domingo, 6 de julio de 2014

Laberinto

La luz roja de teja
se cierra con estrépito
de pájaro en mi pueblo.
Los huesos de las tres que más amé
bucean tierra abajo.
En La boca del cielo
alguien asa unos peces
y se come la playa la marea
mía olvidada de mí.
La chica del Dos de mayo
muerde el labio.
La piscina se rompe
de un cachete panzudo.
El hombre y su navaja,
sentado en la cuneta del Camino.
Un folio hecho de blancos
espera las palabras que limita.
La hora mejor del día
se gasta en un minuto.
Un tiburón ballena
despliega su ala delta submarina
justo enfrente de Holbox.
Los amigos se ríen de sí mismos.
Un suspiro
se deshace en el suelo.
Y, mientras tanto, yo
no encuentro la salida de esta cama.

jueves, 26 de junio de 2014

La Generación Subterfuge en el Día de la Música

“Te equivocas con nosotras, somos gente normal”. El último intento del último minuto del último ratito del Día de la Música, acababa estrellándose contra eso. Gente normal. Gente llegada de todos los barrios de Madrid, gente inusual en festivales, gente que trae a los amigos de casa y se infraproduce: camiseta y vaqueros. Gente variada entre la que destacan los que fueron modernos en los 90 o los 2000, los poperos de prints frutales o camisas cerradas que se han reconvertido en vagamente hippies (ellas) o en discretos barbudos (ellos). Con más pinta de latineros que de malasañeros, precisamente ellos, que peinaron Malasaña. Fueron los protomodernos, que luego se mudaron al extrarradio a criar cachorritos indies. Lo dijo L-Kan al revés: “estas canciones van de una época en la que había una cosa que se llamaba modernos y que ahora no existe. Ahora hay que llevar barba y pasear un vegetal”. Algo así. Y lo soltaron vestidos de merlines o payasos, con barbas postizas y una coliflor con una correa.
Modernos de los de ahora también había en el 25 aniversario de Subterfuge en Matadero, pero eran sólo una gota de barba en el tupido y variadito océano de madrileños -madrileño es cualquiera- botantes. La mitad del festival me la paso preguntándome a quién habrían venido a ver, porque una discográfica como Subterfuge tiene cosas muy variaditas (el primer Dover no deja de ser heavy, el primer heavy que sonó en las radios comerciales, las presentan así, mientras que Cola Jet Set son -rebauticemos- cuquipop). Hasta que me lo resolvieron Los Fresones Rebeldes cuando atacaron Al amanecer y el festival entero empezó a darle a la vez: saltos, pogos, karaoke a gritos. Fue como un descorche de la nostalgia hasta para los de 20, que no se sabían más canción que ésa. La gente había venido a darse un garbeo por su propia juventud (o niñez) como profeticé aquí. Debería haberlo sospechado cuando me topé con seis personas vestidas de fresas y con gente aquí y allá con rayas marineras. A lo Fresones. Entonces siempre había que llevar algo a rayas.
Hubo otros momentazos estratostereosféricos y casi todos tuvieron que ver con la canción de otro verano (Serenade de las Dover, Confusion!!! de Cycle...). Luego estaban Annie B. Sweet, con esa manera suya de crear atmósferas como de arroyuelo rumoroso o Carlos Jean, que hizo trotar en el sitio como bakaladeros a los que se quedaron hasta el final del primer día. Y lo mismo para Najwa, hipnótica de ver. Y los Pantones, que me flipan, pero no llegué a tiempo. En RTVE hay un enlace a un resumen del concierto donde salen casi todos los demás.
No queda del todo mal esta generación en los conciertos, ni los de arriba (el escenario) ni los de abajo. Tenemos bastante pelo y casi nos podríamos llamar la Generación Subterfuge y empezar a mandar. Sería la generación que traza un hilo sutil entre los que entonces tuvieron que hacerse ellos mismos un hueco fuera de la música bendecida por la cultura de la transición (y la llamaron “independiente”) y los que, por ejemplo, ahora, votan a partidos poco oficiales.
Alba -que sale en otra crónica mía de otro festival- vio a Ellos por primera vez conmigo, le gustaron más que ningún otro de los grupos que no conocía (casi todos) y se fijó en el detalle de que sus canciones, sobre todo la más energética (Lo dejas o lo tomas), hablan de cambio (o del miedo al cambio o de la afirmación propia en un mundo mareantemente volátil), reflexionan, introspeccionan. Nada que ver con las letras de amor atolondrado de los grupos más poperos, que, a mí, que soy tan fan, me costaba cantarlas en voz alta a plena luz del día. A lo mejor no es mala ocasión para echar un vistazo a qué pasó ahí y a cuál es el motivo de que ésta siga siendo una especie de generación perdida. ¿Fueron los estribillos ñoños? Felipe Fresón saludó: “Han pasado 15 años, pero no hemos aprendido nada. Somos Los Fresones”. Puede que no, que no aprendiéramos nada, pero a lo mejor hemos enseñado algo. Un festival en el que personas con décadas de diferencia entienden el mismo lenguaje tanto como para botarlo todo juntas puede ayudar a entender cuánto somos los mismos.


martes, 3 de junio de 2014

Revers vu

esto ya lo he vivido
era en esa película
pasaban muchas cosas
todas malas
el chico suspendía
y no tenía amigos
y le echaban de casa
y le mordía un perro
pero al final
(quién iba a imaginarse eso)
escribía algo muy bueno
y lo leía por megafonía
y la chica que era como nadie
que era guapa de otra manera que todas
lista de rayos láser en los ojos
le quería
y todos aplaudían
al final
y se acababa

eso ya lo he vivido
pero justo al revés

jueves, 15 de mayo de 2014

Viaje a Albacete

Ayer pasé por la plaza de al lado de tu bar. Sabía que no estarías en el bar ni en la plaza, pero ése es el lugar en el que da vueltas tu sombra en mi cabeza. Sombra de farola que a veces se sienta en el banco, que se pide una lata en un sitio de mi memoria nada profundo y nada enterrado. Ni siquiera me di cuenta de que estaba haciendo una psicofonía de ti hasta la tercera vuelta. Anoche volvimos a estar juntos y te viniste conmigo a casa y me abracé un poco a ti al dormir y me apartaste de un codazo y esperé a que te durmieras para mirarte un rato. Y me he despertado pensando que es demasiado cansado todo este no quererse y que me gustaría tomarme unas vacaciones de eso, un día de tour en el tiempo en el que todo esté bien como nunca lo estuvo, como en uno de esos viajes de un día a Albacete para que te vendan cuchillos, 24 horas de mirarnos a los ojos como si fuéramos felices.

martes, 13 de mayo de 2014

Eras más divertido

Dime qué es lo que haces
que yo ya no te entiendo
viviendo ahora la vida
que a los veinte
te dejaron a medias


qué pinta esa melena
esas dos putas botas
el beber en la calle
el forzarle el asombro
a las cosas normales
qué otra agenda imposible
estás siguiendo
en qué rincón
de tu averiada alma
es que escondes los planos


ya no sé lo que quieres
antes eras más fácil
-hacías lo que decían-
te has puesto tú a los mandos
ascendiste
a un idiota completo


caminas por las calles
en las que ni siquiera
arruinaste tu vida para siempre
(lo traías de casa)
y te has vuelto un coñazo
con quien no bebe nadie
yo mismo te odio mucho
y lo peor de todo es la manera
en que te compadeces
de lo poco que queda
¿lo estás viendo?
hasta en este poema


ya sólo sobrevives
y lo haces como el culo
eras más divertido
cuando estabas borracho todo el rato


de todo lo que alguna vez soñaste
tan sólo has conseguido
no madrugar mañana
es un descanso
no sorprender a nadie
tienes lo que parece que querías
y sigues excavando
hazte un pozo a medida
yo me rindo
ya no puedo contigo
al fondo hay sitio.


lunes, 31 de marzo de 2014

Un poeta de 18 años

La ciudad parecía sucia o vieja o triste o las tres cosas. Todo era del gris del cielo: la ría, el Arriaga, el casco viejo. Mira que yo llegaba con ganas de todo. Preguntaba cosas y le contaba lo que me estaba pareciendo todo a cualquiera, aunque nadie me lo hubiera preguntado. A los compañeros de autobús, a los txikiteros de los bares, a los dependientes de las tiendas, a los desconocidos. Ni siquiera entendía por qué me miraban raro o me contestaban con desconfianza. Acababa de llegar a Bilbao para preinscribirme en Periodismo y tenía 18 años.
Enseguida me enamoré de una chica. Se llamaba Anne y, no sé por qué, yo la llamaba Rosa. A mi amigo Tito le gustaba también y yo ya tenía una novia peluquera, así que nunca se lo dije.
Vivía en un piso con cuatro chicas de Ondarroa. Había puesto carteles por la universidad y por las calles: "trabajaría a cambio de una habitación y comida". Porque estaba empeñado en que nadie me pagara la carrera y porque pensaba que el mundo funcionaba así.
Creo que nunca llegué a usar el enorme armario de mi cuarto. A un lado de la cama tiraba la ropa sucia, que se amontonaba allí hasta que me iba a Valladolor a que me pusieran una lavadora. Al otro lado iba arrojando los periódicos. Cada día compraba uno diferente. Con chinchetas, ponía por las paredes la página que más me había gustado ese día. También unas láminas que regalaba un diario: una de Klee, el París por mi ventana de Chagall, el cuarto de Van Gogh, la Muchacha en la ventana de Dali y una guitarra cubista de Picasso. Cuando las paredes estuvieron forradas compré un spray de pintura verde y escribí encima de las hojas una frase que no recuerdo. Me quedé sin pintura a la mitad. Era el cuarto de un sicópata. Algunas noches salía a patearme la ciudad, sin rumbo, entraba en algún bar y hablaba con cualquiera, pero otras muchas me quedaba en esa habitación, despierto hasta el amanecer, leyendo y escribiendo.
Supongo que cuando terminó el curso recogí la ropa del lado izquierdo de la cama y me fui para siempre de aquella casa de la calle Labairu, detrás de la plaza de toros. Si me recuerdo bien, seguro que me despedí con algún tonto rito sentimental, un recitado, un mensaje escrito en alguna parte, un mirar las cosas despacio para que no se me borraran.
Hoy estoy con otra mudanza, una mucho más complicada. No me caben los recuerdos, así que los estoy abandonando para irme a vivir a una vida más simple en la que sólo entran una cama, un armario pequeño y un balcón. Y por esos prodigios de las mudanzas, ha aparecido una libreta con algunos poemas que escribí aquel año de mi primero de Periodismo. Hay más en alguna parte, nada que la Humanidad vaya a echar de menos. Pero es bonito releerse después de tanto tiempo, se parece a encontrarse con alguien que conociste mucho, que sabes quién y cómo es sólo con tenerle otra vez enfrente, pero del que sólo recuerdas algunas historias sueltas.
Ese tipo escribía esforzados versos medidos, combinaciones desconjuntadas de nefastos alejandrinos y endecasílabos asilvestrados hasta arriba de tópicos líricos. Contaba las sílabas golpeando los dedos en la cama, sólo para asegurarse de que el ritmo de su cabeza no estaba escacharrado. Copiaba sobre todo a Baudelaire, Darío y Lorca, pero también a los poetas del 50, a Quevedo o a cualquiera que hubiese leído en un suplemento de periódico.

Si existiese el buen Dios que a los hombres crease
y hubiese yo nacido omnipotente
(nunca es seguro si serás Juan o Pedro, 
serás pescao o carne)
entonces soplaría uno a uno tus rizos,
creando negros pelos recubriendo tu frente,
que es el estadio en que hacen carreras tus cabellos,
modelaría a besos tus labios de princesa,
más vírgenes que un tallo, más fresas que la fresa,
y cuando ya tuviese hecho el molde del cuerpo
(exacto a lo que eres, con todo tan bien puesto:
uñas que ya no muerdes, chicos que ya no amas...)
pondría fuego eterno gota a gota en tu pecho
(llamas que escalarían desbordando tus ojos,
que de bonitos son el reflejo de tu alma)
y así, tan tú, tan Rosa, tan igual a ti misma,
Venus en cada poro, eterna en ser Anita,
sería alguien exacto a ti en los dulces
tiempos de Primavera
(sólo a la Primavera crearía
en un mundo de arroyos, fuentes, claros,
quizás con manantiales de cerveza,
ríos de zumo y fiestas compartidas).
Y el mundo detenido: a tus pies y en tus manos
Yo, Dios, se haría hombre para rozar tus labios.

Ponerle un altarcito al pasado es una idiotez.

sábado, 1 de marzo de 2014

Besos cortos

No me he permitido nada, no me he permitido abandonarme a lo que siento, ni siquiera reconocérmelo, porque supe siempre que era imposible. Y ahora no debería permitirme echar de menos, pero lo hago. Nunca me concedí fantasear con cómo sería que me quisiera, como cuando piensas lo que harías si te tocara la lotería. Y por eso mi recuerdo favorito es el de aquella noche en que apoyó su cabeza en mi pecho y acaricié su espalda desnuda y me dijo que era la primera vez que hacía eso. Porque se pareció a ese espejismo que nunca me dejé tener, el de que hacíamos cosas así de simples en lugar de corretear por los laberintos habituales.
Y ahora es demasiado tarde para todo y no es que vaya a a servir de mucho que planee días futuros precisamente hoy que llueve tanto y ella está tan lejos, ni siquiera sé dónde.
Adoraba sus posturas de erizo, su mirada fluvial sobre las cosas, a veces sobre mí. Si me gustaba la manera temeraria en que encaraba el mundo era porque así es como quiero ser. Veía todos esos obstáculos incorpóreos que levantaba entre nosotros, pero me importaban una mierda en cuanto sonreía. Hacía que quisiera vivir cada minuto de otra manera, como si todos, uno a uno, contasen, porque contaban. No había días mejores que aquellos en los que veíamos una película cuidadosamente negociada, aunque me quedase dormido. Sobre todo si me quedaba dormido. Me hubiera pasado horas escuchándola. Yo siempre quería más. Me gustaban los besos largos y ella sólo los quería cortos.

lunes, 24 de febrero de 2014

Inventario del naufragio

Nunca fijo los ojos al espejo,
precisamente hoy, que no da nada bueno.

Paseo por la casa, que es el baño del Nasti,
los restos del naufragio del domingo:
pegotes en el suelo, sal Maldón esparcida,
vasos fosforescentes con azúcar mohoso,
cocaína en el premio de cristal
que me dieron por nada aquel verano
del que ya no me acuerdo.
Las hierbas han tomado la terraza
y la piso descalzo por ver si siento algo.
El frigo tiene adornos navideños,
esquivo bolsas, cajas, ropa sucia,
un libro de poemas con las hojas torcidas
y los versos revueltos.

La habitación en la que nos gritamos,
ahí estuvo su cuerpo rectilíneo,
tan tangente que ahora es una curva
la cama en la que nunca nos quisimos.

Y prometo no hacerlo nunca más
justo un segundo antes de acordarme
de que hay que comprar hielos y limones.

sábado, 15 de febrero de 2014



Sé que quedo fatal reconociéndolo (y si no, para eso ya está el resto del blog), pero este último año probablemente haya sido de dormir más que de follar. Acompañado, digo. No es que me parezca mal, hay finales de noche en que todo lo divertido ya ha pasado hace rato o en que no estás para horas extras o que, puestos en la balanza, te apetece más un 22 que un 69. Y a mí todo eso me pasa mucho, que soy muy nena. No es que me queje, pero ha venido pasando con una regularidad extraordinariamente anormal que casi lo está convirtiendo en LO NORMAL. He dormido sin follar más que cuando tenía novia. Me han ofrecido más cucharitas que comentarios en el blog, y eso que las tengo a todas por lectoras. Chicas que se quitan casi toda la ropa o ninguna y se duermen a tu lado. Chicas que te besan durante horas con la misma vehemencia con la que roncan luego durante muchas más horas a tu lado. Chicas que aparecen en el suelo o en el baño a la mañana siguiente. O durmiendo en una postura mal, con la cabeza en los pies y los pies en el vaso de agua de la mesilla. Chicas que te llevan a su cama, pero sólo para dormir. Chicas con una regla que siempre te toca a ti con la puntería de un francotirador amigo de Pérez Reverte. Ya sé lo que estáis pensando, que ahí hay un patrón. El patrón soy yo,

(inspirado en el post de Rebeca de Pueblo y en un puñadito de noches tróspidas)

jueves, 6 de febrero de 2014

Para ser tan tonta no eres tan guapa

Escribo artículos con actitud de artista: espero la inspiración, les doy vueltas durante días, entrego tarde, no se los lee casi nadie. Rechazo trabajos que me aburren. He dilapidado el amor todas las veces. No lo intento de verdad con la chica que me gusta de verdad. No me he esforzado por mantener conmigo a las que me querían. Nunca llamo a los amigos, espero a que me llamen ellos. Veo a mi familia una vez al mes como mucho y siempre estoy deseando irme enseguida. Me he gastado todo el dinero que tenía y ni siquiera sé en qué. No escribo todos los días, como si fuera a vivir para siempre. Mantengo los libros que me quiero leer en la pila de libros que me quiero leer. Cambio la poesía por películas que me hartan a la mitad. Pienso en otra cosa cuando me vienen los recuerdos incómodos. Nunca duermo mis horas. No atiendo a las conversaciones. Dejo las amistades a medias. Abandono los libros gordos cuando me quedan cincuenta páginas para terminar. Tardo meses en devolver cualquier cosa a la biblioteca. Nunca termino de ponerme en forma. Nunca termino de abandonar un vicio absurdo. Tengo dos novelas en la cabeza y un cuarto de novela en un documento de word. No tengo word. Podría ganarme la vida como tren que pasa de largo.

lunes, 3 de febrero de 2014

Mi lugar preferido del planeta (auroras boreales)

Nos alejamos del pueblo en el que se acababa el mundo para pisotear la nieve, para excavar con las cuchillas de las motos un camino perecedero hasta la montaña desde la que ya no se alcanzaba ninguna luz de la tierra. Cuando llegamos, me sacudí la piel de reno y la nieve y empecé a caminar hacia adelante hasta que me se me hundieron las rodillas, hasta el paso previo a no poder dar un paso más. Encima de mí, las luces se movían con la gravedad fantasmal de una serpiente mitológica. El cielo era un salón de baile asgardiano. Saqué el trípode, coloqué la cámara e hice una foto. Lo que apareció en la pantalla era una psicofonía de colores, un abismo inverso y tumbado y frutal. A partir de ahí no podía dejar de hacer fotos. Disparaba y me ponía delante como en un suicido diferido. Usaba el puntero láser de mi mechero de los chinos para encender la nieve. Dibujaba geometrías incandescentes con la brasa del cigarrillo a mi alrededor. Cada foto era distinta e incluía una nueva confección, rápidos cócteles de descosidos con parches de colores fugitivos. Era un cielo de jazz. Era un asomarse a las cosas del otro lado que sólo alcanzaba esa máquina dimensional, mi cámara.
Alguien vino a buscarme. Todos se habían ido metiendo en la cabaña hacía rato, estaban alrededor del fuego bebiendo vino caliente. Habían pasado dos horas y estábamos a 30 bajo cero y yo ni siquiera tenía las manos frías.
Cuando volví a Madrid era casi primavera y una chica que no sabía cómo tomarme me esperaba para mostrarme el plano de su próxima vida sin mí. Guardé las fotos en una carpeta como quien entierra un tesoro que sabe que volverá a necesitar en invierno. Muchos meses después, una mañana cualquiera, el ordenador ardió por dentro y todo se perdió. La noche boreal, los pescados voladores del Índico, el verano abrasador del Madrid oceánico al que le puse una camisa de peces. Y aquel amor intenso y doloroso e inexplicable que duró 18 meses. Guardé el disco duro inservible en el cajón donde escondo las cosas que no quiero perder. Como si pudiera ser la manija que abriera aquella Era de dos años y pico que se acababa justo ahí. Si lo miro y me concentro veo posarse frente a mí todos aquellos días como una bandada de pájaros imaginarios. Ahora ya sólo viven en mi cabeza. Hacen de ella una chistera y un campo de fractales. En noches como ésta es un sitio estupendo.

jueves, 23 de enero de 2014

Minas

Cada vez que te escribo me suben las visitas
210 al blog, la tuya en el portal
tú crees que no lo sé, que no me sé las tretas arrastradas
con que lleno de pelos esta almohada
los valses con que sé qué hacer no piso a nadie
qué abrazos se evaporan en el taxi
lo que me cuesta un beso tuyo que cuesta cinco metros
cinco metros más lejos pero es un beso tuyo
di que no me conoces
que de un camaleón tú sólo sabes
de qué color es hoy la pared en que posa
dime todas las cosas que no quiero
y consigue que piense dios que es sólo ella
nadie me mira así tú sigue hablando
de morderte los labios sigue hablando
sigue diciéndome tú y yo no somos nada
no te entiendo la odias o es tu amiga
di los amigos son que no se hacen
tú y yo no somos nada y yo no te conozco
cada noche distinto si tan sólo escribieras
si no existes no existes no existieras
podría amarte tanto si no te conociera
porque no te conozco si no te conociera
cada vez que me das las diez razones
para que no te guste y cierto cierto cierto
me gustas porque sabes por qué yo no te gusto
y el domingo no entiendes que tengo que estudiarte
dime las cosas claras o doy un puñetazo
a esta pared tus dientes la tibieza
y las frases a medias
pero puede que sí que sí te vea

me amarías si no me conocieras

jueves, 2 de enero de 2014

Hoy casi lo consigo



Hoy casi lo consigo.
Empecé no pensando en lo que mira,
me acordé de otras pieles
menos resbaladizas,
de las cosas que no saben a ella,
de las formas de hablar
que no bombean.
  
Para el almuerzo ya su espalda era
otra arcadia cualquiera.

A un olor de su pelo que he inventado
me he escorado a la hora de la siesta
y casi he estado a esto de decirme
que no huele mejor
que un césped o una era.

En serio, he estado a punto
de barrer de mis ojos
las latas de las calles de Madrid
que bebemos a medias,
las pelotas de nieve
que redondea su lengua,
ese par de llamadas en que me dijo “vente”,
el beso o dos que me dio sin pedirlo,
los fríos compartidos
que no eran casi fríos,
la colección de toses
que la elevan,
y la vez que salía de la ducha
y en la que no fue mucho primavera

Casi a punto, de veras,
de estar a punto de que me lo crea.

miércoles, 1 de enero de 2014

Nos empeñamos

Nos empeñamos todo el rato. Buscamos y buscamos. Sabemos que no, decimos que no, pero creemos que ese amor nos va a salvar de nosequé. En lugar de mirar las cosas que son, lo que vemos, lo que es evidente, nos contamos un cuento futuro de algo que recordamos dulce y algodonoso y que igual ni hemos vivido. Perseguimos a una chica posible y existente y sólo habría que levantar la vista y mirarla, porque eso es lo que es. Pero luego buscamos que se parezca a una ficción que ni sabemos si queremos. Hipotecamos por hipotetizar. Vivimos el amor en el futuro y los futuros sólo son las motas que flotan en las rendijas de luz o los charcos en el asfalto de cuando atraviesas La Mancha un día de verano a la hora de la siesta.
Y luego, con suerte, si las cosas salen bien y todo se parece a algo que imaginaste, en medio de la euforia le entregarás esa parte de tu vida que le reservabas y luego también esa otra que era sólo tuya. Y luego se va a ir y se las va a llevar. Una y otra vez. Por eso esto es un callejón sin salida.
A lo mejor porque lo veo así, me empeño en que no puedo tener una relación como las demás con una chica como las demás. Y a lo mejor eso no es verdad y acertaba más antes cuando creía que lo importante es que a ella le importara yo y no hacía falta nada más, porque ella ya sabía que a mí me importaba ella y todo salía solo. Igual todo lo demás, el esquema, el molde, es lo de menos.

Estoy harto de escribir sobre ese amor, sé que lo volveré a hacer, pero no quisiera siquiera tener que pensar en ello nunca más. Como si no hubiera otras formas de amor menos sicosomáticas, menos sísmicas y más alumbradoras.

Hace tres años pasé el verano en uno de los agujeros más inmundos del planeta. Desde la casa en la que vivía, enrejada como una cárcel frágil, oía los tiroteos y veía pasar a las niñas embarazadas, a la comitiva del chaval al que mataron para robarle la moto, a los camiones cargados de policías embutidos en protecciones como armaduras, subiendo a empujones a la gente parada en las esquinas como en una novela futurista de un futuro de mierda. Todos los días me inventaba una especie de taller de periodismo para niños. Venían a clase con hambre o con ojeras y me cantaban raps de narcos o de peleas a muerte que convertíamos en noticias y crónicas. No sabía qué mierdas pintaba allí y lloraba todos los días.
Había un pequeñísimo grupo de vecinos que querían cambiar las cosas. Una noche les di una charla, les expliqué cómo cualquier periodista querría hacerse amigo de alguien que pudiera guiarle con seguridad por el barrio, como redactar una nota de prensa y cómo llamarles para crear una relación con ellos. Estaban agotados, la más mayor se quedó dormida. Llevaban todo el día preparando una jornada de limpieza para el día siguiente por las calles de un barrio hasta arriba de una basura que traía el cólera. Y aún así entendieron a la primera lo que les decía, redactaron notas de prensa decentes, me lo preguntaron todo una y otra vez. Aquella noche me fui a un colmado. Fue mi única borrachera del mes, pero me lo bebí todo, conseguí vodka y me lo metí a morro. Me desperté con una resaca tropical taladradora, de las que el calor pegajoso multiplica. Estaba en aquel cuartucho celda en el que la salida del aire acondicionado de la habitación de al lado sonaba como un motor de avión y el sudor lo impregnaba todo todo el rato. Mi amigo roncaba al lado y hasta sus ronquidos me asfixiaban. Decidí que quería limpiar. Corrí a la calle donde estaba la brigada de limpieza, pedí una escoba y me puse a barrer. Barrí sin descanso bajo el sol, iba de una calle a otra con la escoba, dando empujones a la basura, metiendo cajas y botellas en la carretilla con un ritmo enloquecido. Sudaba y barría y recogía y se me rompía la escoba, que era un palo con unos mechones de paja, y seguía barriendo como podía. Algunos vecinos tiraban más basura a mi paso, otros se reían de nosotros. Los de la brigada me dijeron que descansara un poco, pero les contesté que no iba a parar. Barría tanto y tan sin mirar que al final me metí en una calle fuera de la ruta, una de las peligrosas incluso de día, y vinieron a buscarme, alarmados, y me obligaron a parar. Tenía las manos llenas de callos, olía fatal, tenía el pelo y la ropa llena de mierda. Y lo había entendido todo. Nunca había sentido un amor tan universal y desinteresado y generador como el de aquel día, nunca había sabido tan a las claras lo que es. No sé si volveré a pasar por algo parecido, pero de alguna manera lo llevo conmigo desde entonces.

Dice Iñaki que mientras un amigo diga “estoy jodido” y otro conteste “Estoy cerca ¿un par de latas?”, hay esperanza. Claro que hay esperanza, pero nos empeñamos en buscarla donde no es.