viernes, 9 de octubre de 2020

Zopenca vida

Esto que estás abriendo el congelador para ponerle el hielo a la segunda copa de la tarde y te descubres buscándote una excusa para tan perversa conducta: la ola de calor, que es como antes se llamaba al verano. Le pones un título a un post “Sola, fané y descanganyada”. El post lo escribiste el 1 de julio y lo publicas hoy, porque ahora tus posts van en lata: los escribes cuando sea y los publicas mes y medio después. Con eso te has quitado la presión del qué carajo subí ayer y escribes más contento. Tienes cuerpo de tango. Tan a favor estás de Esta noche me emborracho que vas a empezar ya.

Quitando los ratos de la piscina, el pastel diario y la lectura en el parque (mientras te preguntabas de qué carajo de especie serían esos árboles que te dan sombra de ciudad, de hormigón, todos los días), llevas toda la mañana en casa ideando ingeniosas maneras de no escribir. De no escribir el reportaje que tienes pendiente, el segundo encargo que te hacen desde hace 7 meses, y por supuesto, de no ponerte con la novela, a la que solo le faltarían un par de semanas de trabajo un poco intenso, según le contabas ayer mismo a Juanra, ufano y resolvedor.

Te has cocinado unos canapés infames con base de corteza de cerdo, engrudo de mayonesa, rodaja de cebolleta y pepinillo, migas de queso y medio langostino de algún océano ignoto. Has mandado muchos mensajes de ola k ase. Te has puesto medio capítulo de una serie. Has paseado frente a los platos sucios planteándote fregarlos. Has vuelto a planear el viaje a Los Caños de Meca de la semana que viene, el segundo del verano. Te has sentado a escribir cualquier cosa en este diario. Finalmente, te has decidido por el procrastine fetén: has abierto la botella de vino más barata del Mercadona, que compraste astutamente para no beber de más, y lo has prolongado a dos copas de vodka redbull, que igual esta noche te mantienen despierto, pero que ya sebes que no te pondrán a escribir. Raro sería.

Vas a por la tercera copa y, en la puerta del congelador, en lugar de nuevas excusas con las que llenar el vaso piensas en, convocas a, deseas las tres llamadas que, si te las devolvieran, aunque fuera sólo una, te sacarían de casa mientras el documento de tu primera novela, terminada, por corregir, que sabes que no va a llegar nada nada lejos, sigue ahí abierto, esperando que lo mejores hasta donde se pueda y lo mandes a ver mundo de una vez para que por fin tenga sentido esta zopenca vida que llevas desde hace ya casi un año.