miércoles, 18 de octubre de 2023

Otras vidas

A veces imagino vidas. No es el típico juego de las adivinanzas. A la chica de la sala de espera la pienso en el siglo XIX, quizás por lo pálida, aunque lleve una camiseta de Marvel, unas gafas de sol de diadema, rojo fresa, como los labios. Y en el XIX no era tampoco una moderna, claro, era de lo que se llevara, coser un mantelillo, aprenderse el lenguaje del abanico, desmayarse. La Marvel de entonces. 

Era la hermana discreta y casadera. Delicada del estómago, porque estamos en Digestivo. Y esa dolencia, con mucha perífrasis, se llevaba la primera media hora de cualquier visita de las tías a casa, de cualquier encuentro casual en el paseo del Buen Retiro, donde se andaba despacito y se hacían grandes círculos precisamente para encontrarse con los de siempre cada dos pasos. 

¿Tocaba el piano? Tocaba, pero con menos delicadeza que su hermana, encadenando notas como churros, como una pianola. Su hermana tenía un año más y tenía todo más: más alta,  más fina, con la nariz más recta, más pálida aún. Pero, eso sí, los ojos almendrados garrapiñados de la hermana mayor se volvían vulgares en presencia de los de María Lorenza (si sus padres no se lo curraron con el nombre, yo tampoco), dos ballestas azules para las saetas afiladas de sus pestañas que, aún así, sólo dieron un par de veces en el blanco, en el corazón añusgado del viejo boticario y en el pijo jaranero del gañán cejijunto de su primo segundo. Como la niña no paraba de llorar y era, pues eso, una niña, sus padres pensaron que había tiempo y dejaron que hiciera su santa voluntad -había padres así-, y ayudaron a ahuyentar a los pretendientes, que pronto encontraron otros valles más verdes en los que entretener el tiempo, que de eso iba todo en aquella época de tantas moscas. No había Marvel, recordemos.

Pero las cuerdas dejaron de hacerse de cáñamo casi de un día para otro y toda la inversión del padre y los tíos en Yucatán se la zampó el dios Chaak de otro día para otro. En esa casa nadie sabía hacer economías, y para María Lorenza no hubo más tiempo. Los potenciales pretendientes se esfumaron, como suele pasarle a los futuros. Y ella quedó soltera para siempre y casi no había día que no lamentara su perra suerte, sobre todo, cuando visitaba a su hermana, madre prerrafaelita de tres angelotes de Murillo.

Pero otras veces, las menos, María Lorenza también se paraba a considerar la posibilidad de que todo lo que hubiera pasado era que había esquivado un tiro de arcabuz muy chungo. Mira a tu prima Carolina, María Lorenza, tan feraz en el noviazgo y tan lígrima y ojerosa ahora. Deja de empeñarte en lo feliz que serías si, María Lorenza, capullito de alhelí. No seas tan bruta, anda, espabila.