viernes, 1 de octubre de 2021

A ti te ocurre algo, yo entiendo de estas cosas

Me levanté con la idea de ir directo al gimnasio. Llevaba las gafas de nadar, por si me decidía, pero al final, como siempre, me metí en la piscina de chorros. Sentado en esa especie de jacuzzi con hechuras de baño romano, a un lado tenía las pistas de pádel y al otro el ventanal del gimnasio, en el primer piso. En la pista de dobles, tres chicos que se habían puesto lo primero que habían pillado, y una chica sobreequipada, con unas gafas de sol azuladas. Era la única que estaba tensa, seguía a la pelota con cabeceos de depredador, pero nunca le llegaba. Cuando por fin le lanzaron una, ni la olió, y se puso a quejarse de algo que no entendí. 

El largo cristal que da al gimnasio es un retablo en el que la humanidad se acuclilla, se encoge o se estira para empujar plataformas y tirar de poleas. Mirarlo me relaja, pero, a veces, el esfuerzo lo hace alguna chica modelada en bronce o en plastilina que me produce el efecto contrario. 

Salgo a la calle, compro dos pasteles, esquivo a un par de perros que me ladran y me siento a comer con un libro de diarios en un banco que tiene algo de sol y algo de sombra. Una señora pasa con su perro en miniatura por el medio de una pista en la que practican unas preadolescentes con patines en línea y se lleva una reprimenda zafia, con tono alto y bronco, que versa sobre la educación de los mayores. Cuando se van, su lugar lo ocupa una entusiasta madre primeriza con un niño que ha aprendido a andar hace nada.. Se ponen a una distancia corta y ella le tira despacio una pelota de colorines que él mira pasar con un movimiento de cabeza. “¡Cógela! ¡venga, a por ella!”, le grita la madre, motivada y cantarina. Él, mira a la madre y mira alejarse la pelota. Y los vuelve a mirar y los vuelve a mirar y la madre le sigue gritando que la persiga y no se mueve del sitio. No sabe cómo le entiendo.