse enfermo y me escondí. Hasta en el tambor de la lavadora me escondí. Para que me bajara la fiebre, me llevaron al exilio, a la casa del caballo y de las gallinas y del perro y de los conejos y de los patos que iban a terminar estirando la pata detrás de las faldas de la Señora Patro.
En esos mismos días, decidí que si tenía dientes debía de ser para algo. Así que me dediqué, con una eficiencia que nunca más ha vuelto a asomar, a morder a todos los niños del barrio. Cuando los probé a todos, me quedé con dos o tres niñas, que eran las que mejor sabían. Aquel barrio de casas molineras, pobre que entonces era lo mismo que decir bestiajo, era un sitio donde un niño tan chuloputas, tan de ciudad y con tan poco instinto de conservación no iba a durar tres pedradas, a no ser que tuviera guardaespaldas. Y mi guardaespaldas fue la señora Patro, dispuesta a pelearse con sus vecinas, en un pueblo y en un barrio y en una época en los que la institución vecinal se habría podido llamar eso, institución vecinal. Estaba claro que ella no pensaba exiliar a este puto delincuente infantil.
Un día vinieron a buscarme y recordé que sabía esconderme y me escondí. Y luego ya me he estado escondiendo siempre. Detrás de un libro sobre todo, aunque eso no sirva para nada, porque asoman todas las extremidades y ni siquiera lees el libro de verdad. Sólo funciona si nadie te está buscando. O precisamente funciona porque terminas consiguiendo que nadie te busque. Pero entonces no me sabía ese truco y sólo podía ocultarme en lugares vulgares: dentro de un armario, detrás de una puerta, debajo de una cama. Me encontraron y me sacaron de la isla de Elba contra nuestra voluntad. Yo no salí del todo de allí, ella me echaría de menos durante toda su vida.
Los siguientes veranos fueron muchos, ahora lo recuerdo. Y de un calor blanco a la hora de la siesta, que era cuando cruzábamos el pueblo entero para ir a la calle Arrabal, que fue arrabal antes que calle, a la casa molinera de los gatos, los pollos, el cerdo, etcétera. Como allí no quería esconderme, no recuerdo que hiciera nada más que descubrir cosas. Dar hierba a los conejos y ver cómo movían los bigotes. Mirar cómo se fregaba. Sacar la bicicleta sin alejarme mucho para parar en la cuneta y fijarme en los bichos y los cardos y las amapolas. Destripar margaritas. Oir las historias de violencia inaudita que contaban los chicos del barrio. Trotar muchísimo en un balancín con forma de caballo. Subir al sobrao, vacío y polvoriento. Preguntarme que hacían esos chorizos colgados por todas partes. Mirar la leña ardiendo en la cocina. Estudiar esas muñecas siniestras, sobre las colchas ásperas. Intentar asomarme a la cuadra, pero no llegaba, y cuando llegué, el caballo se había ido sin explicación.
La clave de todo aquello, mi rosebud, son los bocadillos de chopped con chocolate . Un bocadillo de chopped con chocolate no tiene el mínimo sentido. Para llegar al bocadillo de chopped con chocolate hay que creer que el mundo es nuevo o que lo estás inventando tú, que has entrado en una alfombra molinera donde la fantasía ha sustituido a las reglas cotidianas y los niños grises de los colegios del Opus con sus abrigos largos se han transmutado en seres fantásticos, pollos, cerdos, conejos, etcétera. Y luego, sobre todo, tiene que haber alguien que esconda ese planeta fantástico detrás de su falda para que nadie lo rompa, porque todos quieren romperlo, porque todos saben que en realidad no está ahí y te lo quieren explicar cuanto antes. La señora Patro, tercamente, me hacía un bocadillo de chopped con chocolate cada tarde. Porque ella y yo, gourmet delincuente infantil y cómplice incondicional, sin atenuantes, habíamos creado el mejor bocadillo del mundo para el mejor mundo de fantasía del mundo. Y porque ella quería que yo viviera en ese planeta precisamente, en el que yo había elegido, y le ponía tan contenta preparármelo como a mí comérmelo. Los dos sabíamos.
A la señora Patro le gustaban los toros. “El Cordobés –decía- le prometió a su madre que con el primer dinero que ganara le compraría un cortijo. Y se lo compró”. Yo le prometí una lavadora, para que no tuviera que restregar más ropa. Pasaron los años y yo seguía yendo por allí. Mi pueblo era esa casa. Y mi pueblo era el lugar que más me gustaba del mundo. Traía mi sonrisa de oreja a oreja, por perdido que estuviera, exactamente igual que ahora. Traía alguna novia. Pero tardé en traer dinero, porque, al contrario de lo que se está diciendo, la explotación del periodista pardillo no se ha inventado ahora y mi padre, cada vez que encontraba un trabajo nuevo me preguntaba “¿éste cuánto me va a costar?”. Para cuando reuní algo de pasta, sus hijas le habían comprado la lavadora y yo le puse una tele. A veces me pasaba alguna tarde sentado a su lado, viendo concursos de Constantino Romero, y me sentía orgulloso de la tele, que era un cacharro. Habían puesto una estufa en el cuarto de estar, la cuadra hacía tiempo que se había convertido en cocina, ya no se cocinaba con leña bajo una cocina de metal, había un baño. Hasta llegó el teléfono. Pero la leña de la estufa seguía oliendo igual. Y la señora Patro era la señora Patro. Sabíamos en qué mundos nos conocimos. En un mundo incondicional.

El otro día volví a mi pueblo. Me bajé del coche de línea y empecé a caminar junto a la muralla, por el mismo camino de todas aquellos días de verano, pero bajo un raro sol de octubre que no daba ningún calor. Tomé la dirección de la casa de la señora Patro, pero me tuve que quedar a mitad de camino, en el tanatorio.