viernes, 17 de septiembre de 2021

La nevada

Hace unos meses de la nevada del siglo y ya parece un siglo. La vi venir por la ventana. La vi limpiar de blanco lo que antes era negrísimo. Seguí a lo mío, que era un absurdo reportaje sobre las radiantes piedras mayas de las selvas asfixiantes de Guatemala, donde nunca he estado. Pensé: “nieve, ya la he visto antes” y seguí a lo mío. Al final tuve que salir a la tintorería que, claro, estaba cerrada, porque nadie más había seguido a lo suyo. Iba por el medio de una calle sin coches pisando nieve que nadie había pisado, con consistencia de mousse de limón y sonido de cereales en leche. No había desayunado. Un grupo hacía una guerra de bolas de lado a lado de la calle. Dos niñas estaban tiradas en el medio haciendo un ángel con las manos y las piernas. Yo también había visto eso en una película. Me asomé al río y aquello era una cabalgata: paseantes, escultores de muñecos, patinadores de cualquier cosa. La gente estaba tan asombrada y la felicidad era tan básica, tan gratis, tan sin hacer nada, que me empezó a subir desde las patas a mí también. Estuve dos horas visitándolo todo. Le pedí a una pareja que me hiciera una foto con un muñeco de nieve que no había hecho yo, uno que sonreía desopiladamente. Cogí un puñado de ampos e hice una bola grandecita. Fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía a quién tirársela.