viernes, 24 de abril de 2020

No se podía saber o que me prohíban éste

Al principio, un periodista cree que escribirá para los lectores. Enseguida descubre que los lectores están, pero no están, como la contaminación, pero que tiene un jefe que sí que está. Los jefes de hace unos años tenían sus propias lecturas, opiniones, manías y había que escribir para ellas. Yo recuerdo que uno de los primeros que gocé metió en el cajón un artículo mío en el que hablaba de cómo, con la restauración del Teatro Calderón de Valladolor, se había abrillantado la placa que conmemoraba la unión de Falange Española y las JONS para volverla a colocar en su sitio. En mi afán por colaborar, proponía otras cosas a las que sacarle brillo: los coches de caballos, el Atlético de Aviación, el agua va por los balcones, la calavera de Franco, qué sé yo. Profeta que era uno. Mi jefe de entonces me argumentó el cajonazo: “hay algunos periodistas hijos de puta -no lo digo por ti, virgen- que cuando no saben de qué escribir se meten con Franco”. Incluso entonces me pareció tierno. Ese hombre tenía sus aficiones y eso había que respetarlo. Porque era el jefe. 
Luego descubrimos que el jefe tenía otro jefe. Y que quería que escribieras para él aunque ni le llegaras a conocer. Ese jefe de tu jefe tenía a su vez unos jefes que se llamaban anunciantes. Para él, eran como unas parejas poliamorosas tóxicas de las que te exigen que adivines qué es lo que les va a molestar. Un estrés. El jefe de tu jefe quería que tu jefe se ocupara de que tú escribieras cualquier cosa que no fuera a molestar a sus jefes, a los que les molestaban cosas que no se sabían hasta que lo vieran. Por si acaso, que no bailaras mucho. Luego, con ese pequeño porcentaje de lo que sobraba, podías ya escribir para tu ego (acababa mal) o incluso para los lectores.
Parece complicado, pero enseguida se te interioriza en la cocorota y hasta en los dedos. Es el ciclo de la vida y no hace falta que te lo digan cantando: la primera vez que ves a un león comerse a una gacela ya lo pillas. La prueba es que ningún texto mío ha vuelto a acabar en un cajón. Si acaso, sale como saldría uno de un accidente en un barranco: sin patas, sin brazos o sin ojos. Pero sale. Los periodistas teníamos un motivo para pasar de buen grado por el aro de jefes y jefes de jefes. La pasta. No el gran dinero, entiéndaseme, solo la calderilla para ir tirando, para financiar, por ejemplo, los modestos michelines que ahora estoy tratando de quitarme de encima. 
Justo cuando lo ibas entendiendo, detonaron las redes y con ellas lo que al principio se llamó periodismo ciudadano, que supongo que incluía la opinión ciudadana, y que ya nadie se ha atrevido a volver a llamar así. Lo de estos ex periodistas ciudadanos siempre ha sido más altruista, lo hacen por nada, por vanidad, que ya ves tú, es tan poca cosa que la derrota un espejo tarde o temprano. A ellos les faltó durante un tiempo lo fundamental de todo esto: los jefes, los jefes de los jefes y los patrocinadores de los jefes de los jefes. Ahora, por fin, parece que se los van a poner. Si no se los ponen estos, otros se los pondrán. Están en ello. Con la amorosa y entusiasta asistencia de toda una generación que no cree que la libertad de expresión sea un derecho tuyo que nadie pueda tocar, si no un medio como otro cualquiera, como un abucheo o una porra, para combatir al MAL. A base de poner un poco de aquí y (sobre todo) quitar un poco de allá. Así que la cosa está en decidir quien decidirá lo que es EL MAL Sean los que sean los que lo consigan no son los tuyos. De verdad que no. Pertenecen a un club en el que no estás y (créeme) no quieres estar. No sabes las cosas que hay que hacer para llegar hasta ahí.
Total, que como resulta que lo que haces ya es gratis, no se te puede motivar con despidos ni con (si eres freelance) bajarte tu asignación para espaguetis de Barilla a Hacendado. ¿Qué está peor pagado que escribir gratis? Que pagues por ello. Se llaman multas. O en su variante vacacional, chirona. Se probó con los raperos coprógrafos, un poco con los cómicos que moqueaban banderas, y hasta se hizo una cata a ciegas con titiriteros y tuiteros sueltos que hacían chistes sobre el Alka Seltzer, Carrero Blanco y así. Se confirmó para todos siempre que esos todos rechistaran a una autoridad sagrada, pongamos un concejal de tu pueblo o un guardia municipal. Por mal nombre se le puso Mordaza, que era una pista. Como fue un exitazo (un exitazo hoy es que una salvajada no saque a casi nadie de la siesta), ahora ya está democráticamente al alcance de cualquiera que pasee por la calle y mire torcido. Pronto habrá más, porque queremos más.
Como periodista experimentado, puedo ayudarte a que no la cagues, a que aprendas cómo se hace esto sin que te cueste mucha pasta. En tu poder tienes dos herramientas que nadie te va a querer prohibir: la crítica a lo que tus jefes quieren que critiques y la alabanza a todo lo demás. La primera es un arma complicada, porque está sometida a vaivenes. Si te pillan con el paso cambiado puedes acabar en el lado de la trinchera en el que caen las bombas. Yo le dejaría este recurso a los profesionales, que saben cuándo hay que saltar del barco y cuánto rato ponerse de perfil antes de dar todo el giro sin despeinarse. Hay que olisquear el momento justo en el que pasar de defender lo indefendible con incorruptible vehemencia a defender lo indefendible contrario con idéntica convicción. No es fácil, pero, ante la duda, haz lo que haga Risto Mejido. 
En cambio, la alabanza es una bendición. La alabanza no pide límites ¿A quién le desagrada un piropo? Bueno, en ese lío ya nos meteremos otro día. El caso es que la alabanza es propia de ángeles, el hossana, el optimismo ciego, quedarse con lo bueno de la vida, ver lo positivo para atraer lo positivo, como recomiendan 9 de cada 10 autoayudadores.
Ya quedó claro que si te nace un rap con alguna rima con la palabra ladrones hay que contenerse y canturrear a Amaral un ratito hasta que te suba el ánimo de escribir lo contento que estás de que los reyes sean menos medievales que en el medievo y crean en el progreso que, bien entendido, empieza por la propia abundancia. Añadiré que si un rey no se ocupa de matar elefantes ¿quién lo va a hacer entonces? Las calles estarían llenas de elefantes, uno se te colaría en el super, otro te quitaría el sitio de aparcar, otro te apachurraría. ¿Ves? Así se hace.
Puede que sientas la tentación de calificar de bananero que la mujer del número uno del partido sea la número dos del partido; de pensar que aunque fuera la mujer más preparada del país para el cargo debería apartarse en favor de la segunda más preparada. Incluso cínicamente podrías considerar que así, qué sé yo, los votos de quienes tienen ojos en la cara no se evaporarían. Pienses lo que pienses, nunca escribas un poema satírico con tus conclusiones: haz una oda alabando los valores familiares de quien pone el amor por encima de todo. El amor conyugal, que ese sí que es bravo.
Y si sospechas que las manifestaciones del 8M fueron el motivo por el que se retrasó la cuarentena, por favor, detén tu malpensanza, porque el CIS dice que el 97 % de los españoles está de acuerdo con que todo está bien hecho. O sea, que lo dice la ciencia. Y tus suspicacias van a ser carísimas. 
Si en tu comunidad autónoma a nadie se le ocurrió mirar en las residencias de ancianos por si había algún enfermo hasta que se paso por allí el ejercito, adhiérete al quién lo iba a imaginar, viejos enfermándose, con lo resistentes que parecían en la posguerra. En cambio, dale bola a lo que sí se está haciendo: fotos, muchas fotos. Con aviones, en Ifema, en despachos que supuran eficiencia, delante de un atril o de un espejo. Para entretener tu confinamiento se arriesgan a saltarse el suyo y cuarentenas y reales decretos y lo que haga falta. Piensa en el futuro, porque nuestros amados líderes ya están pensando en el suyo. Puede que lleguen la ruina y el hambre (no metas la pata, el término oficial va a ser “desaceleración calórica”), así que vamos a necesitar nuevas y patrióticas fuentes de ingresos. Con su ejemplo, nos podríamos convertir en una potencia mundial en selfis. Podremos exportar influencers. O comérnoslos.
Si lees que a una asesoría laboral en semiquiebra se le han dado millones de euros para comprar material sanitario o que las mascarillas encargadas a Ruining Trade (nombre real) eran de juguete y han enfermado y puede que matado a unos cuantos sanitarios de nada recuerda (y, sobre todo, escribe) que el gobierno prometió no dejar a nadie atrás. Que qué mejor manera de pelear contra la ruina que ayudar a empresas así, que es que lo estaban pidiendo. 
En fin, que si quieres llevarte las manos a la cabeza por la improvisación, porque se dijo que las mascarillas eran placebo solo porque no las había, porque a día cuarenta de la cuarentena los sanitarios sigan vestidos de bolsa de basura y con una mascarilla a la semana, recuerda que eres español. Uno de nuestros valores nacionales alabados por la prensa seria durante décadas es la capacidad de improvisación. Eso es lo que nos hace tan creativos. ¿Se imaginan a un europeo del norte improvisando? No pueden. Igual eso les está viniendo bien en tiempos de pandemia, pero, ay, en las artes. Las artes aquí son un prodigio, todo improvisado, todo sin método ni razón ni base. Es como si el arte naciera cada día. Escribe sobre eso.  
¿Y esos discursos? ¿Dónde se han visto discursos tan fervorosamente patrióticos, tan líricamente épicos? No se oía nada así desde tiempos de Churchill, de De Gaulle, de Kennedy. Por eso los hemos tenido que traer de entonces. Por si acaso no teníamos otra cosa que alabar, tenemos los discursos. Directos a (o de) los libros de historia. 
Como se ve, el truco es tan sencillo y gratificante como ponerse positivo. Por lo que sé, les va mejor a los que empiezan con ello antes de que se lo pida el jefe. Hazlo. Pero solo si estás vivo.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Prefacio

"Cuando relato mis trashumancias, mis caídas, mis delirios lelos y mis secretas orgías, lo hago únicamente para detener, ya casi en el aire, dos o tres gritos bestiales, desgarrados gruñidos de caverna con los que podría más eficazmente decir lo que en verdad siento y lo que soy".
La visita del Gaviero. Álvaro Mutis.

sábado, 7 de marzo de 2020

Un plomo de calaveras


La visión administrativa se ha desbordado desde el momento en que hemos visto cómo los políticos son un peligro para la vida cotidiana y hemos puesto nuestros ojos vigilantes en ellos, en todo lo que hacen, en todo lo que dicen. Entiendo que los que se dedican a tareas administrativas o legislativas no puedan evitar analizar la realidad desde esos supuestos, como mi hermana, funcionaria de la Junta y licenciada en Derecho con matrículas de honor, y a la que a veces veo con estupor analizar la realidad solo desde ese punto de vista, como si no existieran más. Pero el problema es que, al poner la cosa política en el centro (su parte más pequeñita, la de los matices normativos), estamos pintando el mundo, construyéndolo, de eso. Se ve en titulares, en tuits, en conversaciones. Nuestra tarea, la de todos, debería ser ofrecer nuestras propias visiones del mundo, del presente, del pasado y el futuro; para que su tarea fuera, contaminados sin remedio de títulos, capítulos y disposiciones adicionales, traducirlo a esa nada vaga astronomía de reglamentos nada inconcretos que llevan en las cabezas.

domingo, 9 de febrero de 2020

Tan superguay

Ayer se me iluminó la cocorota, como a un esqueleto de la era atómica. Estaba escribiendo la entrada pequeñita de un pretendido diario diario que ya naufragaba al segundo intento. Mientras, con la otra mano quedaba con una chica mexicana que parecía encantadora, lo que me devolvía un poco la extraviada fe no solo en Tinder, si no en la humanidad. Y quizá fue por eso que releí alguna vieja entrada mía y me entró una ya desusada fe en mí mismo. Luego fue todo subir y subir y venirme arriba sin cuento cuando la semillita de la idea de que no estaba tan mal lo que leía fue germinando ¿y por qué no hago una selección de textos de este blog en epub?, quizá ordenado de otra manera, un poco por temas, segando la morralla y los jeroglíficos, tal vez ¿Y si lo regalo a los lectores? ¿Y si lo vendo en Amazon a un euro? Qué digo a un euro ¡a dos! ¿Y si lo paseo antes por alguna editorial? ¿Y qué tal mandárselo a un agente literario? Y la fantasía siguió escalando y solo tuve el pudor de cortarla un par de premios nacionales antes de Nobel.
Llevo una temporada acompañando de cerca y mirando con lupa lo que han hecho mis amigos, David, Aitor y María. Y lo que han hecho son tres grandísimos libros, cada uno en lo suyo. Considerando eso de que pierdan o no la guerra han ganado los manuales de literatura, ahí están ya, con su nombre en la portada, su ISBN y su ejemplar en la Biblioteca Nacional. Mientras que lo mío es un átomo perdido que encoge a medida que internet se hace infinito y mis palabras infinitesimales. ¿Y si salto a la pista a ver qué pasa? Saltar a la pista a ver qué pasa siempre ha sido una cosa muy mía. También, bailar como un zombie que ha visto un cerebro bonito y cantar como un gato que está triste y azul, pero ahora no es el momento de recordar eso.
Hoy llegaré a lo de la mexicana, que es un vermut, con unas bonitas ojeras que no van a ayudar nada, porque estuve horas dando saltitos en la cama mientras lo planeaba. Es el momento de que si has llegado hasta aquí me dejes tu opinión. Tienes todo un infinito barrizal de anonimato en el que ponerte tan sincero como te gustaría serlo en la vida real así que ¿por qué no? Corre antes de que esto se convierta en un granito de arroz, una micra, un neutrón, un paramecio, un microchip nipón.

sábado, 8 de febrero de 2020

SEFUD: Jueves, 23 de enero

Llevo décadas diciendo que, como estoy muy mayor, las resacas se han convertido en convalecencias. Pero lo malo de verdad es cuando la resaca es una convalecencia de verdad. Me duele en sitios muy raros. El interior del muslo derecho, el hombro y el brazo derecho entero; la muñeca, mucho. Parece ser que si te morreas fieramente con el suelo arrancas una reacción en cadena solidaria que no se sabe dónde termina.
Anoche, después de aparcar el patinete, cogí un bus, me bajé en una parada que no era y, admirablemente, cogí otro patinete hasta casa. No rompí nada más.

jueves, 30 de enero de 2020

Si esto fuera un diario (SEFUD): Miércoles 22 de enero


Como con María. No le gusta la idea de que un escritor que no conoce presente su libro. La última vez, Ray Loriga supo ver un montón de cosas en su primer libro, lo que habla muy bien de Ray Loriga y nos da un poco de autoridad a los fans de María. Esta vez Ray está ilocalizable, Juanra me ha contado que tiene toda la colección de problemas: salud, dinero y, a saber, amor. A María le dicen en la editorial que proponga un nombre de autora para que presente su libro. Ella da un nombre, la editorial le dice que no está disponible y María anula la presentación en Madrid. Me fascina la cabeza de María cuando toma decisiones que los demás ni nos plantearíamos. No es que vaya contracorriente, es que va por otro río.
Si algo ha quedado claro esta temporada es que me hacen más ilusión las presentaciones de los libros de mis amigos que a ellos. Claro que para mí es una fiesta que me pone de muy buen humor, solo tengo que sonreír, dar abrazos y beber, pero tampoco entiendo que ellos se lo tomen como un examen. Le digo a María que es una pena, que quizás debería verlo como un cumpleaños al que va gente de distintas épocas de su vida (como los míos), que podría presentárselo un amigo y rodearse de otros amigos y pasarlo bien; que no va de vender libros ni de promocionarse, es solo una fiesta. Cambia de idea y me pide que se lo presente.

Yojana me escribe para contarme que Aitor está muy nervioso con lo de su libro. No tiene presentador todavía y queda una semana. Le escribo que debería tomárselo como una fiesta, que se lo presente un amigo etcétera. Escribo a David para decirle que tenemos que quedar con Aitor y calmarle un poco. Está muy liado, pero, como David es David, anula lo que tenía y quedamos por la noche en el bar de Mario para poner un poco de orden y cerveza en el asunto. Llego un poco tarde y ya lo han arreglado todo. David ha tenido una gran idea: que se lo presente un amigo. Se lo van a presentar él y Pedro. Yo reivindico la idea como mía y saco el mensaje en el que se lo decía a Yojana varias horas antes. Tengo esa cosa cansina e infantil de resaltar mis méritos más allá del decoro, más con los asuntos menores que me importan hasta el delirio, los de los amigos, que con los profesionales, que también. Es uno de esos tics que ya a estas alturas no me voy a quitar de encima nunca. Quiero pensar que no es demasiado molesto para los demás, con la excepción de cuando hago un regalo y persigo incansablemente a la víctima: "¿te ha gustado?, ¿te ha gustado?, ¿te ha gustado?" hasta que le obligo a encontrar maneras prosopopéyicas de expresar su dicha y su agradecimiento infinito y ya me quedo tranquilito. Y en la cama, ni te cuento.

Se van todos, pero yo me quedo. Mario y su bar han sido un flechazo. Dice Aitor que vamos a acabar de novios. Se niega a comprar red bull para mis copas, pero me deja traerlo de casa. Charlamos de nosequé hasta la hora de cerrar o hasta que me empiezo a poner incoherente y me saca el reloj. Con tanto red bull, para mí está amaneciendo, así que me voy a asomar a Malasaña, a ver quién hay y qué está abierto. Me cruzo con un patinete y por algún motivo me parece una idea brillante motorizar la ronda. Después de esquivar precariamente todos los bolardos, veo a lo lejos, en San Bernardo, un coche de policía. Como cuando circulas con un patinete no sabes cuántas cosas de las que estás haciendo son ilegales (probablemente todas), doy un giro en redondo optimista de más y me voy a la mierda. Se me ponen los morros, que es con lo que paro el suelo, como los de Carmen de Mairena; el cuerpo, ay, crujientito; y la mano de escribir, tonta. Aparco el patinete justo ahí, fingiendo una dignidad que ya se me podía haber ocurrido antes.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Me lo dije


Los antidepresivos te ponen a no sentir. Que empeño en no mirarme la letra pequeña de las cosas para que sean más sorpresa. Lo hago con los viajes, con la gente, con las pelis, con las drogas. Que sea sorpresa no lo hace mejor, a ver cuándo se me mete en la cocorota. 
Hoy me hace el salto del tigre una oleada de melancolía con salsita de nostalgia y me sorprendo, porque sospecho que suelo sentir poco. Pero la sorpresa es que eso me sorprenda cuando me he pasado otro día entero solo, intentando trabajar un poquito, viendo como llueve sobre el mar mientras hago mi búsqueda más o menos anual de grupos indie nuevos que, oh, sorpresa sobre sorpresa, tienen letras llenitas de sentimientos, a poder ser sentimientos adolescentes. Y luego está que el sábado fui a un concierto de Los gandules en Can Jordi y me reí mucho mientras pedía otra ronda y conocí a una gente que me presentó a otra gente y acabé volviendo de Ibiza con la cabeza desmayada sobre el cristal del autobús mientras amanecía sobre mi inconsciencia.
Total, que tenemos: bajona resacosa + canciones de Amaia y así + lluvia sobre el mar tras la ventana + que esta vez tampoco llego a tiempo con las entregas.
La fórmula acaba en sentir lo que siento, son matemáticas, pero no, yo lo que pienso es en si serán los antidepresivos de entonces y si el efecto me durará hasta hoy. Me preocupa si cuando me enseñaron a no sentir lo aprendí para siempre. Porque hace cinco años o así que no me enamoro, y, aunque también haga ya años de que no tomo una pastillita, no me privo de extrañarme de sentir cosas ni de tratar a esa sensación a manotazos, como suelo.
Pero hoy no. Hoy no aparto nada. Dejo que se pongan cómodas las añoranzas de las cosas que pasaron hace tiempo o que nunca pasaron, qué sé yo. No escapo, pruebo algo nuevo. Abro el documento del relato con el que estoy estos días y le incluyo la melancolía a una frase y la nostalgia a una metáfora. Ahora, mi thriller rural cómico sobrenatural tiene también dos imperceptibles gotas de tristeza insular. ¿Por qué no? Al mole poblano le echan más cosas. Y si la sensación no mejora, al menos ahora tiene un sentido.
Por qué no habré descubierto un poco antes que esto de escribir lo arregla todo. Lo que me gusta decirme te lo dije.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Maneras de levantarse


Hace muchos meses que se me rompió la persiana y decidí no arreglarla. Quería ver si así, con un truco tan zafio, cambiaba mis ciclos de toda la vida y me volvía diurno. Funcionó. Ahora, me despierto como las princesas Disney, cuando los pajaritos cantan, las nubes se levantan y un rayito de sol tiene a bien posarse en mis ojos o yo tengo a bien darme por enterado. Todas las mañanas, antes de salir de la cama, me imagino con todo el detalle levantándome de un salto, particularmente, con el salto en espiral que da Ryu en Street Fighter cuando gana la pelea. Luego, la realidad resulta ser mucho más crujiente, cruje el colchón, cruje mi espalda, ññic, craj, y es un espectáculo penoso que menos mal que no ve nadie. Peores son los días en los que he intentado el salto.
Ryu sale mencionado en el libro que estoy escribiendo. Voy diciéndolo por ahí: por fin estoy escribiendo un libro de relatos por fin. Lo digo porque pienso que ya no tiene vuelta atrás, que ya todas las mañanas de mi vida me levantaré con las legañas que sean, con la resaca que sea, con el trabajo atrasado que tenga, y me pondré a escribir durante los primero 90 ó 120 minutos del día. Si lo dejo para luego, la vida, perra o gata, se me mete en el cuerpo y ya no estoy para escribir. El ritmo es de dos o tres párrafos al día, así que, sí, calculo que necesitaré todo lo que me queda de vida para escribir este libro.
Digo también que esto está siendo una montaña rusa emocional (en el libro descarto estas expresiones mierderas, no os preocupéis) pero en realidad no, en realidad es todo bajada y caída. El libro se planeó hace años, en un momento de introspección sicoanalítica, cuando yo creía en esos viejos cuentos, y arreglar el material que tenía me supone bucear por recuerdos que estaban bien donde estaban, o sea, que no sabía dónde los había puesto y mejor así. Los momentos de subida fueron solo al principio, cuando me sentí poderoso cerrando párrafos e historias. Pero resulta que ya no lo vivo con el arrojo épico de los primeros días. Y que, ayer, como no fui directo a escribir, pasé todo el día -y no es la primera vez- sin apenas levantarme de esta silla, planeando viajes imaginarios entre Skyscanner y Booking, sin hacer nada de lo que me había propuesto, ni literatura ni trabajo atrasado. Ni ir al gimnasio, y la llave de acceso me mira rencorosa desde el borde del espejo en el que le crecen las primeras telarañas del otoño.
Que resulta que a los castillos en el aire también se les resquebrajan los muros, qué sorpresa.

sábado, 3 de agosto de 2019

Tlön, Uqbar, Orbis Tertius versión Ed Wood

Me he vuelto a leer Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, de Borges. Igual tiene razón Nuria en que no es un escritor que emocione, pero porque no es un escritor, es un mago con una chistera sin fondo, un dios que crea mundos soplando sobre puñados de palabras. Quizás por eso algunos argentinos lucen ese orgullo desopilado y fanático de serie, no porque Dios les haya señalado con el dedo como creen creer, si no porque, cuando se ha encarnado últimamente, ha elegido Argentina. Borges. Y Maradona, supongo.
Hoy, la fase REM, interrumpida por un trallazo de sol en la cara, me ha sugerido un cuento: alguien que vuelve a su pueblo tras fracasar en Madrid o fracasarle Madrid -lo he visto tantas veces-. En el autobús medita sobre todo esto. Al llegar a la casa familiar le espera su padre que no es su padre. Se da cuenta enseguida, aunque lleve la misma ropa y ocupe su lugar. Habla con él y le gusta la conversación, no es su padre, pero le vale ese tipo, por qué no, se lo queda. Pero el primer día que sale a la calle con él y le dice a unas vecinas “estoy aquí, con mi padre”, su mirada de asombro le deja claro que no va a colar. Porque su nuevo padre es negro.
Le he dado todas las vueltas del mundo para que suene menos estúpido, pero es que es tan profundamente estúpido que ni rascando con KH7.
Estoy intentando hacer un libro de cuentos, pero sólo me salen chistes, y me siento todo el rato el Ed Wood de la literatura fantástica.

sábado, 25 de mayo de 2019

Lucía y el amor


Tu sangre. Tu cultura. Tu química cerebral. Tu instinto animal. Y el maternal. Tu música, tus pelis, tus libros. Tu pirámide de Maslow. Tu cerebro reptiliano. Tu capitalismo de serie. Tus hormonas. Tu coño. Dios. Todos conspirando contra ti. Todos vendiéndote la misma estafa piramidal. Y tú no te lo vas a plantear siquiera un poquito. Tú, que te quieres tirar por un puente. Tú, que te cortarías un brazo por volver. Tú, que solo sabes vivir así. Tú, que la única solución que le ves es que te vuelva a pasar.

jueves, 2 de mayo de 2019

Optimista


Yo era un optimista que se convirtió en pesimista sin tener más razón para una cosa que para la otra. E incluso llegué a las mismas conclusiones desde los dos lados, optimista/pesimista. Que no importa mucho cuanto abarque tu culo en esta vida/que la diferencia sólo son migajas fugaces. Porque el sol sale para todos/porque la vida es una estafa. Que no te esfuerces tanto/que no te esfuerces tanto.

jueves, 14 de marzo de 2019

Era

Era una noche de marzo de 2019 en Madrid y yo estaba solo en casa.
Abrí esto por casualidad
https://virgenyfurioso.blogspot.com/2002/09/era-la-feria-de-conil-al-medioda.html
Y recordé todo. Recordé, por ejemplo, la cuesta desde la feria y la luz de Conil -eso es fácil-. Recordé la moto de alquiler, el feto y el pescador. Recordé los segundos que tardé en volver a entender cómo se usaba el ratón, el frío de aquel ciber, la premonición indefinida que vi en la pantalla. Recordé que ella me acarició el pelo mientras me llamaba tonto.
Recordé ese día de hace 16 años como si pudiera tocarlo.
Y eso es lo que pasa.

Doctor Manhattan

Da miedo. Sentarse en el aire, mirar y no pertenecer. Al final, giras la vista, ya no sabes si porque duele o porque da igual.
De no pertenecer a no ser hay un pasito que ni siquiera das, pero que si lo dieran por ti ya ni sabes si dolería o daría igual.

Y entonces, otra vez ¡otra vez! sales a la calle para cualquier cosa y la luz rebota en tus gafas de sol y choca con lo alto de los edificios y el movimiento calienta los músculos y apadrina las zancadas largas y hacia el final de José Abascal te espera -no lo sabías- un amigo, alguien que te quiere bien. Miráis hacia los viejos tiempos hasta que se ponen nuevos.
Y pides otra ronda.

viernes, 22 de febrero de 2019

Odio cuando una despedida en la Gran Vía convierte la noche en mármol o bronce. Amo los números primos, pero a veces 1 es demasiado poco.