sábado, 1 de julio de 2023

Tendrá que ser suficiente

Remontándome, encuentro que escribo cuando soy feliz. Toda aquella larga época en que abandoné la oficina y abracé las calles de Madrid. Y, habrá que reconocerlo, la del encierro de la pandemia, que dio para medio libro. Será que fui dichoso en aquel piso de Cádiz, en esa azotea que daba a nubes y tejados. Sin ver a nadie, recibiendo amor por videoconferencia, pero más de lo habitual, porque todos estábamos exaltados. Ay, el libro. Sólo G y María, que lo leyeron en la misma época, se mostraron entusiasmadas. Pensé, en fin, que por dos justas se salvaría todo el pueblo, que si eso había pasado era suficiente, que valía la pena echarlo a rodar por ver si encontraba dos o tres lectores como ellas. Pero luego, no sé cómo, volví a sólo verle los finales precipitados, los juegos florales, el neorruralismo. Ahora, lo tiene un editor que no edita estas cosas, pero también pienso que quizás no es esa cosa, que hay historias fantásticas y trozos de vida, lo que siempre fue. Que el prólogo a la manera de El bosque animado no es el libro. Que deberían tenerlo más editores y cuanto antes.

Pero estábamos en lo de la felicidad y la escritura. Me lo estoy mirando por ver si salgo de este nuevo viejo atasco. La necesito porque tengo que creer en mí cuando me pongo delante del folio. La felicidad me la da el ponerme delante del folio, pero para ponerme, tengo que llegar ya feliz de antes, ese vicioso círculo. La última vez fue el verano aquel con G. Ay, G. Me tuve por iluso por pensar que resuelto el tema de la felicidad y lo de creer en ti mismo (porque ella creía en mí, y debía de tener razón, porque yo creía en ella) venía la edad de oro de la escritura; que ese subidón diario, ese hacer brillar las cosas con sólo mirarlas se iba a traducir en palabras, palabras, palabras. Y tengo que hacerme más caso, porque era verdad. Y, el día en que todo terminó, yo estaba delante del ordenador, peleándome con un texto de encargo, sí, pero delante del ordenador poniendo las bases de lo que venía.

Pero no fue. Así que, aquí estamos. Y "aquí" es alternando días de soledad marmòrea con otros en los que voy a cualquier parte donde repartan abrazos: cócteles, comidas, viajes, noches largas. Lo que hice siempre, lo que siempre me ha alejado de las palabras más de lo que me ha acercado. A los que me esperan allí les miro con ternura, me resulta fácil amarles, a los de siempre y a los nuevos. Y ese es el atajo definitivo para la felicidad. No es de aquella clase, no es la desbordada y fértil, la de la luz cegadora sobre cada paso del camino. Pero es suficiente. Tendrá que serlo.