jueves, 10 de octubre de 2002

Aceptémoslo, no tengo mucha credibilidad. Aquí me cuentan lo del sí te creo, pero no te creo. Sam y bob, por ejemplo. Me consuelo pensando que es lo mismito que les pasaba a Tom Wolfe y a los del nuevo periodismo. Su problema no era que contasen historias imposibles de creer, si no cómo las contaban. Eso es lo que he oído decir sobre mí, y no lo entendía. El caso es que uno cuenta lo que le pasa como si fuera un relato, con recursos literarios, personajes, diálogos acotados... No recuerdo qué nuevoperiodista metía en uno de sus reportajes el monólogo interior de alguien que no era él, un recurso de lo más siglo veinte y de lo más chic. Pero claro, a la gente le resultaba difícil creer que el redactor había visitado el interior de la cocorota del entrevistado. A mí no. Me sabía el truco. Desde que lo leí, empecé a preguntar a los entrevistados: "¿qué pensabas en aquél momento, cuando te dieron la medalla/ cuando abriste la empresa/ cuando estabais en aquélla reunión?". Pero la respuesta siempre era "poz no zé", a lo que yo insistía: "¿pero qué crees que pensarías en un momento como ese?", a lo que ellos replicaban "poz yo qué zé", preguntándose si toda la entrevista iba a ser así de chorra. En esta España profunda, a manera de hoyo, no se puede ser nuevoperiodista superguay, cachis.
Yo mismo dudé de que los reportajes de esos tipos no fueran en parte imaginarios, pero es que todo se puede saber porque todo se puede preguntar. Ahí está A sangre fría.
Mi diario tiene metáforas y juegos de palabras y lírica y métrica, pero lo que pasa aquí me ha pasado a mí antes y lo que dicen los personajes ha sido siempre pronunciado en voz alta por alguien real y vaga por el espacio a la espera de que los extraterrestres que hablaron con Jodie Foster lo recojan hace miles de millones de años (o algo así).
Y sin embargo no he podido evitar mentirme a mí mismo. Lo hago siempre. Ayuda.
Tenemos por ahí un par de textos sobre Noe muy chungos, en los que explico lo mala que es y lo poco que me gusta. Noe es deliciosa. A mí me gusta mucho. Pero no se quiere enrollar conmigo. Eso es lo que pasa. O eso dice. El lunes estuvimos en la fiesta de una revista de tías en pelotas. Al rato me tomé un pastillín de esos. Noe y yo nos atrajimos como un imán. Hablamos y hablamos hasta que se le acercó un tipo que la entró por el camino equivocado (machista y borde: inopinadamente funciona bien a menudo, pero, oooh, no con mi Noe, que es lista) y que luego se puso a hacer trucos de magia tan increibles como robarle el reloj. Yo también. Desaparecí. La chica de administración ya no me hacía caso. El año pasado era jefe y llevaba corbata y me sentaba en la zona VIP. Ahora no. Pero porque no quiero, porque la entrada VIP estaba en el bolsillo de atrás, la corbata en el armario y la jefatura sepultada en mi espíritu.
Pasé junto a Noe, y me agarró la mano como si fuera el último canapé de la inauguración de un festival de cine. Con desesperación. "O te quieres enrollar conmigo o que te rescate", "sssh, lo segundo". Y me quedé allí. Y llamamos a mi compi. "Estoy en el Retiro. Es que me han echado. "Pero si tienes una entrada VIP en el bolsillo". "Uy, es verdad". Y al final se iban todos y me quedaba con Noe. Y vino ese chico tan simpático de administración que me tiene un poco de manía desde que me llamó para preguntarme que por qué había metido la compra de unas zapatillas en el apartado de alimentación. "Es que las compré en un supermercado". La chulería me viene un poco de mi abuela. Un día se le acercó una señora. "Oiga, ¿su niño muerde?". ¿Por qué?". "Porque acaba de morder al mío". "Pues entonces ya ve usted que sí que muerde". Ñam, ñam, de pequeño también estaba furioso. Y qué dientazos.
Pero al final nos fuimos ella y yo. Y ya por el camino me iba diciendo que prefería un chico que le recitase poemas, pero que no me lo tomase como que... "Mira, fea, no me enrollaría contigo ni aunque me lo pidieras de rodillas". "¿De rodillas tampoco?". "No. Bueno, sí. Es que de rodillas, cualquiera". Y después de estar en el bar de su amigo y de que nos echasen por fumar aquéllo, me secuestro en su coche. Y se estiraba y se acercaba y me ponía la mano en la pierna. Y le acariciaba el pelo, y le explicaba que no es que me gustase (pasado) es que me gustará (futuro), pero que si no quería que la entrase que no se acercase tanto, que no me mantuviera allí poniéndome canciones dedicadas de Fangoria, que no se acercase a un centímetro de mi cara para señalarme un grano inexistente en su nariz, que no me cogiese de la mano y me la pasase por el grano invisible. No sé si alguien me ha dicho esas cosas alguna vez. "Escribes muy bien (pero dicho de esa forma y por quien lo dice y con ese acento zamorano), eres inteligente y eres importante y todos esperan que dés tu aprobación en las conversaciones. La parte mala es que a veces estás ausente y no hablas y contagias a todos de mal rollo". Y le digo que la admiro, que es muy segura, que está muy buena, que es del 20% de la población (aclaro: femenina y masculina) que no es gilipollas. Y se acerca a enseñarme su grano en la nariz y lo acaricio, y en lugar de besarla le pregunto dulcemente que si me va a tener secuestrado en su coche mucho tiempo. Salimos.
En el siguiente bar la vuelve a entrar otro tío durante el par de minutos que paso en el baño. Digo que le traigo suerte. Dice que eso le pasa desde los quince años. Luego, que no, que es broma. "Ya". "Es que mis amigos ya me conocen. Me gustaría que me conocieras ya". "Más divertido poco a poco ¿no?". Poco antes le había dicho "¡Quiero ser tu amigo, me apetece muchísimo!". "¡A mí también!".
Acabamos en un piano bar a eso de las siete. Todos con sus copas encima del piano, cantando éxitos de ayer y de siempre. Un santanderino tripudo me aborda en el baño para que le líe un porro. Noe sabe. Noe terminará liando cinco para él. Una rubia cincuentona se cuela en el servicio de caballeros. "No se lo digas a nadie". "Lo voy a cantar por el karaoke". Noe está hablando con Alicia, una auténtica freak que le explica, sin venir a cuento, que la gente, si no vienes a este bar a acostarte con un tío te mira mal. Y que ella no trabaja, pero tampoco es puta. Y algo sobre cuatro mulatos con una cosa así. Y todo ello con el acento más ingenuo que os podais imaginar y mientras el de Santander y yo cantamos "Capullito de alhelí". Noe se tambalea y le dice a Alicia. "Soy tu fan. Soy superfan tuya". Se hace de día. Le doy un abrazo a Noe. "Te imaginaba más fuerte, estás muy delgada". "Es que en las fantasías todo se alarga y se agranda" (Un ratito antes yo le había hecho la misma frase cuando decía que el fotógrafo M. le había parecido más bajito de lo que recordaba).
"Vente a dormir a casa, no puedes conducir así. Venga, tonta, que no te va a pasar nada". "No, si ya sé que me puedo fiar de ti". "Pues no te fíes tanto". "¿Serías capaz...?". "Pues claro". Los coches pitan. "Qué asco de ciudad, qué triste está la gente". "Si me tuviese que levantar a esta hora me dedicaría a otra cosa. Por eso siempre llego tarde". "Ya lo sé, se han reunido varias veces para hablarlo y te van a echar". Yo, pálido: "¿quién te lo ha dicho?". "Nadie me lo acabo de inventar, jaja". "¡Pero serás zorra! Anda, vamos a casa, que estás pedo". Aparcamos tapando media salida de garage y subimos. La chica de la limpieza ha juntado en mi armario la ropa sucia y la ropa limpia. Creo que Noe sólo lleva la mitad de su ropa interior. Un buen momento para decirle que se las apañe como pueda. Pero no soy tan malo, y le encuentro un pijama de cuadros en el que caben cuatro como yo. Me señala la puerta. Me cambio en el baño. Cuando vuelvo está en su lado de la cama, con la luz apagada. La enciendo. Busco algo en el armario y saco: un cepillo de dientes nuevo. Se lo regalo. Le hace mucha ilusión y va corriendo a lavarselos. Se tumba a mi lado. Hablamos de cosas. La acaricio. Me dice que le caliente los pies. Lo hago. Me dice: "ya". Y le doy una patada. Se ríe. Le digo que me dé un besito de buenas noches para que me duerma. Me abrazo a ella y le digo que si está muy incómoda que me lo diga. Instintivamente le pongo una pierna en el culillo. Cree que sí, que está incómoda y que necesito cariño. Claro, es la falta de amor la que llena los bares. Le cuento que esto era un picadero excelente y por eso lo alquilé: con la terraza para tomar unas copas, con los espejos estratégicamente colocados. "Ves, aquí y aquí". "Ya me hago una idea". Me dice: "a ver, con cuántas chicas te has acostado este año". Se lo cuento con detalles, incluído el de que me lié con Ana la Cocainómana un día que íbamos a dormir sin hacer nada, como amigos y le pedí un besito de buenas noches. Le cuento lo del sexo anal y me pregunta cómo lo hice para que no doliera. Con paciencia y cremita. Le cuento lo de los trece orgasmos y le eximo de creérselo. Cuando termino, me pregunta "oye, ¿y todo esto para qué me lo cuentas". Así que me meto en un rincón de la cama y anuncio que no saldré de allí en toda la noche. Es malvada. Dice que era una broma.
Piensa que mis historias son surrealistas. Parece que no se las traga. Y no se da cuenta de que se ha convertido en otra extraña historia, carne de blog que vosotros no creereis.