sábado, 2 de noviembre de 2019

Maneras de levantarse


Hace muchos meses que se me rompió la persiana y decidí no arreglarla. Quería ver si así, con un truco tan zafio, cambiaba mis ciclos de toda la vida y me volvía diurno. Funcionó. Ahora, me despierto como las princesas Disney, cuando los pajaritos cantan, las nubes se levantan y un rayito de sol tiene a bien posarse en mis ojos o yo tengo a bien darme por enterado. Todas las mañanas, antes de salir de la cama, me imagino con todo el detalle levantándome de un salto, particularmente, con el salto en espiral que da Ryu en Street Fighter cuando gana la pelea. Luego, la realidad resulta ser mucho más crujiente, cruje el colchón, cruje mi espalda, ññic, craj, y es un espectáculo penoso que menos mal que no ve nadie. Peores son los días en los que he intentado el salto.
Ryu sale mencionado en el libro que estoy escribiendo. Voy diciéndolo por ahí: por fin estoy escribiendo un libro de relatos por fin. Lo digo porque pienso que ya no tiene vuelta atrás, que ya todas las mañanas de mi vida me levantaré con las legañas que sean, con la resaca que sea, con el trabajo atrasado que tenga, y me pondré a escribir durante los primero 90 ó 120 minutos del día. Si lo dejo para luego, la vida, perra o gata, se me mete en el cuerpo y ya no estoy para escribir. El ritmo es de dos o tres párrafos al día, así que, sí, calculo que necesitaré todo lo que me queda de vida para escribir este libro.
Digo también que esto está siendo una montaña rusa emocional (en el libro descarto estas expresiones mierderas, no os preocupéis) pero en realidad no, en realidad es todo bajada y caída. El libro se planeó hace años, en un momento de introspección sicoanalítica, cuando yo creía en esos viejos cuentos, y arreglar el material que tenía me supone bucear por recuerdos que estaban bien donde estaban, o sea, que no sabía dónde los había puesto y mejor así. Los momentos de subida fueron solo al principio, cuando me sentí poderoso cerrando párrafos e historias. Pero resulta que ya no lo vivo con el arrojo épico de los primeros días. Y que, ayer, como no fui directo a escribir, pasé todo el día -y no es la primera vez- sin apenas levantarme de esta silla, planeando viajes imaginarios entre Skyscanner y Booking, sin hacer nada de lo que me había propuesto, ni literatura ni trabajo atrasado. Ni ir al gimnasio, y la llave de acceso me mira rencorosa desde el borde del espejo en el que le crecen las primeras telarañas del otoño.
Que resulta que a los castillos en el aire también se les resquebrajan los muros, qué sorpresa.