miércoles, 29 de septiembre de 2021

Se está haciendo de noche demasiado pronto

En un mes cumplo años y no sé cuántos cumplo. He cogido el año en que nací y me he puesto a hacer cuentas, primero con los dedos. Sigo sin tenerlo claro. Si ni siquiera recuerdo la cifra ¿Cómo iba a acordarme de todo lo que pasó? Hubo días buenos a montones y ojalá estuvieran aquí, aunque fuera solo en recuerdo. Ojalá convocarlos para que me hicieran compañía en una tarde polvorienta como ésta, en la que lo que sí que recuerdo, el día de hoy y un poco el de ayer, no significa nada, y se está haciendo de noche demasiado pronto sin que ni un solo minuto haya valido el desgaste celular de vivirlo.

(Fragmento del libro que no será "Transhumante")

martes, 28 de septiembre de 2021

Pequeñas grandezas

A un pueblo le pueden quedar grandes las palabras ayuntamiento, afueras, plaza. Pero nunca acequia, fuente, montaña. Pueblo misma siempre le está bien.

viernes, 24 de septiembre de 2021

Querido lector, te voy a pedir un favor

Querida lectora, te voy a pedir un favor. Hacía lustros que no lo hacía, casi décadas ya, y esta vez no va a ser sexo. La cosa es ésta: empecé a escribir una novela que formaba parte de un proyecto un poco más grande y complicado. El proyecto se desinfló, pero yo ya tengo el esquema, sé lo que quiero contar y cómo, y hasta tengo el arranque del libro. Seguir con ello me complica un poco la vida, tengo que desandar algunos caminos, pero la verdad es que es la idea que mejor cocinada tengo en la cabeza. El tema en el que deriva después (tiene que ver con el vino) me gusta y no. Si no sigo, siempre lo puedo cambiar por escribir otro desde cero. Eso también me pone.

Así que el favor es éste: leas cuando leas esto, ya sea ahora o dentro de unos meses, ¿podrías ser tan amable de contarme qué te ha parecido? La pregunta principal es ¿Te ha dado ganas de seguir leyendo? y luego ya si eso puedes contarme otras cosas: qué te han parecido los personajes, a quién te recuerdan, si el estilo te resuena a algo... lo que quieras contarme. 


Aquí va la primera parte del Capítulo 1. Transcurre en una casucha molinera de El Puerto de Santa María, en los 90.


La última palabra que el tío la Raya invocó en este mundo fue “ge”, la letra ge. Estaba tan en las últimas que ya no hablaba más que ronquidos. Le habían apuntado el alfabeto en el orden que Dios les dio a entender sobre el dorso de un cartel de los toros, para que señalara letras. Como quiera que tardara mucho en alzar el brazo para ir de la primera a la segunda, sus deudos trataban de adivinar lo que decía sólo con la inicial, al principio por ser solícitos, y luego porque ya no sabían cómo entretener las horas. Se conocían de memoria los desconchones del yeso de la pared y la cara de fastidio del Cristo que quería escapar del crucifijo y los rayones en los hierros retorcidos del cabecero de la cama, muescas de cada una de las concepciones de los 7 hijos del moribundo. Al final, le quitaban enseguida el cartel y se lanzaban todos con entusiasmo a esa versión expirante del veo-veo que añadía a la colección de síntomas definitivos del patriarca de los Ralla el mal humor, aunque no lo podía decir, como todo lo demás.

Todos evitaron escrupulosamente pronunciar las dos palabras más probables: g’ucha, porque habían esquilmado los exiguos ahorros del cerdito del patriarca en las últimas semanas, y g’amón, del que ya sólo quedaba el hueso, y se lanzaron a agotar el diccionario, empezando por las palabras que nombraban los objetos más cercanos y acabando en el disparate: de la g’acha y el g’arrrón a la genuflexión y un g’amelgo. Expiró con esta última, pensando que eran todos unos borricos.

Los velatorios tienen eso de que vienen tantos vecinos del pueblo y tantos primos a los que no veías desde nosequé boda que al final lo único que se te ocurre es el relato riguroso y pormenorizado de lo que pasó en esas últimas horas. Y así, el misterio de la ge se convirtió en la parte culminante del relato y fue pasando de corrillo en corrillo “lo último que dijo fue ge”, “sus últimas palabras fueron ge ge”, “se despidió de mundo con jejeje”. Y la hilaridad se fue contagiando por la casa y se pasó del jejeje a las grandes risotadas y los que iban entrando se encontraban a los que ya estaban allí llorando de la risa y se unían sin saber por qué, sin que nadie pudiera parar las carcajadas hasta mucho después de que se metiera por fin al finado en el hoyo.

Como fuera un año tirando a yermo en lo tocante a cosas de reír, el letrista de la chirigota carnavalera más malafollá del pueblo, la que reunía corros que paraban el tráfico, se quedó con la copla para una de las suyas:

No vea el cashondeo la última hora del tío la Raya

Que como andaba tieso dijo una letra en ve unas palabras

Nadie en El Puerto supo cuál era el punto que el tío la Raya iba señalando

Y su mujer pensaba “hay que ve el hombre, que todavía lo está buscando”

Y el estribillo

Ge Ge Ge, si no es un punto no sé lo que é

Y así entró en la orfandad Bruno Ralla a los 11 años, con un rencor hacia todo su pueblo que solo veía él, uno que se exacerbaba cada vez que le lanzaban el cuplé borde en el patio de la escuela. Tampoco en casa llevaba bien la desgracia de no ser siquiera el pequeño: era el sexto, el penúltimo. Con tanta gente, aquello siempre había sido más una selva que un hogar, pero ahora, sin su padre, un poco más. Y él era el roedor de abajo de la pirámide alimenticia, el que solo sirve para un aperitivo. Severo, Amadeo, Pío, Benedicta, Nieves y Roque, todos sus hermanos mandaban más que él. Todos habían sido bautizados mirando el santoral que venía en el Calendario Zaragozano de agosto, porque todos habían nacido justo 9 meses después de los primeros fríos que llegaban a El Puerto. Él en cambio, era el caso raro de octubre.

 

Cuando al tío la Raya le preguntaban cuántos hijos tenía solía contestar que unos 6 ó 7, que no sabía, porque se movían mucho, pero que lo que sí que sabía es que comían a mala leche. Para hacer frente a esa inquina alimentaria, el padre de Bruno saltaba todos los mediodías de la cama con...

(Continuará)

(O no)


jueves, 23 de septiembre de 2021

Los seis sentidos

El espejismo de polvo que levantaban los pies frente al columpio solitario y, más allá, el agudo olor a trébol masacrado del césped en cuesta y, más allá, el clocleo incontable de la manguera amarilla que llenaba la piscina y, más allá, una madre con los brazos apoyados en la barandilla del balcón.

El fogonazo alto y seco de los dados golpeando contra el velador de mármol manchado de calimocho de la taberna de Bilbao con altura de almacén donde descubrí que la amistad iba de cambiar las letras de las canciones o buscarle la risa a una frase cualquiera de alguien a quien estabas conociendo.

El fado en el patio del castillo de Lisboa que puso triste a la luna.

El primer trago del vino rasposo que hizo de gloria por dentro y aportó la mitad de la irrealidad al taller del alquimista en la aldea de León.

Los sonidos de fuera de la tienda de campaña en aquella ladera del Cantábrico, los que trajeron pesadillas, o puede que no lo fueran, en las que una manada de lobos rasgaba la tela y me devoraba.

Los dos dedos que pasaron la noche entera resbalando por su espalda tostada.

martes, 21 de septiembre de 2021

Ciudadano vyf

A los 10, los Reyes Magos me trajeron un juego de imprenta. Los tipos se colocaban uno por uno en un soporte, luego los mojabas en tinta y ya tenías un párrafo. Las letras ya no tenían mi esforzada caligrafía de tes altas y ges orondas, eran las oficiales, las que tenían la misma forma, las de decir cosas importantes. Me vi tan poderoso que, a los 12, mi madre me regaló la máquina de escribir azul con la que había hecho de secretaria para mi abuelo en la compañía de seguros. Ya podía escribir un cuento. A los 18 conseguí una máquina eléctrica. Las letras pasaban por una pantalla enana y se podían corregir. Se acabaron los tachones, yo ya era una editorial entera. A los 21 llegó el primer ordenador, hice mi página web y, al poco, mi primer blog. Tenía un medio de comunicación.

lunes, 20 de septiembre de 2021

Las esferas celestes y el barro

Durante estos diez días me he despertado todas la mañanas pensando en tus besos, tu piel, tus abrazos... Eso enseguida evolucionaba a la otra cosa. Y me acordaba del maratón en tu sofá, del día en que te vendé los ojos... de ese sexo imbatible del que también nos estás despidiendo ahora. No sé cómo será a partir de hoy. Espero no levantarme pensando en eso porque va a ser duro. En un par de acepciones. Ninguna buena.

Una de esas mañanas di en pensar en aquella noche en que, camino del chiringuito de La Rubia, en Los Caños, nos quedamos a mitad de camino, en las dunas. Como es uno de mis recuerdos favoritos me vine arriba. En varias acepciones. Me puse muy optimista. Y pensé en dos cosas. La primera fue la palabra compromiso. Pensé que por qué no arriesgar, que no quería una relación abierta ni malasañera, rendirme ante la primera dificultad, porque eso ya lo he hecho. Quería comprometerme, usar palabras como construir, pelear, trabajar. Quería que te comprometieras, ya te lo había pedido, que para la próxima bronca cogieras la puerta que siempre te dejo abierta y que la usaras. Y me dijiste que sí, que lo harías. Quería algo sólido y duradero, saber que no nos íbamos a rendir. Es más o menos lo que he estado haciendo desde el principio, sólo que quería que lo tuviésemos mucho más claro. 

La segunda cosa fue venirme todavía mucho más arriba. Fue pensar en que contigo podía empezar la mejor etapa de mi vida, porque iba a pedirte que hicieras algo que se te da muy bien, que me aportaras tu criterio para todos los proyectos que tengo en mi cabeza y en los post it de la pared. No ponerte a currar, sólo que les echaras un ojo y me ayudaras con el orden y las prioridades. A no perder el foco, a no perderme. A decirme "tira por aquí". Y pensé que sólo eso ya podría convertirlo todo en una edad de oro, que si conseguíamos eso yo iba a ser muy feliz y te iba a hacer muy feliz. Así de arriba me vine,

Las cosas que estaba pensando mientras tú ya habías pensado que NO, ¿eh? Mientras tú te recordabas que no querías un novio, que qué movida, puf. Yo tampoco quería una pareja, pero no llegó una pareja, llegaste tú. Tú y yo. Y eso sorprendentemente sí que me valía. Creía (creo) que esto era diferente. No sé ni lo que carajos ha pasado. Sigo sin creerme que encontráramos un billete de lotería premiado y le hayas dado una patada.

Te tenía que haber dicho eso, cualquier cosa hubiera sido mejor que ese hablar de temas generales. Y sí, venía con mis dos puntos celestiales en la cabeza (compromiso + trabajar juntos), pero tú respuesta a mi primera frase me dejó claro que en cuanto sacara el tema sería como un ovni aterrizando en una charca, que la cosa no iba a ir de esferas celestes si no de barro. Querías barro. El barro hubiera sido mucho mejor.

viernes, 17 de septiembre de 2021

La nevada

Hace unos meses de la nevada del siglo y ya parece un siglo. La vi venir por la ventana. La vi limpiar de blanco lo que antes era negrísimo. Seguí a lo mío, que era un absurdo reportaje sobre las radiantes piedras mayas de las selvas asfixiantes de Guatemala, donde nunca he estado. Pensé: “nieve, ya la he visto antes” y seguí a lo mío. Al final tuve que salir a la tintorería que, claro, estaba cerrada, porque nadie más había seguido a lo suyo. Iba por el medio de una calle sin coches pisando nieve que nadie había pisado, con consistencia de mousse de limón y sonido de cereales en leche. No había desayunado. Un grupo hacía una guerra de bolas de lado a lado de la calle. Dos niñas estaban tiradas en el medio haciendo un ángel con las manos y las piernas. Yo también había visto eso en una película. Me asomé al río y aquello era una cabalgata: paseantes, escultores de muñecos, patinadores de cualquier cosa. La gente estaba tan asombrada y la felicidad era tan básica, tan gratis, tan sin hacer nada, que me empezó a subir desde las patas a mí también. Estuve dos horas visitándolo todo. Le pedí a una pareja que me hiciera una foto con un muñeco de nieve que no había hecho yo, uno que sonreía desopiladamente. Cogí un puñado de ampos e hice una bola grandecita. Fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía a quién tirársela.

jueves, 16 de septiembre de 2021

Transhumante

Ayer me llegó un documento de la Audiencia Nacional para que les llevará mi ordenador, porque Villarejo me había mandado unos documentos confidenciales hace unas semanas. Fue entonces cuando me acordé de que ni los había abierto. Iba a entregarles un portátil que ya no uso, pero tenía una uña astillada y me senté cerca de la ventana para limármelas todas. La décima me quedó más baja que la otras y volví a empezar. Eso es lo que hice ayer.

(Fragmento del libro que no será "Transhumante")

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Cuando Ícaro subió

Ideas para la revista de historia:

Cuando Icaro subió y derritió la cera que unía sus plumas y cayó, sólo estaba jugando. A dios o a pájaro. El que no se conformaba con ser un hombre que hacía cosas de hombre era su padre, Dédalo, que, según versiones, puso a los humanos a volar, a correr sobre las aguas, a perderse y a bailar: inventó las alas, las velas, los laberintos y las pistas de baile. Puede que intentara ser un dios, un dios con prisa que quería ganar todas las carreras. O tal vez sólo quería ser un pato.

La perrita Laika, en 1957, fue la primera terrícola que salió de la tierra y salió del cielo. La eligieron porque era capaz de hacer cosas que los hombres no: pasaba los inviernos desnuda en las calles de Moscú y, cada año, vencía a Ded Moroz, el Abuelo Frío, el dios eslavo que lo helaba todo con un golpe de bastón. Los herederos de Dédalo la metieron en un armazón de metal que se calentó hasta acabar con su vuelo. Su último ladrido lo oyeron los que la habían metido en ese lío, y decía que ella nunca había querido llegar tan lejos.

La madre de Ralph Waldo Emerson, viuda, vivía de la caridad y de los huéspedes. A sus hijos les consiguió una beca de estudios. A Ralph, en la Harvard Divinity School, le obligaron a cambio al fangoso trabajo de mensajero aprendiz, que en la práctica significaba delatar a sus compañeros. Durante toda su vida se fue mudando cada vez más al sur de Estados Unidos en busca del calor. Le mataría un día de frío. De muy joven, cambiaría la teología por la ciencia, Dios por el hombre como centro de la verdad. Fue en una visita al Jardin des Plantes de París donde entendió la conexión de todas las cosas y quiso aprender su lenguaje. Dejaron de invitarle a dar conferencias en su universidad el día que aseguró que Jesús no era Dios, que sólo fue un gran hombre. Creía en que el hombre es infinito, en que tiene que obedecer la ley sagrada de su propia naturaleza para alcanzar todo su potencial. En que el alma humana es autosuficiente, poderosa y perfecta, el lugar en el que todas las cosas se unen y cobran sentido. Escribió: “un hombre es un dios en ruinas”.

(Fragmento del libro que no será "Transhumante")

lunes, 13 de septiembre de 2021

Sed

Hay un punto arriba del todo, justo donde se desbordan sus flores tatuadas, entre el tope de la espalda y el nacimiento del pelo; una cueva que huele fresca y herbácea, el oasis donde siempre encuentro un nuevo espejismo. 

Los demás lugares ya los he visto.