miércoles, 28 de septiembre de 2022

Un verso suelto

De lejos me han parecido dos rumanos, por las pintas modestas fuera de tiempo. Pero no, son un cura y una monja, él, de negro entero, con alzacuellos sobre la camisa de manga corta: ella, con un vestido azul que no parecería un hábito si no estuviera rematado por un cordón blanco a la cintura. Debajo, una camiseta de una tonalidad de azul conjuntada que prueba que se viste mejor que yo. No lleva toca, sino una coleta que dice, a cara descubierta, que es guapa, y más que lo habrá sido, porque está en sus treinta. Ambos llevan el mismo modelo de sandalias, unas chanclas gruesas con mucho correaje. Sólo habla ella; él baja la cabeza, absorto en su oficio de escuchar. Lo de ella será más callar, así que no piensa dejar escapar esta oportunidad y este interlocutor. Por cómo gesticula, parece una mujer de acción, habla con determinación, aunque no le entiendo nada las tres veces que pasan junto a mí. A él, en su voz baja y salmodiosa le entiendo “abrazamos el caos que completa” en la única vez que mete baza, en la cuarta vuelta al parque.

¿De qué iglesia o congregación vendrán si no hay ninguna por aquí? Antes, todo esto era campo, y los edficios feos arraigaron con mucha más vitalidad que las iglesias feas de los 70, que cuando quisieron espabilar ya no tenían hueco por este lado de Carabanchel. Hay un cementerio antiguo muy de afueras con tapias que dan a mi casa y a este parque; ahí habrá una iglesia.

Yo lo llamo parque, pero son unas instalaciones deportivas con bancos y árboles. Sólo que casi nadie le da al deporte. A veces, unos mazaos derraman sobre la cancha los sobrantes de testosterona en unos partidos de futbito singularmente agresivos y ruidosos. Los niños endurecen sus calaveras en el parque infantil. Y una chica, siempre la misma, solía hacer eses sobre la pista de patinaje, hoy no. Lo demás somos jubilados, paseantes de perros, paseantes de ancianos, algún raro vagabundo y algún más raro lector, o sea yo.

Me estoy comiendo un pastel y leo El libro doce de Carmen Jodra hasta que me echan de allí la simultáneas conversaciones al móvil de la rubia rebotona del perrazo dorado y de un tipo de camiseta negra heavy que, para no dejar de liarse el porro, ha puesto en altavoz su discusión educada con la centroamericana que le quiere hacer una encuesta sobre tabacos. Pero antes, me había dado tiempo a juguetear con la idea de leer versos sueltos, extirpados del poema, a ver qué tesoros me encontraba. Y, en lo que me levanto, ya tengo rematada la idea: crear una cuenta de Twitter (@1versosuelto) para ponerlos en fila a ver si entre todos hacen un poema nuevo.

sábado, 23 de abril de 2022

No es fácil de contar.

No ha tenido ningún sentido. Sé, porque me lo tengo muy mirado, que las cosas no se hacen así. Terminé el libro en noviembre de 2020. En enero lo mandé a un agente, que tres meses después me dijo que no lo veía, y que, en estos tiempos, si no lo ven claro, nanay. Porque no es un libro para agentes, que buscan otras cosas, cosas de dinerito. Luego, de vez en cuando, lo mandaba a los concursos de los pueblos. Pero no es un libro para concursos, donde buscan otras cosas, cosas que no les compliquen mucho la vida. Que, dependiendo del concejal, son o bien que tengan aire de experimento o bien que avancen mascaditos y  lineales (planteamiento, nudo, desenlace) para que se entiendan bien, para que nadie les pueda decir "pero qué carajo habéis premiado" antes de tirarles el pilón.

Así que, ahora ya sí que sí, vamos al turrón. Lo voy a mandar a editoriales que no me lo han pedido, porque en cada editorial buscan una cosa y quién sabe. Y cuando eso falle, me lo autoeditaré. He hecho un texto de presentación para las editoriales que ya sé que es demasiado largo, pero que espero que sintonice con alguien, con una sola persona me valdría. Aquí va:

 

No es fácil de contar. Sale un jípster de pueblo, pero no es ese hípster ni es esa España vacía; hay una verbena, pero no es Feria; aparece un tipo en burro, pero no es Panza de burro. Todo empieza con una historia de amistad y descubrimiento que rompe la superficie de espejo de una piscina helada, con agua de pozo, en la estepa pinariega castellana.

Hay cinco historias en las que, sin salir de ese pueblo, se viven los fogonazos de una primera amistad adolescente y un primer amor; una ruptura y la locura de su depresión vistas desde dentro; la nada de los modernos malasañeros vista desde fuera; un caso detectivesco sobrenatural (o no) en el que el bien y el mal se tocan tanto que se confunden; y una pelea entre la cocina tradicional y la tecnoemocional en la que todos salimos perdiendo. Y luego está el capítulo final, en el que todo y todos confluyen para darle un nuevo sentido a lo que hasta entonces eran trocitos de vida pueblerina deslavazados a lo largo del camino. Y, después de eso, nada (y cuando digo nada es NADA) volverá a ser como lo conocemos. En este libro, lleno de referencias y juegos, todos los finales son abruptos y le dan un nuevo sentido a lo que acabamos de leer.

Y hay 7 protagonistas: cinco son masculinos y uno es femenino, Diana. Al principio, ella es un personaje de la vida de los demás, que la cuentan a su modo. Pero en el último capítulo se explica y su punto de vista lo vuelve a cambiar todo. Digamos que se apropia de la polisemia de su nombre, Diana, para pasar de ser el objetivo de los amores y humores de los demás al toque de corneta que despertará a todos, incluída ella misma. Así que también se puede leer como un historial de relaciones fallidas o como la evolución del amor entre la adolescencia y la madurez o como un relato de las distancias entre las miradas de los otros y la del yo o como…

¿Y el séptimo personaje? ese es el pueblo. Uno concreto, que sale por todas partes y se cuenta más a fondo en un prólogo que lo retrata y en los pequeños textos que dividen los capítulos (los ambigús) a través de momentos de su historia detenidos en el tiempo. Un pueblo, y eso es una novedad, que se cuenta de una manera que no es condescendiente ni exotizante, pero que sí que está llena de vida, una vida hecha de pasados y futuros resintonizados en el presente, como todas las vidas.

viernes, 22 de abril de 2022

Tú estarás muy buena, pero yo he leído a Faulkner

Todo es el punto de vista.

Por ejemplo, soy un dios, lo que pasa es que se me olvida mucho. Creo mundos cuando escribo y quien no se entusiasma al leerme es que no puede entenderlo, no sabe, no lo tiene. Sobrevuelo a toda la gente de este garito, de esta ciudad, en ocasiones, de este mundo. Veo las cosas como son, porque las veo desde arriba, desde fuera, todo es de cristal para mí. Y ni siquiera lo entienden cuando se lo explico (¿por qué lo hago?) hasta que me convenzo de que seré yo el equivocado. Pero no lo soy.

Por ejemplo, sé de siempre que las relaciones son la mentira universal, que sólo me alejan de la hoguera que soy, que sólo me castran, que me dedicaré a hacerlas felices e iré dejando ahí la incandescencia sagrada que me pertenece. Que nadie va a entender de verdad lo que quiero hacer, sólo van a isuponer que algo de mi brilli terminará espolvoreándolas, pero no imaginan la escala del fulgor, porque los sistemas con que lo miden, las materias con que lo comparan, son de otro planeta. El mío nunca lo han pisado. Cuando se trate de follar, diré que tengo un millón de euros en el banco, qué más da, esa es la métrica que quieren oír. Cuando se trate de otra cosa, me recordaré que he renunciado a todo, como un cartujo, por algo, y que no voy a regalarme ahora por las migajas sólo porque fuera esté lloviendo y buah.

El punto de vista lo es todo: recuerda desde dónde escribir.

jueves, 14 de abril de 2022

En una sola encarnación nos da tiempo a convertirnos en nuestros propios fantasmas, que recuerdan de cuando existían lo rico que sabía y olía todo; el ruido y las ganas de lo siguiente. Ectoplasmas que miran todo eso, la vida, desde el otro lado.

miércoles, 13 de abril de 2022

Disneylandia todos los días (posible título)

En el duermevela no recordaba el nombre de mi madre. Me salía Lolita, pero me sonaba raro. Loli, era Loli y me ha costado llegar a Loli. Así la llamaban sus amigas, sus hermanos, ¿su madre? Sí, seguro que su madre también. Tengo un puñado de recuerdos de ella, estuve 19 años con ella, que como fueron los primeros se supone que cuentan más, que se graban del todo. Pero también están lejos y muchos se quedaron donde no tenía lo que en el cole llamaban "uso de razón". Resulta que no sé si la conozco, pero me estaba preguntando si me conocía ella a mí. Recuerdo estar los dos en el balcón mirando los tejados de la ciudad, los montes alrededor, desde el octavo piso. ¿Estábamos en silencio mirando el atardecer? ¿Puede que por eso me gusten tanto todos los atardeceres? ¿El mejor momento de mi vida, el de más paz fue cuando me acariciaba el pelo y la nuca apoyado sobre su orejero, ese sillón que tuvo tantas ganas de tener? Puede que por eso me enganche a las chicas que me acarician la nuca o que potencialmente quizás algún día lo hagan. ¿Éramos dos desconocidos?

Me paso la vida haciendo cosas que ocupen mi cabeza para no pensar, porque para mí pensar es recordar y recordar es un dolor, porque los recuerdos están hasta arriba de quienes no están, que cada vez son más, y más importantes, porque ya no está casi nadie. Así que ahora juego al póker, pero antes bebía de más o leía compulsivamente o me enganché a series sin descanso, o a las tragaperras, con la poca épica que tiene eso. En los mejores casos, he escrito, pero supongo que eso no me desengancha de los recuerdos, porque casi nunca es el método que elijo.

David me decía que me ahorrara lo del sicólogo y que le invitara a una caña y le contara las cosas a él, que era más barato. Ahora David tiene una novia nueva y quiere que funcione. Solo le vi unos minutos, pero está claro que quiere que funcione, no quiere equivocarse ni dar un mal paso. ¿Estuve yo así este verano? Exactamente así. Supongo que lo alternaba con mi fatalista “las cosas se terminan y no hay nada que hacer, así que no lo sufras”. Pero sí, estaba viviendo en ella, en su piel, por lo que recuerdo. Y era la manera más efectiva de no recordar, estuve todo el rato mirando al frente, mirando alrededor, viendo. Fue un relámpago, con todos los componentes de un relámpago, como lo que tienen de inesperado. No sé de dónde vino ni lo sabré nunca, porque, con los relámpagos y con los chistes pasa que si les buscas la explicación te dejas fuera lo que los hace ser lo que son: la chispa. 

“Piensas que las relaciones son Disneylandia” fue su despedida. Pues claro, fue el recreo de mis campos de concentración habituales, abrir los ojos por fin, ver a alguien que además me veía. Disneylandia todos los días (posible título). Pero no, no es una broma, no ha tenido nada de ligero y, cuando cerraron el parque y me sacaron de allí a empujones, todas las veces en las que me han expulsado de todas las disneylandias volvieron conmigo. Y va siendo hora de dejar de decir y decirme que todo está más o menos bien, que no es como la otra vez, porque llevo ya meses viviendo en una partida de póker continua donde no hay que pensar, no se recuerda, no duele. La vida va pasando y no la quiero vivir. Hoy me he levantado con un dolor en el pecho y habrá que llamar al médico y pedir las pastillas aquellas antes de que se vaya todo al carajo definitivamente. Habrá que amortiguar el efecto de todos los recuerdos de todos los tiempos para aprender a vivir fuera de Disneylandia otra vez.