sábado, 21 de octubre de 2023

"Qué tontería de conversación", Han Solo

Suena Light my fire de los Doors. Suena el telefonillo. Por primera vez desde que estoy en esta casa. No sabía que se oía tan mal.

-Tengo que hablarte del futuro crrr crrr The time to hesitate is through zzzk crrr

-¿Qué?

-Que he venido a hablarte del futuro crrr zzzs ¿Crees que mejorará o que empeorará?

-Es que no la oigo.

-¿No me oyes?

Cuelgo. Hoy no puedo hablar de futuros, no con esta resaca.

miércoles, 18 de octubre de 2023

Otras vidas

A veces imagino vidas. No es el típico juego de las adivinanzas. A la chica de la sala de espera la pienso en el siglo XIX, quizás por lo pálida, aunque lleve una camiseta de Marvel, unas gafas de sol de diadema, rojo fresa, como los labios. Y en el XIX no era tampoco una moderna, claro, era de lo que se llevara, coser un mantelillo, aprenderse el lenguaje del abanico, desmayarse. La Marvel de entonces. 

Era la hermana discreta y casadera. Delicada del estómago, porque estamos en Digestivo. Y esa dolencia, con mucha perífrasis, se llevaba la primera media hora de cualquier visita de las tías a casa, de cualquier encuentro casual en el paseo del Buen Retiro, donde se andaba despacito y se hacían grandes círculos precisamente para encontrarse con los de siempre cada dos pasos. 

¿Tocaba el piano? Tocaba, pero con menos delicadeza que su hermana, encadenando notas como churros, como una pianola. Su hermana tenía un año más y tenía todo más: más alta,  más fina, con la nariz más recta, más pálida aún. Pero, eso sí, los ojos almendrados garrapiñados de la hermana mayor se volvían vulgares en presencia de los de María Lorenza (si sus padres no se lo curraron con el nombre, yo tampoco), dos ballestas azules para las saetas afiladas de sus pestañas que, aún así, sólo dieron un par de veces en el blanco, en el corazón añusgado del viejo boticario y en el pijo jaranero del gañán cejijunto de su primo segundo. Como la niña no paraba de llorar y era, pues eso, una niña, sus padres pensaron que había tiempo y dejaron que hiciera su santa voluntad -había padres así-, y ayudaron a ahuyentar a los pretendientes, que pronto encontraron otros valles más verdes en los que entretener el tiempo, que de eso iba todo en aquella época de tantas moscas. No había Marvel, recordemos.

Pero las cuerdas dejaron de hacerse de cáñamo casi de un día para otro y toda la inversión del padre y los tíos en Yucatán se la zampó el dios Chaak de otro día para otro. En esa casa nadie sabía hacer economías, y para María Lorenza no hubo más tiempo. Los potenciales pretendientes se esfumaron, como suele pasarle a los futuros. Y ella quedó soltera para siempre y casi no había día que no lamentara su perra suerte, sobre todo, cuando visitaba a su hermana, madre prerrafaelita de tres angelotes de Murillo.

Pero otras veces, las menos, María Lorenza también se paraba a considerar la posibilidad de que todo lo que hubiera pasado era que había esquivado un tiro de arcabuz muy chungo. Mira a tu prima Carolina, María Lorenza, tan feraz en el noviazgo y tan lígrima y ojerosa ahora. Deja de empeñarte en lo feliz que serías si, María Lorenza, capullito de alhelí. No seas tan bruta, anda, espabila.

lunes, 16 de octubre de 2023

Manual de instrucciones

HVASUDM. Está en el post it de la ventana porque no puede estar en piedra: Hoy Va A Ser Un Día Maravilloso. La primera frase del día, tallada en roca y aplastando a todas las demás, a las que se intentan colar desde el sueño o desde el otro lado del cristal.

T.J. El otro post it, el de la pared. Te Jodes. Estás cansado, tienes resaca, preferirías dormir, te sale vapor de ansiedad por las orejas: Te Jodes. Te sientas y escribes.

BRAMOR. El mensaje del fondo de pantalla. Bravura y amor. Para la vida, para trabajar, para escribir.

Súbele dos puntos al entusiasmo. Cuando te bajen, da unos saltos.

Delante de una página en blanco eres Dios.

Ante un chat o un email eres Dios, pero más divertido.

La vida siempre ha estado fuera de casa. Lo de dentro no lo entendías. No lleves a la calle las dinámicas de aquella casa. Fuera, sé el de fuera.

Sé consciente. Míralo todo.

No bebas, no fumes, no te drogues, ayuna, come sano, haz ejercicio. Es lo que toca y está bien, porque es ahí donde te vas a encontrar.

Ya aprendiste que no hay paraísos artificiales y cómo se hacían los infiernos artificiales, pero el enemigo de ahora son los purgatorios artificiales, donde flotas y no eres. Desconéctalos. Que sí, EL ENEMIGO.

Vive la vida (o sea, hoy) como si estuvieras de vacaciones. Habla con los nativos.

Eres bellísimo, antes lo sabías.


sábado, 5 de agosto de 2023

Dime lo

Leo poesía en el balcón. El fondo son las risas de los niños, los chof de la piscina, los pop de la pista de tenis. Juan Ramón Jiménez dice de la amistad que es "la corriente infinita". "La amistad tiene mucho de un río que empieza a cada instante, y que no llega nunca al mar" escribe Trapiello. Me he despertado a las 2, el día probablemente echado a los perros. Anoche estuve borrando correos, guardando fotos, y se me puso todo perdido de fantasmas. Así que, para el exorcismo, Cuando zarpa el amor a todo volumen:"dime que sientes lo mismo que yo,/ dime que me quieres,/ dime/ lo". Después de esa, Youtube sigue con la lista de todas las canciones con las que me he sumergido  alguna vez, a ver hasta dónde llegaba el pozo. Y reparto mi atención entre los libros, el verde, las nubes, las canciones. "Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien / cuyo nombre no puedo oir sin escalofrío". "Tú deberías volver,/ deberías estar otra vez a mi lado,/ yo no debería haberte tratado tan mal./ Sabes que pasan los días, pasan los años./ Yo no debería haberte dejado marchar". Y recibo un mensaje de Lucía, que no viene al Sonorama. Y justo suena nuestra canción: "No será el glamur de nuestros peinados lo que conquistará el mundo/ pero allí estaremos dispuestas a coger nuestro trozo de pastel./ Hoy, que nadie va a ganarnos a salvajes,/ será una caravana en el desierto/ y saldra de nuestra flaqueza/ energía que no teníamos. No pararemos a dormir/ bailarás, mi rubia, para mí:/ hoy has vuelto a salvarme la vida y tú/ sin enterarte". Y me siento un poco huérfano mientras me pregunto qué voy a hacer sin ella, con mi sobrina y su novia y todos sus amigos de 19 durante los 5 días de ola de calor, camping pulgoso y saltos frente al escenario. Y leo los versos a lo literal, con el sentido que no es: "Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol/ verde, sin pozo blanco,/ sin cielo azul y plácido...".

viernes, 28 de julio de 2023

El día que saqué un 1 en patinaje artístico

Creía que no te gustaba, porque aquella vez no me quisiste besar.
Tenía ganas de vomitar, tío, te lo dije.

Así que fue eso. Así que la beso.

 ¿Me das un poquito de eme? Está pareciendo que te he besado para que me dieras.

 Es exactamente lo que parece  —me dice preguntándose si eso es mi sentido del humor o qué cosa.

Quiere irse y dejarme con los demás, con Y y con aquella chica de la espalda larga, no me acordaba de que tenía esa voz de dibujo animado, a saber qué voz tenía yo aquella noche, a saber qué oí. 

Pero me apetece su piel y nos vamos a mi casa. Estoy harto de acariciar a los tres gatos con los que vivo, que me dan alergia. Sólo quiero dormirme acariciando una piel que no me llene de pelos ni dé granos y no sé cómo decírselo. Nos lo decimos a la vez.

-          Yo, en noches como ésta funciono fatal.

-          Estoy muerta, quiero dormir.

A la mañana siguiente mis dedos buscan el punto exacto donde lo dejaron. Hacen, por su cuenta, patinaje artístico por cualquier trocito de piel que deja libre la camiseta extra grande de Galicia Calidade que la puse anoche Me quita la mano. Por descartar que sea un problema de comunicación, se lo explico:

-          No sé cómo decírtelo, pero ahora mismo te follaría. Y te comería entera.

-           Estoy muerta.

-           Ya veo lo que pasa. Que a ti sólo te gustan los besos y los abrazos.

-           Quiero los besos y los abrazos y todo. Todo el paquete.

-           Al paquete no les has hecho ni caso.

Me ducho, se ducha, me expulsa del baño, no deja que me quede a mirar.

-          ¡Los pervertidos también tenemos derechos!  grito desde el otro lado de la puerta.

Sale envuelta en la toalla y se pone una raya en la encimera. Me ofrece, pero no.

-           Tú no sueles tomar ¿no?

-          Hombre, para desayunar… Además  improviso , me estoy haciendo formal justo ahora, cuando vengas dentro de dos semanas ya seré formal del todo.

Y cuando salgo para la boda a la que llego dos horas tarde, ella se va a callejear por Madrid en lo que abren las puertas de su festival en Getafe. Y es entonces cuando me acuerdo de que, mientras ella nacía al otro lado del Atlántico, yo me estaba colando en la final de Waterpolo de las olimpiadas de Barcelona. Y me pregunto cómo le voy a seguir el ritmo.

domingo, 23 de julio de 2023

No es no (el consentimiento)

 Les he visto hacerse los humildes estos días, no les sale porque son unos pésimos actores y porque se saben los amos del mundo, tus amos, aunque den vergüenza ajena. Os deseo (nos deseo) suerte para la próxima legislatura, que no tengan tanta prisa en cargárselo todo y que no nos dé de lleno ninguna de esas decisiones pensadas en su propio beneficio (siempre) contra las que no vamos a poder hacer nada. Y que vuestros hijos, por su bien y antes del desastre, se den cuenta de que esto no era ninguna fatalidad irrevocable como parecían pensar los ciegos que les precedieron; que no tienen por qué estar a su merced y que para desactivar este estado de cosas solo había que hacer unos pequeños cambios. El primero, claro, no darles tu consentimiento, no votarles, no votar.

domingo, 9 de julio de 2023

Madrid parece el sitio

Veo a la gente yendo. Con bolsas, con camisetas despeluchadas. A la dependienta de la farmacia fumándose el hastío en bata verde, apoyada en la verja. Y no se a dónde van, qué hacen, qué buscan, para qué. Es un sentimiento de día de lluvía, pero es un domingo de julio, y la luz es de las transparentes. Quizás sea porque estamos en el parking de un centro comercial de supermercados y comida rápida, el peor de todos. Y me doy cuenta de que estoy en el mismo barco encallado, en la terraza del Burger King, con un nugget en la mano, camino del Lidl. Así que lo que no sé es a dónde vamos, qué hacemos, qué buscamos, para qué. Y suena esa canción de Tulsa.

sábado, 1 de julio de 2023

Tendrá que ser suficiente

Remontándome, encuentro que escribo cuando soy feliz. Toda aquella larga época en que abandoné la oficina y abracé las calles de Madrid. Y, habrá que reconocerlo, la del encierro de la pandemia, que dio para medio libro. Será que fui dichoso en aquel piso de Cádiz, en esa azotea que daba a nubes y tejados. Sin ver a nadie, recibiendo amor por videoconferencia, pero más de lo habitual, porque todos estábamos exaltados. Ay, el libro. Sólo G y María, que lo leyeron en la misma época, se mostraron entusiasmadas. Pensé, en fin, que por dos justas se salvaría todo el pueblo, que si eso había pasado era suficiente, que valía la pena echarlo a rodar por ver si encontraba dos o tres lectores como ellas. Pero luego, no sé cómo, volví a sólo verle los finales precipitados, los juegos florales, el neorruralismo. Ahora, lo tiene un editor que no edita estas cosas, pero también pienso que quizás no es esa cosa, que hay historias fantásticas y trozos de vida, lo que siempre fue. Que el prólogo a la manera de El bosque animado no es el libro. Que deberían tenerlo más editores y cuanto antes.

Pero estábamos en lo de la felicidad y la escritura. Me lo estoy mirando por ver si salgo de este nuevo viejo atasco. La necesito porque tengo que creer en mí cuando me pongo delante del folio. La felicidad me la da el ponerme delante del folio, pero para ponerme, tengo que llegar ya feliz de antes, ese vicioso círculo. La última vez fue el verano aquel con G. Ay, G. Me tuve por iluso por pensar que resuelto el tema de la felicidad y lo de creer en ti mismo (porque ella creía en mí, y debía de tener razón, porque yo creía en ella) venía la edad de oro de la escritura; que ese subidón diario, ese hacer brillar las cosas con sólo mirarlas se iba a traducir en palabras, palabras, palabras. Y tengo que hacerme más caso, porque era verdad. Y, el día en que todo terminó, yo estaba delante del ordenador, peleándome con un texto de encargo, sí, pero delante del ordenador poniendo las bases de lo que venía.

Pero no fue. Así que, aquí estamos. Y "aquí" es alternando días de soledad marmòrea con otros en los que voy a cualquier parte donde repartan abrazos: cócteles, comidas, viajes, noches largas. Lo que hice siempre, lo que siempre me ha alejado de las palabras más de lo que me ha acercado. A los que me esperan allí les miro con ternura, me resulta fácil amarles, a los de siempre y a los nuevos. Y ese es el atajo definitivo para la felicidad. No es de aquella clase, no es la desbordada y fértil, la de la luz cegadora sobre cada paso del camino. Pero es suficiente. Tendrá que serlo.

miércoles, 21 de junio de 2023

Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos

Entontecemos un poco más todos los días, no hay duda. Tenemos la cabeza como para recordar lo que sabíamos hace diez años. Menos mal que lo tengo apuntado. Este año no me pasa.

Amores de verano

martes, 20 de junio de 2023

Lunes

Al retomar el libro, decidí también volver a los ayunos. Cuando escribía el primero, descubrí que las digestiones son inversamente proporcionales a la concentración y las reduje al minimísimo: sólo por la tarde o por la noche. Anteayer y ayer escribí sendos parrafitos que al menos me garantizan que hoy empiezo en otro punto, el punto pegado al punto, pero necesito esa ilusión de movimiento que al final arriba a libro terminado, lo sé.

Había empezado a llover, así que saqué del invernadero a la terraza esas plantas que me regaló aquel botánico loco de Donosti (tomates, chiles, pimientos...) y que no sé si van a pasar de esta semana. Y escampó. Salí disparado (siempre tarde) hacia una comida de unos chavales que han conseguido una estrella Michelin en su pueblo. De camino, mi amiga Y. me contó lo de su cáncer y lo que le espera. Estas cosas te dejan con ganas de vivir o de beber.

El primer cóctel, de un trago. Luego hubo otro y otro y otro y otro. Luego fui con mi amigo A. a Lovo, una coctelería nueva y oscurecida que se parece a… nada que esté a este lado del Atlántico. Y allí, otro y otro. Resulta que. en la calle, el sol de rayos-x se había vitaminado, 32 grados de canto para forzudos. A. me llevaba a una cata de tintos en el nuevo hotel de cinco estrellas más pijo de todos y empecé a ver que no era buena idea. Se lo dije. “Yo también estoy borracho, qué más da”.

En cuanto pisé la azotea, fui directo al baño a hacer algo que yo nunca hago. Sudoroso y amarillo, me senté en una esquina de la fiesta, con vistas a las tejas rojas y negras, a las azoteas del centro, a esos mascarones de la Gran Vía que no sé lo que son. Vino A. a presentarme a la organizadora, que me dijo que estaba muy pálido “no me encuentro bien” y volví a empezar sobre el suelo de alguna madera noble que tampoco sabía cuál. Entendieron la indirecta y me volvieron a dejar solo. Miré envidioso a una familia rusa que chapoteaba en la piscina con vistas. Ojalá estar potando allí. Y seguí con lo mío y allá fueron el mero del Cantábrico, los guisantes lágrima con cocochas, el tomate cuerno de los Andes, la presa de bellota en perigord y así hasta 11 platos, todos revueltos. Lo llaman fusión. ¿Qué fueron sino verduras de las heras?

Antes de lograr escabullirme de aquel hotel tuve que pasar por dos baños más. Eficientes y silenciosos empleados con fregona seguían todos mis pasos. Apenas me tenía en pie, pero tuve el detalle de salirme del perímetro de moqueta del hotel para terminar de vaciarme entre dos coches de policía, con la esperanza de que me auxiliaran o me detuvieran. Pasaron. Luego decidí tomar el metro, donde el conductor no te insulta si lo manchas todo. Y luego, no sé cómo, conseguí caer inconsciente en mi cama, después de atravesar en zigzag, y sin que me matara nadie, este barrio nuevo mío que no hacen más que decirme que es peligrosísimo, incluso los que viven aún más allá. Y más luego, ahora, muchos mensajes de disculpa: “bajada de tensión”, “la nueva dieta”, “tú sabes que yo bebo el doble un lunes cualquiera, a veces contigo J, y nunca vomito”. 

Y a seguir la semana a tope, que sólo es martes.

domingo, 18 de junio de 2023

Las olas

Me quedo en la verbena de Villaverde después del concierto de Burning, del pequeño subidón de “son las tres de la mañana y yo sin poder dormir” que me devolvió a los pupitres del cole y a esa pija bellísima de rasgos bizantinos y pelo largo y astifino que se las daba de macarra en el bar en el que nos pirábamos las clases para hacer el mal. El mal eran un ocho de chocolate y una cocacola, la máquina de Tetris y, a veces, escupirle la bebida al de enfrente de la risa. Yo no era de ese grupo de malotes, pero, como en todo aquel curso sólo conseguí llegar a la primera hora dos veces, estaba allí más que el camarero, y acabaron admitiéndome.

Tengo hambre, y con un pincho moruno en la mano aprovecho para fijarme en cómo sigue el mundo por los barrios. Primero en la ropa. Como siempre, no llego a ninguna conclusión. La gente se viste como le da la gana. Ellos, de camiseta y pantalón corto, se relajan más que ellas, que se suelen poner lo que sea que les siente bien, también mucho pantalón corto y mucha camiseta, pero más estratégicos. Aquí hay de todo, vestidos negros, minifaldas al reventón, un top verde manzana que deja la espalda al aire y lo de delante, casi. Mucho logo con el caballito de Polo, tendencia en el mercadillo.

A mi alrededor, en la caseta del PP, una familia china con los hijos ya creciditos mordisquea sus pinchos de carne en silencio; una pandilla de rasgos americanos que se acaba de despedir de la adolescencia juega a que son mayores y coge una mesa en la terraza, el tono lo marcan ellas: sonrisas, no risotadas; un grupo de niños habla muy serio de sus cosas, debaten a qué jugar después, sólo uno está con el móvil; una niña de ocho años le da un beso en la boca a su madre, y luego le pide otro y otro y otro.

En las verbenas de barrio hay muchas más casetas de tiro que atracciones. En la de los dardos y los globos, un grupo de chavales vitorea al amigo cada vez que falla el tiro, que son todas las veces; la de las escopetas de corchos está tan trucada, con la mirilla tan desviada, que el encargado lleva cara compungida de serie, porque los corchos dan en el techo y allí nadie le acierta a nada; un chaval de 10 años aprieta la frente y se concentra como si fuera la ronda de penaltis de la final del Mundial, pero no hay quien le meta un gol al muñeco del portero que gira a toda velocidad y tapa toda la portería. “Siempre gana” pone en una de las casetas, y es lo contrario.

En lo que en mis tiempos de feriante se llamaba el ET, el disco que gira rápido y te centrifuga, una delicada adolescente con los ojos grandes y la piel porcelanosa, con un pelo largo que se diría peinado cabello a cabello, se levanta al centro y enseña los dientes y el dedo corazón a todo el mundo. La más malota de toda la feria. Tan tierna. Así que el mundo sigue ahí, siempre el mismo y siempre renovado. Si acaso, el que a menudo no esté sea yo. Con lo fácil que es coger una silla y un pincho moruno.

sábado, 17 de junio de 2023

Un sótano más negro que mi reputación

No, si ya sé, si yo lo entiendo todo. Fíjate que, recorriendo tu libro en diagonal, por buscarme, lo primero que me ha invadido, inesperado, es el recuerdo de muchas chispeantes charlas con vino, de algunas noches divertidas, de los buenos ratos de lectura mutua que nos llevaron a tomar la decisión que tomamos. Cosas en las que había pensado poco desde entonces. Y fíjate que leyéndolo con un pie en el que fui, en los que fuimos, me alegro sinceramente cuando describes lo feliz que te hace esa vida de aplausos que al final te conseguiste. Y me estremezco de pena cuando detallas tus síntomas, el dolor presente y el futuro. Y sé que perdonar es terapéutico y olvidar ni te cuento, y que a estas alturas qué más da. Pero mira, cuando te me has aparecido aquí o allá, en las escaleras de la Sala Sol o en algún enlace en redes, posando de Madre Teresa, no he podido evitar la náusea pensando en lo miserables que fuisteis con una niña que no le hacía mal a nadie, la que jugaba conmigo a que estábamos enamorados, la que tenía una única herida sobre la que os ocupasteis de echar paletadas de sal. Por envidia, porque podíais, por lo que sea, que nunca he querido excavar en ese pozo. Yo sigo sin tele, pero ella te habrá visto más a menudo, y puedo imaginarme lo que siente. La espléndida madre pija que es ahora, la que espero que sea tan feliz como sale en su doradito Instagram, la que parece que sigue viviendo ajena a todas esas sordideces que a lo mejor tú y yo sí que conocemos, tendrá que volver a entonces. A toda esa pegajosa sensación de que no valía para nada, ni entonces ni nunca, con lo que ella brillaba; al chapapote que te encargabas de depositar en su orilla cada día. Porque eso que le pasaba entonces te acompaña para siempre. Y aunque quiera recordarme que yo también me he equivocado mucho -quizás no de una forma tan abyecta-, como todos, que yo también he cambiado, como todos, no se me va de la cabeza lo que sentirá ella cada vez que apareces en su pantalla. Y leo tu siguiente parrafito, ese que puede que me dediques a mí o a cualquier cosa, quién sabe, y sé que en el fondo sigues siendo ese mismo, poses de lo que poses, y que sus lágrimas no te han provocado, desde entonces, ni un segundo de remordimiento.

miércoles, 14 de junio de 2023

Carmen y Fausto

Esto es un descarte del nuevo libro.

Fausto había nacido en el pueblo con un destino marcado de salinero, como el de su padre y el de sus hermanos, todos de ojos achinados para defenderse del acoso del sol por arriba y por abajo, en forma de bola o de reflejo, azul sobre las aguas estancadas, blanco como la nada desde la propia sal. Para huir de toda esa luz quiso buscar los trabajos más sombreados posibles, y encontró uno en el cine Macario y otro en el Cementerio Municipal, de enterrador. El acomodador de vivos y muertos, le decían. De aquellos acomodos y de aquellos hoyos le vendría muchos años después la vocación de hortelano. 

El punto en el que su vida hizo click, que en su caso fue catacrock, ese momento en el que se decide lo que será, ése que sólo ves de viejo cuando lo miras de lejos, ya con la historia completa, fue un viaje con su jefe a Madrid, a visitar las casas de películas por unos asuntos nunca aclarados. Fausto ya tenía veintitodos y un capitalillo en el banco con el que empezar a pensar en pagar la entrada de una casa en la que formar una familia. Lo que no había tenido nunca era novia. A bordo del Seat 131 Supermirafiori rojo del jefe, con las ventanillas bajadas para combatir casi nada el calor de un agosto que ponía borroso el paisaje y llenaba el asfalto de espejuelos, hicieron todos y cada uno de los 800 kilómetros a la capital sin parar ni para sacudirse un poco el fuego. Cuando pusieron el pie en la Gran Vía, ya con un brazo más negro que el otro para todo el verano, se había formado una de esas noches prodigiosas del estío de los rodríguez madrileños: pocos coches, mucha luna, algo de brisa, nada de prisa. Así que, cuando el jefe dejó adivinar los verdaderos objetivos del viaje dirigiéndose directamente del parking al Pasapoga, Fausto se dijo por qué no.

Desde la puerta, mientras cumplimentaban al portero, que les cobró una pasta, le llegó una risa que iba del arpeggio al jojojo sin transición. Venía de un grupo de amigas que se despidían en el ropero de sus finas chaquetas decorativas y sus bolsos de casi piel auténtica. Carmen no era la más bella del grupo, quizás la que menos, pero había algo en su mirada que a Fausto no le dejó ver ya más. Ni la orquesta en la que las versiones de Machín las cantaba el propio Machín, ni las parejas que se unían y separaban en las cuatro pistas al ritmo de los nonono caballero, ni los mármoles neocubistas de colores, ni las butacas en curva de los reservados, aún con la marca de las posaderas de Jorge Negrete y Ava Gardner, deidades del acomodador que, acodadas en la barra, esa noche le dieron un poco igual. Los espejos versallescos y las lámparas diamantinas se pasaron toda la noche multiplicando hasta el techo, tostada por los oros del artesonado, la imagen de aquella chica flacucha, liviana y nerviosa, fanática de lo que le llamara la atención, que lo hacía todo con todo el cuerpo: reír, hablar, los morritos.

Sería el acento, sería la planta garycooperiana, pero Carmen no dijo que no cuando Fausto la sacó a bailar. Y tampoco cuando la invitó a un martini (“¡hasta arriba de aceitunas!”) ni cuando le ofreció acompañarla a casa paseando. El resultado fue que, cuando, días después, su jefe anunció que se volvía, Fausto declaró que se quedaba. Se instaló en un hostal de la calle Mayor; cambiaba sus dos sombríos empleos por el incierto firme de unos días radiantes de los que sólo sabía que le habían deslumbrado hasta no ver más. En razzias nocturnas por la Gran Vía y paseos de mediodía por las Vistillas, en incursiones al Segoviano y cócteles en Chicote, gastó los tres mejores meses de su vida, unos en los que se levantaba con una sensación irrompible de que todo estaba bien, hablara con quien hablara, viera lo que viera; un drama en el cine, un posadero mal encarado, una resaca que le volvía el estómago del reves, de todo se reían. Una fascinación tan gratis, tan garantizada un día y otro, que pensó que el mundo ya era así para siempre. También gastó todos sus ahorros sin preguntarse ni una sola vez qué pasaría después. Y una tarde, mientras Carmen se abandonaba en sus brazos al abrigo de una pérgola del Retiro, le comunicó que sólo le quedaban unas pesetas, que tendría que empezar a pensar en cómo seguir financiando toda esa felicidad, que era el momento de hablar de compromisos y futuros. La risa estrepitosa de Carmen desapareció esa misma noche; todo su cuerpo se convirtió en un aparatoso, fanático y apasionado no.

Para cuando Fausto volvió al pueblo, en un crujiente vagón de quinta, ya le habían sustituido en ambos trabajos, y lo único que le quedaba era una habitación angosta en la opaca casa de su madre y un bocado de tierra cerrado de malezas que había sido el huerto del abuelo.

domingo, 2 de abril de 2023

En forma


En un ataque de nostalgia suicida emergido oportunamente del infierno, invité a todas mis ex al cumpleaños. M. no contestó; L. dijo: "eres un Dorian Gray"; G sólo "gracias" y no dijo más; C, que estaba de 7 meses; y J aprovechó para bloquearme, que se le había pasado.

sábado, 1 de abril de 2023

Un cuento lleno de ruido y furia

Ahora entiendo eso de que es un suspiro. Una única respiración que va desde que te abren los pulmones a azotes hasta el cierre, cuando encienden las luces y suena Lily Marlene y el portero te saca a empujones. Y ves a lo lejos las exhalaciones redondas, cuando el sol calentaba hasta el fondo, cuando los abrazos traspasaban y oías cada nota de las canciones. 

viernes, 3 de marzo de 2023

Prefiero tener suerte a tener buen corazón

A mí ya me iba mal de antes

Me dicen que si la llamo no lo va a coger. No he llamado ni una vez desde que nos metió aquel gol en propia puerta, pero es bonito saber que fantasea con que la llame para no cogerme. También que lo que pasa es que ella no quería un novio, culpa mía por no notar las señales. La de no despegarse de mí o la de retenerme por las buenas cuando decidía irme o la del dramón aquella vez que le retrasé el vernos. También que está muy enfadada conmigo. Normal, es indignante todo ese amor, el cuidadito y el sexo pródigo cuando estás esperando que te traten como siempre.

Y es por eso que ya está, que ya estuvo. Que no me vuelven a pillar en una de esas.

Qué tontería todo y qué desperdicio. Qué enorme estupidez pequeñísima. Como si nuestra felicidad dependiera de otra cosa que de nosotros mismos, como si le importara a alguien más.


domingo, 26 de febrero de 2023

Lo que pasó después no sé si te sorprenderá

Me había instalado en el ático de Mario para cuidarle los gatos y regarle las plantas. Me habían robado el móvil en esa playa de Cádiz que es mi preferida. Lo es por ese atardecer gratinado sobre el faro, pero también porque a pesar de ser sólo una playa (arena, cantos, olas nuevas iguales) siempre me escribe párrafos a la biografía. Por contar las más recientes, hace tres veranos aquella chica de ojos de fuego negro me hizo piececitos bajo la arena y yo no lo supe interpretar porque hace falta un doctorado para interpretar que te hagan piececitos en la arena. Luego, por vestirme de jipi (bolsillos anchos), en el segundo viaje del año, perdí las llaves del chalet y mi primo tuvo que saltar la valla porque yo no sabía ni dónde poner el pie. Hace dos, esa otra chica me besó en la orilla y se perdió conmigo entre las dunas y allí empezó toda aquella historia de amor eterno que duró en lo que le entretuve el verano. Este año, remontando un viaje que estaba saliendo a la virulé, llegábamos por fin a esa playa y a las estrellas y a las olas y a mi espíritu elevándose, cuando mi amigo se enfurruñó a la vez que yo perdía las llaves y las tarjetas y el dinero y todo se fue al suelo.

Para la historia es importante lo de que perdí el móvil, porque tuve que hacerme con un número nuevo y se me ocurrió que con él podría esquivar la condena de Tinder, que me tiene vetado para toda la eternidad porque, precisamente en esa playa, Lucía y yo tuvimos la idea de ponernos juntos en una foto para hacer amigüitas y alguien me denunció y cojito pa to la vida. Tinder ha cambiado y hay muchas más mujeres con barba y otras maravillas, pero yo sigo siendo un proscrito.

En Tinder he puesto de todo, fotos por el mundo, textos en los que explicaba que era un viajero en el tiempo que buscaba a la chica que iba a salvar el futuro… Pero esta vez sólo encontré una subasta de carne (hiperinflaccionada) que daba perecita. Al principio puse unas fotos mías aparentes y un mensaje: “En este mercado de la carne que es Tinder, me siento una acelga”. Con el éxito habitual (ninguno). Pero luego se me ocurrió una idea, al principio, un chiste. Busqué un par de imágenes de cadenas y látigos en Google, las primeras que salieron, y escribí una sola frase “¿Has pensado alguna vez en ser obediente?”. Lo que pasó después, no sé si te sorprenderá. (pero en vez de contarlo voy a responder a preguntas en los comentarios).

miércoles, 22 de febrero de 2023

Universos sueltos

Diréis que soy un veleta, pero ahora quiero montar una empresa. Tengo una idea millonaria en algo que sé hacer y sólo falta que quien tiene que poner la estructura también lo vea. Será un todo al revés, será menos tiempo para escribir, pero puede que entonces escriba más, que me conozco. Y, sobre todo, será un cambio de esos míos de cada cinco años, lo que duran los contratos de alquiler; de esos que necesito y en los que despierto al ave fénix que hay en mí. También podría ser salir de la cochambre y volver al modo ático en el barrio Salamanca, que no lo necesito, pero sería gracioso. En los prolegómenos me estoy viendo venir el infarto, ya van varias noches de taquicardia. A dos amigos, gente que me pide textos, les he oído este mes: es muy bueno, pero es vago. Perfeccionista les dije, vete a saber. Aquí se trata todo de delegar: estoy aprendiendo. Me voy mañana a México y teledirigiré con un mezcal en la mano por primera vez. Si no funciona, seguiremos con el plan anterior, me sentaré a escribir, terminaré los cinco libros en cola, volveré a coger sitio en el lado salvaje.

También está divertido este escribir en segunda persona, como si hubiera alguien leyendo, cuando desde aquí se oye muy bien el eco.