viernes, 24 de abril de 2020

No se podía saber o que me prohíban éste

Al principio, un periodista cree que escribirá para los lectores. Enseguida descubre que los lectores están, pero no están, como la contaminación, pero que tiene un jefe que sí que está. Los jefes de hace unos años tenían sus propias lecturas, opiniones, manías y había que escribir para ellas. Yo recuerdo que uno de los primeros que gocé metió en el cajón un artículo mío en el que hablaba de cómo, con la restauración del Teatro Calderón de Valladolor, se había abrillantado la placa que conmemoraba la unión de Falange Española y las JONS para volverla a colocar en su sitio. En mi afán por colaborar, proponía otras cosas a las que sacarle brillo: los coches de caballos, el Atlético de Aviación, el agua va por los balcones, la calavera de Franco, qué sé yo. Profeta que era uno. Mi jefe de entonces me argumentó el cajonazo: “hay algunos periodistas hijos de puta -no lo digo por ti, virgen- que cuando no saben de qué escribir se meten con Franco”. Incluso entonces me pareció tierno. Ese hombre tenía sus aficiones y eso había que respetarlo. Porque era el jefe. 
Luego descubrimos que el jefe tenía otro jefe. Y que quería que escribieras para él aunque ni le llegaras a conocer. Ese jefe de tu jefe tenía a su vez unos jefes que se llamaban anunciantes. Para él, eran como unas parejas poliamorosas tóxicas de las que te exigen que adivines qué es lo que les va a molestar. Un estrés. El jefe de tu jefe quería que tu jefe se ocupara de que tú escribieras cualquier cosa que no fuera a molestar a sus jefes, a los que les molestaban cosas que no se sabían hasta que lo vieran. Por si acaso, que no bailaras mucho. Luego, con ese pequeño porcentaje de lo que sobraba, podías ya escribir para tu ego (acababa mal) o incluso para los lectores.
Parece complicado, pero enseguida se te interioriza en la cocorota y hasta en los dedos. Es el ciclo de la vida y no hace falta que te lo digan cantando: la primera vez que ves a un león comerse a una gacela ya lo pillas. La prueba es que ningún texto mío ha vuelto a acabar en un cajón. Si acaso, sale como saldría uno de un accidente en un barranco: sin patas, sin brazos o sin ojos. Pero sale. Los periodistas teníamos un motivo para pasar de buen grado por el aro de jefes y jefes de jefes. La pasta. No el gran dinero, entiéndaseme, solo la calderilla para ir tirando, para financiar, por ejemplo, los modestos michelines que ahora estoy tratando de quitarme de encima. 
Justo cuando lo ibas entendiendo, detonaron las redes y con ellas lo que al principio se llamó periodismo ciudadano, que supongo que incluía la opinión ciudadana, y que ya nadie se ha atrevido a volver a llamar así. Lo de estos ex periodistas ciudadanos siempre ha sido más altruista, lo hacen por nada, por vanidad, que ya ves tú, es tan poca cosa que la derrota un espejo tarde o temprano. A ellos les faltó durante un tiempo lo fundamental de todo esto: los jefes, los jefes de los jefes y los patrocinadores de los jefes de los jefes. Ahora, por fin, parece que se los van a poner. Si no se los ponen estos, otros se los pondrán. Están en ello. Con la amorosa y entusiasta asistencia de toda una generación que no cree que la libertad de expresión sea un derecho tuyo que nadie pueda tocar, si no un medio como otro cualquiera, como un abucheo o una porra, para combatir al MAL. A base de poner un poco de aquí y (sobre todo) quitar un poco de allá. Así que la cosa está en decidir quien decidirá lo que es EL MAL Sean los que sean los que lo consigan no son los tuyos. De verdad que no. Pertenecen a un club en el que no estás y (créeme) no quieres estar. No sabes las cosas que hay que hacer para llegar hasta ahí.
Total, que como resulta que lo que haces ya es gratis, no se te puede motivar con despidos ni con (si eres freelance) bajarte tu asignación para espaguetis de Barilla a Hacendado. ¿Qué está peor pagado que escribir gratis? Que pagues por ello. Se llaman multas. O en su variante vacacional, chirona. Se probó con los raperos coprógrafos, un poco con los cómicos que moqueaban banderas, y hasta se hizo una cata a ciegas con titiriteros y tuiteros sueltos que hacían chistes sobre el Alka Seltzer, Carrero Blanco y así. Se confirmó para todos siempre que esos todos rechistaran a una autoridad sagrada, pongamos un concejal de tu pueblo o un guardia municipal. Por mal nombre se le puso Mordaza, que era una pista. Como fue un exitazo (un exitazo hoy es que una salvajada no saque a casi nadie de la siesta), ahora ya está democráticamente al alcance de cualquiera que pasee por la calle y mire torcido. Pronto habrá más, porque queremos más.
Como periodista experimentado, puedo ayudarte a que no la cagues, a que aprendas cómo se hace esto sin que te cueste mucha pasta. En tu poder tienes dos herramientas que nadie te va a querer prohibir: la crítica a lo que tus jefes quieren que critiques y la alabanza a todo lo demás. La primera es un arma complicada, porque está sometida a vaivenes. Si te pillan con el paso cambiado puedes acabar en el lado de la trinchera en el que caen las bombas. Yo le dejaría este recurso a los profesionales, que saben cuándo hay que saltar del barco y cuánto rato ponerse de perfil antes de dar todo el giro sin despeinarse. Hay que olisquear el momento justo en el que pasar de defender lo indefendible con incorruptible vehemencia a defender lo indefendible contrario con idéntica convicción. No es fácil, pero, ante la duda, haz lo que haga Risto Mejido. 
En cambio, la alabanza es una bendición. La alabanza no pide límites ¿A quién le desagrada un piropo? Bueno, en ese lío ya nos meteremos otro día. El caso es que la alabanza es propia de ángeles, el hossana, el optimismo ciego, quedarse con lo bueno de la vida, ver lo positivo para atraer lo positivo, como recomiendan 9 de cada 10 autoayudadores.
Ya quedó claro que si te nace un rap con alguna rima con la palabra ladrones hay que contenerse y canturrear a Amaral un ratito hasta que te suba el ánimo de escribir lo contento que estás de que los reyes sean menos medievales que en el medievo y crean en el progreso que, bien entendido, empieza por la propia abundancia. Añadiré que si un rey no se ocupa de matar elefantes ¿quién lo va a hacer entonces? Las calles estarían llenas de elefantes, uno se te colaría en el super, otro te quitaría el sitio de aparcar, otro te apachurraría. ¿Ves? Así se hace.
Puede que sientas la tentación de calificar de bananero que la mujer del número uno del partido sea la número dos del partido; de pensar que aunque fuera la mujer más preparada del país para el cargo debería apartarse en favor de la segunda más preparada. Incluso cínicamente podrías considerar que así, qué sé yo, los votos de quienes tienen ojos en la cara no se evaporarían. Pienses lo que pienses, nunca escribas un poema satírico con tus conclusiones: haz una oda alabando los valores familiares de quien pone el amor por encima de todo. El amor conyugal, que ese sí que es bravo.
Y si sospechas que las manifestaciones del 8M fueron el motivo por el que se retrasó la cuarentena, por favor, detén tu malpensanza, porque el CIS dice que el 97 % de los españoles está de acuerdo con que todo está bien hecho. O sea, que lo dice la ciencia. Y tus suspicacias van a ser carísimas. 
Si en tu comunidad autónoma a nadie se le ocurrió mirar en las residencias de ancianos por si había algún enfermo hasta que se paso por allí el ejercito, adhiérete al quién lo iba a imaginar, viejos enfermándose, con lo resistentes que parecían en la posguerra. En cambio, dale bola a lo que sí se está haciendo: fotos, muchas fotos. Con aviones, en Ifema, en despachos que supuran eficiencia, delante de un atril o de un espejo. Para entretener tu confinamiento se arriesgan a saltarse el suyo y cuarentenas y reales decretos y lo que haga falta. Piensa en el futuro, porque nuestros amados líderes ya están pensando en el suyo. Puede que lleguen la ruina y el hambre (no metas la pata, el término oficial va a ser “desaceleración calórica”), así que vamos a necesitar nuevas y patrióticas fuentes de ingresos. Con su ejemplo, nos podríamos convertir en una potencia mundial en selfis. Podremos exportar influencers. O comérnoslos.
Si lees que a una asesoría laboral en semiquiebra se le han dado millones de euros para comprar material sanitario o que las mascarillas encargadas a Ruining Trade (nombre real) eran de juguete y han enfermado y puede que matado a unos cuantos sanitarios de nada recuerda (y, sobre todo, escribe) que el gobierno prometió no dejar a nadie atrás. Que qué mejor manera de pelear contra la ruina que ayudar a empresas así, que es que lo estaban pidiendo. 
En fin, que si quieres llevarte las manos a la cabeza por la improvisación, porque se dijo que las mascarillas eran placebo solo porque no las había, porque a día cuarenta de la cuarentena los sanitarios sigan vestidos de bolsa de basura y con una mascarilla a la semana, recuerda que eres español. Uno de nuestros valores nacionales alabados por la prensa seria durante décadas es la capacidad de improvisación. Eso es lo que nos hace tan creativos. ¿Se imaginan a un europeo del norte improvisando? No pueden. Igual eso les está viniendo bien en tiempos de pandemia, pero, ay, en las artes. Las artes aquí son un prodigio, todo improvisado, todo sin método ni razón ni base. Es como si el arte naciera cada día. Escribe sobre eso.  
¿Y esos discursos? ¿Dónde se han visto discursos tan fervorosamente patrióticos, tan líricamente épicos? No se oía nada así desde tiempos de Churchill, de De Gaulle, de Kennedy. Por eso los hemos tenido que traer de entonces. Por si acaso no teníamos otra cosa que alabar, tenemos los discursos. Directos a (o de) los libros de historia. 
Como se ve, el truco es tan sencillo y gratificante como ponerse positivo. Por lo que sé, les va mejor a los que empiezan con ello antes de que se lo pida el jefe. Hazlo. Pero solo si estás vivo.