Ojos del color del mar que pasa por Ítaca
- “Ojos del color del mar que pasa por Ítaca”. Esto que te escribí significa más cosas de las que parece.
- ¿El qué?
- Habla, claro del color del mar en la playa de piedras blancas de Ítaca, un color con la misma intención que la de tus ojos. Pero también de la Ítaca de Ulises, que corrió todos esos peligros para llegar a la isla…
- …Ulises que cuando llegó a Ítaca llegó a casa…
- Y además me recuerda el Viaje a Ítaca de Kavafis. ¿No lo conoces?
Le recito el trozo que me sé, porque nunca he encontrado una traducción mejor (ni menos fiel) que aquélla con la que me lo aprendí a medias. Busco el resto y leo: “Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje. / Sin ella jamás habrías partido”. Y recito “y siendo ya tan viejo, cargado de experiencias/ comprenderás por fin lo que significan las Ítacas”.
- Estás temblando, déjame que cierre la ventana.
- No estoy temblando de frío.
Yo estoy sentado en un sillón, ella de rodillas frente a mí, con una toalla enrollada y el pelo goteando en mi pierna. “Me veo en tus ojos, parezco la Sirenita”, me dice. “¿Estás guapa?”. Se busca, y me traspasa con su mirada oceánica. “Yo nunca me veo demasiado guapa”. “En mis ojos siempre sales bien”.
Le acaricio la cara, paseando de peca en peca. “Hueles a mandarina”, me dice. Con la otra mano le pongo una canción y me zambullo en su boca durante los 4 minutos y 8 segundos que dura. Luego se recuesta sobre mí. Le acaricio la espalda muy despacio. Sólo puedo pensar, “qué suave” y procuro corresponder y resultar tan leve como para que no sienta mis dedos, sólo la electricidad a unos milímetros de su piel. “Esto es el cielo”, me dice. “Qué pena que siempre se olviden los momentos perfectos”, le susurro al oído. “Pues escríbelo”.
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