domingo, 6 de julio de 2014

Laberinto

La luz roja de teja
se cierra con estrépito
de pájaro en mi pueblo.
Los huesos de las tres que más amé
bucean tierra abajo.
En La boca del cielo
alguien asa unos peces
y se come la playa la marea
mía olvidada de mí.
La chica del Dos de mayo
muerde el labio.
La piscina se rompe
de un cachete panzudo.
El hombre y su navaja,
sentado en la cuneta del Camino.
Un folio hecho de blancos
espera las palabras que limita.
La hora mejor del día
se gasta en un minuto.
Un tiburón ballena
despliega su ala delta submarina
justo enfrente de Holbox.
Los amigos se ríen de sí mismos.
Un suspiro
se deshace en el suelo.
Y, mientras tanto, yo
no encuentro la salida de esta cama.

jueves, 26 de junio de 2014

La Generación Subterfuge en el Día de la Música

“Te equivocas con nosotras, somos gente normal”. El último intento del último minuto del último ratito del Día de la Música, acababa estrellándose contra eso. Gente normal. Gente llegada de todos los barrios de Madrid, gente inusual en festivales, gente que trae a los amigos de casa y se infraproduce: camiseta y vaqueros. Gente variada entre la que destacan los que fueron modernos en los 90 o los 2000, los poperos de prints frutales o camisas cerradas que se han reconvertido en vagamente hippies (ellas) o en discretos barbudos (ellos). Con más pinta de latineros que de malasañeros, precisamente ellos, que peinaron Malasaña. Fueron los protomodernos, que luego se mudaron al extrarradio a criar cachorritos indies. Lo dijo L-Kan al revés: “estas canciones van de una época en la que había una cosa que se llamaba modernos y que ahora no existe. Ahora hay que llevar barba y pasear un vegetal”. Algo así. Y lo soltaron vestidos de merlines o payasos, con barbas postizas y una coliflor con una correa.
Modernos de los de ahora también había en el 25 aniversario de Subterfuge en Matadero, pero eran sólo una gota de barba en el tupido y variadito océano de madrileños -madrileño es cualquiera- botantes. La mitad del festival me la paso preguntándome a quién habrían venido a ver, porque una discográfica como Subterfuge tiene cosas muy variaditas (el primer Dover no deja de ser heavy, el primer heavy que sonó en las radios comerciales, las presentan así, mientras que Cola Jet Set son -rebauticemos- cuquipop). Hasta que me lo resolvieron Los Fresones Rebeldes cuando atacaron Al amanecer y el festival entero empezó a darle a la vez: saltos, pogos, karaoke a gritos. Fue como un descorche de la nostalgia hasta para los de 20, que no se sabían más canción que ésa. La gente había venido a darse un garbeo por su propia juventud (o niñez) como profeticé aquí. Debería haberlo sospechado cuando me topé con seis personas vestidas de fresas y con gente aquí y allá con rayas marineras. A lo Fresones. Entonces siempre había que llevar algo a rayas.
Hubo otros momentazos estratostereosféricos y casi todos tuvieron que ver con la canción de otro verano (Serenade de las Dover, Confusion!!! de Cycle...). Luego estaban Annie B. Sweet, con esa manera suya de crear atmósferas como de arroyuelo rumoroso o Carlos Jean, que hizo trotar en el sitio como bakaladeros a los que se quedaron hasta el final del primer día. Y lo mismo para Najwa, hipnótica de ver. Y los Pantones, que me flipan, pero no llegué a tiempo. En RTVE hay un enlace a un resumen del concierto donde salen casi todos los demás.
No queda del todo mal esta generación en los conciertos, ni los de arriba (el escenario) ni los de abajo. Tenemos bastante pelo y casi nos podríamos llamar la Generación Subterfuge y empezar a mandar. Sería la generación que traza un hilo sutil entre los que entonces tuvieron que hacerse ellos mismos un hueco fuera de la música bendecida por la cultura de la transición (y la llamaron “independiente”) y los que, por ejemplo, ahora, votan a partidos poco oficiales.
Alba -que sale en otra crónica mía de otro festival- vio a Ellos por primera vez conmigo, le gustaron más que ningún otro de los grupos que no conocía (casi todos) y se fijó en el detalle de que sus canciones, sobre todo la más energética (Lo dejas o lo tomas), hablan de cambio (o del miedo al cambio o de la afirmación propia en un mundo mareantemente volátil), reflexionan, introspeccionan. Nada que ver con las letras de amor atolondrado de los grupos más poperos, que, a mí, que soy tan fan, me costaba cantarlas en voz alta a plena luz del día. A lo mejor no es mala ocasión para echar un vistazo a qué pasó ahí y a cuál es el motivo de que ésta siga siendo una especie de generación perdida. ¿Fueron los estribillos ñoños? Felipe Fresón saludó: “Han pasado 15 años, pero no hemos aprendido nada. Somos Los Fresones”. Puede que no, que no aprendiéramos nada, pero a lo mejor hemos enseñado algo. Un festival en el que personas con décadas de diferencia entienden el mismo lenguaje tanto como para botarlo todo juntas puede ayudar a entender cuánto somos los mismos.


martes, 3 de junio de 2014

Revers vu

esto ya lo he vivido
era en esa película
pasaban muchas cosas
todas malas
el chico suspendía
y no tenía amigos
y le echaban de casa
y le mordía un perro
pero al final
(quién iba a imaginarse eso)
escribía algo muy bueno
y lo leía por megafonía
y la chica que era como nadie
que era guapa de otra manera que todas
lista de rayos láser en los ojos
le quería
y todos aplaudían
al final
y se acababa

eso ya lo he vivido
pero justo al revés

jueves, 15 de mayo de 2014

Viaje a Albacete

Ayer pasé por la plaza de al lado de tu bar. Sabía que no estarías en el bar ni en la plaza, pero ése es el lugar en el que da vueltas tu sombra en mi cabeza. Sombra de farola que a veces se sienta en el banco, que se pide una lata en un sitio de mi memoria nada profundo y nada enterrado. Ni siquiera me di cuenta de que estaba haciendo una psicofonía de ti hasta la tercera vuelta. Anoche volvimos a estar juntos y te viniste conmigo a casa y me abracé un poco a ti al dormir y me apartaste de un codazo y esperé a que te durmieras para mirarte un rato. Y me he despertado pensando que es demasiado cansado todo este no quererse y que me gustaría tomarme unas vacaciones de eso, un día de tour en el tiempo en el que todo esté bien como nunca lo estuvo, como en uno de esos viajes de un día a Albacete para que te vendan cuchillos, 24 horas de mirarnos a los ojos como si fuéramos felices.

martes, 13 de mayo de 2014

Eras más divertido

Dime qué es lo que haces
que yo ya no te entiendo
viviendo ahora la vida
que a los veinte
te dejaron a medias


qué pinta esa melena
esas dos putas botas
el beber en la calle
el forzarle el asombro
a las cosas normales
qué otra agenda imposible
estás siguiendo
en qué rincón
de tu averiada alma
es que escondes los planos


ya no sé lo que quieres
antes eras más fácil
-hacías lo que decían-
te has puesto tú a los mandos
ascendiste
a un idiota completo


caminas por las calles
en las que ni siquiera
arruinaste tu vida para siempre
(lo traías de casa)
y te has vuelto un coñazo
con quien no bebe nadie
yo mismo te odio mucho
y lo peor de todo es la manera
en que te compadeces
de lo poco que queda
¿lo estás viendo?
hasta en este poema


ya sólo sobrevives
y lo haces como el culo
eras más divertido
cuando estabas borracho todo el rato


de todo lo que alguna vez soñaste
tan sólo has conseguido
no madrugar mañana
es un descanso
no sorprender a nadie
tienes lo que parece que querías
y sigues excavando
hazte un pozo a medida
yo me rindo
ya no puedo contigo
al fondo hay sitio.


lunes, 31 de marzo de 2014

Un poeta de 18 años

La ciudad parecía sucia o vieja o triste o las tres cosas. Todo era del gris del cielo: la ría, el Arriaga, el casco viejo. Mira que yo llegaba con ganas de todo. Preguntaba cosas y le contaba lo que me estaba pareciendo todo a cualquiera, aunque nadie me lo hubiera preguntado. A los compañeros de autobús, a los txikiteros de los bares, a los dependientes de las tiendas, a los desconocidos. Ni siquiera entendía por qué me miraban raro o me contestaban con desconfianza. Acababa de llegar a Bilbao para preinscribirme en Periodismo y tenía 18 años.
Enseguida me enamoré de una chica. Se llamaba Anne y, no sé por qué, yo la llamaba Rosa. A mi amigo Tito le gustaba también y yo ya tenía una novia peluquera, así que nunca se lo dije.
Vivía en un piso con cuatro chicas de Ondarroa. Había puesto carteles por la universidad y por las calles: "trabajaría a cambio de una habitación y comida". Porque estaba empeñado en que nadie me pagara la carrera y porque pensaba que el mundo funcionaba así.
Creo que nunca llegué a usar el enorme armario de mi cuarto. A un lado de la cama tiraba la ropa sucia, que se amontonaba allí hasta que me iba a Valladolor a que me pusieran una lavadora. Al otro lado iba arrojando los periódicos. Cada día compraba uno diferente. Con chinchetas, ponía por las paredes la página que más me había gustado ese día. También unas láminas que regalaba un diario: una de Klee, el París por mi ventana de Chagall, el cuarto de Van Gogh, la Muchacha en la ventana de Dali y una guitarra cubista de Picasso. Cuando las paredes estuvieron forradas compré un spray de pintura verde y escribí encima de las hojas una frase que no recuerdo. Me quedé sin pintura a la mitad. Era el cuarto de un sicópata. Algunas noches salía a patearme la ciudad, sin rumbo, entraba en algún bar y hablaba con cualquiera, pero otras muchas me quedaba en esa habitación, despierto hasta el amanecer, leyendo y escribiendo.
Supongo que cuando terminó el curso recogí la ropa del lado izquierdo de la cama y me fui para siempre de aquella casa de la calle Labairu, detrás de la plaza de toros. Si me recuerdo bien, seguro que me despedí con algún tonto rito sentimental, un recitado, un mensaje escrito en alguna parte, un mirar las cosas despacio para que no se me borraran.
Hoy estoy con otra mudanza, una mucho más complicada. No me caben los recuerdos, así que los estoy abandonando para irme a vivir a una vida más simple en la que sólo entran una cama, un armario pequeño y un balcón. Y por esos prodigios de las mudanzas, ha aparecido una libreta con algunos poemas que escribí aquel año de mi primero de Periodismo. Hay más en alguna parte, nada que la Humanidad vaya a echar de menos. Pero es bonito releerse después de tanto tiempo, se parece a encontrarse con alguien que conociste mucho, que sabes quién y cómo es sólo con tenerle otra vez enfrente, pero del que sólo recuerdas algunas historias sueltas.
Ese tipo escribía esforzados versos medidos, combinaciones desconjuntadas de nefastos alejandrinos y endecasílabos asilvestrados hasta arriba de tópicos líricos. Contaba las sílabas golpeando los dedos en la cama, sólo para asegurarse de que el ritmo de su cabeza no estaba escacharrado. Copiaba sobre todo a Baudelaire, Darío y Lorca, pero también a los poetas del 50, a Quevedo o a cualquiera que hubiese leído en un suplemento de periódico.

Si existiese el buen Dios que a los hombres crease
y hubiese yo nacido omnipotente
(nunca es seguro si serás Juan o Pedro, 
serás pescao o carne)
entonces soplaría uno a uno tus rizos,
creando negros pelos recubriendo tu frente,
que es el estadio en que hacen carreras tus cabellos,
modelaría a besos tus labios de princesa,
más vírgenes que un tallo, más fresas que la fresa,
y cuando ya tuviese hecho el molde del cuerpo
(exacto a lo que eres, con todo tan bien puesto:
uñas que ya no muerdes, chicos que ya no amas...)
pondría fuego eterno gota a gota en tu pecho
(llamas que escalarían desbordando tus ojos,
que de bonitos son el reflejo de tu alma)
y así, tan tú, tan Rosa, tan igual a ti misma,
Venus en cada poro, eterna en ser Anita,
sería alguien exacto a ti en los dulces
tiempos de Primavera
(sólo a la Primavera crearía
en un mundo de arroyos, fuentes, claros,
quizás con manantiales de cerveza,
ríos de zumo y fiestas compartidas).
Y el mundo detenido: a tus pies y en tus manos
Yo, Dios, se haría hombre para rozar tus labios.

Ponerle un altarcito al pasado es una idiotez.

sábado, 1 de marzo de 2014

Besos cortos

No me he permitido nada, no me he permitido abandonarme a lo que siento, ni siquiera reconocérmelo, porque supe siempre que era imposible. Y ahora no debería permitirme echar de menos, pero lo hago. Nunca me concedí fantasear con cómo sería que me quisiera, como cuando piensas lo que harías si te tocara la lotería. Y por eso mi recuerdo favorito es el de aquella noche en que apoyó su cabeza en mi pecho y acaricié su espalda desnuda y me dijo que era la primera vez que hacía eso. Porque se pareció a ese espejismo que nunca me dejé tener, el de que hacíamos cosas así de simples en lugar de corretear por los laberintos habituales.
Y ahora es demasiado tarde para todo y no es que vaya a a servir de mucho que planee días futuros precisamente hoy que llueve tanto y ella está tan lejos, ni siquiera sé dónde.
Adoraba sus posturas de erizo, su mirada fluvial sobre las cosas, a veces sobre mí. Si me gustaba la manera temeraria en que encaraba el mundo era porque así es como quiero ser. Veía todos esos obstáculos incorpóreos que levantaba entre nosotros, pero me importaban una mierda en cuanto sonreía. Hacía que quisiera vivir cada minuto de otra manera, como si todos, uno a uno, contasen, porque contaban. No había días mejores que aquellos en los que veíamos una película cuidadosamente negociada, aunque me quedase dormido. Sobre todo si me quedaba dormido. Me hubiera pasado horas escuchándola. Yo siempre quería más. Me gustaban los besos largos y ella sólo los quería cortos.

lunes, 24 de febrero de 2014

Inventario del naufragio

Nunca fijo los ojos al espejo,
precisamente hoy, que no da nada bueno.

Paseo por la casa, que es el baño del Nasti,
los restos del naufragio del domingo:
pegotes en el suelo, sal Maldón esparcida,
vasos fosforescentes con azúcar mohoso,
cocaína en el premio de cristal
que me dieron por nada aquel verano
del que ya no me acuerdo.
Las hierbas han tomado la terraza
y la piso descalzo por ver si siento algo.
El frigo tiene adornos navideños,
esquivo bolsas, cajas, ropa sucia,
un libro de poemas con las hojas torcidas
y los versos revueltos.

La habitación en la que nos gritamos,
ahí estuvo su cuerpo rectilíneo,
tan tangente que ahora es una curva
la cama en la que nunca nos quisimos.

Y prometo no hacerlo nunca más
justo un segundo antes de acordarme
de que hay que comprar hielos y limones.

sábado, 15 de febrero de 2014



Sé que quedo fatal reconociéndolo (y si no, para eso ya está el resto del blog), pero este último año probablemente haya sido de dormir más que de follar. Acompañado, digo. No es que me parezca mal, hay finales de noche en que todo lo divertido ya ha pasado hace rato o en que no estás para horas extras o que, puestos en la balanza, te apetece más un 22 que un 69. Y a mí todo eso me pasa mucho, que soy muy nena. No es que me queje, pero ha venido pasando con una regularidad extraordinariamente anormal que casi lo está convirtiendo en LO NORMAL. He dormido sin follar más que cuando tenía novia. Me han ofrecido más cucharitas que comentarios en el blog, y eso que las tengo a todas por lectoras. Chicas que se quitan casi toda la ropa o ninguna y se duermen a tu lado. Chicas que te besan durante horas con la misma vehemencia con la que roncan luego durante muchas más horas a tu lado. Chicas que aparecen en el suelo o en el baño a la mañana siguiente. O durmiendo en una postura mal, con la cabeza en los pies y los pies en el vaso de agua de la mesilla. Chicas que te llevan a su cama, pero sólo para dormir. Chicas con una regla que siempre te toca a ti con la puntería de un francotirador amigo de Pérez Reverte. Ya sé lo que estáis pensando, que ahí hay un patrón. El patrón soy yo,

(inspirado en el post de Rebeca de Pueblo y en un puñadito de noches tróspidas)

jueves, 6 de febrero de 2014

Para ser tan tonta no eres tan guapa

Escribo artículos con actitud de artista: espero la inspiración, les doy vueltas durante días, entrego tarde, no se los lee casi nadie. Rechazo trabajos que me aburren. He dilapidado el amor todas las veces. No lo intento de verdad con la chica que me gusta de verdad. No me he esforzado por mantener conmigo a las que me querían. Nunca llamo a los amigos, espero a que me llamen ellos. Veo a mi familia una vez al mes como mucho y siempre estoy deseando irme enseguida. Me he gastado todo el dinero que tenía y ni siquiera sé en qué. No escribo todos los días, como si fuera a vivir para siempre. Mantengo los libros que me quiero leer en la pila de libros que me quiero leer. Cambio la poesía por películas que me hartan a la mitad. Pienso en otra cosa cuando me vienen los recuerdos incómodos. Nunca duermo mis horas. No atiendo a las conversaciones. Dejo las amistades a medias. Abandono los libros gordos cuando me quedan cincuenta páginas para terminar. Tardo meses en devolver cualquier cosa a la biblioteca. Nunca termino de ponerme en forma. Nunca termino de abandonar un vicio absurdo. Tengo dos novelas en la cabeza y un cuarto de novela en un documento de word. No tengo word. Podría ganarme la vida como tren que pasa de largo.

lunes, 3 de febrero de 2014

Mi lugar preferido del planeta (auroras boreales)

Nos alejamos del pueblo en el que se acababa el mundo para pisotear la nieve, para excavar con las cuchillas de las motos un camino perecedero hasta la montaña desde la que ya no se alcanzaba ninguna luz de la tierra. Cuando llegamos, me sacudí la piel de reno y la nieve y empecé a caminar hacia adelante hasta que me se me hundieron las rodillas, hasta el paso previo a no poder dar un paso más. Encima de mí, las luces se movían con la gravedad fantasmal de una serpiente mitológica. El cielo era un salón de baile asgardiano. Saqué el trípode, coloqué la cámara e hice una foto. Lo que apareció en la pantalla era una psicofonía de colores, un abismo inverso y tumbado y frutal. A partir de ahí no podía dejar de hacer fotos. Disparaba y me ponía delante como en un suicido diferido. Usaba el puntero láser de mi mechero de los chinos para encender la nieve. Dibujaba geometrías incandescentes con la brasa del cigarrillo a mi alrededor. Cada foto era distinta e incluía una nueva confección, rápidos cócteles de descosidos con parches de colores fugitivos. Era un cielo de jazz. Era un asomarse a las cosas del otro lado que sólo alcanzaba esa máquina dimensional, mi cámara.
Alguien vino a buscarme. Todos se habían ido metiendo en la cabaña hacía rato, estaban alrededor del fuego bebiendo vino caliente. Habían pasado dos horas y estábamos a 30 bajo cero y yo ni siquiera tenía las manos frías.
Cuando volví a Madrid era casi primavera y una chica que no sabía cómo tomarme me esperaba para mostrarme el plano de su próxima vida sin mí. Guardé las fotos en una carpeta como quien entierra un tesoro que sabe que volverá a necesitar en invierno. Muchos meses después, una mañana cualquiera, el ordenador ardió por dentro y todo se perdió. La noche boreal, los pescados voladores del Índico, el verano abrasador del Madrid oceánico al que le puse una camisa de peces. Y aquel amor intenso y doloroso e inexplicable que duró 18 meses. Guardé el disco duro inservible en el cajón donde escondo las cosas que no quiero perder. Como si pudiera ser la manija que abriera aquella Era de dos años y pico que se acababa justo ahí. Si lo miro y me concentro veo posarse frente a mí todos aquellos días como una bandada de pájaros imaginarios. Ahora ya sólo viven en mi cabeza. Hacen de ella una chistera y un campo de fractales. En noches como ésta es un sitio estupendo.

jueves, 23 de enero de 2014

Minas

Cada vez que te escribo me suben las visitas
210 al blog, la tuya en el portal
tú crees que no lo sé, que no me sé las tretas arrastradas
con que lleno de pelos esta almohada
los valses con que sé qué hacer no piso a nadie
qué abrazos se evaporan en el taxi
lo que me cuesta un beso tuyo que cuesta cinco metros
cinco metros más lejos pero es un beso tuyo
di que no me conoces
que de un camaleón tú sólo sabes
de qué color es hoy la pared en que posa
dime todas las cosas que no quiero
y consigue que piense dios que es sólo ella
nadie me mira así tú sigue hablando
de morderte los labios sigue hablando
sigue diciéndome tú y yo no somos nada
no te entiendo la odias o es tu amiga
di los amigos son que no se hacen
tú y yo no somos nada y yo no te conozco
cada noche distinto si tan sólo escribieras
si no existes no existes no existieras
podría amarte tanto si no te conociera
porque no te conozco si no te conociera
cada vez que me das las diez razones
para que no te guste y cierto cierto cierto
me gustas porque sabes por qué yo no te gusto
y el domingo no entiendes que tengo que estudiarte
dime las cosas claras o doy un puñetazo
a esta pared tus dientes la tibieza
y las frases a medias
pero puede que sí que sí te vea

me amarías si no me conocieras

jueves, 2 de enero de 2014

Hoy casi lo consigo



Hoy casi lo consigo.
Empecé no pensando en lo que mira,
me acordé de otras pieles
menos resbaladizas,
de las cosas que no saben a ella,
de las formas de hablar
que no bombean.
  
Para el almuerzo ya su espalda era
otra arcadia cualquiera.

A un olor de su pelo que he inventado
me he escorado a la hora de la siesta
y casi he estado a esto de decirme
que no huele mejor
que un césped o una era.

En serio, he estado a punto
de barrer de mis ojos
las latas de las calles de Madrid
que bebemos a medias,
las pelotas de nieve
que redondea su lengua,
ese par de llamadas en que me dijo “vente”,
el beso o dos que me dio sin pedirlo,
los fríos compartidos
que no eran casi fríos,
la colección de toses
que la elevan,
y la vez que salía de la ducha
y en la que no fue mucho primavera

Casi a punto, de veras,
de estar a punto de que me lo crea.

miércoles, 1 de enero de 2014

Nos empeñamos

Nos empeñamos todo el rato. Buscamos y buscamos. Sabemos que no, decimos que no, pero creemos que ese amor nos va a salvar de nosequé. En lugar de mirar las cosas que son, lo que vemos, lo que es evidente, nos contamos un cuento futuro de algo que recordamos dulce y algodonoso y que igual ni hemos vivido. Perseguimos a una chica posible y existente y sólo habría que levantar la vista y mirarla, porque eso es lo que es. Pero luego buscamos que se parezca a una ficción que ni sabemos si queremos. Hipotecamos por hipotetizar. Vivimos el amor en el futuro y los futuros sólo son las motas que flotan en las rendijas de luz o los charcos en el asfalto de cuando atraviesas La Mancha un día de verano a la hora de la siesta.
Y luego, con suerte, si las cosas salen bien y todo se parece a algo que imaginaste, en medio de la euforia le entregarás esa parte de tu vida que le reservabas y luego también esa otra que era sólo tuya. Y luego se va a ir y se las va a llevar. Una y otra vez. Por eso esto es un callejón sin salida.
A lo mejor porque lo veo así, me empeño en que no puedo tener una relación como las demás con una chica como las demás. Y a lo mejor eso no es verdad y acertaba más antes cuando creía que lo importante es que a ella le importara yo y no hacía falta nada más, porque ella ya sabía que a mí me importaba ella y todo salía solo. Igual todo lo demás, el esquema, el molde, es lo de menos.

Estoy harto de escribir sobre ese amor, sé que lo volveré a hacer, pero no quisiera siquiera tener que pensar en ello nunca más. Como si no hubiera otras formas de amor menos sicosomáticas, menos sísmicas y más alumbradoras.

Hace tres años pasé el verano en uno de los agujeros más inmundos del planeta. Desde la casa en la que vivía, enrejada como una cárcel frágil, oía los tiroteos y veía pasar a las niñas embarazadas, a la comitiva del chaval al que mataron para robarle la moto, a los camiones cargados de policías embutidos en protecciones como armaduras, subiendo a empujones a la gente parada en las esquinas como en una novela futurista de un futuro de mierda. Todos los días me inventaba una especie de taller de periodismo para niños. Venían a clase con hambre o con ojeras y me cantaban raps de narcos o de peleas a muerte que convertíamos en noticias y crónicas. No sabía qué mierdas pintaba allí y lloraba todos los días.
Había un pequeñísimo grupo de vecinos que querían cambiar las cosas. Una noche les di una charla, les expliqué cómo cualquier periodista querría hacerse amigo de alguien que pudiera guiarle con seguridad por el barrio, como redactar una nota de prensa y cómo llamarles para crear una relación con ellos. Estaban agotados, la más mayor se quedó dormida. Llevaban todo el día preparando una jornada de limpieza para el día siguiente por las calles de un barrio hasta arriba de una basura que traía el cólera. Y aún así entendieron a la primera lo que les decía, redactaron notas de prensa decentes, me lo preguntaron todo una y otra vez. Aquella noche me fui a un colmado. Fue mi única borrachera del mes, pero me lo bebí todo, conseguí vodka y me lo metí a morro. Me desperté con una resaca tropical taladradora, de las que el calor pegajoso multiplica. Estaba en aquel cuartucho celda en el que la salida del aire acondicionado de la habitación de al lado sonaba como un motor de avión y el sudor lo impregnaba todo todo el rato. Mi amigo roncaba al lado y hasta sus ronquidos me asfixiaban. Decidí que quería limpiar. Corrí a la calle donde estaba la brigada de limpieza, pedí una escoba y me puse a barrer. Barrí sin descanso bajo el sol, iba de una calle a otra con la escoba, dando empujones a la basura, metiendo cajas y botellas en la carretilla con un ritmo enloquecido. Sudaba y barría y recogía y se me rompía la escoba, que era un palo con unos mechones de paja, y seguía barriendo como podía. Algunos vecinos tiraban más basura a mi paso, otros se reían de nosotros. Los de la brigada me dijeron que descansara un poco, pero les contesté que no iba a parar. Barría tanto y tan sin mirar que al final me metí en una calle fuera de la ruta, una de las peligrosas incluso de día, y vinieron a buscarme, alarmados, y me obligaron a parar. Tenía las manos llenas de callos, olía fatal, tenía el pelo y la ropa llena de mierda. Y lo había entendido todo. Nunca había sentido un amor tan universal y desinteresado y generador como el de aquel día, nunca había sabido tan a las claras lo que es. No sé si volveré a pasar por algo parecido, pero de alguna manera lo llevo conmigo desde entonces.

Dice Iñaki que mientras un amigo diga “estoy jodido” y otro conteste “Estoy cerca ¿un par de latas?”, hay esperanza. Claro que hay esperanza, pero nos empeñamos en buscarla donde no es.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Hoy no

Hoy no te vayas
tampoco permanezcas
duerme algo más
deja el suspiro de una huella de ti
en el colchón

quédate otro ningún momento
sé que estás de camino
que te vas cada vez
que hoy también
no

descansa sólo un rato
sólo un rato
te quedas y lo escuchas
que no existen las cosas como tú
ni tú tampoco
que siempre que te fijas
hay una idea de mí
afortunada
que se queda y escucha

prueba a ver qué se siente
si permaneces
un momento
el segundo de antes
de evaporarte

déjame que te mire
hoy sólo
con estos ojos nuevos
del día que entendí
por qué no existe nadie
como eso

déjame hacerte un mapa
para perderse bien
para que siempre vuelvas
al lugar de incesante movimiento
donde estás y no eres

ahora que lo entiendo
quiero que cambies todo
que seas justo así
justo la que no puede ser la misma
quedarse
dejar pesos más graves que un suspiro
en el colchón que es tuyo a la manera
en que te pertenece el resto del planeta

domingo, 1 de diciembre de 2013

Qué importa

Qué importan los propósitos y las anotaciones
al margen de tus noches y las mías,
qué importa definir torrencialmente,
qué importan las señales que sí veo


si te oigo llegar desde la barra
con la cabeza baja y los ojos hambrientos,
miras nerviosa al fondo y transformas el mundo
en un lugar de ti en el que quiero estar
y se me desordenan todas las instrucciones
y no recuerdo cuándo tenía que besarte,
cuándo no sacar nada de tus dos pozos negros,
cuándo sólo espiarte disimuladamente,
cuándo hacerte reír, cuándo hay que abrir los ojos,
cuándo quieres que quiera lo que quiero.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Un jueves cualquiera

El jueves empezó a las 6 de la mañana, cuando encontré las bragas de B. debajo de la cama. Un arco lunar de 90 grados y cuatro botellas -tintocavaronvodka- después de vernos, las dos lenguas se habían reencontrado en los mismos lugares de dos años antes. Toda la habitación olía a sexo, todo mi cuerpo olía a sexo, todo mi pelo olía a sexo y todas las calles olían a sexo cuando la dejé en el taxi. Creo que lo último que me dijo es que no escribiera sobre ella.
Volví a casa, bajé las persianas para obtener una cueva en la que escribir uno de los artículos de costumbres con los que debería ganarme la vida si alguna vez recordara pasar las facturas. Uno sobre las implicaciones emocionales del calimocho en vaso grande y el estado de trance en que te sume Paquito el chocolatero. Cuando terminé, todas las teclas estaban pringadas de sexo, eran las 9 y el sol ya había convertido el techo de mi ático en un grill de gratinar. Humo, sudor, fluidos y rendijas de luz de novela negra. Me dormí igual. A las 3 me encontré a Merteuil sentada en mi cama. Todavía tiene llaves y a mí se me había olvidado que habíamos quedado. Comimos con mucho vino, menos por comer y por beber que por recordarnos el uno al otro quiénes somos. Pasear Madrid con quien lo paseaste por primera vez es siempre otra primera vez.
Luego me fui a la plaza del Dos de mayo con David y unas laticas. Estaba preocupado por algo. David en julio siempre estaba preocupado por algo. Pasamos allí la tarde con el culo frito sobre una piedra de parrilla, entre balonazos, músicos espontáneos que se molan y torres de latas de Mahou vacías. Luego vinieron Pelayo y Alberto y nos fuimos al Picnic. Pelayo estaba bien, porque Pelayo siempre parece estar bien. Pero Alberto nos contó cómo estaban las cosas y se fue y yo me quedé un buen rato mirando al frente porque estaba mirando al futuro y supe todo lo que iba a pasar y me hubiera gustado cambiarlo, pero no podía hacer casi nada. David me dijo que si me ponía así por las cosas de los amigos me iba a gastar una pasta en psicólogos.
Ya era de noche cuando me encontré a Guillermo y a Ceka por la calle y nos fuimos a la puerta del Nasti a beber unas latas y a molestar a las chicas, el plan estándar del verano.
Conocí a Luna en aquella puerta. Rubia y delgada a lo yonki, vestía corto y tenía las pupilas como eso, como dos lunas llenas. Casi sin hablar, me llevó a la calle de al lado, me puso una raya entre los cubos de basura y me besó en un portal. Respondí.
-¿Pero tú no eras gay?
-Superhetero.
-Ah, como ibas con tu amigo.
-Él tampoco.
-Ah, bueno, pues es que a mí ya me han empotrado esta mañana en un baño.
-Claro, dos veces en un día te iba a sentar mal.
Entramos en el Nasti y se puso a bailar a saltos en la pista vacía. Salimos. Salió. Se alejó calle abajo gritando nosequé.
Fue como estar un ratito en los 80.
Volví a entrar y conocí a M. Tenía unos labios rojos como de haberse comido un kilo de fresones y haberlo intentado solucionar con una palada de Titanlux. Estaba muy oscuro, pero se veían, se les veía la textura de dibujo animado polaco pintado a mano y de fruta ecuatorial blanda sólo por dentro. Cuando pude mirar a otra parte, me fijé en sus tatuajes de ficha policial. También llevaba una minifalda y un moño y un mirar selvático. Bailábamos y pusieron su canción favorita, que hizo la mitad del trabajo. Nos hicimos unas fotos de nuestra silueta en la pared, con luz de foco azul a nuestras espaldas, tan típico del Nasti como sujetar la Torre de Pisa en Pisa. Y entonces hablamos de la violencia en las relaciones, creo que ella estaba a favor, y me ofreció una muestra gratuita, una prodigiosa colleja que me me enterró la nariz en el pecho y que, contra todo pronóstico, me puso cachondo. Luego se fue a la barra o al baño y yo me puse hablar con unos tipos que había por ahí sobre las fiestas de los pueblos y volvió y pensó que no le estaba haciendo el caso suficiente y se largó sin avisar. Luego nos escribimos y me dieron las seis de la mañana intentando mitigar su mala hostia de serie, embotado supongo por el rojo, los trazos carcelarios de su piel y el calor de sus cinco dedos grabados en mi cogote. Un par de días después prácticamente me instalaba en su casa durante toda la semana con unos resultados que hubieran sido fáciles de pronosticar. Pero ahora eran las seis y el sol iba a volver a calentar enseguida el techo de mi casa hasta convertirla en el merendero del infierno y yo me dormía pensando que hace demasiado calor por la mañana y que se vive mejor de noche.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Eres un gato

eres un gato


te arrimas por la noche
sacas cierto calor
de mí
te vas a tu rincón
te cubres


me desnudan
tus ojos rayos x
de gato
y ni siquiera entiendo
cómo ves a través


pero ves
a través
y te vas

domingo, 3 de noviembre de 2013

Dandolotodismo

Lo tenía delante de mí, había estado ahí siempre, pero no lo veía. Ayer me leí un viejo post que se titulaba zanahorias y entendí que estaba todo bastante claro, sólo que prefería mirar para otro lado y perderme en el otro lado. Me ofrecían zanahorias, toneladas de zanahorias y todo el mundo parecía estar comiendo zanahorias y yo me empachaba de zanahorias y ni siquiera me gustan las zanahorias. Este blog es un libro de pistas cifradas de que lo sabía y no quería saberlo.
La clave estaba en aprovechar mis capacidades al máximo, en llevarlas al límite a ver qué pasaba y en quedarme allí jugando y bailando y amando y haciendo, porque es el único lugar donde estoy a gusto de verdad. Ahora aprendo y enseño, me muestro como soy y no me escondo, me meto en líos que me gustan porque me gustan, busco lo difícil y aparco el miedo cuando lo veo venir. Ahora hay una chica a la que quiero ver, unos amigos con los que quiero estar, un amanecer que no me pienso perder, un pulso conmigo mismo que estoy ganando todas las veces.

sábado, 19 de octubre de 2013

No tenías nada malo

No tenías nada malo
una colección de tebeos
un gusto musical dudoso
tiernamente choni
un orgasmo diario
un no saber perder
una intransigencia activa
una mirada fija
fija en mí casi siempre
bailabas sacando el culo
y nos reíamos de nada
querías entrar en mí
y expandirte
y rellenar los huecos
y rellenar donde no había huecos


me podía abandonar
pero ya no me sentía bien abandonándome


si hubiera tenido quince años
nos habríamos quedado a vivir allí


estuvimos girando
sobre tu eje
hasta que yo no pude girar más
y pasamos a un dentro fuera
que terminaba en fuera


yo no tenía nada malo
un querer ser artista
muchos libros a medias
ese montón de cosas que contarte
de asombro cotidiano
de amor universal
un verte desde fuera
que nunca te valía
que no te parecía conocerte
una vida en proceso
un montón de caricias
centrífugas
un reírnos de nada
un par de grupos ñoños
un día diferente cada día
un dudar diferente cada día
un amarte de lejos
que requería que estuviéramos lejos


podrías habértelo aprendido
pero tú no querías aprender
tú querías finales
y otras cosas redondas


estuviste asediando mis murallas
ahora están como un queso
vencer no es convencer
y nunca hay invasión
sin Resistencia


si hubieras tenido ruedas
aquello hubiera sido una bonita

bicicleta

jueves, 17 de octubre de 2013

Monólogo interior

-No me voy a liar contigo.
-Como quieras.
...
Se lanza a un beso tibio y largo, de los que no se dejan un rincón.
...
-Vamos a la cama.
-Venga.
...
-Mira, no vamos a follar, sólo vamos a dormir.
-Vale.
...
Trepa encima. Serpentea. Sube y baja. Acelera. Termina. Se separa. Se tumba.
-No es que te lo hayas currado mucho.
-Bueno.
-Claro,  y te habrás quedado a medias.
-Sí.
-Joder, es que me gustas y no me gustas.
-Ya.
-Mira, vamos a dormir.
...

domingo, 13 de octubre de 2013

Por qué no enamorarse

El otro día tenía una resaca tristona y miserable. En medio de la bajona me emocioné con la idea de lo bonito que sería tener novia otra vez. Acurrucarse en el sofá, hacer piececitos y morderse de vez en cuando mientras pasas la hora del almuerzo debatiendo sobre quién le coloca al otro y al DVD su película favorita y quién llama al chino. Así que empecé a hablar de amor aquí y allá, a lo loco y probé que tal sería centrarse en una sola chica, conocerla despacito, seducirla sin prisas, poner su foto de fondo de escritorio y darle la turra a los amigos con eso. Hoy, con una resaca equiparable, me he comido un cocido y mucho mejor.


Lo malo del amor es que muchos hombres lo confunden con gastritis y, cuando se han curado de la indisposición, se encuentran unidos en un santo matrimonio a una mujer con quien, en una situación normal, no los pillarían ni borrachos”
Groucho Marx. Memorias de un amante sarnoso.


Estaba pasando canciones que no quería oír. Pasando un montón de canciones. No encontraba ninguna en la que me apeteciera quedarme. Me di cuenta de que últimamente lo hago mucho y de que todas son canciones de amor. No quería que me cantaran sobre eso, no me apetecía escucharlo. Fue entonces cuando me di cuenta de que no quería saber nada del amor. Las comedias románticas me aburren enseguida, las historias de "estoy enamorado" las recibo con una sonrisa de contable y las parejas abrazadas por todas partes no me dan ninguna envidia. De hecho, suelo pensar: "pobre chico". De hecho, cada vez que me cruzo con una chica tan llamativa como para que me apetezca inventarle una historia, la que le invento es la de las manías que tendrá como novia. Luchas de poder, llantos aleatorios y macetas por los aires, todo con muchos afectos especiales. Si me enrollo con una chica termino haciendo el payaso y bebiendo de más para dejarlo todo claro. Sólo conozco a una de la que cabe la posibilidad de que hubiera alguna opción de que en un futuro más o menos lejano pudiera enamorarme, así que la evito concienzudamente.
No sé si esto sólo me pasará a mí, porque veo a la mayoría de mis amigos deseando activamente volver a enamorarse, tirándose a los brazos de nuevas relaciones como oasis o puliendo sus "es complicado" ("es complicada" más bien) para ver si a la quinta vez que frotan sobre limpio lo suyo termina brillando como una relación verdadera, como la que tienen los demás, que parecen todos muy enamorados y muy felices.
Yo pienso en el amor y veo un ochomil infinito cuyo pico supera la estratosfera y luego sigue. Pienso lo que tendría que trabajar por una extraña, por alguien a quien todavía ni conozco y que me da igual. Pienso sobre todo en toda esa faena voluntaria, el único trabajo fijo que te ofrecen en estos tiempos, el de escuchar pormenorizadamente todas esas cosas que le preocupan. El intentar no ser tan tú, no ser tan intenso porque ellas son prácticas, ser menos caótico porque hay que acompasar el paso y empezar a pensar en el futuro, que no existe. Pienso en todo eso y en las ventajas, en el cuerpo confortable al otro lado de la cama, en ir de la mano al cine y en alguien que te lo entienda todo y te trate con esa mezcla de condescendencia maternal y complicidad de socio mercantil en la que viene desembocando el amor. Lo miro reunido y la verdad es que preferiría ir al dentista. 
Todo es mejor que el amor. Los poemas de amor son mejores que el amor.
Pero el mundo alrededor es como es y estamos programados biológicamente para que nos parezca que las princesas Disney saben mejor que tú lo que hay que hacer. Así que uno termina sintiéndose un poco culpable de ser un descreído. Un descreído que tiene razón. Y a estas alturas ya sólo te entienden tus propios viejos textos.

El amor es un tópico. No hay nada nuevo que decir sobre el amor y su sombra, el desamor. Puedes descender a los pozos de tu inteligencia y rebuscar las palabras precisas sobre él, que luego, al reducirlas cartesianamente, se quedan en un refrán o, con suerte, en un verso. Collige virgo rosas, el tiempo lo cura todo. Puedes intentar razonar con él, cogerlo del cuello, desmontarlo a la manera de los relojeros, pero el resultado de tus trabajos va a quedar inevitablemente a tiro de piedra de Corín Tellado. Es tan tópico que incluso el que sientas que nadie alcanza la altura de tu vuelo o la bajura de tu dolor, que pienses que estás solo porque no puedes explicarte ni ellos entenderte, ya nos ha pasado a todos.

Y eso no es ni bueno ni malo, sólo da una pista definitiva sobre su esencia, sobre lo que el amor es.”

sábado, 5 de octubre de 2013

Por qué enamorarse

Si no me hubiera enamorado nunca, no estaríamos aquí ni vosotros ni yo. La primera vez que se me ocurrió torear lo que quería era impresionar a una chica rubita de 9 años que me habían dicho que quería ser mi novia. Ya me diréis qué otras razones puede haber para jugarse la vida delante de un animal que pesa exactamente 10 veces más que tú y al que no le hacen falta ni cuernos porque te podría zampar de un bocado. Mi carrera taurina terminó con mi hermano lanzándome por encima del burladero agarrado del pellejo, como a los chotillos, mientras pataleaba en el aire. Luego, ella y yo nos fuimos a un lugar apartado y oscuro y como no sabíamos qué hacer la besé en la mejilla y salimos corriendo. Al cabo de los años aquel rincón de romanticismo rudimentario se destapó como el desagüe de todos los vecinos de alrededor. Y eso es una metáfora tan diáfana como apestosa sobre la esencia del amor.
Si una francesa de 15 años no me hubiera dado mi primer beso con lengua en un ascensor mientras yo apretaba los dientes con terror, quizá yo nunca hubiera tenido esa imagen de las francesas como unas frescas muy deseablemente avanzadas y no me hubiera apuntado a francés en la Escuela de Idiomas. Llegué hasta la parte de la fonética y ahora soy capaz de leer cualquier texto en francés con un acento perfecto y siendo perfectamente capaz de no entender una palabra. Nunca más me he vuelto a besar con una francesa, pero voy a seguir intentándolo.
Si no hubiera pesado sobre nosotros, adolescentes de epicentro removido, la promesa de hipotéticos amores no hubiéramos construido una chimenea en la fábrica de ladrillos que nos servía de peña durante los veranos castellanos. Cuando estuvo terminada, conseguí besarme con una chica en el sofá frente a la chimenea, hasta que el humo, que salía por todas partes menos por donde debía, hacía de antidisturbios del amor y nos evacuaba muy bien. La chica sabía a pepinillos.
Luego vino lo de escribir. Mi primer poema lo escribí pensando en una chica que me sacaba diez años. Como era casto y entusiasta, lo amplié en un par de versos místicos y lo enseñé diciendo que estaba dedicado a la Virgen. Creo que a San Juan de la Cruz le pasó lo mismo. Luego esto de los parches y los añadidos y el hacer como que estás escribiendo de otra cosa lo he trasladado a los artículos y me ha funcionado muy bien y me ha salvado algunas tardes.
Tras eso, me dio por escribir para ligar, una cosa muy de tímidos. Funcionaba en teoría, pero con el tiempo descubrí que a ellas no les interesaba lo que escribieras, que lo que querían era un amante, un novio o un marido, dependiendo de relojes biológicos varios, que siempre parecen están pitando. O hasta de relojes de verdad, porque hay novias que te tienen cronometrada la relación hasta que pasa el verano o hasta que llega el siguiente. Y entonces ya no les interesa lo que escribas, tus dotes taurinas, tu poliglotismo o tu pericia poniendo ladrillos.
Y sin embargo, amigos, el amor sigue siendo lo que mueve el mundo. Piensa en la cosa más loca que hayas hecho y ahí detrás, en alguna parte, está el amor o la falta de amor. El amor romántico, el amor de pareja, el amor como eufemismo de “estoy salido”, da igual. Ahí te tiene, varado en la estación de autobuses de Zaragoza a las 4 de la mañana, paseando por un congreso de peluquería en la feria de muestras de Bilbao, deslomándote en mudanzas de cinco pisos sin ascensor en Malasaña, pegándote trompazos entre la nieve mientras escalas una montaña en Guadarrama, cargando por todo Palencia con un equipo de grabación que requeriría una mula (que eres tú), sometiéndote a un tratamiento exfoliante para que practique su prima en Ronda, poniéndole a las cosas nombre de pastelito en el barrio Salamanca.
Eso es el amor y si nos sigue funcionando, aunque sepamos como termina, es porque no encontramos un motor tan poderoso para hacer las cosas que transforman el mundo. Y consuela saber que no somos los únicos. El tipo que lió a 20.000 obreros para levantar el Taj Mahal en la era previa al gotelé quería recordar a una de sus esposas, una tal Muntaz Mahal. Y por amor. Sus 14 hijos en común son la prueba. Bueno, y el Taj Mahal. Groucho Marx empezó a levantar las cejas porque una tía suya, pelirroja y mullida, le dijo que qué ojos más bonitos tenía. Enrique VIII cambió de religión a todo el país para poder enamorarse a gusto las veces que quisiera (que fueron seis). El tipo de El paciente inglés vendió a sus amigos a los nazis por amor, al parecer, como cerca de hora y media después de que yo me durmiera en el cine.
Por no hacer esto muy largo, atajaremos diciendo que no todo lo que somos, pero sí buena parte de lo que hacemos se lo debemos al amor. Yo tenía esta barba antes de que estuviera de moda (por fin he podido decirlo) porque una novia me dijo que odiaba las barbas en todos menos en mí. Aprendí todos mis trucos de comunicación no verbal porque quería atreverme a hablar a una chica. Estudié periodismo porque Clark Kent tenía a Lois Lane. Me vine a Madrid porque aquí el amor tenía menos letra pequeña. Me trasladé a esta terraza desde la que escribo y que siempre me hace sentir como que he pasado un día en el campo porque quería probar a vivir solo con esa chica. He hecho grandes amigos porque siempre estoy en los bares, unas veces buscándola y otras huyendo de ella. Aprendí a conducir porque una novia me llevó a un pinar para “enseñarme a conducir”, dijo. Y resulta que me enseñó a conducir.

Así que, ¿por qué enamorarse?: porque aún te gustaría aprender esgrima, pasarte 14 horas seguidas bailando (13 ya lo he hecho), pilotar un avión, tener fuerzas para escribir una égloga pastoril de mil versos, irte a vivir a lo alto de un faro, tener a alguien que te mire dentro de los ojos y le guste lo que ve y no pida más. Por probar.

viernes, 20 de septiembre de 2013

No voy a pedirte nada

No voy a pedirte nada.

Que no haya tanta prisa
por terminarse el beso.
Que me tengas a un click
de un filtro de tus ojos.
Que me tumbes a veces
en la hierba,
o a, o ante, o cabe
o etcétera en la hierba.
Que midas en narices
la altura de mi pecho.
Que te descalces siempre
que entres en mí.
Que me robes helado
en las costillas.
Que des cinco minutos más
cada cinco minutos.
Que coloques tus pies sobre la mesa
y que hoy comamos eso.
Que me hagas una fiesta sorpresa
cada vez que encontremos una esquina.
Que decidas los saltos de cama
con espíritu olímpico.
Que si me encuentras zombie
me comas el cerebro.
Que cada ascensor sea
la máquina del tiempo.
Que tirando de un hilo de tus bragas
encuentre la salida al laberinto.
Que no me escuches mucho
porque estés ocupándome la boca.
Que elijas de las cosas de tu armario
el quedarte desnuda.
Que me grites
que más.
Que me llores
de menos.
Que salgas de la cama con la cara
de final de naufragio,
famélica, cegada y tropical.
Que me hagas muchas cobras
de abrazos de titanio.
Que si hay un terremoto
elijas mi epicentro.
Que cuando me hago el fuerte
seas asedio.
Que hagas con mis normas y tus normas
un código inflamable.

Y que lo inflames.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Los pequeños detalles

Merteuil quería que tuviéramos una hucha y guardáramos dinero periódicamente para hacer algo con él al cabo de un año. Nunca lo consiguió. Ahora, su novio y ella ahorran cien euros por cabeza al mes y se van a algún país asiático cada verano.
S no podía ver que tirara una colilla al suelo sin pisarla. Yo me empecé a sentir culpable si no la apagaba del todo, pero nunca dejé de hacerlo. Apostaría a que su novio no fuma.
M quería que fuera puntual y que estuviera ya vestido cuando venía a recogerme. Pensaba que era una señal de respeto. Sigo siendo tan impuntual como siempre y si alguien viene a casa me pilla, invariablemente, saliendo de la ducha. Estoy seguro de que a ella no le ha costado encontrar a alguien capaz de llegar a la hora.

lunes, 12 de agosto de 2013

Continuará



Cojo una camiseta arrugada del suelo, me la pongo y salgo a por tabaco. Barriguitas, el portero de los fines de semana y las vacaciones, me habla del huerto de mi terraza. Entre Barriguitas, Jacek -el otro portero-, María -la señora de la limpieza- y yo hemos conseguido un huerto de tomateras que no da tomates. Hemos sembrado, regado, trasplantado y podado. Sobre todo he podado yo. He podado de más y ahora todos dicen que tengo la culpa de que los tomates no salgan porque no tienen suficientes hojas.
La mitad de las tiendas y los bares están cerrados. La china del Lor-Ana me grita desde la cocina que no hay Marlboro. Le digo adiós con los dos brazos. Me dice adiós con la escoba. Brilla un sol muy amarillo en los pisos altos. Miro para arriba y descubro una terraza desbordada de plantas que nunca había visto. En La casa de la cerveza un tipo gordo y beodo me sonríe cuando le abro la puerta. La camarera deja lo que está haciendo para encenderme la máquina con otra sonrisa. Canturreo aires de fiesta. Una chica en shorts y con el culo alzado cruza el paso de peatones. “Camina como Marilyn”, pienso. Pero luego me doy cuenta de que cojea de verdad. Entro en la tienda y busco algo dulce. Mejor una sandía. Golpeo con la palma todas las sandías , una a una, mientras acerco la oreja. La dependienta se pregunta que qué carajo estoy haciendo. Le explico que, de pequeño, Masi, el melonero del pueblo, me llevaba en su furgoneta y me enseñó a distinguir las buenas sandías por el sonido a agua. Se la acerco a la oreja. Sólo oye toc toc.
Me fijo en cómo da el sol en las hojas altas de los árboles. Las quema. Las convierte a ratos en gemas que no pintan nada aquí y a ratos en bombillitas de túnel de lavado dominicano. Se acercan unas nubes, pero aún no. Aún están los pájaros cantando. http://www.poesi.as/jrj36091.htm

domingo, 11 de agosto de 2013

Morfeo



En una mano un Lexatín y en la otra una raya. Supongo que el Lexatín, aunque no lo parezca, es lo que me lleva al mundo en el que soy yo de verdad, a la cama y a escribir mañana. La raya, en cambio, me sacará a las calles y a la ficción. No son tan fáciles de distinguir, a menudo soy yo al aire libre y a veces el escritor es sólo un personaje. Tengo en la cabeza la frase taladrándome: “igual no eres escritor”. Igual si no te sientas, si no tecleas, si no cambias algo por esto, si no lo quieres lo suficiente para hacerlo, no lo eres. Suena bastante lógico: si no escribes, igual no eres escritor. Tengo que elegir y me tomo el Lexatín. Y al rato, qué coño, la raya. Quiero pensar que me estoy asegurando de que llegaré a alguno de los dos mundos, pero lo cierto es que lo único que he hecho es aplazar un día más la elección.