La visión administrativa se ha desbordado desde el momento
en que hemos visto cómo los políticos son un peligro para la vida cotidiana y hemos
puesto nuestros ojos vigilantes en ellos, en todo lo que hacen, en todo lo que
dicen. Entiendo que los que se dedican a tareas administrativas o legislativas no
puedan evitar analizar la realidad desde esos supuestos, como mi hermana, funcionaria
de la Junta y licenciada en Derecho con matrículas de honor, y a la que a veces veo
con estupor analizar la realidad solo desde ese punto de vista, como si no
existieran más. Pero el problema es que, al poner la cosa política en el centro (su
parte más pequeñita, la de los matices normativos), estamos pintando el mundo,
construyéndolo, de eso. Se ve en titulares, en tuits, en conversaciones. Nuestra
tarea, la de todos, debería ser ofrecer nuestras propias visiones del mundo,
del presente, del pasado y el futuro; para que su tarea fuera, contaminados sin
remedio de títulos, capítulos y disposiciones adicionales, traducirlo a esa
nada vaga astronomía de reglamentos nada inconcretos que llevan en las cabezas.