viernes, 10 de mayo de 2013

Destrucción Mutua Asegurada

DESTRUCCIÓN MUTUA ASEGURADA

El día en el que todo reventó
Venía una primavera recelosa
Lluvias como balazos la traían
 
No nos era posible ser felices
Una noche restaba
De su cuerpo ante el mío

Venía del amor trampa
Del que te hace quedarte
Cuando todo está mal
Y todo lo hace bueno
Y no es mentira
Pero es sangre y trinchera
El amor trampa

Alguien grita, a lo lejos,
"Hacíais buena pareja"
"Paseabais erguidos
Repartíais belleza
Hacíais de Madrid
Un cuadro de Chagall
Alguna noche de esas"

Nos reíamos tanto
En los descansos
Entre malentendidos                  

Habíamos fabricado
Un millón de momentos felices
El de su cama nueva
El de andar los caminos
Como Lawrence de Arabia
El del huerto y el guión
El del Wurlitzer
El de los sanfermines
El de la cena rusa
El de la cena en casa,
En la terraza,
El del mar gaditano
El de un día cualquiera
Despertando a su lado
El del sofá y la manta
El de ver Casablanca
Y que se duerma
El del baile en braguitas
El del cuerpo desnudo
Porque sí
El del paseo lunar
Entre lunares
El de robar en el supermercado
El de los chats eróticos
El del beso, el del beso,
el del beso
Y así hasta el un millón

Los recuerdos se fríen
Se pasan por la túrmix
Se les echa ajo, hostias,
Repelente de insectos
Se dejan enfriar
Y se sirven de cena

Y mientras se pasea por Madrid
De un brazo y un abrazo
más soso y previsible
Gracias a Dios
Yo me doy coscorrones
Para encontrar también una receta
Que mezcle hasta un millón
Los ingredientes
Y consiga un tartazo
En su cara en la mía
En las dos a la vez

La puta primavera
Yo nací en primavera
Me recuerda a diario
Que ese rojo que lo animaba todo
Era la mitad suyo

Yo que me había pasado
tantos meses
Buscando el resultado
Sin saber que la fórmula
Estaba ya trucada
Y que yo soy de letras
Venía por la calle
Contando con los dedos
Y ella me esperaba
Con una solución muy lateral
Que consistía en una bomba H

Nagasaki, Hiroshima
Sentados en mi cama de metralla
Bombas que son abrazos
Y que la clavan más
Ya está aquí la Gran Guerra
Encima de mi cama
Exploto y sin embargo
Parece que no he muerto
Lo parece

Y no hay nada que hacer
Para volver el campo de batalla
En un campo de plumas

Así que estalla todo
Aún busco los trocitos de mi almohada
Y sólo nos podemos prometer
La mutua destrucción asegurada

miércoles, 8 de mayo de 2013

Ni en un millón de años




Ni en un millón de años
hubiera permitido
que nadie te escupiera.
Ni en un millón de años
te hubiera abandonado
como a un perro
cojo, que ya no sirve.
Ni en un millón de años
yo te hubiera impedido
despedirte
Ni en un millón de años
hubiera puesto el disco
de tus letras de amor
justo al revés
para encontrar mensajes
que no estaban.
Ni en un millón de años
yo le hubiera sumado
una piedra a tu carga
sólo para que me sintiera más ligero.

Ni en un millón de años.
Ni en una eternidad de eternidades.
Ni en un solo segundo en mi cabeza

Y aún así, ya lo ves
(o no lo ves),
soy el tipo decente
que se empeña en pensar
que la gente
es mejor que lo que hace,
se enrosca la tristeza
al fondo del bolsillo
y sigue su camino
viajando con los rostros
que ya nadie siquiera
recuerda que existieran,
sintiendo que el amor
no hay quien lo toque ya,
que es mármol y burbuja,
que es un atardecer
y es una Era
que es siempre, 
siempre, siempre
la foto del verano
pasado.

Y aún así, ya lo ves,
soy el tipo de andares
ni toscos ni seguros
que se aleja despacio
y para siempre
sin saber dónde va
sin querer olvidar
de dónde viene.

lunes, 29 de abril de 2013

Destinados



2002
Solía llegar a las doce, a veces a la una. Aquél era un lugar que no le correspondía, pero todavía no quería saberlo. Aun así, trataba de mantenerse alejado de todo lo que estaba mal allí con un horario de locos. Luego, ya se quedaría, cuando todo ese sudor inútil se fuera desvaneciendo y estuvieran solos la pantalla y él. Eran las 10, las 11 o las 12 de la noche y entraba en el mundo al que pertenecía de verdad. Un blog. Un documento abierto y todo lo que quisiera decir. Un planeta entero como un desván lleno de trastos. Cogía los sentimientos más intensos de entre los del día y los modelaba en una página. Cogía el último resbalón, el que sólo le había hecho gracia a él, y lo desmenuzaba hasta que fuera divertido para alguien más. Era un buceador, y no emergía del folio sin un par de peces y la sensación de haber flotado en el agua o en el aire, no sabía, durante las mejores horas del día. Creía que estaba escribiendo para él, para los dos o tres amigos de entonces que le leían, para alguna chica que le esperaba en el bar o en la cama. Siempre había sido menos de mirar los futuros que de quedarse ensimismado en los pasados, montándolos y desmontándolos como mecanos. Así que no se paraba a considerar que con cada mordisco a la manzana iba también dejando un rastro de semillas. No se puso a imaginar si en realidad estaba escribiendo para alguien que ya le conocía, pero que tardaría diez años en conocerle. Ella llegaría cuando él se estaba sacudiendo todo ese montón de escombros, justo para empezar una partida nueva del todo, como si no existiera el pasado. O como si el futuro existiera mucho más.

Él escribe un post que empieza “esta mañana me han tocado mucho el culo”.

Ella había tenido un mal fin de semana. Era la estrella en clase, entre sus amigos de la partida, en su casa -cuando en su casa había paz-. En alguna parte de su cabeza hecha de diagramas y constelaciones estaba la información de que tenía algo bueno entre manos, que el futuro era una cosa que iba a poder escribir ella misma. Le gustaba ganar y solía ganar y merecía ganar. Y, sin embargo, estaba perdiendo batallas todo el rato con aquel chico. Porque aún no sabía que irse, a veces, es la única manera de ganar. En aquellos tiempos y durante muchos muchos años, la única dirección que contempló fue hacia adelante. Las múltiples voces de su cabeza, las que le decían, a ratos, que algo no encajaba y, a menudo, que ella conseguiría ensamblarlo todo, cesaban un ratito en su cuarto cada noche. Abría la pantalla y entraba en vidas ajenas puestas en un escaparate de mercería, de pastelería o de ferretería. Creó su propia juguetería, donde tenía una corte de tipos que, como ella, salían por la puerta de atrás cada noche para inventarse una vida en la que todo tenía mucha más lógica. Un día descubrió una página de un chico un tanto perdido que escribía como si le estuviera hablando a ella. Le pareció que se conocían, le pareció que podrían conocerse. Le gustó cómo veía las cosas y entendió que le estaba contando la verdad. Pensó que le podría ayudar, quiso advertirle, gritarle “esa chica no te conviene”, “tú vales más que las cosas que haces”, pero lo dejó correr y nunca le escribió. Lo que no sabía es que ese atracón de manzanas durante el que las voces se atenuaban también había plantado los árboles a los que se subiría en un momento crucial de su vida.

Ella entra en el blog con ganas de que haya un nuevo post y se encuentra con uno que le hace sonreir.

Ambos prescindieron en un par de años de todo lo bueno que les había proporcionado ese cruce de caminos etéreo. Ambos desmintieron al destino, en apariencia. Él se perdió del todo y consiguió encontrar por fin algo con lo que golpearse a lo grande: dejar de escribir. Ella dio unos cuantos tumbos, ni tan malos ni tan buenos, para llegar al punto en que volcara y diera los primeros pasos para descubrir quién era y lo que quería, muchos años después.

2011
Es uno de esos días soleados de octubre, un regalo tardío. Él sale apresurado por la puerta de la redacción. Ella lleva ya diez minutos esperándole en un banco. No le conoce, pero sabe quién es en cuanto le ve. Va vestida con una chaqueta deportiva, el sol hace de su pelo rojo un frutal, su sonrisa es la de alguien que acertara con la puerta tras la que se esconde el premio gordo. Él le da la revista en la que no cree y ella la enrolla como si fuera un bate. El corazón les va demasiado rápido. Tratan de ralentizarlo con bromas estúpidas sobre lo que espera cada uno de una cita que no es una cita. Ella, además, baja la cabeza todo el rato, se esconde debajo de su pelo y enrojece hasta que convierte su perfil en el de una manzana de fuji. “Estás a la defensiva, mira como coges la revista, parece que me quieras atizar”. “Pues tú te escondes detrás de unas gafas de sol”. Se las quita.