lunes, 8 de abril de 2013

A coscorrones



Hace unos días nos hablábamos con cariño, ella me pedía fotos para no borrar nada, yo las ordenaba para que no se me perdieran. Era la continuidad natural de un año y medio en el que habíamos creído el uno en el otro por encima de todas las cosas, por encima, sí, de la realidad que, a coscorrones, nos iba imponiendo cada vez más límites. Es posible que ya no nos veamos mucho, es posible que ya no nos veamos más. Seguro que nos merecíamos otra despedida, la que se merecían los chicos sentados en el portal de su casa aquella noche, acariciándose con la mirada y con las palabras, abrazándose sin besarse. O sin irse tan lejos, los que se amaban hace unos meses en la cabaña entre la nieve alpina. Eran días como esos los que se alzaban brillantes y hacían que todas las dudas parecieran tan poca cosa y que valiera la pena haber llegado hasta allí.
Yo no quiero creerme que seamos estos, porque no lo somos, porque somos aquellos otros, sólo que hoy estamos abrumados y confundidos. Prefiero, cada vez que piense en ella, susurrarle desde lejos, una vez más, su frase bálsamo: "todo va a salir bien". Y que funcione como un sortilegio para que todo, algún día, acabe estando bien.

viernes, 5 de abril de 2013

EN CUALQUIER FIESTA


EN CUALQUIER FIESTA
Mucho mejor acordarse del remoto principio, del beso aquél, de las rodillas eléctricas, de algún que otro momento inmaculado, como el polvo en la playa de Cádiz. Cuando pase un tiempo, quizás seamos capaces de extrañarnos con ternura, tal vez nos encontremos en alguna fiesta y lo que reconozcamos el uno en el otro no sean los estúpidos malentendidos de los que nos alimentamos ahora, sino el brillo del deseo con el que no podíamos dejar de mirarnos, la sonrisa que te quitaba a mordiscos en cuanto bajabas del tren.
Sé que cuando nos veamos y seamos los próximos mezclados con un poco de los de entonces nos vamos a reconocer enseguida. Dejémoslo estar. Mejor nos vemos allí.

jueves, 7 de febrero de 2013

Nueve atardeceres de Ibiza. NUEVE.



Nueve atardeceres de Ibiza. NUEVE.
Hoy no tengo nada que hacer, sólo irme de la isla. Me doy un largo paseo por la costa, triscando por las rocas. Veo algunas cosas. Una italiana baja de su chalet en albornoz y se baña casi desnuda. Una niña pasea a un cachorro con un cordel y le habla para educarle en el tono con que en casa le hablarán a ella. Hay muchos pescadores con caña y todos son árabes. Hay tantas casas lujosas encaramadas a los barrancos que enseguida dejan de tener algo de particular. Una hora antes de que se ponga el sol, busco un lugar entre las rocas para sentarme a verlo y me topo con una chica tan abrigada como el que más (que soy yo). Se ha puesto cómoda sobre una toalla de colorines y escribe un poema en un cuaderno. Se detiene a menudo y piensa cada verso como si le doliera. Me siento como el que inesperadamente tiene que pedir la vez en su charcutería secreta, como el fan solitario que un día oye su canción en los 40 principales. Miro un momento hacia el sol brumoso que hoy apenas colorea otra cosa que su contorno y me pregunto quién habrá escrito esto ya, si no habrá nada nuevo que decir sobre un atardecer.
Y es justo entonces cuando el sol termina de caer y deja tras de sí la erupción de un volcán, con las nubes disciplinadamente alineadas como volutas. En unos segundos, la intensidad de la luz baja, todo parece reubicarse en el cielo y el atardecer se transforma en una explosión nuclear con las nubes posando de hongo atómico. Y me doy cuenta de que nunca había visto a un atardecer disfrazándose de otra cosa.
2 de noviembre de 2012