sábado, 8 de febrero de 2020

SEFUD: Jueves, 23 de enero

Llevo décadas diciendo que, como estoy muy mayor, las resacas se han convertido en convalecencias. Pero lo malo de verdad es cuando la resaca es una convalecencia de verdad. Me duele en sitios muy raros. El interior del muslo derecho, el hombro y el brazo derecho entero; la muñeca, mucho. Parece ser que si te morreas fieramente con el suelo arrancas una reacción en cadena solidaria que no se sabe dónde termina.
Anoche, después de aparcar el patinete, cogí un bus, me bajé en una parada que no era y, admirablemente, cogí otro patinete hasta casa. No rompí nada más.

jueves, 30 de enero de 2020

Si esto fuera un diario (SEFUD): Miércoles 22 de enero


Como con María. No le gusta la idea de que un escritor que no conoce presente su libro. La última vez, Ray Loriga supo ver un montón de cosas en su primer libro, lo que habla muy bien de Ray Loriga y nos da un poco de autoridad a los fans de María. Esta vez Ray está ilocalizable, Juanra me ha contado que tiene toda la colección de problemas: salud, dinero y, a saber, amor. A María le dicen en la editorial que proponga un nombre de autora para que presente su libro. Ella da un nombre, la editorial le dice que no está disponible y María anula la presentación en Madrid. Me fascina la cabeza de María cuando toma decisiones que los demás ni nos plantearíamos. No es que vaya contracorriente, es que va por otro río.
Si algo ha quedado claro esta temporada es que me hacen más ilusión las presentaciones de los libros de mis amigos que a ellos. Claro que para mí es una fiesta que me pone de muy buen humor, solo tengo que sonreír, dar abrazos y beber, pero tampoco entiendo que ellos se lo tomen como un examen. Le digo a María que es una pena, que quizás debería verlo como un cumpleaños al que va gente de distintas épocas de su vida (como los míos), que podría presentárselo un amigo y rodearse de otros amigos y pasarlo bien; que no va de vender libros ni de promocionarse, es solo una fiesta. Cambia de idea y me pide que se lo presente.

Yojana me escribe para contarme que Aitor está muy nervioso con lo de su libro. No tiene presentador todavía y queda una semana. Le escribo que debería tomárselo como una fiesta, que se lo presente un amigo etcétera. Escribo a David para decirle que tenemos que quedar con Aitor y calmarle un poco. Está muy liado, pero, como David es David, anula lo que tenía y quedamos por la noche en el bar de Mario para poner un poco de orden y cerveza en el asunto. Llego un poco tarde y ya lo han arreglado todo. David ha tenido una gran idea: que se lo presente un amigo. Se lo van a presentar él y Pedro. Yo reivindico la idea como mía y saco el mensaje en el que se lo decía a Yojana varias horas antes. Tengo esa cosa cansina e infantil de resaltar mis méritos más allá del decoro, más con los asuntos menores que me importan hasta el delirio, los de los amigos, que con los profesionales, que también. Es uno de esos tics que ya a estas alturas no me voy a quitar de encima nunca. Quiero pensar que no es demasiado molesto para los demás, con la excepción de cuando hago un regalo y persigo incansablemente a la víctima: "¿te ha gustado?, ¿te ha gustado?, ¿te ha gustado?" hasta que le obligo a encontrar maneras prosopopéyicas de expresar su dicha y su agradecimiento infinito y ya me quedo tranquilito. Y en la cama, ni te cuento.

Se van todos, pero yo me quedo. Mario y su bar han sido un flechazo. Dice Aitor que vamos a acabar de novios. Se niega a comprar red bull para mis copas, pero me deja traerlo de casa. Charlamos de nosequé hasta la hora de cerrar o hasta que me empiezo a poner incoherente y me saca el reloj. Con tanto red bull, para mí está amaneciendo, así que me voy a asomar a Malasaña, a ver quién hay y qué está abierto. Me cruzo con un patinete y por algún motivo me parece una idea brillante motorizar la ronda. Después de esquivar precariamente todos los bolardos, veo a lo lejos, en San Bernardo, un coche de policía. Como cuando circulas con un patinete no sabes cuántas cosas de las que estás haciendo son ilegales (probablemente todas), doy un giro en redondo optimista de más y me voy a la mierda. Se me ponen los morros, que es con lo que paro el suelo, como los de Carmen de Mairena; el cuerpo, ay, crujientito; y la mano de escribir, tonta. Aparco el patinete justo ahí, fingiendo una dignidad que ya se me podía haber ocurrido antes.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Me lo dije


Los antidepresivos te ponen a no sentir. Que empeño en no mirarme la letra pequeña de las cosas para que sean más sorpresa. Lo hago con los viajes, con la gente, con las pelis, con las drogas. Que sea sorpresa no lo hace mejor, a ver cuándo se me mete en la cocorota. 
Hoy me hace el salto del tigre una oleada de melancolía con salsita de nostalgia y me sorprendo, porque sospecho que suelo sentir poco. Pero la sorpresa es que eso me sorprenda cuando me he pasado otro día entero solo, intentando trabajar un poquito, viendo como llueve sobre el mar mientras hago mi búsqueda más o menos anual de grupos indie nuevos que, oh, sorpresa sobre sorpresa, tienen letras llenitas de sentimientos, a poder ser sentimientos adolescentes. Y luego está que el sábado fui a un concierto de Los gandules en Can Jordi y me reí mucho mientras pedía otra ronda y conocí a una gente que me presentó a otra gente y acabé volviendo de Ibiza con la cabeza desmayada sobre el cristal del autobús mientras amanecía sobre mi inconsciencia.
Total, que tenemos: bajona resacosa + canciones de Amaia y así + lluvia sobre el mar tras la ventana + que esta vez tampoco llego a tiempo con las entregas.
La fórmula acaba en sentir lo que siento, son matemáticas, pero no, yo lo que pienso es en si serán los antidepresivos de entonces y si el efecto me durará hasta hoy. Me preocupa si cuando me enseñaron a no sentir lo aprendí para siempre. Porque hace cinco años o así que no me enamoro, y, aunque también haga ya años de que no tomo una pastillita, no me privo de extrañarme de sentir cosas ni de tratar a esa sensación a manotazos, como suelo.
Pero hoy no. Hoy no aparto nada. Dejo que se pongan cómodas las añoranzas de las cosas que pasaron hace tiempo o que nunca pasaron, qué sé yo. No escapo, pruebo algo nuevo. Abro el documento del relato con el que estoy estos días y le incluyo la melancolía a una frase y la nostalgia a una metáfora. Ahora, mi thriller rural cómico sobrenatural tiene también dos imperceptibles gotas de tristeza insular. ¿Por qué no? Al mole poblano le echan más cosas. Y si la sensación no mejora, al menos ahora tiene un sentido.
Por qué no habré descubierto un poco antes que esto de escribir lo arregla todo. Lo que me gusta decirme te lo dije.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Maneras de levantarse


Hace muchos meses que se me rompió la persiana y decidí no arreglarla. Quería ver si así, con un truco tan zafio, cambiaba mis ciclos de toda la vida y me volvía diurno. Funcionó. Ahora, me despierto como las princesas Disney, cuando los pajaritos cantan, las nubes se levantan y un rayito de sol tiene a bien posarse en mis ojos o yo tengo a bien darme por enterado. Todas las mañanas, antes de salir de la cama, me imagino con todo el detalle levantándome de un salto, particularmente, con el salto en espiral que da Ryu en Street Fighter cuando gana la pelea. Luego, la realidad resulta ser mucho más crujiente, cruje el colchón, cruje mi espalda, ññic, craj, y es un espectáculo penoso que menos mal que no ve nadie. Peores son los días en los que he intentado el salto.
Ryu sale mencionado en el libro que estoy escribiendo. Voy diciéndolo por ahí: por fin estoy escribiendo un libro de relatos por fin. Lo digo porque pienso que ya no tiene vuelta atrás, que ya todas las mañanas de mi vida me levantaré con las legañas que sean, con la resaca que sea, con el trabajo atrasado que tenga, y me pondré a escribir durante los primero 90 ó 120 minutos del día. Si lo dejo para luego, la vida, perra o gata, se me mete en el cuerpo y ya no estoy para escribir. El ritmo es de dos o tres párrafos al día, así que, sí, calculo que necesitaré todo lo que me queda de vida para escribir este libro.
Digo también que esto está siendo una montaña rusa emocional (en el libro descarto estas expresiones mierderas, no os preocupéis) pero en realidad no, en realidad es todo bajada y caída. El libro se planeó hace años, en un momento de introspección sicoanalítica, cuando yo creía en esos viejos cuentos, y arreglar el material que tenía me supone bucear por recuerdos que estaban bien donde estaban, o sea, que no sabía dónde los había puesto y mejor así. Los momentos de subida fueron solo al principio, cuando me sentí poderoso cerrando párrafos e historias. Pero resulta que ya no lo vivo con el arrojo épico de los primeros días. Y que, ayer, como no fui directo a escribir, pasé todo el día -y no es la primera vez- sin apenas levantarme de esta silla, planeando viajes imaginarios entre Skyscanner y Booking, sin hacer nada de lo que me había propuesto, ni literatura ni trabajo atrasado. Ni ir al gimnasio, y la llave de acceso me mira rencorosa desde el borde del espejo en el que le crecen las primeras telarañas del otoño.
Que resulta que a los castillos en el aire también se les resquebrajan los muros, qué sorpresa.

sábado, 3 de agosto de 2019

Tlön, Uqbar, Orbis Tertius versión Ed Wood

Me he vuelto a leer Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, de Borges. Igual tiene razón Nuria en que no es un escritor que emocione, pero porque no es un escritor, es un mago con una chistera sin fondo, un dios que crea mundos soplando sobre puñados de palabras. Quizás por eso algunos argentinos lucen ese orgullo desopilado y fanático de serie, no porque Dios les haya señalado con el dedo como creen creer, si no porque, cuando se ha encarnado últimamente, ha elegido Argentina. Borges. Y Maradona, supongo.
Hoy, la fase REM, interrumpida por un trallazo de sol en la cara, me ha sugerido un cuento: alguien que vuelve a su pueblo tras fracasar en Madrid o fracasarle Madrid -lo he visto tantas veces-. En el autobús medita sobre todo esto. Al llegar a la casa familiar le espera su padre que no es su padre. Se da cuenta enseguida, aunque lleve la misma ropa y ocupe su lugar. Habla con él y le gusta la conversación, no es su padre, pero le vale ese tipo, por qué no, se lo queda. Pero el primer día que sale a la calle con él y le dice a unas vecinas “estoy aquí, con mi padre”, su mirada de asombro le deja claro que no va a colar. Porque su nuevo padre es negro.
Le he dado todas las vueltas del mundo para que suene menos estúpido, pero es que es tan profundamente estúpido que ni rascando con KH7.
Estoy intentando hacer un libro de cuentos, pero sólo me salen chistes, y me siento todo el rato el Ed Wood de la literatura fantástica.

sábado, 25 de mayo de 2019

Lucía y el amor


Tu sangre. Tu cultura. Tu química cerebral. Tu instinto animal. Y el maternal. Tu música, tus pelis, tus libros. Tu pirámide de Maslow. Tu cerebro reptiliano. Tu capitalismo de serie. Tus hormonas. Tu coño. Dios. Todos conspirando contra ti. Todos vendiéndote la misma estafa piramidal. Y tú no te lo vas a plantear siquiera un poquito. Tú, que te quieres tirar por un puente. Tú, que te cortarías un brazo por volver. Tú, que solo sabes vivir así. Tú, que la única solución que le ves es que te vuelva a pasar.

jueves, 2 de mayo de 2019

Optimista


Yo era un optimista que se convirtió en pesimista sin tener más razón para una cosa que para la otra. E incluso llegué a las mismas conclusiones desde los dos lados, optimista/pesimista. Que no importa mucho cuanto abarque tu culo en esta vida/que la diferencia sólo son migajas fugaces. Porque el sol sale para todos/porque la vida es una estafa. Que no te esfuerces tanto/que no te esfuerces tanto.

jueves, 14 de marzo de 2019

Era

Era una noche de marzo de 2019 en Madrid y yo estaba solo en casa.
Abrí esto por casualidad
https://virgenyfurioso.blogspot.com/2002/09/era-la-feria-de-conil-al-medioda.html
Y recordé todo. Recordé, por ejemplo, la cuesta desde la feria y la luz de Conil -eso es fácil-. Recordé la moto de alquiler, el feto y el pescador. Recordé los segundos que tardé en volver a entender cómo se usaba el ratón, el frío de aquel ciber, la premonición indefinida que vi en la pantalla. Recordé que ella me acarició el pelo mientras me llamaba tonto.
Recordé ese día de hace 16 años como si pudiera tocarlo.
Y eso es lo que pasa.