sábado, 16 de noviembre de 2024

Perro sin hueso

Hablaba de Jose el otro día y justo me manda ahora un soneto manuscrito en un folio rosa y salido de no sé dónde. Lo que sí que sé es de cuándo, porque está fechado el 9 de junio del 97. A pesar de la sospechosa letra esmerada (¿a quién querría engañar?) tiene toda la pinta de ser producto de una improductiva noche primaveral echada a los perros en algún bar de Valladolor, al costado de la Catedral, pongamos. Tiene sólo una tachadura, así que saldría del tirón (¿a quién querría engañar?) y se lo di y lo olvidé para siempre. Pobres hijitos míos, repartidos por los vertederos de la historia que no fue.

Lo voy a copiar, disculpas por los latrocinios.

Qué me quieres, amor, di, qué me quieres.
Llegas siempre a deshora. Ya ni soy.
En aire te evaporas si es que voy
tras ti en pos, si no te llamo, vienes.

Yo no sé lo que tengo ni el remedio
a un mal que me persigue por ciudades,
montañas, precipicios, lunas, mares,
porque lo traigo de mi sangre en medio.

El tiempo, descortés, cavó su pecho
y con lo que ella tuvo por deshecho
yo amueblaba mi alma por las noches.

No es sólo que no coma o que no duerma:
son por dos mis ayunos y mis velas.
Quiera Dios que por ambos ella engorde.

Qué mal he rematado siempre, así no se puede meter un gol. A bote pronto, por entre los versos (ay, ese final en consonante guarrindongo) están Quevedo, Garcilaso, Miguel Hernández, Lorca, Alberti... Los parroquianos de El largo adiós. Pero el que me resulta más curioso es el arranque "Qué me quieres, amor", que pensé que estaría fusilado del título de Manuel Rivas, que me lo leería por esa época. Recordaba que era una cita del romancero, y, buscando, se me ha aparecido Fernando Esquío "un trovador gallego del siglo XIII". El tema del poema viene a ser el mismo:

Amor, a ti venh’ora queixar
de mia senhor, que te faz enviar
cada u dormio sempre m’espertar
e faz-me de gram coita sofredor.
Pois m’ela nom quere veer nem falar,
que me queres, Amor?

(Amor, a ti vengo ahora a quejarme / de mi señora, que te envía / donde yo duermo siempre a despertarme / y me hace sufridor de tan gran pena. / Ya que ella no me quiere ver ni hablar / ¿qué me quieres, Amor?)

El soneto no tenía título, pero sí una dedicatoria: "Para Jose, perro sin hueso". Me alegra mucho que Jose ahora sí que tenga hueso. Esquío y yo, en cambio, seguimos en las mismas tantos siglos después.