miércoles, 1 de enero de 2014

Nos empeñamos

Nos empeñamos todo el rato. Buscamos y buscamos. Sabemos que no, decimos que no, pero creemos que ese amor nos va a salvar de nosequé. En lugar de mirar las cosas que son, lo que vemos, lo que es evidente, nos contamos un cuento futuro de algo que recordamos dulce y algodonoso y que igual ni hemos vivido. Perseguimos a una chica posible y existente y sólo habría que levantar la vista y mirarla, porque eso es lo que es. Pero luego buscamos que se parezca a una ficción que ni sabemos si queremos. Hipotecamos por hipotetizar. Vivimos el amor en el futuro y los futuros sólo son las motas que flotan en las rendijas de luz o los charcos en el asfalto de cuando atraviesas La Mancha un día de verano a la hora de la siesta.
Y luego, con suerte, si las cosas salen bien y todo se parece a algo que imaginaste, en medio de la euforia le entregarás esa parte de tu vida que le reservabas y luego también esa otra que era sólo tuya. Y luego se va a ir y se las va a llevar. Una y otra vez. Por eso esto es un callejón sin salida.
A lo mejor porque lo veo así, me empeño en que no puedo tener una relación como las demás con una chica como las demás. Y a lo mejor eso no es verdad y acertaba más antes cuando creía que lo importante es que a ella le importara yo y no hacía falta nada más, porque ella ya sabía que a mí me importaba ella y todo salía solo. Igual todo lo demás, el esquema, el molde, es lo de menos.

Estoy harto de escribir sobre ese amor, sé que lo volveré a hacer, pero no quisiera siquiera tener que pensar en ello nunca más. Como si no hubiera otras formas de amor menos sicosomáticas, menos sísmicas y más alumbradoras.

Hace tres años pasé el verano en uno de los agujeros más inmundos del planeta. Desde la casa en la que vivía, enrejada como una cárcel frágil, oía los tiroteos y veía pasar a las niñas embarazadas, a la comitiva del chaval al que mataron para robarle la moto, a los camiones cargados de policías embutidos en protecciones como armaduras, subiendo a empujones a la gente parada en las esquinas como en una novela futurista de un futuro de mierda. Todos los días me inventaba una especie de taller de periodismo para niños. Venían a clase con hambre o con ojeras y me cantaban raps de narcos o de peleas a muerte que convertíamos en noticias y crónicas. No sabía qué mierdas pintaba allí y lloraba todos los días.
Había un pequeñísimo grupo de vecinos que querían cambiar las cosas. Una noche les di una charla, les expliqué cómo cualquier periodista querría hacerse amigo de alguien que pudiera guiarle con seguridad por el barrio, como redactar una nota de prensa y cómo llamarles para crear una relación con ellos. Estaban agotados, la más mayor se quedó dormida. Llevaban todo el día preparando una jornada de limpieza para el día siguiente por las calles de un barrio hasta arriba de una basura que traía el cólera. Y aún así entendieron a la primera lo que les decía, redactaron notas de prensa decentes, me lo preguntaron todo una y otra vez. Aquella noche me fui a un colmado. Fue mi única borrachera del mes, pero me lo bebí todo, conseguí vodka y me lo metí a morro. Me desperté con una resaca tropical taladradora, de las que el calor pegajoso multiplica. Estaba en aquel cuartucho celda en el que la salida del aire acondicionado de la habitación de al lado sonaba como un motor de avión y el sudor lo impregnaba todo todo el rato. Mi amigo roncaba al lado y hasta sus ronquidos me asfixiaban. Decidí que quería limpiar. Corrí a la calle donde estaba la brigada de limpieza, pedí una escoba y me puse a barrer. Barrí sin descanso bajo el sol, iba de una calle a otra con la escoba, dando empujones a la basura, metiendo cajas y botellas en la carretilla con un ritmo enloquecido. Sudaba y barría y recogía y se me rompía la escoba, que era un palo con unos mechones de paja, y seguía barriendo como podía. Algunos vecinos tiraban más basura a mi paso, otros se reían de nosotros. Los de la brigada me dijeron que descansara un poco, pero les contesté que no iba a parar. Barría tanto y tan sin mirar que al final me metí en una calle fuera de la ruta, una de las peligrosas incluso de día, y vinieron a buscarme, alarmados, y me obligaron a parar. Tenía las manos llenas de callos, olía fatal, tenía el pelo y la ropa llena de mierda. Y lo había entendido todo. Nunca había sentido un amor tan universal y desinteresado y generador como el de aquel día, nunca había sabido tan a las claras lo que es. No sé si volveré a pasar por algo parecido, pero de alguna manera lo llevo conmigo desde entonces.

Dice Iñaki que mientras un amigo diga “estoy jodido” y otro conteste “Estoy cerca ¿un par de latas?”, hay esperanza. Claro que hay esperanza, pero nos empeñamos en buscarla donde no es.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Hoy no

Hoy no te vayas
tampoco permanezcas
duerme algo más
deja el suspiro de una huella de ti
en el colchón

quédate otro ningún momento
sé que estás de camino
que te vas cada vez
que hoy también
no

descansa sólo un rato
sólo un rato
te quedas y lo escuchas
que no existen las cosas como tú
ni tú tampoco
que siempre que te fijas
hay una idea de mí
afortunada
que se queda y escucha

prueba a ver qué se siente
si permaneces
un momento
el segundo de antes
de evaporarte

déjame que te mire
hoy sólo
con estos ojos nuevos
del día que entendí
por qué no existe nadie
como eso

déjame hacerte un mapa
para perderse bien
para que siempre vuelvas
al lugar de incesante movimiento
donde estás y no eres

ahora que lo entiendo
quiero que cambies todo
que seas justo así
justo la que no puede ser la misma
quedarse
dejar pesos más graves que un suspiro
en el colchón que es tuyo a la manera
en que te pertenece el resto del planeta

domingo, 1 de diciembre de 2013

Qué importa

Qué importan los propósitos y las anotaciones
al margen de tus noches y las mías,
qué importa definir torrencialmente,
qué importan las señales que sí veo


si te oigo llegar desde la barra
con la cabeza baja y los ojos hambrientos,
miras nerviosa al fondo y transformas el mundo
en un lugar de ti en el que quiero estar
y se me desordenan todas las instrucciones
y no recuerdo cuándo tenía que besarte,
cuándo no sacar nada de tus dos pozos negros,
cuándo sólo espiarte disimuladamente,
cuándo hacerte reír, cuándo hay que abrir los ojos,
cuándo quieres que quiera lo que quiero.