sábado, 17 de junio de 2023

Un sótano más negro que mi reputación

No, si ya sé, si yo lo entiendo todo. Fíjate que, recorriendo tu libro en diagonal, por buscarme, lo primero que me ha invadido, inesperado, es el recuerdo de muchas chispeantes charlas con vino, de algunas noches divertidas, de los buenos ratos de lectura mutua que nos llevaron a tomar la decisión que tomamos. Cosas en las que había pensado poco desde entonces. Y fíjate que leyéndolo con un pie en el que fui, en los que fuimos, me alegro sinceramente cuando describes lo feliz que te hace esa vida de aplausos que al final te conseguiste. Y me estremezco de pena cuando detallas tus síntomas, el dolor presente y el futuro. Y sé que perdonar es terapéutico y olvidar ni te cuento, y que a estas alturas qué más da. Pero mira, cuando te me has aparecido aquí o allá, en las escaleras de la Sala Sol o en algún enlace en redes, posando de Madre Teresa, no he podido evitar la náusea pensando en lo miserables que fuisteis con una niña que no le hacía mal a nadie, la que jugaba conmigo a que estábamos enamorados, la que tenía una única herida sobre la que os ocupasteis de echar paletadas de sal. Por envidia, porque podíais, por lo que sea, que nunca he querido excavar en ese pozo. Yo sigo sin tele, pero ella te habrá visto más a menudo, y puedo imaginarme lo que siente. La espléndida madre pija que es ahora, la que espero que sea tan feliz como sale en su doradito Instagram, la que parece que sigue viviendo ajena a todas esas sordideces que a lo mejor tú y yo sí que conocemos, tendrá que volver a entonces. A toda esa pegajosa sensación de que no valía para nada, ni entonces ni nunca, con lo que ella brillaba; al chapapote que te encargabas de depositar en su orilla cada día. Porque eso que le pasaba entonces te acompaña para siempre. Y aunque quiera recordarme que yo también me he equivocado mucho -quizás no de una forma tan abyecta-, como todos, que yo también he cambiado, como todos, no se me va de la cabeza lo que sentirá ella cada vez que apareces en su pantalla. Y leo tu siguiente parrafito, ese que puede que me dediques a mí o a cualquier cosa, quién sabe, y sé que en el fondo sigues siendo ese mismo, poses de lo que poses, y que sus lágrimas no te han provocado, desde entonces, ni un segundo de remordimiento.