lunes, 29 de noviembre de 2021

con tus piernas ardiendo en el salpicadero 


Voy a aguantar lo que me eches,

No me iré así -le dije-

Porque vale la pena

Aunque no suene demasiado sexy.

 

No me dejes estropearlo

-eso me dijo-.

 

Yo voy a levantar un parapeto

Insuperable para tu fuego amigo

-eso no se lo dije-

 

Yo voy a pelear contra demonios míos

No les alentaré ni daré cuerpo

Ni les voy a prestar los argumentos

-eso sí que nunca me lo dijo-

 

Ahora

Pienso mucho en la muerte,

Aunque no suene demasiado sexy

viernes, 1 de octubre de 2021

A ti te ocurre algo, yo entiendo de estas cosas

Me levanté con la idea de ir directo al gimnasio. Llevaba las gafas de nadar, por si me decidía, pero al final, como siempre, me metí en la piscina de chorros. Sentado en esa especie de jacuzzi con hechuras de baño romano, a un lado tenía las pistas de pádel y al otro el ventanal del gimnasio, en el primer piso. En la pista de dobles, tres chicos que se habían puesto lo primero que habían pillado, y una chica sobreequipada, con unas gafas de sol azuladas. Era la única que estaba tensa, seguía a la pelota con cabeceos de depredador, pero nunca le llegaba. Cuando por fin le lanzaron una, ni la olió, y se puso a quejarse de algo que no entendí. 

El largo cristal que da al gimnasio es un retablo en el que la humanidad se acuclilla, se encoge o se estira para empujar plataformas y tirar de poleas. Mirarlo me relaja, pero, a veces, el esfuerzo lo hace alguna chica modelada en bronce o en plastilina que me produce el efecto contrario. 

Salgo a la calle, compro dos pasteles, esquivo a un par de perros que me ladran y me siento a comer con un libro de diarios en un banco que tiene algo de sol y algo de sombra. Una señora pasa con su perro en miniatura por el medio de una pista en la que practican unas preadolescentes con patines en línea y se lleva una reprimenda zafia, con tono alto y bronco, que versa sobre la educación de los mayores. Cuando se van, su lugar lo ocupa una entusiasta madre primeriza con un niño que ha aprendido a andar hace nada.. Se ponen a una distancia corta y ella le tira despacio una pelota de colorines que él mira pasar con un movimiento de cabeza. “¡Cógela! ¡venga, a por ella!”, le grita la madre, motivada y cantarina. Él, mira a la madre y mira alejarse la pelota. Y los vuelve a mirar y los vuelve a mirar y la madre le sigue gritando que la persiga y no se mueve del sitio. No sabe cómo le entiendo.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Se está haciendo de noche demasiado pronto

En un mes cumplo años y no sé cuántos cumplo. He cogido el año en que nací y me he puesto a hacer cuentas, primero con los dedos. Sigo sin tenerlo claro. Si ni siquiera recuerdo la cifra ¿Cómo iba a acordarme de todo lo que pasó? Hubo días buenos a montones y ojalá estuvieran aquí, aunque fuera solo en recuerdo. Ojalá convocarlos para que me hicieran compañía en una tarde polvorienta como ésta, en la que lo que sí que recuerdo, el día de hoy y un poco el de ayer, no significa nada, y se está haciendo de noche demasiado pronto sin que ni un solo minuto haya valido el desgaste celular de vivirlo.

(Fragmento del libro que no será "Transhumante")

martes, 28 de septiembre de 2021

Pequeñas grandezas

A un pueblo le pueden quedar grandes las palabras ayuntamiento, afueras, plaza. Pero nunca acequia, fuente, montaña. Pueblo misma siempre le está bien.

viernes, 24 de septiembre de 2021

Querido lector, te voy a pedir un favor

Querida lectora, te voy a pedir un favor. Hacía lustros que no lo hacía, casi décadas ya, y esta vez no va a ser sexo. La cosa es ésta: empecé a escribir una novela que formaba parte de un proyecto un poco más grande y complicado. El proyecto se desinfló, pero yo ya tengo el esquema, sé lo que quiero contar y cómo, y hasta tengo el arranque del libro. Seguir con ello me complica un poco la vida, tengo que desandar algunos caminos, pero la verdad es que es la idea que mejor cocinada tengo en la cabeza. El tema en el que deriva después (tiene que ver con el vino) me gusta y no. Si no sigo, siempre lo puedo cambiar por escribir otro desde cero. Eso también me pone.

Así que el favor es éste: leas cuando leas esto, ya sea ahora o dentro de unos meses, ¿podrías ser tan amable de contarme qué te ha parecido? La pregunta principal es ¿Te ha dado ganas de seguir leyendo? y luego ya si eso puedes contarme otras cosas: qué te han parecido los personajes, a quién te recuerdan, si el estilo te resuena a algo... lo que quieras contarme. 


Aquí va la primera parte del Capítulo 1. Transcurre en una casucha molinera de El Puerto de Santa María, en los 90.


La última palabra que el tío la Raya invocó en este mundo fue “ge”, la letra ge. Estaba tan en las últimas que ya no hablaba más que ronquidos. Le habían apuntado el alfabeto en el orden que Dios les dio a entender sobre el dorso de un cartel de los toros, para que señalara letras. Como quiera que tardara mucho en alzar el brazo para ir de la primera a la segunda, sus deudos trataban de adivinar lo que decía sólo con la inicial, al principio por ser solícitos, y luego porque ya no sabían cómo entretener las horas. Se conocían de memoria los desconchones del yeso de la pared y la cara de fastidio del Cristo que quería escapar del crucifijo y los rayones en los hierros retorcidos del cabecero de la cama, muescas de cada una de las concepciones de los 7 hijos del moribundo. Al final, le quitaban enseguida el cartel y se lanzaban todos con entusiasmo a esa versión expirante del veo-veo que añadía a la colección de síntomas definitivos del patriarca de los Ralla el mal humor, aunque no lo podía decir, como todo lo demás.

Todos evitaron escrupulosamente pronunciar las dos palabras más probables: g’ucha, porque habían esquilmado los exiguos ahorros del cerdito del patriarca en las últimas semanas, y g’amón, del que ya sólo quedaba el hueso, y se lanzaron a agotar el diccionario, empezando por las palabras que nombraban los objetos más cercanos y acabando en el disparate: de la g’acha y el g’arrrón a la genuflexión y un g’amelgo. Expiró con esta última, pensando que eran todos unos borricos.

Los velatorios tienen eso de que vienen tantos vecinos del pueblo y tantos primos a los que no veías desde nosequé boda que al final lo único que se te ocurre es el relato riguroso y pormenorizado de lo que pasó en esas últimas horas. Y así, el misterio de la ge se convirtió en la parte culminante del relato y fue pasando de corrillo en corrillo “lo último que dijo fue ge”, “sus últimas palabras fueron ge ge”, “se despidió de mundo con jejeje”. Y la hilaridad se fue contagiando por la casa y se pasó del jejeje a las grandes risotadas y los que iban entrando se encontraban a los que ya estaban allí llorando de la risa y se unían sin saber por qué, sin que nadie pudiera parar las carcajadas hasta mucho después de que se metiera por fin al finado en el hoyo.

Como fuera un año tirando a yermo en lo tocante a cosas de reír, el letrista de la chirigota carnavalera más malafollá del pueblo, la que reunía corros que paraban el tráfico, se quedó con la copla para una de las suyas:

No vea el cashondeo la última hora del tío la Raya

Que como andaba tieso dijo una letra en ve unas palabras

Nadie en El Puerto supo cuál era el punto que el tío la Raya iba señalando

Y su mujer pensaba “hay que ve el hombre, que todavía lo está buscando”

Y el estribillo

Ge Ge Ge, si no es un punto no sé lo que é

Y así entró en la orfandad Bruno Ralla a los 11 años, con un rencor hacia todo su pueblo que solo veía él, uno que se exacerbaba cada vez que le lanzaban el cuplé borde en el patio de la escuela. Tampoco en casa llevaba bien la desgracia de no ser siquiera el pequeño: era el sexto, el penúltimo. Con tanta gente, aquello siempre había sido más una selva que un hogar, pero ahora, sin su padre, un poco más. Y él era el roedor de abajo de la pirámide alimenticia, el que solo sirve para un aperitivo. Severo, Amadeo, Pío, Benedicta, Nieves y Roque, todos sus hermanos mandaban más que él. Todos habían sido bautizados mirando el santoral que venía en el Calendario Zaragozano de agosto, porque todos habían nacido justo 9 meses después de los primeros fríos que llegaban a El Puerto. Él en cambio, era el caso raro de octubre.

 

Cuando al tío la Raya le preguntaban cuántos hijos tenía solía contestar que unos 6 ó 7, que no sabía, porque se movían mucho, pero que lo que sí que sabía es que comían a mala leche. Para hacer frente a esa inquina alimentaria, el padre de Bruno saltaba todos los mediodías de la cama con...

(Continuará)

(O no)


jueves, 23 de septiembre de 2021

Los seis sentidos

El espejismo de polvo que levantaban los pies frente al columpio solitario y, más allá, el agudo olor a trébol masacrado del césped en cuesta y, más allá, el clocleo incontable de la manguera amarilla que llenaba la piscina y, más allá, una madre con los brazos apoyados en la barandilla del balcón.

El fogonazo alto y seco de los dados golpeando contra el velador de mármol manchado de calimocho de la taberna de Bilbao con altura de almacén donde descubrí que la amistad iba de cambiar las letras de las canciones o buscarle la risa a una frase cualquiera de alguien a quien estabas conociendo.

El fado en el patio del castillo de Lisboa que puso triste a la luna.

El primer trago del vino rasposo que hizo de gloria por dentro y aportó la mitad de la irrealidad al taller del alquimista en la aldea de León.

Los sonidos de fuera de la tienda de campaña en aquella ladera del Cantábrico, los que trajeron pesadillas, o puede que no lo fueran, en las que una manada de lobos rasgaba la tela y me devoraba.

Los dos dedos que pasaron la noche entera resbalando por su espalda tostada.

martes, 21 de septiembre de 2021

Ciudadano vyf

A los 10, los Reyes Magos me trajeron un juego de imprenta. Los tipos se colocaban uno por uno en un soporte, luego los mojabas en tinta y ya tenías un párrafo. Las letras ya no tenían mi esforzada caligrafía de tes altas y ges orondas, eran las oficiales, las que tenían la misma forma, las de decir cosas importantes. Me vi tan poderoso que, a los 12, mi madre me regaló la máquina de escribir azul con la que había hecho de secretaria para mi abuelo en la compañía de seguros. Ya podía escribir un cuento. A los 18 conseguí una máquina eléctrica. Las letras pasaban por una pantalla enana y se podían corregir. Se acabaron los tachones, yo ya era una editorial entera. A los 21 llegó el primer ordenador, hice mi página web y, al poco, mi primer blog. Tenía un medio de comunicación.

lunes, 20 de septiembre de 2021

Las esferas celestes y el barro

Durante estos diez días me he despertado todas la mañanas pensando en tus besos, tu piel, tus abrazos... Eso enseguida evolucionaba a la otra cosa. Y me acordaba del maratón en tu sofá, del día en que te vendé los ojos... de ese sexo imbatible del que también nos estás despidiendo ahora. No sé cómo será a partir de hoy. Espero no levantarme pensando en eso porque va a ser duro. En un par de acepciones. Ninguna buena.

Una de esas mañanas di en pensar en aquella noche en que, camino del chiringuito de La Rubia, en Los Caños, nos quedamos a mitad de camino, en las dunas. Como es uno de mis recuerdos favoritos me vine arriba. En varias acepciones. Me puse muy optimista. Y pensé en dos cosas. La primera fue la palabra compromiso. Pensé que por qué no arriesgar, que no quería una relación abierta ni malasañera, rendirme ante la primera dificultad, porque eso ya lo he hecho. Quería comprometerme, usar palabras como construir, pelear, trabajar. Quería que te comprometieras, ya te lo había pedido, que para la próxima bronca cogieras la puerta que siempre te dejo abierta y que la usaras. Y me dijiste que sí, que lo harías. Quería algo sólido y duradero, saber que no nos íbamos a rendir. Es más o menos lo que he estado haciendo desde el principio, sólo que quería que lo tuviésemos mucho más claro. 

La segunda cosa fue venirme todavía mucho más arriba. Fue pensar en que contigo podía empezar la mejor etapa de mi vida, porque iba a pedirte que hicieras algo que se te da muy bien, que me aportaras tu criterio para todos los proyectos que tengo en mi cabeza y en los post it de la pared. No ponerte a currar, sólo que les echaras un ojo y me ayudaras con el orden y las prioridades. A no perder el foco, a no perderme. A decirme "tira por aquí". Y pensé que sólo eso ya podría convertirlo todo en una edad de oro, que si conseguíamos eso yo iba a ser muy feliz y te iba a hacer muy feliz. Así de arriba me vine,

Las cosas que estaba pensando mientras tú ya habías pensado que NO, ¿eh? Mientras tú te recordabas que no querías un novio, que qué movida, puf. Yo tampoco quería una pareja, pero no llegó una pareja, llegaste tú. Tú y yo. Y eso sorprendentemente sí que me valía. Creía (creo) que esto era diferente. No sé ni lo que carajos ha pasado. Sigo sin creerme que encontráramos un billete de lotería premiado y le hayas dado una patada.

Te tenía que haber dicho eso, cualquier cosa hubiera sido mejor que ese hablar de temas generales. Y sí, venía con mis dos puntos celestiales en la cabeza (compromiso + trabajar juntos), pero tú respuesta a mi primera frase me dejó claro que en cuanto sacara el tema sería como un ovni aterrizando en una charca, que la cosa no iba a ir de esferas celestes si no de barro. Querías barro. El barro hubiera sido mucho mejor.

viernes, 17 de septiembre de 2021

La nevada

Hace unos meses de la nevada del siglo y ya parece un siglo. La vi venir por la ventana. La vi limpiar de blanco lo que antes era negrísimo. Seguí a lo mío, que era un absurdo reportaje sobre las radiantes piedras mayas de las selvas asfixiantes de Guatemala, donde nunca he estado. Pensé: “nieve, ya la he visto antes” y seguí a lo mío. Al final tuve que salir a la tintorería que, claro, estaba cerrada, porque nadie más había seguido a lo suyo. Iba por el medio de una calle sin coches pisando nieve que nadie había pisado, con consistencia de mousse de limón y sonido de cereales en leche. No había desayunado. Un grupo hacía una guerra de bolas de lado a lado de la calle. Dos niñas estaban tiradas en el medio haciendo un ángel con las manos y las piernas. Yo también había visto eso en una película. Me asomé al río y aquello era una cabalgata: paseantes, escultores de muñecos, patinadores de cualquier cosa. La gente estaba tan asombrada y la felicidad era tan básica, tan gratis, tan sin hacer nada, que me empezó a subir desde las patas a mí también. Estuve dos horas visitándolo todo. Le pedí a una pareja que me hiciera una foto con un muñeco de nieve que no había hecho yo, uno que sonreía desopiladamente. Cogí un puñado de ampos e hice una bola grandecita. Fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía a quién tirársela.

jueves, 16 de septiembre de 2021

Transhumante

Ayer me llegó un documento de la Audiencia Nacional para que les llevará mi ordenador, porque Villarejo me había mandado unos documentos confidenciales hace unas semanas. Fue entonces cuando me acordé de que ni los había abierto. Iba a entregarles un portátil que ya no uso, pero tenía una uña astillada y me senté cerca de la ventana para limármelas todas. La décima me quedó más baja que la otras y volví a empezar. Eso es lo que hice ayer.

(Fragmento del libro que no será "Transhumante")

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Cuando Ícaro subió

Ideas para la revista de historia:

Cuando Icaro subió y derritió la cera que unía sus plumas y cayó, sólo estaba jugando. A dios o a pájaro. El que no se conformaba con ser un hombre que hacía cosas de hombre era su padre, Dédalo, que, según versiones, puso a los humanos a volar, a correr sobre las aguas, a perderse y a bailar: inventó las alas, las velas, los laberintos y las pistas de baile. Puede que intentara ser un dios, un dios con prisa que quería ganar todas las carreras. O tal vez sólo quería ser un pato.

La perrita Laika, en 1957, fue la primera terrícola que salió de la tierra y salió del cielo. La eligieron porque era capaz de hacer cosas que los hombres no: pasaba los inviernos desnuda en las calles de Moscú y, cada año, vencía a Ded Moroz, el Abuelo Frío, el dios eslavo que lo helaba todo con un golpe de bastón. Los herederos de Dédalo la metieron en un armazón de metal que se calentó hasta acabar con su vuelo. Su último ladrido lo oyeron los que la habían metido en ese lío, y decía que ella nunca había querido llegar tan lejos.

La madre de Ralph Waldo Emerson, viuda, vivía de la caridad y de los huéspedes. A sus hijos les consiguió una beca de estudios. A Ralph, en la Harvard Divinity School, le obligaron a cambio al fangoso trabajo de mensajero aprendiz, que en la práctica significaba delatar a sus compañeros. Durante toda su vida se fue mudando cada vez más al sur de Estados Unidos en busca del calor. Le mataría un día de frío. De muy joven, cambiaría la teología por la ciencia, Dios por el hombre como centro de la verdad. Fue en una visita al Jardin des Plantes de París donde entendió la conexión de todas las cosas y quiso aprender su lenguaje. Dejaron de invitarle a dar conferencias en su universidad el día que aseguró que Jesús no era Dios, que sólo fue un gran hombre. Creía en que el hombre es infinito, en que tiene que obedecer la ley sagrada de su propia naturaleza para alcanzar todo su potencial. En que el alma humana es autosuficiente, poderosa y perfecta, el lugar en el que todas las cosas se unen y cobran sentido. Escribió: “un hombre es un dios en ruinas”.

(Fragmento del libro que no será "Transhumante")

lunes, 13 de septiembre de 2021

Sed

Hay un punto arriba del todo, justo donde se desbordan sus flores tatuadas, entre el tope de la espalda y el nacimiento del pelo; una cueva que huele fresca y herbácea, el oasis donde siempre encuentro un nuevo espejismo. 

Los demás lugares ya los he visto.

sábado, 7 de agosto de 2021

Helado y desesperanzado; cayéndome de sueño sobre el banco de la parada de autobús de este pueblo tan árido como mi futuro. Pero no me puedo dormir en las próximas cinco horas, todas las que quedan de noche, si no quiero despertarme sin maletas y volver a la casilla de salida. Todos los perros de todas las sierras ladran a lo lejos y el ardor hociquea mi estómago y la náusea muerde y mastica. La orquesta del Titanic venía poniendo las música de fondo a este último gran buque, como para no oírla, y ya no me pregunto si, al estilo romántico, era mi estado de ánimo el que le quitaba y le ponía al paisaje de Almería la belleza desnuda y el ascetismo exuberante; los espejismos onduladores y la trompeta de chicharras: sí, lo era.

Demasiado barato estoy pagando tanto tontismo de baba, que lo estabas poniendo todoperdido de nubes y flores, a estas alturas, pedazo de iluso.

Que no se te olvide esta noche.

miércoles, 7 de julio de 2021

Lampo

Hoy nadie me ha dicho que mis ojos marrones son verdes canica

Nadie me ha ofrecido barra libre de su cuerpo

Tampoco he perdido la voz berreando un disco entero de Los Ronaldos

Ni le he llamado a nadie bruja espacial

Nadie me ha parecido noqueántemente sexi en sudadera ni abroncando a gente por teléfono

A nadie le he tapado los ojos cuando conducía a 140 para limpiarle una gota de sudor de la frente ("ay, perdón")

Nadie me ha besado con todo el cuerpo

Nadie me ha arañado un poco la espalda, como con cuidado, mientras me gritaba al oído

No he tenido que elegir entre si prefiero su desnudez de salir del agua entre las rocas o la de entrar

Hoy nadie me ha dicho que huelo bien, como dulce

Nadie ha elaborado el astuto plan maestro diario de dejarme dormido en un mueble para mudarse tiernamente de puntillas a otro

Nadie me ha dicho "no te flipes"

Nadie me ha dicho "me vuelves loca señor vyf"

Nadie me ha sonreído todas las veces que me ha mirado

Nadie me ha sacado los tanques para discutir sobre La la land

No he repasado cada milímetro de la cara de nadie mientras dormía

Tampoco me han besado por primera vez y sin venir a cuento en la arena, a la luz de la luna llena con las olas rompiendo a nuestros pies, con todos los tópicos a la vez trasmutados en lo nunca visto

Nadie me ha llevado a naufragar con ella en una cabaña perdida entre los árboles, las vacas, los campos secos y las flores pimpantes

Nadie ha preferido seguir besándome a recuperar unas gafas de sol que se han caído por un barranco

Nadie se ha estremecido con un roce

Nadie me ha dicho "no me dejes estropearlo"

Hoy no le he dicho a nadie que cuando quiera y donde quiera, que como si me cita a las 4 de la mañana en una rotonda

Nadie se ha frotado contra mí cuando pasaba cerca

Nadie ha llorado de la risa con el relato de mi cronología sexual más reciente

No he espiado a nadie en la ducha

Ni nadie se ha metido conmigo en la ducha

Nadie me ha dicho "me fascinas"

Hoy no le he encontrado un uso nuevo a una mesa de merendero

No me he reído con nadie hablando de criptofalangismos propios y memeces generacionales ajenas

Nadie me ha ronroneado en el cuello mientras le redibujaba uno por uno los tatuajes de la espalda

No me han dicho "cuando estás contento todo te sabe rico" y sólo he pensado en una cosa

No le he leído el pensamiento a nadie

Ni he cambiado todos los planes sobre la marcha para que todo saliera sobrenaturalmente bien 

Nadie me ha dicho que iba a huir, que de hecho ya estaba huyendo, para más tarde despertarme a besos y luego

huir.

martes, 23 de febrero de 2021

 Querida Chica Confetti:

Ya no es sólo la voltereta del estómago al leer tu inesperado nombre en el remite, es un cronovuelco completo. He vuelto a ser el de entonces mientras te leía sólo porque eras tú quien lo había escrito. El tipo excesivo que sólo perseguía los fuegos artificiales y te quería arrastrar en esa búsqueda agotadora, infinita y feliz. Luego, he querido alargar la sensación entrando a tu blog, porque sabía que ahí tenía que estar ese texto nostálgico que estaba. Si a mí ya no se me reconoce aquél ni de muy lejos, no quiero imaginar cuánto habrás cambiado tú. Yo doy unas pistas por aquí, tú das otras por allá. Entre líneas atisbo que tus peripecias de los últimos años se parecen más a las mías de lo que se parecieron nunca entonces. Despejarlas en unas pocas líneas sería trocearlas y jibarizarlas de una manera que probablemente no se merezcan. Y, además, parece inútil, parece que más que un camino nuevo has abierto los ojos para mirar al que pisabas, y que antes lo que hubo fueron más resoluciones que soluciones, más preguntas que respuestas. Siempre las hay. Puede que vuelvan o puede que no se hayan ido. Pero tú estarás un pasito más allá.

Quieres saber de mí: en ésta, mi última encarnación, toda aquella persecución estelar se ha convertido en un recoger flores, en fila de a pocas, pero a ser posible a diario. Esas flores son parrafitos con los que se van formando libros, que era lo que más quería, sólo que ahora sé cómo se hace y lo que no hay que hacer. Visto desde aquí, entonces estaba buscándome la vida de ahora. No empecé por el tejado, si no un poco más arriba, y desde ahí estaba chupado caerse. Vino el trastazo y vino el recoger los trozos, muy desperdigados, y está bien volver a tenerlos casi todos y pegarlos en el orden que surja, el que pide el cuerpo ahora. O eso nos decimos. Pero qué importan los propósitos y las anotaciones. No se me olvida que volé. Algunas veces contigo. Las mejores, tal vez. Y cómo era la vista desde ahí arriba.

domingo, 7 de febrero de 2021

Mal buen rollo en Formentera

Llevo sólo medio día en Formentera, me he sentado a comer unas vainas fresquísimas con jamón en el restaurante de la plaza, le he dado un trago al vino, que estaba muy seco para haber llegado por mar, y he pensado que éste era uno de esos sitios cadavezmenos en los que me podría quedar a vivir.

Y, a los cinco minutos, se me mete dentro del tórax y me sube a la cabeza un terror, uno nuevo y apabullante, y me pongo a escribirlo sobre la marcha, a escribir esto. La sensación es la de que la gente con la que me voy a ver luego y la de mañana pueden ver a través de mí y darse cuenta de que qué estoy haciendo, que estoy entrevistando a representantes de una isla que es un pueblo y no tienen nada que decir, ni yo tampoco. La variable periodista de baja estofa del síndrome del impostor, antes llamado tener criterio. Esto es nuevo, un terror que se debe a la isla, a sus 15 kilómetros de lado a lado, a no poder salir de la gente. Lo bautizaría insuloclaustrofobia, pero no quisiera pillar una hipopotomonstrosesquipedaliofobia.

Porque, por lo demás, la cosa no iba mal. Ayer entregué un reportaje sobre Delibes que me han celebrado como si fuera bueno de verdad (y como si lo hubiera entregado en fecha) y este viaje lo he empezado como se hace en estos casos, perdido como un pollito de secano en el puerto. Forzándome el sentir cosas al hacerme a la mar rollo "arranca la aventura": salida a la cubierta sin cubierta, cara al viento, mirada fija al horizonte, como de exprimidor ante una naranja azul; andares de hacer como que no temes caer al agua. 

La dueña del hostal, entre alojarme en las habitaciones que dan al Mediterráneo, misterioso de ahogados, y las que dan a la calle, misteriosas de isleños desahogados, ha elegido tirar por el callejón del medio, que es donde me ubica, con vistas a una pared y una alcantarilla. Formidable fenicia, se ha llevado un mal rato cuando le he contado que la bici me la habían alquilado en otra isla, siendo que ella las alquila (o sea, que se lleva una comisión de otro que sí que las alquila). La peor habitación de su pulgoso hotel vacío ya me la había adjudicado sólo con mirarme y echarme cuentas de la cabeza a los pies. 

Luego he ido a ver una plantación de aromáticas, que es el nombre táctico de las plantas que, además de oler bien, se pueden vender. Y una higuera senecta. La chica que me lo estaba enseñando no sabía muy bien qué decir, aparte de que era muy vieja y tenía muchas ramas y estaban muy bien sujetas con palos y daban sombra a las bestias entre las que supongo que estarán los payeses. Y a mí la higuera me parece muy vieja y muy venerable y las ramas muy retorcidas y la sombra apetecible, pero como no puedo tumbarme ni escalar ni comer higos tampoco sé muy bien qué decir. Y nos lo decimos. No sé qué más decirte. Ni yo tampoco. Casi consigo que cumplamos con lo que se espera de nosotros (¿quién?) preguntando cómo de vieja es la higuera, pero, antes de que lo haga, ella me dice que no sabe cómo de vieja es la higuera. Nos quedamos callados otra vez y nos da un poco igual, aunque lo cierto es que parece muy anciana, como sus brazos y su sombra.

Y con todo esto, en el momento feliz en que dejo la bici eléctrica con la que los caminos se están haciendo solos y meto el tenedor en el huevo pochado de las judías con jamón; en el rato beato que media entre la primera cerveza y el segundo vino; en el instante en que el aire se arremolina sobre mi aura para refrescar lo suyo es cuando el terror de haberme jibarizado, de quedarme para siempre miniatura como la isla, me pisotea un poco y me expulsa de Formentera. Me queda día y medio.