domingo, 22 de enero de 2012

Ojos del color del mar que pasa por Ítaca

Ojos del color del mar que pasa por Ítaca

- “Ojos del color del mar que pasa por Ítaca”. Esto que te escribí significa más cosas de las que parece.
- ¿El qué?
- Habla, claro del color del mar en la playa de piedras blancas de Ítaca, un color con la misma intención que la de tus ojos. Pero también de la Ítaca de Ulises, que corrió todos esos peligros para llegar a la isla…
- …Ulises que cuando llegó a Ítaca llegó a casa…
- Y además me recuerda el Viaje a Ítaca de Kavafis. ¿No lo conoces?

Le recito el trozo que me sé, porque nunca he encontrado una traducción mejor (ni menos fiel) que aquélla con la que me lo aprendí a medias. Busco el resto y leo: “Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje. / Sin ella jamás habrías partido”. Y recito “y siendo ya tan viejo, cargado de experiencias/ comprenderás por fin lo que significan las Ítacas”.
- Estás temblando, déjame que cierre la ventana.
- No estoy temblando de frío.
Yo estoy sentado en un sillón, ella de rodillas frente a mí, con una toalla enrollada y el pelo goteando en mi pierna. “Me veo en tus ojos, parezco la Sirenita”, me dice. “¿Estás guapa?”. Se busca, y me traspasa con su mirada oceánica. “Yo nunca me veo demasiado guapa”. “En mis ojos siempre sales bien”.
Le acaricio la cara, paseando de peca en peca. “Hueles a mandarina”, me dice. Con la otra mano le pongo una canción y me zambullo en su boca durante los 4 minutos y 8 segundos que dura. Luego se recuesta sobre mí. Le acaricio la espalda muy despacio. Sólo puedo pensar, “qué suave” y procuro corresponder y resultar tan leve como para que no sienta mis dedos, sólo la electricidad a unos milímetros de su piel. “Esto es el cielo”, me dice. “Qué pena que siempre se olviden los momentos perfectos”, le susurro al oído. “Pues escríbelo”.

viernes, 20 de enero de 2012

Un viernes 13 sumergido a medias

Un viernes 13 sumergido a medias
Encontré en internet una cubitera que, por 13 euros, congela dos cubitos distintos: uno, grande, con la forma del Titanic y otro pequeñajo que se puede parecer a un iceberg si se consigue que flote. Lo vi justo un día después de que la mitad del Costa Concordia pasara el viernes 13 debajo del agua. Las tumbonas estaban tan bien amarradas que aguantaron en vertical sobre la cubierta, lo que ha terminado demostrando que los mozos se tomaron más en serio su trabajo que el capitán, que primero se dio una vueltecita cercana de más por la costa de Giglia, y luego, cuando chocó, le dijo a todo el mundo que no pasaba nada, en lo que meditaba sobre el marrón que le había caído encima. La conclusión a la que llegó es que iba a estar mejor cuanto más lejos del barco. La ropa tendida en la isla que salía en las fotos de agosto pasado, con los barcos navegando a un ¡uy! de allí, parece al alcance de la mano. Debía de ser lo normal, pasar cerquita y saludar y quizás tratar de tocar las toallas amarillo pollo que se llevaban por allá esta temporada, en plan actividad a bordo.
Una vez estuve en la botadura de un crucero de Costa. La actividad a bordo que más recuerdo fue una carrera de coches con Paz Vega, la madrina, en la que su minifalda jugó todo el rato en mi contra. También comimos y bebimos mucho, me tiré por un tobogán acuático en espiral y bailé en una discoteca. No recuerdo todo lo que hice, pero sí recuerdo que no tuve nunca la sensación de estar flotando: las diversiones eran tan mundanas como en tierra, y para resultar divertidas o no, dependían de la compañía que llevaras, como en tierra. Sólo recordabas el mar si hacías el esfuerzo de asomarte a las barandillas. De lo que se trata en los cruceros es de introducirte en una burbuja de irrealidad en la que eres otra vez un bebé sin capacidad ni oportunidad ni ganas de decidir nada, como contaba Foster Wallace en "Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer". El efecto está tan logrado, que parece que se contagia a la tripulación. Los capitanes de ahora ya pueden no ser marinos, tengan o no el carnet. Incluso pueden dejarse el sentido común aparcado en casa. Ahora saben bien que lo que importa de verdad es salir con la gorra recta en las fotos de la cena y que si se retrasan, hay que pagar un extra a los autobuseros que esperan en el siguiente puerto para engullir al pasaje y acercarlo a los sitios más soporíferamente interesantes del centro de la ciudad. Ahora junta eso con un estúpido integral que se piensa que es el rey del mundo y nos da un viernes 13 que ni Freddy.