Que no se me olviden las maneras en que todavía no te he besado.
Tenemos ya el beso largo y empotrador de la terraza, contra la ventana de mi cuarto, puro próximamente en sus pantallas.
El piquito de hola, sigo por aquí.
El mordisquero matutino de si ganas hay, pero con esta
resaca no sé si va a funcionar nada.
Y ahora, los pendientes:
El beso circular, como un poema rondel o un cuento en espiral, que explora tímido, se inflama, se desboca, se emboca, se extingue y
sale de puntillas diciendo fin.
El beso playero, de sal y sol, alucinado de motitas de luz, sabor camarón, sólo para ese faro de esa playa, como la Cruzcampo.
El beso de después, ese lento y suspiroso que dice mira, me
queda un poco más.
El beso traqueteante estruendoso del autobús, del tren, del avión, que a la
ida es todo ya verás, y, a la vuelta, todo ufano ya viste.
El beso en el cine, largo y guarro y a dos manos, de la peli
está bien, pero te tengo demasiado cerca y demasiado a oscuras.
El mordisco en el cuello con todo el cuerpo de me pone verte
cocinar, me pone verte hacer cosas, me pone verte.
El beso escándalo de pagamos y nos vamos.
El beso de camino que no viene a cuento, el del pasillo o contra el portal, el de estamos a otra cosa, pero recordatorio acogedor de que estamos a esta
cosa.
El beso de mira qué bien empieza el día.
Y aunque todo haya pasado ya, quiero otra vueltita en el tiovivo: el beso de bienvenida, el de continuará, el inevitable de desde mañana me odiarás para quererte.