martes, 5 de agosto de 2003

V Y F INVENTARIUM (a la manera de Atxaga, claro)

V Y F INVENTARIUM (a la manera de Atxaga, claro)

42 revistas,
21 periódicos de los últimos tres meses,
18 tebeos,
5 libros,
7 botes de productos cosméticos, algunos vacíos,
3 toallas usadas simultáneamente
8 cajas de cartón,
1 abrigo de cuero cuarteado por el sol,
1 botella de ron,
1 botella de coñac,
6 despertadores, 5 de ellos estropeados,

una nota arrugada bajo el radiador.
"No sé cómo no me di cuenta, si no es la primera vez, si no sé si será la última, que todo aquello, lo de primero uno, luego otro, no era el qué, sólo el síntoma. Como lo de Ana la Cocainómana con el camarero, como lo de la innombrable con el buitre. Todo empezó, qué estupidez, a mediados de junio después de una comilona de carne en un centro comercial. Celebrábamos algo, lo de siempre, ella a mí, yo a ella, pero qué estupidez, si a ninguno de los dos nos sientan bien las parrilladas con gula ni los centros comerciales. Ella se impacientaba mientras yo elegía doce libros de poesía. Yo no quería ver bolsos. Yo quería ir al cine y ella sí y luego no. Pensé que no iba a depender de los caprichos de nadie. Pensé, por primera vez, en presentarle mi egoismo a ese amor perfecto de ojos brillantes y gritos al teléfono ("¡bombón!") y madrugones inéditos a cambio de un ratito de pieles pegadas y almas voladoras. Junto a la taquilla dijo que hiciera lo que quisiera, se fue, la llamé, no se volvió. Y, agazapadas, pero nunca muy lejos, vieron su oportunidad las sombras de nuestro peor pasado para caer sobre nosotros, envolvernos y aplastarnos y asfixiarnos y atarnos, convertirse en una estúpida losa de plomo que nos pegaba los pies. Acortamos, en un instante, la vida de la sensación más dulce que nunca habíamos tenido hasta entonces, porque ángeles y demonios nos tenían envidia y nos inocularon durante un minuto, suficiente, la mezquindad. O quizás porque ambos somos autodestructivos y no nos conformamos con que todo vaya bien. "Esto me suena, ya lo he hecho, no pienso ir detrás de ella". "No quiero hacer todo lo que él diga porque él lo diga, ya sé lo que es eso". Qué estupidez no darse cuenta de que no nos conocimos en blanco. Su espalda desapareciendo por las escaleras mecánicas no era sólo su espalda, la mirada que sentía clavada en ella mientras se alejaba era también la mirada de otro."

(((bajo la nota encontramos una caja con objetos alineados alfabeticamente:

Unas gafas rayban con un pequeño rayón
Unos pendientes de oro de 18 kilates con forma de sombrero charro
Una botella de aceite de oliva de cuello alto
Un beso en una servilleta
Un cuadrado de oro con la letra "B"
Una colcha que fue un vestido
5 poesías manuscritas y manchadas de hierba
Una luna y una estrella fosforescentes
2 pulseras desgastadas que antes fueron colgantes
Varios mensajes aparentemente copiado de un móvil. Como "Te quiero querer", "xq no contestas bicho malo", "de ti no me he olvidado ni un momento en todo el día, no estás allí, estás aquí", "estoy cruzando los dedos para que tengas billete, que se me han olvidado tus besitos y tus mimos. Y tus ojos. Y tu mirada. Millones de besos y mordisquitos" y otros que no podemos reproducir en este inventario
Un vestido blanco de bordado mexicano doblado cuidadosamente
3 discos sentimentalmente poco significativos
Uno que sí
Un tornillo de cama
Un antivirus
Un paquete de Winston con una leyenda en letras de tinta azul, picudas e inclinadas hacia la derecha: "acuérdate de mí que te quiero mucho mucho. Eres un cielo por aguantarme."))))

"Una encrucijada para darnos cuenta de lo frágil que era todo aquello o para aprender, poco a poco, a mirarnos con desconfianza. Su amor no resistió y el mío no puede saltar sobre lo que ya es imposible porque aquélla vez no podía ser sólo yo y ella debía ser ella y otra más. Teníamos que hacernos perdonar los pecados de otros y ninguno de los dos sabíamos cómo. Entré y me senté solo en la butaca sintiéndome idiota, pensando en cómo pedirle perdón. Regresó porque no quería que su maldita cabezonería le costase tan cara y me buscó a oscuras por la sala. Tarde, tarde ya. Y aunque mi orgullo no era contra ella ("menos mal que has vuelto, no sé dónde estoy ni cómo llegar a casa"), y aunque su rencor no se dirigía a mi pecadillo ("siempre hay que hacer lo que tú quieras"), algo se había roto, crack, en nuestro corazón.

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