Esto que estás abriendo el congelador para ponerle el hielo a la segunda copa de la tarde y te descubres buscándote una excusa para tan perversa conducta: la ola de calor, que es como antes se llamaba al verano. Le pones un título a un post “Sola, fané y descanganyada”. El post lo escribiste el 1 de julio y lo publicas hoy, porque ahora tus posts van en lata: los escribes cuando sea y los publicas mes y medio después. Con eso te has quitado la presión del qué carajo subí ayer y escribes más contento. Tienes cuerpo de tango. Tan a favor estás de Esta noche me emborracho que vas a empezar ya.
Quitando los ratos de la piscina, el pastel diario y la lectura en el parque (mientras te preguntabas de qué carajo de especie serían esos árboles que te
dan sombra de ciudad, de hormigón, todos los días), llevas toda la mañana en casa
ideando ingeniosas maneras de no escribir. De no escribir el reportaje que
tienes pendiente, el segundo encargo que te hacen desde hace 7 meses, y por
supuesto, de no ponerte con la novela, a la que solo le faltarían un par de
semanas de trabajo un poco intenso, según le contabas ayer mismo a Juanra,
ufano y resolvedor.
Te has cocinado unos canapés infames con base de corteza de
cerdo, engrudo de mayonesa, rodaja de cebolleta y pepinillo, migas de queso y
medio langostino de algún océano ignoto. Has mandado muchos mensajes de ola k
ase. Te has puesto medio capítulo de una serie. Has paseado frente a los platos
sucios planteándote fregarlos. Has vuelto a planear el viaje a Los Caños de
Meca de la semana que viene, el segundo del verano. Te has sentado a escribir cualquier cosa en este
diario. Finalmente, te has decidido por el procrastine fetén: has abierto la
botella de vino más barata del Mercadona, que compraste astutamente para no
beber de más, y lo has prolongado a dos copas de vodka redbull, que igual esta
noche te mantienen despierto, pero que ya sebes que no te pondrán a escribir.
Raro sería.
Vas a por la tercera copa y, en la puerta del congelador, en
lugar de nuevas excusas con las que llenar el vaso piensas en, convocas a, deseas las
tres llamadas que, si te las devolvieran, aunque fuera sólo una, te sacarían de casa mientras el documento de tu primera
novela, terminada, por corregir, que sabes que no va a llegar nada nada lejos,
sigue ahí abierto, esperando que lo mejores hasta donde se pueda y lo mandes a
ver mundo de una vez para que por fin tenga sentido esta zopenca vida que
llevas desde hace ya casi un año.
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