Me había instalado en el ático de Mario para cuidarle los gatos y regarle las plantas. Me habían robado el móvil en esa playa de Cádiz que es mi preferida. Lo es por ese atardecer gratinado sobre el faro, pero también porque a pesar de ser sólo una playa (arena, cantos, olas nuevas iguales) siempre me escribe párrafos a la biografía. Por contar las más recientes, hace tres veranos aquella chica de ojos de fuego negro me hizo piececitos bajo la arena y yo no lo supe interpretar porque hace falta un doctorado para interpretar que te hagan piececitos en la arena. Luego, por vestirme de jipi (bolsillos anchos), en el segundo viaje del año, perdí las llaves del chalet y mi primo tuvo que saltar la valla porque yo no sabía ni dónde poner el pie. Hace dos, esa otra chica me besó en la orilla y se perdió conmigo entre las dunas y allí empezó toda aquella historia de amor eterno que duró en lo que le entretuve el verano. Este año, remontando un viaje que estaba saliendo a la virulé, llegábamos por fin a esa playa y a las estrellas y a las olas y a mi espíritu elevándose, cuando mi amigo se enfurruñó a la vez que yo perdía las llaves y las tarjetas y el dinero y todo se fue al suelo.
Para la historia es importante lo de que perdí el móvil,
porque tuve que hacerme con un número nuevo y se me ocurrió que con él podría
esquivar la condena de Tinder, que me tiene vetado para toda la eternidad porque, precisamente en
esa playa, Lucía y yo tuvimos la idea de ponernos juntos en una foto para hacer
amigüitas y alguien me denunció y cojito pa to la vida. Tinder ha cambiado y
hay muchas más mujeres con barba y otras maravillas, pero yo sigo siendo un
proscrito.
En Tinder he puesto de todo, fotos por el mundo, textos en
los que explicaba que era un viajero en el tiempo que buscaba a la chica que
iba a salvar el futuro… Pero esta vez sólo encontré una subasta de carne (hiperinflaccionada)
que daba perecita. Al principio puse unas fotos mías aparentes y un mensaje:
“En este mercado de la carne que es Tinder, me siento una acelga”. Con el éxito
habitual (ninguno). Pero luego se me ocurrió una idea, al principio, un chiste.
Busqué un par de imágenes de cadenas y látigos en Google, las primeras que salieron, y escribí una sola frase “¿Has pensado alguna vez en ser obediente?”. Lo que pasó
después, no sé si te sorprenderá. (pero en vez de contarlo voy a responder a
preguntas en los comentarios).